—Haré lo que sea necesario. ¿No lo harías tú para recuperar a Lea? —Nunca la chantajearía. —Yo no la estoy chantajeando, solo quiero que vea que me necesita. Solo así se dará cuenta de que quiere volver a mi lado – Alfonso lo miró, perplejo. —¿Crees que está jugando a hacerse la dura? —No es eso. Creo que se avergüenza de haberme seguido en el pasado, y parece que está especialmente ofendida porque mantuve nuestra relación en secreto. Sospecho que esa es una de las principales razones de que acudiera a ti – señaló — Esta vez pretendo que recupere su dignidad siendo yo quien la sigue. Y de no haberse adelantado, te habría hablado de ella en cuanto hubiera accedido. Así que no la estoy chantajeando, sino dándole margen para que se vengue de mí. Pero te aseguro que si se resiste no es porque no me desee. El deseo es mutuo, te lo aseguro – Alfonso intuyó que su hermano tenía una prueba reciente de esa atracción. Aun así, dijo: —Estás hablando de lujuria, y eso no basta para sobrepo
Andrea no conseguía concentrarse en los datos que tenía en la pantalla del ordenador. Desde que Alfonso le había dicho que había hablado con Vittorio y que la situación estaba controlada, no lograba calmarse. El mensaje había sido tan críptico que no sabía a qué atenerse. Lo único que podía sacarla de aquel estado era que Vittorio se comprometiera a olvidar el testamento de Jussepe o al menos a negociar un término medio, como convertirse en padrino de Natalie una vez ella la adoptara legalmente. Y que olvidara la idea de volver a casarse. Pero desde el encuentro entre Alfonso y él, tres días antes, no había sabido nada de él; y aquel silencio estaba volviéndola loca. Desafortunadamente, había otro problema, y era que su cuerpo, reavivado por Vittorio, la atormentaba día y noche. Apagó el ordenador, tomó el bolso y se fue del despacho. No tenía sentido intentar trabajar cuando apenas podía pensar. Un cuarto de hora más tarde llegaba a su apartamento y en cuanto oyó la voz de su pequeña
Vittorio se puso en pie y fue con Vera hacia la cocina. El resto de la familia de Andrea, incluidos los gatos, lo siguieron; y puesto que nadie le había consultado, fue tras ellos. Ya en la cocina, Natalie se agarró a la pierna de él y entre gorgoreos pidió que le pusiera en su silla de comedor. Él la miró como si fuera uno de los gatos, pero contra lo que Andrea esperaba, se inclinó, la tomó en brazos y la sentó en su silla. Entonces la niña señaló con el dedo sus juguetes, y en esa ocasión Vittorio, en lugar de atenderla, la miró fijamente. —Yo los busco – dijo Andrea que ya se movilizaba a ello, pero fue detenida por la mano de Vittorio levantada. Ante los asombrados ojos de ella, Natalie puso una de sus encantadoras caras, pidiendo sus juguetes con amabilidad. Solo entonces Vittorio se los dio. Luego se inclinó hacia ella y dijo: —Y ahora voy a cocinar con tu mamá y con Vera mientras tú juegas —y yendo al lado de la mujer que hace de niñera de Natalie, añadió—: Yo me ocuparé del
Cuando Vittorio se negó a ceder a sus exigencias, la pequeña protestó pero él no manifestó la menor impaciencia a pesar de que la niña estaba siendo particularmente irritante. Tanto, que Andrea pensó que lo hacía a propósito para que Vittorio se diera cuenta de lo que le esperaba si insistía en quedarse con ella. Por otro lado, la trataba con firmeza, y cuando Natalie decidió descubrir a qué estaba sujeto el vello que le brotaba en el pecho, la detuvo. Inmediatamente, Natalie hizo pucheros. —Eres una pequeña tirana, ¿verdad? - la barbilla de Natalie tembló y los ojos se le llenaron de lágrimas. —Y una manipuladora de primera, ¿eh? – la pequeña se lanzó a seguir con su inspección, pero cuando Andrea fue a quitársela de encima, Vittorio la detuvo con un gesto de la mano. Entonces Natalie estalló en llanto y al ver que el hombre le sujetaba las manitas con fuerza, Andrea por su parte decidió esperar a ver cómo manejaba la situación, aunque no confiaba en que él tuviera ningún éxito. Ign
—Empezaba a pensar que no vendrías —dijo Lea con una simpatía que turbó a Andrea. — ¡Uf, me disculpo! – sonrió casi con vergüenza —. Pero no es sencillo salir de casa con una pequeña niña – Lea sonrió aceptando la disculpa ya que ella también era madre y sabía perfectamente lo que implicaba. No podía decirle que se había planteado no acudir y que le había llevado toda la mañana decidirse a ir con Vera y Natalie a Manhattan Beach, a la fiesta de los Rossi. Si había dudado no era por temor a encontrarse con Vittorio, pues sabía que jamás iba a las reuniones familiares; y si había decidido atenderla era por Natalie, porque Alfonso había dicho que Joseph (o Jusseppe tal como lo llamaban ellos) era como un hermano y no quería privar a la niña de sus tíos y de los primos con los que crecería ya que eso la convertiría en la mala persona que no deseaba ser. Lea enlazó su brazo al de ella después de besar a Vera y a Natalie. —¡Entonces vamos mujer! no perdamos tiempo. Todos se mueren por c
—Frío no, mi más querido y adorado hermano, helador todo a tu alrededor se detiene y enfría para que tú ¡oh gran Señor! Lo transformes – expresó con una contundencia que no hizo temblar a su hermano, pero Andrea lo vio cambiar la expresión. Esta vez, Delia forzó tanto la sonrisa que Andrea abrió unos ojos como platos con vergüenza ajena. —Esa es otra mentira – señaló Vittorio con un atisbo de sonrisa rebatiendo el ataque de su hermana — Todos sabemos que soy el último en tu lista de afectos – Delia negó a las palabras de su hermano. —Eso no es verdad. Lo que pasa es que te veo poco. Si no, subirías a los primeros puestos – su voz aunque dulce y amable destiló reproche. —Si es así, puede que consiga solucionarlo hermanita – Delia abrió los ojos, ilusionada. —¿De verdad? —se lanzó hacia su hermano en un abrazo fuerte y necesitado—. Por favor, Vittorio, hazlo - Él reaccionó como si le hubiera alcanzado un rayo. Quizá era la primera vez que su hermana le abrazaba, Andrea no pudo desc
Andrea se despertó encima de la almohada empapada y le dio los puñetazos que habría querido descargar sobre Vittorio. Saltó de la cama y aprovechó que Natalie no se había despertado para ordenar y recoger la casa, y tratar de no pensar en el hombre que no solo le movió el suelo por donde caminaba sino al que debía – ahora más que nunca – olvidar. Acababa de terminar de hacer un café cuando llamaron a la puerta. Asumiendo que le llevaban la compra del supermercado, observó por la mirilla y dio un salto atrás. Vittorio. Y no solo eso sino que traía en sus manos un gigantesco ramo de flores, no pudo evitar el temblor que eso le produjo sin embargo se recompuso enseguida. Alzó la voz para que la oyera a través de la puerta. —Márchate, Vittorio Rossi, no eres bienvenido a esta casa – vio como negaba con la cabeza y quiso lanzarle la puerta encima. —No —respondió él al instante—. Si no me dejas pasar esperaré a que tengas que salir – dijo con voz tranquila y pausada lo que le produjo un
— ¡Vaya! y pensar que no quería aceptar que jugabas conmigo – expuso con desdén.—Yo nunca he jugado contigo – dijo en un gruñido.—Es el eufemismo con el que me refiero a la manipulación a la que me has sometido desde que has vuelto – esta vez reprochó directamente.—¿Qué manipulación, si te dije que iba a reclamar a Natalia, no a quitártela? – Andrea no supo qué decir. —En cuanto a lo que llamas mi segunda desaparición, fue el tiempo que necesité para organizar la reunión familiar – abrió la puerta totalmente pasmada por sus palabras.—¿Cómo? – dijo mientras Vittorio aparecía de cuerpo entero ante sus ojos. Verlo hizo que la cabeza le diera vueltas. Con las piernas separadas, estaba plantado como si se preparara para una pelea; sujetaba el ramo con una mano, a lo largo de la pierna. Estaba guapísimo, y sin embargo, cuando Andrea lo observó más detenidamente, vio que tenía expresión cansada sin embargo eso no le impidió a su cuerpo traicionero temblar casi sin control frente a aque