Vittorio la mantuvo asida con uno de sus brazos y con la otra mano sacó el teléfono. Al ver quién llamaba, resopló y dijo: —Tengo que contestar. Pero lo retomaremos donde lo hemos dejado - logró liberarse de su brazo y de su hipnótica mirada y se sentó en el sofá, a una distancia prudencial.
—No – el hombre se limitó a observarla con mirada ardiente al escuchar su negativa.
Luego contestó la llamada y Andrea oyó que se trataba de Coppola. ¿Sería...? Luego dijo “Pietro”, confirmando lo peor. Se trataba del hombre que la amenazó con partirle las piernas, y cosas aún peores.
Así había empezado todo entre el Vittorio Rossi y ella hacía seis años. Ella estaba con Malcolm en Roma para abrir una filial de su empresa. Estaban a punto de cerrar un trato cuando un grupo de matones los amenazó de parte de Pietro Coppola, el magnate local de la construcción. El mensaje había sido escueto: o se llevaban su negocio a otro lugar o no saldrían enteros de Roma. Pero antes de que pudieran hacerles una demostración de lo que les esperaba, Vittorio había surgido de la nada y había necesitado decir solo “fuera”, para que los matones desaparecieran. Con su habitual calma el hombre se limitó a decirles que él hablaría con el jefe de los matones y les aconsejó que se fueran de Roma hasta que él les anunciara que podían volver sin correr peligro. Ellos sin duda obedecieron sin hacer preguntas. Al volver a casa, aunque seguía asustada, Andrea se había sentido desilusionada de que el único hombre que le hubiera impactado fuera también él único que no pareciera interesado en conocerla.
Sarah había dicho que su aparición justo cuando lo necesitaban tenía que significar algo, que quizá los había seguido. Y había insistido en que la siguiente vez que coincidieran, si él no hacía nada, debía ser Andrea quien diera el primer paso. Como no tenía fe en las fantasías románticas de su hermana, ella se sorprendió y se alegró al encontrarlo unos días después en su oficina, muy animadamente hablando con Malcolm. Una vez más, la había mirado fijamente y con tal intensidad que sus piernas se negaban a obedecer a su cerebro, pero no había hecho nada por conocerla mejor.
Así que Andrea había seguido el consejo de Sarah y lo invitó a cenar. Fue entonces cuando el hombre le dirigió su famosa advertencia, rechazando la invitación. Mortificada, le había contado lo sucedido a su hermana, pero esta había insistido en que quizá él había sido honesto y que, al advertirla, estaba siendo considerado Andrea conocía la fama de Vittorio de ser un hombre de hielo, sin sentimientos ni amistades, cuyos únicos objetivos eran acumular éxito y riqueza.
En cuanto a las mujeres, solo se le conocían relaciones de una noche. Pero nada de eso la había desanimado ni había disminuido el anhelo que despertaba en ella. Así que había insistido. Y él había accedido. Aunque, como si quisiera ponerla a prueba, la invitó a encontrarse en la suite de su hotel, una invitación que ella, convencida de que no corría el peligro de sentirse implicada emocionalmente, había aceptado sin titubear.
Sin preámbulos, le había hecho saber que nunca había deseado a nadie tanto como a ella, pero que la había evitado porque sospechaba que no podría manejar la situación. Sus premonitorias palabras y la advertencia de su insaciabilidad solo fueron el anticipo de algo que Andrea descubrió más tarde: su total egoísmo e insensibilidad. Pero no podía culparlo de nada. Él había dejado sus términos brutalmente claros al respecto y ella había aceptado sin objeción alguna. Si se quedaba, la devoraría dijo claramente. Sin embargo, más allá de la pasión y del placer, no tenía nada que ofrecerle. Embriagada de deseo y osadía, Andrea le contestó que eso era exactamente lo que quería.
Desde la muerte de su madre se había hecho responsable de su hermana pequeña, convirtiéndose en una adulta prematuramente. Nunca había tomado un paso sin medir todas las consecuencias. Pero había deseado a ese hombre en cuanto lo vio y por primera vez en su vida fue incapaz de mantener alguna cautela. Así, empezando aquella misma noche, se había entregado a un apasionado romance que había superado cualquier fantasía que hubiera soñado.
El sexo entre ellos era, también para él, según decía, espectacular. Pero pronto se había dado cuenta de que no podía ignorar sus sentimientos y que se había mentido al aceptar los términos que Vittorio había impuesto. Aparte de su incapacidad para querer, el Millonario italiano había sido todo lo que ella admiraba y amaba en un hombre. Que además fuera un amante excepcional hizo imposible que ella no se implicara emocionalmente. Mientras hacían el amor, se había engañado a sí misma por su pasión y por su dedicación como amante, llegando a creer que sentía algo por ella. Hasta que salía de la cama y volvía a ser el hombre de hielo. Tuvieron que pasar cuatro meses antes de que ella supiera que se había equivocado al pensar que podría mantener los términos del acuerdo. Entonces tomó la decisión de romper la relación, decidida a conservar exclusivamente un buen recuerdo en lugar de esperar a que se deteriorara. Vittorio no hizo el menor ademán de detenerla, sino que se limitó a...
—Pietro te manda recuerdos - Andrea se sobresaltó al oír la voz de Vittorio, que la devolvió bruscamente al presente.
—Dile que se los devuelves porque no has podido dármelos. Y cuando los tenga, ya sabe qué hacer con ellos - enarcó las cejas con gesto divertido.
—Le sorprenderá que una dama tan educada como tú pueda ser tan... grosera. Y más teniendo en cuenta cuánto te aprecia - ¡Claro! Por eso había intentado comprarla como si fuera parte de un acuerdo empresarial.
—El sentimiento no tiene nada de mutuo – prácticamente escupe las palabras con molestia.
—Eso solo incrementará su interés por ti. Para la mayoría de los hombres, es lógico que una diosa como tú no corresponda a su interés, y que se mantenga fría y distante – Vittorio guardó el teléfono. —Comprendo que me rechaces a mí, pero, ¿por qué sigues enfadada con Pietro cuando hace tiempo que resolviste vuestro conflicto? – ella estrechó la mirada pensando en rebatirle, pero no se sentía con fuerza.
Haciendo acopio de la poca energía que le quedaba, dijo:
—Escucha, estoy segura de que no has venido ni a charlar de dinero ni sobre tus amigos blanqueadores de dinero; ni siquiera para hacer una demostración de tu poderío sexual... – dijo con expresión cansina.
—No pretendía tocarte, al menos en este encuentro. Pero se ve que nada ha cambiado entre nosotros. Se ve que no podemos estar juntos sin arder en deseo – él sonrió sin gracia y ella rodó los ojos.
—Basta, ¡por el amor de Dios! —dijo con firmeza—. Di de una vez a qué has venido. Vittorio la miró fijamente en silencio hasta que Naomi temió perder los nervios.
Entonces, pausadamente, inclinó la cabeza a un lado y dijo:
—He venido por Natalia.
Andrea se puso en pie de un salto con los ojos muy abiertos ante las palabras de Vittorio. — ¿Qué tipo de broma macabra es esta? —preguntó, furiosa. Vittorio se levantó pausadamente y, mirándola fijamente, dijo: —No es ninguna broma. Cuando Jussepe me llamó... – comenzó a decir y ella lo interrumpió. —No acudiste – insistió. —No era eso lo que quería, sino... —Me da lo mismo para lo que te llamara. Natalie es mía y punto ¡ahora sal de mi casa por favor! – él la ignoró. —Natalia es de Jussepe – Andrea sintió el corazón latirle con tanta fuerza que temió que le fuera a estallar. — ¡Y de mi hermana! —gritó. Pero había trascurrido tan poco tiempo desde la muerte de Sarah y había estado tan abatida, que no había comenzado el proceso de adopción por falta de concentración en otra cosa que no fuera la niña y su trabajo para mantenerse a flote ante el dolor y el sufrimiento. Entre otras cosas, porque no había dudado ni por un segundo que fueran a concedérsela. —Joseph era hijo únic
Él la estaba observando fijamente, pendiente de cada gesto, registrando su reacción. Finalmente, dijo: — Si quieres, puedes verificar la autenticidad del testamento. — ¡Vaya lo dices como si fueras un falsificador profesional! – resopló enfadada y triste por la situación. — En este caso, se trata de un documento auténtico —concluyó— ¿Por qué habría de hacer todo esto si fuera mentira? —No lo sé. Serías capaz de hacerlo por vengarte de mí – le dijo ella con voz completamente plana. —En contra de lo que pareces creer, nunca te he guardado rencor ni he querido humillarte, aunque es evidente que no he sabido demostrártelo. — ¿Por qué será? – se burló evocando en su mente lo ocurrido hace cuatro años — ¡No consigo comprender que Joseph te confiara a Natalie en su testamento! —Así que ahora lo crees. — ¡Ojala fuera falso! — Andrea apoyó la cabeza en las manos—. Solo se me ocurre que fuera una situación que no pensó que llegara a hacerse realidad. Después de todo, era más joven
— ¿Está netamente seguro, señor Forrest? – Andrea elabora la pregunta con la esperanza de que le ofrezca alguna oportunidad.— ¡Completamente! – dijo sin titubeos — El señor Rossi es el elegido como padre de Natalia en el testamento y nada de lo que usted pudiera argumentar cambiaría las cosas – expuso con la mayor crueldad posible o al menos eso es lo que ella piensa — Lo más que podemos hacer es solicitar que usted tenga derecho a ver a la niña, y aun así, la decisión estará en manos del señor Vittorio Rossi y del juez - Andrea tuvo que contener un resoplido.Forrest no tenía ni idea de lo que significaba pelear con Vittorio Rossi porque había sido su hija, Julianna, quien había llevado su divorcio. Ella había cumplido estrictamente con la discreción
—Cariño, cariño mío... – todo el amor que sentía por Natalie, el bebé que había llevado en sus entrañas nueve meses y que era lo único que le quedaba de Sarah, la asaltó. Corriendo hacia ella la tomó en brazos y la estrechó con fuerza. La bebita dio un gritito de alegría y se abrazó a su cuello, mientras Naomi aspiraba el aroma de su piel y de su cabello con el corazón palpitante. Vera se levantó lentamente con una amplia sonrisa, que se borró de su rostro en cuanto vio la expresión de Andrea. Manteniendo un tono animado para evitar alterar a Natalie, preguntó: — ¿Qué pasa, Cariño mío? – expresó utilizando la misma expresión de afecto — ¿Tiene que ver con la visita del señor Rossi? – Andrea se planteó decirle la verdad, pero no tenía sentido preocupar a Vera cuando no podía hacer nada por ayudarla. —Es solo que verlo me ha hecho recordar el accidente y la muerte de Sarah y de Joseph como si acabara de suceder —dijo, forzando una sonrisa. Vera suspiró. —Es lógico, y te pasará a m
Fue como una explosión, un tsunami de deseo, tan intenso que le hacía suplicar, rogar. Pronto estaba gimiendo al sentir la invasión de su lengua en la boca, ocupándola, poseyéndola. Por un segundo, Vittorio rompió el beso, pero solo el tiempo necesario para empujarla contra la pared y recorrer su cuerpo ansiosamente, desnudándola en su recorrido. Sus ojos se oscurecieron cuando cubrió sus senos desnudos con las manos; tras dedicarles una breve atención, se arrodilló, le bajó las bragas y la tomó en su boca, ya húmeda y lista para él. Andrea supo que una caricia más de su lengua le provocaría el orgasmo. Pero no era eso lo que quería; lo quería a él. —Por favor... - como siempre, el Rossi supo lo que le pedía. Incorporándose, atrapó su súplica en un beso ardiente a la vez que la levantaba y sujetaba sus piernas alrededor de su cintura, antes de liberar su sexo en erección. Una nueva súplica escapó de los labios de ella cuando Vittorio le hizo sentir su miembro en su delicado núcleo y
Inquirió fríamente Vittorio y Andrea estaba a poco de desmayarse ¿Dónde demonios estaba su otro zapato? La chica cojeaba por la habitación buscándolo. Aunque lo tuviera delante, no lo vería, porque estaba ciega de furia. Lo necesitaba para huir de aquel monstruo. —Está debajo del sofá – informó él con fastidio ante su silencio. Ella se volvió y vio a Vittorio observándola con calma. Andrea se lanzó hacia donde le había indicado y encontró el zapato, que había buscado allí mismo infructuosamente unos segundos antes. En cuanto se lo puso, tomó el bolso y, maldiciendo entre dientes, fue hacia la puerta, pero no contó con que él le bloquearía la salida. —Por favor, déjame salir, no compliquemos más las cosas —dijo convencida del error que acababa de cometer. —Entiendo que con todos estos aspavientos tu respuesta es no – cerró los ojos evitando a toda costa lanzarse hacia la yugular del imbécil. —¡Aspavientos! —exclamó ella, pero se contuvo. Ese hombre era un provocador profesional. H
Andrea llegó al despacho al día siguiente sin haber pegado ojo y con las últimas palabras de Andreas todavía resonando en su cabeza: «Pienses lo que pienses de nuestro matrimonio, terminarás accediendo a mis términos. No pienso dejarte ir». , pensó indignada ante sus palabras. — ¿Qué se habrá creído? Pero lo intuye es que no me dejaré arrebatar a mi niña ¡Por qué es mía! – detuvo el sollozo que pugnaba por salir de su garganta amenazándola con destrozarla. Lo primero que hizo fue llamar a su abogado, que solo confirmó lo que ya le había dicho, que no tenía nada que hacer en su contra respecto a la custodia de Natalie. Después de una hora de angustia en la que barajó una y otra vez las posibilidades que tenía de evitar el chantaje de Vittorio, tuvo una idea. Cuanto más la consideró, más se convenció de que era su única esperanza. Tenía que conseguir un aliado tan poderoso como el propio Rossi, alguien que tuviera poder sobre él. Y solo un hombre cu
Cuando Alfonso Rossi la miró de nuevo, ella de inmediato supo cuál era la gran diferencia con Vittorio. Aunque bajo Alfonso se percibía la turbulencia de las aguas de Roma, las había conquistado. Aquel era un hombre que había escapado de la oscuridad, un hombre sereno y satisfecho: feliz. Y era evidente que eso no había sucedido solo por Lea, pero sí con su ayuda y apoyo. Un hombre como él no podía alcanzar aquel nivel de implicación y dependencia si no confiaba plenamente en un igual que le ofreciera el compromiso de la misma profundidad y solidez. Andrea tuvo la certeza de que aquel hombre fuerte de carácter, indómito a su parecer daría la vida por su mujer, y que su devoción era correspondida. Tal como había creído en el pasado que ella y Vittorio pudieron haber compartir ese tipo de alianza, pero él se había empeñado en demostrar lo que le había dicho que era: un hombre incapaz de implicarse emocionalmente. ¿Cómo podían dos hermanos ser tan distintos? ¿Cómo podía uno sentir tan in