Por su parte, Teresa Vivaldi observaba con recelo al hombre que tenía delante de ella, aparentando ser un vagabundo a simple vista. Sin embargo, algo en su forma de moverse y mantener una postura erguida revelaba que no era cualquier vagabundo. Intrigada, Teresa le invitó con un gesto de la mano a sentarse.—Buenas noches—, comenzó a hablar el hombre con un acento extranjero que Teresa no pudo identificar. —Sé que mi presencia aquí en su casa le resulta extraña.Teresa Vivaldi lo observó en silencio mientras junto a dos hombres de seguridad se acercaban y se sentaban frente al extraño. Aún continuaba mirando al hombre, quien se dejaba observar con una tranquilidad aterradora. Tal como su sirviente le había descrito, llevaba un parche en el ojo derecho y sus ropas, aunque limpias, parecían muy desgastadas. Sin embargo, un bastón reluciente parecía mantener su esplendor. Una vez satisfecha con su observación, Teresa decidió responder.—Buenas noches. Por más que trato de imaginar por
En su habitación, Fenicio miraba a Mía con admiración, reconociendo su valentía y determinación. A pesar de su deseo, se mantuvo a cierta distancia, luchando contra sus propios miedos e inseguridades.—¡Estoy lista! Ven aquí, es una orden, cadete. Fenicio sonrió levemente, manteniendo su postura firme, pero con un destello de admiración en sus ojos. De a poco en lo que avanzaba hacía ella, se fue quitando la ropa, liberando a su animal que saltó chocando contra su bien formado abdomen.—Mía, eres valiente y hermosa —comenzó a hablar Fenicio como era su costumbre, directo al punto, aunque a Mía a pesar de estar un poco mareada, no se le escapó que parecía un poco nervioso. — Pero mírame bien, debes entender que mi condición ha causado dolor en el pasado. No quiero que te sientas incómoda o que te arrepientas. Mía se acercó a Fenicio, mirándolo directamente a los ojos y sin más lo besó con verdadera pasión, lo cual él respondió de igual manera, al tiempo que recorría el hermoso cuerp
Al otro día todos los rostros en la mesa del desayuno estaban sonrientes, a simple vista se podía apreciar que las parejas habían ganado mucho en intimidad. Se complacían y estaban todo el tiempo atentos uno del otro de una manera muy natural. La señora Azucena era la única que parecía darse cuenta de eso e intercambió una mirada cómplice con el mayordomo, que lo había apreciado también.—César —se escuchó la voz de Fenicio— debemos ir a ver a Bee, no sé cuantos mensajes me ha enviado.—A mí también, además quien tu sabe, se pasó la madrugada llamándome. No sé qué le pasa, la dejé dormida y se despertó. Todas las miradas se posaron en César al decir aquello. Sobre todo la de Sofía que frunció el ceño porque ella también la habían despertado esas llamadas.—¿Quién es, quién tú sabe, César? —preguntó en lo que le limpiaba la boca al pequeño Javier sentado a su lado. César la miró, percatándose de que había hablado de alguien que no debía. Fenicio lo miraba severamente. Y levantó los
Cuando la afamada hackers Bee, despertó aquella mañana porque todas sus pantallas abrieron de pronto con un gran letrero de —Hello Bee—, su corazón saltó pensando que había sido por primera vez en la vida hackeada y corrió a su centro de operaciones Bee, siempre vestida con su característica sudadera con capucha negra y sus lentes de montura gruesa, se precipitó hacia su centro de operaciones. Su rostro se iluminó con la luz azulada de las pantallas mientras sus dedos volaban sobre el teclado, intentando rastrear la fuente del mensaje. —Hello Bee— seguía parpadeando en todas las pantallas, sin importar cuántas veces intentara cerrarlo. No había señales de un ataque malicioso o un intento de robo de datos, lo que la dejaba confundida. ¿Quién se tomaría la molestia de hackearla solo para saludarla?De repente, una nueva ventana se abrió en una de las pantallas. Un mensaje parpadeaba en letras blancas sobre un fondo negro: —No tienes que temer, Bee. Solo quiero hablar y conocernos.
Fenicio se encogió de hombros y guardó silencio en lo que pensaba si lo había visto anteriormente, mientras se conectaba con Airis que le envió todas las fotos y videos que le pidió de ese sitio. Ya desde el día anterior César lo había conectado permanentemente con ella.—No lo sé, Mía. Pero he visto cosas extrañas en mi tiempo. Y este hombre... algo no me cuadra. Voy a mantener un ojo en él. Mientras tanto, Bee en combinación con Airis, estaba trabajando a toda velocidad para recopilar información sobre el misterioso vendedor de flores. Con cada pieza nueva de información que descubrían, la imagen se volvía más clara. Cuando César estaba listo junto a Sofía, para salir hacía la empresa, recibió un mensaje de Airis.“Tengo la información que necesitas, César. El hombre es un ex empleado de la empresa rival como sospechabas. Pero hay más…, parece que ha estado trabajando en secreto no para ellos durante todo este tiempo, sino para él, y posiblemente intentando robar nuestra tecnología
Sofía, desde el auto, observó la intensa conversación entre su esposo y su suegro. Aunque no podía escuchar las palabras, las expresiones en sus rostros decían suficiente. Algo serio estaba ocurriendo, algo que estaba relacionado con el vendedor de flores y ella misma. ¿Qué nueva amenaza se cernía sobre ellos? ¿Acaso no iba a poder encontrar la felicidad con el hombre que amaba? Decidida, sacó su teléfono y le mandó un mensaje a Airis.—Cuñada, ¿puedes decirme qué problema tenemos? —Escribió, su pulso acelerándose mientras esperaba la respuesta. Después de unos instantes, la respuesta de Airis llegó.—Tu familia. Eso fue todo. No hubo más explicaciones. Sofía frunció el ceño, desconcertada. ¿Qué familia? Ella no tenía familia, al menos no una biológica. La única familia que tenía era la que había formado con César. ¿A qué se refería Airis? Con un creciente sentido de inquietud, Sofía decidió que necesitaba respuestas. Y las necesitaba ahora.Sofía sintió un gran alivio al ver a César
El hombre parecía haber esperado esta reacción de parte de Sofía. Con una expresión tranquila, estaba a punto de explicar, esperando aclarar la confusión de ella, que lo miraba con recelo. Pero antes de que pudiera decir algo más, Fenicio y Mía aparecieron por la puerta, apuntándole con sus armas.—¿Cómo lograste colarte hasta aquí? —preguntó Fenicio, su voz firme y decidida—. La empresa está cerrada.—No lo está —respondió el hombre con calma—. Yo venía a pedir una entrevista con su jefe y la puerta estaba abierta. Al ver que no había nadie en la recepción pensé en llegar a la cafetería, que siempre hay personas, y me encontré con la señorita Sofía.—Señora Sofía Cavendish —dijo Fenicio en tono serio, bajando el arma, notando cómo al hombre se le iluminaban los ojos—. ¿Quieres una entrevista con César? El hombre asintió, mirando a Fenicio con una expresión de alivio. Parecía que finalmente estaba llegando a donde quería llegar. Sin embargo, aún quedaba por ver qué tenía que decir
Las pruebas eran irrefutables. César miró los documentos detenidamente, una y otra vez, como si esperara que cambiaran de alguna manera. Pero siempre decían lo mismo: Javier López, hijo de los López, era el legítimo heredero de la fortuna que ahora estaba en sus manos. El registro de nacimiento, las pruebas de ADN, todo apuntaba a la misma conclusión. Y lo que era aún más sorprendente, las pruebas de consanguinidad demostraban que Javier y Sofía eran padre e hija. ¿Serían reales? César se volvió hacia Fenicio, buscando algún tipo de guía o consejo. Pero Fenicio parecía tan desconcertado como él. —No sé qué decir, César —dijo Fenicio—. Esto…, tenemos que investigarlo. Hacer nuestras propias pruebas. César asintió, volviendo a mirar los documentos. Sin embargo, su instinto le advertía que tenía que proteger a Sofía. Y eso significaba averiguar qué quería exactamente Javier López. —Necesito tiempo para procesar esto —dijo finalmente César—. Hablar con mis abogados. Javier asintió