La vida tiene una manera peculiar de voltear las expectativas, especialmente en los momentos más inesperados. Fenicio, el capitán retirado conocido por su imperturbable calma y control, estaba a punto de enfrentar la misión más desafiante de su vida: el nacimiento de su primer hijo. Mía emergió del baño con los ojos como platos y una palidez que contrastaba vivamente con su usual semblante radiante. Fenicio, al verla, se puso de pie tan rápido que parecía haber olvidado que ya no estaba en el cuartel, sino en la sala de estar de su hogar.—¿Qué sucede Mía? —preguntó con un hilo de voz que apenas se reconocía como el suyo.—Amor, yo…, yo... yo creo que viene el bebé, llama a mamá —balbuceó Mía, aferrándose al marco de la puerta. Pero Fenicio tenía la mirada clavada en el charco que se expandía a los pies de Mía. Su cerebro, normalmente tan eficiente y rápido en situaciones de crisis, parecía haberse tomado un descanso sin previo aviso. Estaba petrificado.—¡Agua! —exclamó finalmente
Los días transcurrían para todos en paz, Fenicio leía un informe, cuando vio a su esposa con los ojos fijos en él. Mía se había quedado con el teléfono pegado al oído, incrédula ante lo que acababa de escuchar. Fenicio, al observar cómo dos lágrimas se deslizaban por sus mejillas, acudió en su auxilio.—¿Qué pasa, Mía? Dame el teléfono —dijo, y lo tomó—. Hola, soy Fenicio, el esposo de Mía. ¿Quién habla?—Señor Fenicio, le llamamos de la cárcel para preguntar si van a hacerse cargo del cuerpo de Delia y de su hija.—¿Cuerpo? ¿Hija? Por favor, explíquese.—Lamentablemente, la señora Delia falleció durante el parto. Nadie sabía que estaba embarazada y, por lo tanto, no recibió la atención adecuada. La pequeña ha sobrevivido. Ella tenía a la señora Mía como contacto de emergencia. Si ustedes no se van a hacer cargo, tendremos que entregar al bebé a las autoridades correspondientes, al igual que ocuparnos del cuerpo de Delia.—Estamos en camino —respondió Fenicio. Acto seguido, abrazó a
EPÍLOGO En el dorado crepúsculo de una era, la familia Cavendish y sus seres queridos se encontraban en un remanso de paz que, tras años de turbulencias, parecía un sueño cristalizado en la realidad. La mansión, se mantenía como el corazón palpitante de la familia, un lugar donde el pasado y el futuro se entrelazaban en perfecta armonía. Elvira y Sir Alexander, eran el núcleo de un amor que se extendía a través de su hijo hacía sus nietos, pequeñas chispas de su legado que llenaban cada rincón con risas y carreras. Su vejez era un lienzo pintado con los colores del atardecer, cálidos y acogedores. —Padres —los llamó César al entrar junto a la feliz Sofía y sus hijos— tenemos una noticia que anunciar. —¿Y cuál es si se puede saber? —preguntó Sir Alexander. —Pues no sé si alguno de ustedes se acuerda de que Sofí y yo estamos casados, pero nunca celebramos una boda, y quiero que lo hagamos ahora, que todo parece que está en su lugar. Mamá, ¿nos ayudas? La petición de César resonó
Cuando Sofía entró nerviosa en la oficina del director ejecutivo, pudo sentir su mirada penetrante agobiándola como si estuviera juzgando su valía. A pesar de su inquietud, ella se mantuvo firme con una feroz determinación de obtener el trabajo. El CEO, se quedó observándola en lo que leía su expediente, aunque tenía excelentes calificaciones, no tenía experiencia laboral. ¿Por qué su antigua asistente se la propondría? Es verdad que reunía las características que le exigió en su físico, es una mujer sin gracia femenina oculta detrás de sus enormes espejuelos. Por la manera tan correcta y sencilla que viste, se percata que es una buena e inocente chica, muy lejos de lo que necesita, piensa. Pero al notar su confianza, y porque su antigua asistente se la recomendó, decide entrevistarla.—Sofía, ¿estás casada?—No, señor.—¿Tienes novio?—Tampoco, señor. —¿Familiares, amistades, conocidos que impidan que realices tu trabajo?—No, señor. Si leyó mi expediente, soy huérfana, vivo y tra
Sofía se encontraba en su oficina, nerviosamente mirando el reloj. Había intentado llamar a la señora Imelda, la mujer que solía conseguirle mujeres para su jefe, pero no había podido localizarla. Ya era casi la hora de la cita y no tenía a nadie que pudiera sustituir a la chica que había cancelado.El miedo de que la fueran a despedir la invadió y comenzó a sudar frío. Sabía que su jefe era muy exigente y que no toleraba errores. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo iba a explicarle que no había conseguido una sustituta? Se sentía atrapada y sin salida. Fue entonces cuando tomó la absurda decisión de ir personalmente a explicarle a su jefe lo que había sucedido en vez de llamarlo.Tomó su bolso y salió corriendo, sin pensar en las consecuencias de su decisión. Un taxi parecía que esperaba por ella justo en la entrada. Cuando llegó al sitio, no se esperaba que fuera como aquel. El lugar era extraño, con luces rojas que apenas le permitían distinguir los rostros de las personas. Sofía se detu
Sofía nunca en su vida se había sentido tan desorientada y confundida como ahora, mientras caminaba tambaleante por el angosto y oscuro pasillo de aquel tétrico lugar. Se sentía completamente perdida después de la terrible experiencia que acababa de vivir. Había crecido en un orfanato después de que sus padres murieran cuando ella era pequeña. Nunca fue adoptada y tuvo que soportar el desprecio y la lástima de todos por su apariencia poco agraciada. Usaba unos enormes anteojos que resaltaban su fealdad. Desde muy joven, Sofía decidió volverse útil y valiosa a través de su honradez, integridad y bondad. Con el escaso dinero que ganaba trabajando en el orfanato logró comprarse esos anteojos. Aunque había intentado conseguir otro trabajo, siempre la rechazaban sin considerar nada más que su apariencia. Finalmente, había logrado un excelente trabajo con un gran salario y vivía en un hermoso apartamento. Por eso no podía entender por qué le había ocurrido esta terrible desgracia Y lo pe
El lunes llegó y con él la obligación para Sofía de salir de su casa. Desde que regresara en la madrugada del sábado, se había dedicado a dormir, bañarse y llorar. El señor López sólo le había enviado un mensaje diciendo que hablarían por video desde la empresa.Cuando sonó la alarma, Sofía se despertó casi congelada. Se había quedado dormida llorando dentro de la bañera. Temblando, se levantó y se preparó un café bien cargado. Necesitaba espabilarse y enfrentar este día con la mayor normalidad posible.Se vistió con su usual traje sastre gris y se miró al espejo. Sus ojos aún estaban hinchados, pero había logrado cubrir las ojeras con maquillaje. Peinó su cabello en un moño apretado y se colocó los lentes. Lucía como la eficiente y competente Sofía de siempre.Salió rumbo a la oficina, caminando rápidamente con la mirada al frente, evitando cruzarse con cualquier persona. Al llegar, se encerró en su despacho y se concentró en su trabajo. Respondió diligentemente los emails y las lla
Ese día el señor López no había querido reunirse con nadie. Suspendió todas las reuniones y citas que tenía, luego de una acalorada discusión que había sostenido por teléfono con su madre y que Sofía había podido escuchar con claridad, pues la puerta de comunicación de los despachos estaba abierta y su jefe tenía el audio puesto.—No puedes hacer eso mamá, por favor. Estás enferma del corazón. El doctor dijo que debías mantenerte tranquila, en un lugar relajado. ¿Cómo te vas a ir a viajar por el mundo en un crucero?—Ese doctor no sabe lo que dice —le respondió la señor Elvira— quiere que me muera en esa casa solitaria donde todo me recuerda a tu padre. No, me iré y no me lo vas a impedir. Ya sabes la única manera en que me quedaré a tu lado.—No me volveré a casar jamás, te lo dije. Olvídate de eso.—Hijo, ya pasó tiempo de ese hecho, tienes que avanzar, quiero tener nietos antes de morirme. ¡Eres mi único hijo!—¡Que no mamá! ¡Olvídalo!—Pues no esperes encontrarme cuando llegues h