— Ex marido —precisó Andrea con ímpetu.
—Solo técnicamente — dijo él, encogiéndose de hombros.
—Técnicamente, se llama divorcio y tú y yo firmamos por si no lo recuerdas - para conseguirlo Vittorio le había hecho pasar un suplicio — ¡Bastante difícil por cierto! - este se encogió de hombros una vez más.
— ¿A qué se debe todo este drama? Cualquiera diría que te abandoné, cuando fuiste tú quien me dejó – Andrea se cruza de brazos con la decepción a flor de piel.
—Siempre tan egocéntrico. Eres incapaz de pensar en los demás. Siéntete libre de irte cuando quieras – espeta.
— ¿Quieres decirme algo o has tenido un mal día y necesitas desahogarte? – Andrea abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Para alguien tan emocional como ella, la frialdad de este hombre resultaba frustrante. — Si en el tiempo que llevamos separados has acumulado rencor y quieres expresarlo —continuó él—, no me importa servirte de paño de lágrimas – ella rodó los ojos ante su imprudencia.
—No hay palabras para expresar el horror – lo miró directo a los ojos recordando su pasado con él.
—Tengo entendido que gritar es muy consolador – Andrea gruñó ante la burla.
—Para mí lo más catártico es que te vayas. – espetó de nuevo — No soporto tu presencia. - Vittorio la miró fijamente, en silencio. Hasta que, inesperadamente, dio media vuelta y entró en la sala.
Andrea se quedó paralizada unos segundos. Luego fue hacia él y, tomándole del brazo con ambas manos, lo detuvo. Como si quisiera demostrarle la poca fuerza que tenía comparada con él, Vittorio dejó pasar unos segundos antes de volverse, y cuando lo hizo, fue con un ademán de total indiferencia. Entonces Andrea estalló y comenzó a golpearle el pecho con los puños, una y otra vez, mientras él aguantaba los golpes, impasible, dejándole dar rienda suelta a su rabia, como si se tratara de un científico observando el comportamiento de una extraña criatura. Hasta que de pronto, ella se encontró con las dos manos a la espalda, aprisionada entre la pared y el cuerpo de su ex. Antes de que pudiera protestar, él le metió la rodilla entre las piernas, abriéndoselas, y con su otra mano, la sujetó por la nuca.
Tras mirarla a los ojos, agachó la cabeza y la besó. Y al instante ella fue trasladada a un pasado que llevaba años queriendo olvidar. La primera vez había sido exactamente así, en la suite de del hotel donde se encontraba registrado el italiano. Con el primer beso, supo que la crueldad formaba parte de su naturaleza, pero había querido creer que era un arma con la que pretendía asustarla. Cuando eso no funcionó, intentó dominarla por medio del placer. Ella se había entregado ciegamente a la fuerza de la pasión y al placer físico que él le había proporcionado.
Ese hombre había arrancado de su cuerpo respuestas y sensaciones que ella desconocía. Con cada encuentro había elevado el placer que le proporcionaba, y sin embargo, al no acompañarlo con ningún tipo de respuesta emocional, la gratificación sexual había ido dejando a Andrea totalmente vacía y sin convicción alguna, como una adicta que alcanzara las cimas del gozo para luego caer en el abismo del vacío. Su parálisis, que Vittorio tomó como aceptación, permitió a este apoderarse de su boca y explorarla sensualmente, antes de hacerle sentir contra el vientre la presión de su sexo endurecido, pero cuando de su garganta escapó un murmullo de satisfacción, la chica consiguió reaccionar apartando la cara y evitando que continuara besándola.
—Sabes aún mejor de lo que recordaba —musitó él.
«Y tú exactamente igual: apabullante y caprichoso». Pensó casi con sufrimiento.
Andrea intentó liberarse, pero solo consiguió que él la aprisionara con más fuerza, que separara los labios para besarle la mejilla, la oreja, el cuello. Durante unos segundos, succionó el punto en el que tenía el pulso, como si quisiera absorber sus latidos. Finalmente, con un gemido, levantó la cabeza y le soltó las manos, pero no se separó de ella. Ella se quedó inmóvil, conteniendo el aliento para dominar el temblor que la recorría. Hasta que Vittorio se separó lentamente, con tanta delicadeza como si sus cuerpos hubieran quedado fundidos y temiera que se le desgarrara la piel. Solo entonces se atrevió a respirar profundamente.
—No voy a disculparme por haberte pegado —musitó—. Supongo que te ha servido de excusa para hacer lo que acabas de hacer. Como siempre, he dejado que me manipularas. Ahora, vete. – Vittorio la miró con ojos refulgentes.
—Me gusta tu cambio de temperamento. Solías ser muy... amable. – expresó como recordando algo agradable.
—Querrás decir dócil, pusilánime y totalmente dispuesta – expresó en un resoplido inconforme.
—Yo nunca lo vi así. Pero según tú, tiendo a inventar la realidad a mi conveniencia aun cuando no sea a mi favor —alzó la mano a la mejilla de Andrea y le deslizó el dedo por el mentón, el cuello y la clavícula, hasta detenerlo justo en el centro del escote—. Yo no te describiría como dócil o… ¿cómo has dicho? ¡pusilánime!. – niega con las cejas alzadas al cielo — Es cierto que accedías a mis deseos, pero también exigías y pedías lo que querías. - Andrea sintió un intenso calor en el vientre al recordar los momentos a los que el italiano hacía referencia.
Era el único hombre que había tenido ese poder sobre ella, y por eso mismo lo odiaba.
—No creo que hayas venido aquí para discutir nuestra extinta... alianza — susurró con aspereza. Y al ver que Vittorio enarcaba una ceja, añadió—: No encuentro una palabra menos impersonal para referirme a lo que hubo entre nosotros, y no tengo el menor deseo de rememorar el pasado. – explicó como si el hombre fuese un retrasado mental.
Dando media vuelta con gesto impasible, el no invitado dijo:
— ¿Nos sentamos? – y sin esperar respuesta, entró en la sala como si le perteneciera, como si la turbadora escena que acababa de tener lugar no hubiera sucedido.
Ella, consciente de que atacarlo no serviría de nada, lo siguió con piernas temblorosas. A pesar de que acababa de redecorar la habitación con colores animados, pensando en Natalie y para librarse de la melancolía que sentía desde la pérdida de Sarah y de Joseph, en cuanto Vittorio entró, pareció oscurecerse y empequeñecerse como el ogro soberbio y sin corazón que era.
El hombre fue directo a un sillón rojo. Tras sentarse, se echó el cabello hacia atrás y Andrea observó que lo llevaba más largo. También pensó que los años solo habían contribuido a que fuera aún más atractivo y viril. Y lo maldijo. Afortunadamente, sabía que todo lo que tenía de hermoso por fuera, lo tenía de monstruoso por dentro, tal como el fulano ogro. Reflexionó con tal amargura que le dejó un mal sabor de boca…
—Por cómo has reaccionado al verme, parece que has acumulado mucho resentimiento —dijo Vittorio y Andrea resopló con incredulidad ante su sarcasmo que solo le provocaba golpearlo con un candelabro en la cabeza.—Si no supiera que tienes una familia, pensaría que eres un humanoide carente de todo sentimiento o escrúpulo, fabricado en un laboratorio por unos científicos de la Nasa que ni siquiera creen en Dios – el Ogro – así llamado por Andrea – ni siquiera pestañeó.—Si me ves así es cosa tuya, pero si fuera tal y como me describes, ¿por qué habría intentado impedir que me dejaras? – la pregunta hizo que su tracto emocional tambaleara de nuevo.—¡Para demostrar tu poder por supuesto! – puso los ojos en blanco reponiéndose de las sensaciones — En realidad nunca te casaste conmigo, solo firmaste unos papeles para impedir que diera nuestra fatídica relación por terminada; y para continuarla bajo la falsa etiqueta de “matrimonio” - el hombre abrió la boca sin poder creer lo que esta muje
Vittorio la mantuvo asida con uno de sus brazos y con la otra mano sacó el teléfono. Al ver quién llamaba, resopló y dijo: —Tengo que contestar. Pero lo retomaremos donde lo hemos dejado - logró liberarse de su brazo y de su hipnótica mirada y se sentó en el sofá, a una distancia prudencial.—No – el hombre se limitó a observarla con mirada ardiente al escuchar su negativa.Luego contestó la llamada y Andrea oyó que se trataba de Coppola. ¿Sería...? Luego dijo “Pietro”, confirmando lo peor. Se trataba del hombre que la amenazó con partirle las piernas, y cosas aún peores.Así había empezado todo entre el Vittorio Rossi y ella hacía seis años. Ella estaba con Malcolm en Roma para abrir una filial de su empresa. Estaban a punto de cerrar un trato cuando un grupo de matones los amenazó de parte de Pietro Coppola, el magnate local de la construcción. El mensaje había sido escueto: o se llevaban su negocio a otro lugar o no saldrían enteros de Roma. Pero antes de que pudieran hacerles una
Andrea se puso en pie de un salto con los ojos muy abiertos ante las palabras de Vittorio. — ¿Qué tipo de broma macabra es esta? —preguntó, furiosa. Vittorio se levantó pausadamente y, mirándola fijamente, dijo: —No es ninguna broma. Cuando Jussepe me llamó... – comenzó a decir y ella lo interrumpió. —No acudiste – insistió. —No era eso lo que quería, sino... —Me da lo mismo para lo que te llamara. Natalie es mía y punto ¡ahora sal de mi casa por favor! – él la ignoró. —Natalia es de Jussepe – Andrea sintió el corazón latirle con tanta fuerza que temió que le fuera a estallar. — ¡Y de mi hermana! —gritó. Pero había trascurrido tan poco tiempo desde la muerte de Sarah y había estado tan abatida, que no había comenzado el proceso de adopción por falta de concentración en otra cosa que no fuera la niña y su trabajo para mantenerse a flote ante el dolor y el sufrimiento. Entre otras cosas, porque no había dudado ni por un segundo que fueran a concedérsela. —Joseph era hijo únic
Él la estaba observando fijamente, pendiente de cada gesto, registrando su reacción. Finalmente, dijo: — Si quieres, puedes verificar la autenticidad del testamento. — ¡Vaya lo dices como si fueras un falsificador profesional! – resopló enfadada y triste por la situación. — En este caso, se trata de un documento auténtico —concluyó— ¿Por qué habría de hacer todo esto si fuera mentira? —No lo sé. Serías capaz de hacerlo por vengarte de mí – le dijo ella con voz completamente plana. —En contra de lo que pareces creer, nunca te he guardado rencor ni he querido humillarte, aunque es evidente que no he sabido demostrártelo. — ¿Por qué será? – se burló evocando en su mente lo ocurrido hace cuatro años — ¡No consigo comprender que Joseph te confiara a Natalie en su testamento! —Así que ahora lo crees. — ¡Ojala fuera falso! — Andrea apoyó la cabeza en las manos—. Solo se me ocurre que fuera una situación que no pensó que llegara a hacerse realidad. Después de todo, era más joven
— ¿Está netamente seguro, señor Forrest? – Andrea elabora la pregunta con la esperanza de que le ofrezca alguna oportunidad.— ¡Completamente! – dijo sin titubeos — El señor Rossi es el elegido como padre de Natalia en el testamento y nada de lo que usted pudiera argumentar cambiaría las cosas – expuso con la mayor crueldad posible o al menos eso es lo que ella piensa — Lo más que podemos hacer es solicitar que usted tenga derecho a ver a la niña, y aun así, la decisión estará en manos del señor Vittorio Rossi y del juez - Andrea tuvo que contener un resoplido.Forrest no tenía ni idea de lo que significaba pelear con Vittorio Rossi porque había sido su hija, Julianna, quien había llevado su divorcio. Ella había cumplido estrictamente con la discreción
—Cariño, cariño mío... – todo el amor que sentía por Natalie, el bebé que había llevado en sus entrañas nueve meses y que era lo único que le quedaba de Sarah, la asaltó. Corriendo hacia ella la tomó en brazos y la estrechó con fuerza. La bebita dio un gritito de alegría y se abrazó a su cuello, mientras Naomi aspiraba el aroma de su piel y de su cabello con el corazón palpitante. Vera se levantó lentamente con una amplia sonrisa, que se borró de su rostro en cuanto vio la expresión de Andrea. Manteniendo un tono animado para evitar alterar a Natalie, preguntó: — ¿Qué pasa, Cariño mío? – expresó utilizando la misma expresión de afecto — ¿Tiene que ver con la visita del señor Rossi? – Andrea se planteó decirle la verdad, pero no tenía sentido preocupar a Vera cuando no podía hacer nada por ayudarla. —Es solo que verlo me ha hecho recordar el accidente y la muerte de Sarah y de Joseph como si acabara de suceder —dijo, forzando una sonrisa. Vera suspiró. —Es lógico, y te pasará a m
Fue como una explosión, un tsunami de deseo, tan intenso que le hacía suplicar, rogar. Pronto estaba gimiendo al sentir la invasión de su lengua en la boca, ocupándola, poseyéndola. Por un segundo, Vittorio rompió el beso, pero solo el tiempo necesario para empujarla contra la pared y recorrer su cuerpo ansiosamente, desnudándola en su recorrido. Sus ojos se oscurecieron cuando cubrió sus senos desnudos con las manos; tras dedicarles una breve atención, se arrodilló, le bajó las bragas y la tomó en su boca, ya húmeda y lista para él. Andrea supo que una caricia más de su lengua le provocaría el orgasmo. Pero no era eso lo que quería; lo quería a él. —Por favor... - como siempre, el Rossi supo lo que le pedía. Incorporándose, atrapó su súplica en un beso ardiente a la vez que la levantaba y sujetaba sus piernas alrededor de su cintura, antes de liberar su sexo en erección. Una nueva súplica escapó de los labios de ella cuando Vittorio le hizo sentir su miembro en su delicado núcleo y
Inquirió fríamente Vittorio y Andrea estaba a poco de desmayarse ¿Dónde demonios estaba su otro zapato? La chica cojeaba por la habitación buscándolo. Aunque lo tuviera delante, no lo vería, porque estaba ciega de furia. Lo necesitaba para huir de aquel monstruo. —Está debajo del sofá – informó él con fastidio ante su silencio. Ella se volvió y vio a Vittorio observándola con calma. Andrea se lanzó hacia donde le había indicado y encontró el zapato, que había buscado allí mismo infructuosamente unos segundos antes. En cuanto se lo puso, tomó el bolso y, maldiciendo entre dientes, fue hacia la puerta, pero no contó con que él le bloquearía la salida. —Por favor, déjame salir, no compliquemos más las cosas —dijo convencida del error que acababa de cometer. —Entiendo que con todos estos aspavientos tu respuesta es no – cerró los ojos evitando a toda costa lanzarse hacia la yugular del imbécil. —¡Aspavientos! —exclamó ella, pero se contuvo. Ese hombre era un provocador profesional. H