— ¿Está netamente seguro, señor Forrest? – Andrea elabora la pregunta con la esperanza de que le ofrezca alguna oportunidad.
— ¡Completamente! – dijo sin titubeos — El señor Rossi es el elegido como padre de Natalia en el testamento y nada de lo que usted pudiera argumentar cambiaría las cosas – expuso con la mayor crueldad posible o al menos eso es lo que ella piensa — Lo más que podemos hacer es solicitar que usted tenga derecho a ver a la niña, y aun así, la decisión estará en manos del señor Vittorio Rossi y del juez - Andrea tuvo que contener un resoplido.
Forrest no tenía ni idea de lo que significaba pelear con Vittorio Rossi porque había sido su hija, Julianna, quien había llevado su divorcio. Ella había cumplido estrictamente con la discreción
—Cariño, cariño mío... – todo el amor que sentía por Natalie, el bebé que había llevado en sus entrañas nueve meses y que era lo único que le quedaba de Sarah, la asaltó. Corriendo hacia ella la tomó en brazos y la estrechó con fuerza. La bebita dio un gritito de alegría y se abrazó a su cuello, mientras Naomi aspiraba el aroma de su piel y de su cabello con el corazón palpitante. Vera se levantó lentamente con una amplia sonrisa, que se borró de su rostro en cuanto vio la expresión de Andrea. Manteniendo un tono animado para evitar alterar a Natalie, preguntó: — ¿Qué pasa, Cariño mío? – expresó utilizando la misma expresión de afecto — ¿Tiene que ver con la visita del señor Rossi? – Andrea se planteó decirle la verdad, pero no tenía sentido preocupar a Vera cuando no podía hacer nada por ayudarla. —Es solo que verlo me ha hecho recordar el accidente y la muerte de Sarah y de Joseph como si acabara de suceder —dijo, forzando una sonrisa. Vera suspiró. —Es lógico, y te pasará a m
Fue como una explosión, un tsunami de deseo, tan intenso que le hacía suplicar, rogar. Pronto estaba gimiendo al sentir la invasión de su lengua en la boca, ocupándola, poseyéndola. Por un segundo, Vittorio rompió el beso, pero solo el tiempo necesario para empujarla contra la pared y recorrer su cuerpo ansiosamente, desnudándola en su recorrido. Sus ojos se oscurecieron cuando cubrió sus senos desnudos con las manos; tras dedicarles una breve atención, se arrodilló, le bajó las bragas y la tomó en su boca, ya húmeda y lista para él. Andrea supo que una caricia más de su lengua le provocaría el orgasmo. Pero no era eso lo que quería; lo quería a él. —Por favor... - como siempre, el Rossi supo lo que le pedía. Incorporándose, atrapó su súplica en un beso ardiente a la vez que la levantaba y sujetaba sus piernas alrededor de su cintura, antes de liberar su sexo en erección. Una nueva súplica escapó de los labios de ella cuando Vittorio le hizo sentir su miembro en su delicado núcleo y
Inquirió fríamente Vittorio y Andrea estaba a poco de desmayarse ¿Dónde demonios estaba su otro zapato? La chica cojeaba por la habitación buscándolo. Aunque lo tuviera delante, no lo vería, porque estaba ciega de furia. Lo necesitaba para huir de aquel monstruo. —Está debajo del sofá – informó él con fastidio ante su silencio. Ella se volvió y vio a Vittorio observándola con calma. Andrea se lanzó hacia donde le había indicado y encontró el zapato, que había buscado allí mismo infructuosamente unos segundos antes. En cuanto se lo puso, tomó el bolso y, maldiciendo entre dientes, fue hacia la puerta, pero no contó con que él le bloquearía la salida. —Por favor, déjame salir, no compliquemos más las cosas —dijo convencida del error que acababa de cometer. —Entiendo que con todos estos aspavientos tu respuesta es no – cerró los ojos evitando a toda costa lanzarse hacia la yugular del imbécil. —¡Aspavientos! —exclamó ella, pero se contuvo. Ese hombre era un provocador profesional. H
Andrea llegó al despacho al día siguiente sin haber pegado ojo y con las últimas palabras de Andreas todavía resonando en su cabeza: «Pienses lo que pienses de nuestro matrimonio, terminarás accediendo a mis términos. No pienso dejarte ir». , pensó indignada ante sus palabras. — ¿Qué se habrá creído? Pero lo intuye es que no me dejaré arrebatar a mi niña ¡Por qué es mía! – detuvo el sollozo que pugnaba por salir de su garganta amenazándola con destrozarla. Lo primero que hizo fue llamar a su abogado, que solo confirmó lo que ya le había dicho, que no tenía nada que hacer en su contra respecto a la custodia de Natalie. Después de una hora de angustia en la que barajó una y otra vez las posibilidades que tenía de evitar el chantaje de Vittorio, tuvo una idea. Cuanto más la consideró, más se convenció de que era su única esperanza. Tenía que conseguir un aliado tan poderoso como el propio Rossi, alguien que tuviera poder sobre él. Y solo un hombre cu
Cuando Alfonso Rossi la miró de nuevo, ella de inmediato supo cuál era la gran diferencia con Vittorio. Aunque bajo Alfonso se percibía la turbulencia de las aguas de Roma, las había conquistado. Aquel era un hombre que había escapado de la oscuridad, un hombre sereno y satisfecho: feliz. Y era evidente que eso no había sucedido solo por Lea, pero sí con su ayuda y apoyo. Un hombre como él no podía alcanzar aquel nivel de implicación y dependencia si no confiaba plenamente en un igual que le ofreciera el compromiso de la misma profundidad y solidez. Andrea tuvo la certeza de que aquel hombre fuerte de carácter, indómito a su parecer daría la vida por su mujer, y que su devoción era correspondida. Tal como había creído en el pasado que ella y Vittorio pudieron haber compartir ese tipo de alianza, pero él se había empeñado en demostrar lo que le había dicho que era: un hombre incapaz de implicarse emocionalmente. ¿Cómo podían dos hermanos ser tan distintos? ¿Cómo podía uno sentir tan in
Vittorio Rossi se detuvo ante el edificio junto al que había pasado tantas veces en los últimos años, pero en el que no había entrado nunca: las oficinas centrales de su hermano mayor, el mismo que le había llamado hacía una hora exigiéndole que fuera a verlo al instante. Él había estado a punto decirle que no recibía órdenes, hasta que se había dado cuenta de que la convocatoria tenía que ver con Andrea. Era la única explicación. Alfonso Rossi solo le había llamado cuatro veces: para el funeral de Franco, para su boda y para el primer cumpleaños del hijo de su hermana pequeña, Delia, que había coincidido con su boda. Vittorio solo había acudido a la boda de Delia. Que se hubiera producido otro acontecimiento familiar un día después de que Andrea huyera de él diciendo que era un monstruo, habría sido demasiada coincidencia. No, la inesperada y agresiva llamada de Alfonso tenía que haber sido instigada por ella, que debía haber pensado en su hermano como su último recurso. No porque fu
La relación había comenzado de manera tormentosa y se habían separado. En ese tiempo, ella había tenido su hijo, pero ni siquiera se lo había dicho. Cuando él quiso volver a su lado, ella le había hecho pasar por todo tipo de pruebas, pero Alfonso, que era un perfeccionista, las había superado con creces. Y por lo visto, seguía superándose día a día. En el presente, tenían otra hija y su matrimonio parecía sacado de un cuento de hadas. Para Vittorio, todo ello resultaba un tanto dramático y preconcebido.—Que te burles no lo hace menos real —dijo Alfonso—. Es cierto que Lea me salvó, que sacó de mí lo mejor y me dio una segunda oportunidad en la vida – Vittorio suspiró casi imperceptiblemente ante las palabras de su hermano.—Entonces, yo no tengo remedio, porque según tú, - señala con certeza — no hay nada en mi interior que merezca ser rescatado – Alfonso negó sacudiendo la cabeza.—Yo pensaba lo mismo, pero por lo visto no importa tanto lo que uno piense como lo que otra perso
Mientras su hermano trabajaba veinticuatro horas al día para alimentar a la familia, Vittorio se había tenido que convertir en «el hombre de la casa». Y como tal había tenido que hacer cosas... detestables. — ¿Esto tiene que ver con Jussepe? — Vittorio hizo una mueca al oír la pregunta. La mención a Jussepe siempre le encogía el corazón. Alfonso continuó—: siempre pensé que era la única persona por la que sentías algo. Supongo que su muerte, de la que no te dignaste a avisarnos, fue un duro golpe para ti, aunque no quieras admitirlo – se removió incómodo. — ¿Por qué no iba a admitirlo si Jussepe estaba más cerca de mí que ninguno de vosotros? – se defendió.—Eso no significa nada, puesto que nunca has estado cerca de nadie. En cuanto cumpliste trece años... te encerraste en ti mismo – afirmó con la cabeza y una sonrisa más irónica que sincera.—Tiene gracia que lo diga el hombre que daba dinero a su familia en lugar de afecto – rebatió sus palabras — Mamá solía decir que habías