El lunes llegó y con él la obligación para Sofía de salir de su casa. Desde que regresara en la madrugada del sábado, se había dedicado a dormir, bañarse y llorar. El señor López sólo le había enviado un mensaje diciendo que hablarían por video desde la empresa.
Cuando sonó la alarma, Sofía se despertó casi congelada. Se había quedado dormida llorando dentro de la bañera. Temblando, se levantó y se preparó un café bien cargado. Necesitaba espabilarse y enfrentar este día con la mayor normalidad posible.Se vistió con su usual traje sastre gris y se miró al espejo. Sus ojos aún estaban hinchados, pero había logrado cubrir las ojeras con maquillaje. Peinó su cabello en un moño apretado y se colocó los lentes. Lucía como la eficiente y competente Sofía de siempre.Salió rumbo a la oficina, caminando rápidamente con la mirada al frente, evitando cruzarse con cualquier persona. Al llegar, se encerró en su despacho y se concentró en su trabajo. Respondió diligentemente los emails y las llamadas, coordinó las reuniones y citas de su jefe a realizarse ahora por video. Era lo mejor, mantener la mente ocupada.A la hora del almuerzo, Sofía fue a la cafetería de siempre y pidió su sándwich vegetariano. Se sentó en una mesa apartada, comiendo en silencio, atenta a que nadie se le acercara. De regreso en su escritorio, continuó trabajando sin levantar la mirada. Así transcurrió toda la jornada, sumida en la más estricta rutina, su escudo protector.Al salir de la oficina, Sofía se dirigió directo a su casa. Una vez allí, se preparó una cena ligera y después de comer se metió en la cama. Mañana sería otro día igual, y el siguiente también. La rutina se había convertido en su única salvación.Y así transcurrieron los días para ella, más de un mes había pasado desde que sucediera el hecho y de que se marchara el señor López, con el que hablaba cada día varias veces, por video. Él se encargaba de dirigir todo el trabajo, y estaba más que satisfecho con el trabajo eficiente de su asistente ejecutiva. Era mejor de lo que jamás había imaginado, sólo le preocupaban las grandes ojeras que le veía.—Sofía, debes de descansar —le decía en la última videollamada que le realizaba—, tienes grandes ojeras. ¿No te estás alimentando bien? No puedes enfermarte ahora, eres la única en quien confío.—Estoy bien señor, solo que no se me queda nada en el estómago, debe ser el nerviosismo de hacer todo esto a lo que no estoy acostumbrada.—Vamos a hacer una cosa Sofía, ve a la empresa en las mañanas, y vete a trabajar desde tu casa en las tardes. ¿De acuerdo? Al final podemos hacerlo, descansa y mantente saludable. Esto todavía puede ser para largo, mi padre sigue muy mal y mi madre no se queda atrás, soy su único hijo, si pudieran viajar me los llevaría, pero no pueden. Por favor, cuídate.—No se preocupe señor, es solo una mala digestión, se me va a pasar. Sofía colgó la videollamada y suspiró profundamente. Se sentía agotada pero no podía decírselo a su jefe. Tenía que ser fuerte y seguir adelante. Aunque por dentro se estaba desmoronando, luchando contra los recuerdos de aquella noche infernal que no la dejaban dormir. Sabía que debía comer más y reponer fuerzas, pero la angustia le cerraba el estómago. Las ojeras eran cada día más notorias, el insomnio y las pesadillas estaban pasándole factura. Pero no podía flaquear, el señor López confiaba en ella y no iba a defraudarlo. Sofía se prometió cuidarse más, alimentarse mejor e intentar dormir lo necesario. No podía permitir que aquel horrible suceso arruinará también su trabajo, lo único seguro que le quedaba. Tenía que ser fuerte y salir adelante, mantener la rutina a toda costa. Era su tabla de salvación en medio de aquella tormenta. Ese día Sofía se llevó a su casa todo lo que iba a necesitar, tenía razón el señor López, lo que hacía en la oficina, lo podía hacer desde su casa. Al llegar a la entrada del edificio saludó a su vecina la señora Lucrecia, que la observó con el ceño fruncido. —Sofía hija, ¿estás enferma?—No es nada serio señora, solo malestar de estómago.—¿Malestar de estómago? —preguntó y se le acercó sin dejar de observarla detenidamente y casi le susurró para que nadie más escuchara. — ¿Tienes novio, hija? ¿No estarás embarazada? Tienes todos los síntomas. ¡Embarazada! Se quedó paralizada, con la boca abierta y los ojos desorbitados. Balbuceó unas palabras de despedida a la señora y subió corriendo las escaleras hacia su apartamento. Una vez dentro, se apoyó contra la puerta, respirando agitadamente. ¡No! ¡No podía ser cierto! Debía ser una pesadilla. Pero luego recordó aquella horrible noche, el hombre sobre ella... Las náuseas, el cansancio, los mareos que había estado sintiendo últimamente. Sofía se dejó caer al suelo y rompió en llanto. Esto no podía estar pasándole a ella. ¡Embarazada de un violador desconocido! Su vida estaba arruinada. ¿Cómo iba a salir adelante ahora? El pánico se apoderó de ella. Tenía que hacerse una prueba urgente y confirmarlo. Rogaba con todas sus fuerzas que no fuera cierto, que solo fuera una confusión. Pero en el fondo sabía que su vecina probablemente tuviera razón. Sofía tiró todo sobre la mesa y salió corriendo a la farmacia para comprar varias pruebas de embarazo. Regresó rápidamente a su casa y se encerró en el baño haciéndose todas las pruebas. Una tras otra, las pruebas fueron marcando dos rayas inequívocas. Sofía se dejó caer de rodillas, negando con la cabeza, esta pesadilla no podía estar sucediéndole a ella. Estaba embarazada producto de una violación por parte de un desconocido. Golpeó el suelo con los puños, llorando desconsoladamente. ¿Cómo iba a salir adelante ahora? ¿Cómo iba a cuidar a un bebé ella sola? Apenas podía cuidar de sí misma después de lo ocurrido. ¿Y su trabajo?, el señor López confiaba en ella, esto iba a arruinarlo todo. Desesperada, Sofía evaluó sus opciones. Podría abortar, pero no tenía el dinero y hacerlo de forma clandestina era muy peligroso. Darlo en adopción era otra posibilidad, pero no sabía si tendría fuerzas para gestarlo y luego entregarlo. Quizás su única salida era huir, irse lejos y empezar de cero criando a ese bebé no deseado. Pero eso significaba abandonar su vida entera, su empleo, su apartamento. Nada volvería a ser igual. Sofía se sentía acorralada, atrapada en un callejón sin salida. Ese embarazo producto de la violación que sufrió era como la condena final a su desdicha. No veía ninguna luz al final del túnel, solo una infinita oscuridad. De pronto, se miró al espejo en medio de todos esos pensamientos atormentadores. Una chispa se encendió en sus ojos. ¡No! No importaba cómo fue gestado este bebé, ¡era su hijo! Y no dejaría que sufriera como ella lo había hecho por ser huérfana y no deseada. Se las arreglaría sola para sacar esto adelante. Escondería el embarazo de todos, especialmente de su jefe, que tenía esa estúpida ley de no permitir madres trabajadoras en su empresa. Pero ella era inteligente y fuerte, podría hacerlo. Sofía respiró profundo y se secó las lágrimas. De ahora en adelante su pequeño sería su motor y motivación para seguir luchando. Trabajaría el doble para ganar lo suficiente y darle una vida digna. Buscaría un médico discreto y se haría chequeos a escondidas. Reduciría gastos al máximo para ahorrar para después del parto. Y cuando naciera su bebé, fingiría que era un sobrino huérfano que había adoptado. Nadie sospecharía nada viendo su dedicación y amor de madre. Eres mi pequeño gran secreto, dijo y acarició su aún plano vientre. Sí, este sería su más preciado secreto y tesoro. La luz al final del túnel de horror que había vivido. Su pequeño rayo de esperanza nacido de la adversidad. Y haría lo imposible por ser la mejor madre y verlo crecer sano y feliz. Sofía se sentía renacer después de tomar la decisión de tener a su bebé. Por primera vez desde esa noche fatídica, vislumbraba un futuro esperanzador. Empezó a informarse todo lo que pudo sobre embarazos, partos, cuidados del recién nacido. Leyó vorazmente libros y artículos en internet, aprendiendo todo lo necesario para estar lista cuando llegara el momento. También buscó un ginecólogo discreto al que acudiría con otra identidad para sus controles prenatales. Necesitaba asegurarse de que su bebé se desarrollara sano después de la terrible concepción. Para esconder su embarazo en el trabajo, Sofía recurrió a ropa holgada y a insertar almohadillas en su sostén que simularan su vientre creciente. Se maquillaba para ocultar el brillo del embarazo y evitaba comer frente a sus compañeros. En su casa, acariciaba y le hablaba cada noche a su pancita, soñando con cómo sería sostener a su bebé en brazos. Fantaseaba con diferentes nombres, decorando un rincón como cuarto infantil. Estaba decidida a darle todo el amor del mundo. ¡Nunca más estaría sola y sin familia! Sofía abrió una cuenta de ahorros secreta y depositaba allí cada centavo que podía. También buscó información sobre guarderías económicas, planeando regresar al trabajo lo antes posible.Los meses pasaron rápidamente entre controles médicos clandestinos, trabajo extenuante y preparativos en secreto. Sofía sobrellevó las molestias del embarazo con entereza, enfocada en su pequeño milagro. Nada la hacía más feliz que sentir esas pataditas en su vientre. Sofía siguió trabajando para el señor López, quien aceptó que ella laborara completamente desde casa sin saber el motivo por el que se lo pedía, su enorme barriga. Incluso hizo que le redirigieran el correo del trabajo a su apartamento. También, le ofreció un enorme aumento de sueldo por todo el esfuerzo extra que realizaba. Su jefe en verdad se sentía realmente agradecido con el eficiente trabajo que hacía su asistente ejecutiva. La vecina Lucrecia resultó ser un gran apoyo, aunque nunca le preguntó directamente sobre el padre del bebé. Cuando llegó el momento, Sofía tuvo la suerte de tener un parto natural sin complicaciones, dando a luz a un hermoso y saludable niño que nombró Javier. Lucrecia se ofreció gustosa a cuidar al pequeño cuando el señor López finalmente regresó, luego de dar sepultura a su padre. Todo volvió a la normalidad en la empresa. Sofía retomó sus labores con la misma dedicación de siempre, solo que ahora tenía a su pequeño gran secreto y tesoro, aguardándola en casa. Lo que su jefe, se había vuelto más huraño que nunca sin saber por qué, y por rato se le quedaba mirando fijo con los ojos entrecerrados.Ese día el señor López no había querido reunirse con nadie. Suspendió todas las reuniones y citas que tenía, luego de una acalorada discusión que había sostenido por teléfono con su madre y que Sofía había podido escuchar con claridad, pues la puerta de comunicación de los despachos estaba abierta y su jefe tenía el audio puesto.—No puedes hacer eso mamá, por favor. Estás enferma del corazón. El doctor dijo que debías mantenerte tranquila, en un lugar relajado. ¿Cómo te vas a ir a viajar por el mundo en un crucero?—Ese doctor no sabe lo que dice —le respondió la señor Elvira— quiere que me muera en esa casa solitaria donde todo me recuerda a tu padre. No, me iré y no me lo vas a impedir. Ya sabes la única manera en que me quedaré a tu lado.—No me volveré a casar jamás, te lo dije. Olvídate de eso.—Hijo, ya pasó tiempo de ese hecho, tienes que avanzar, quiero tener nietos antes de morirme. ¡Eres mi único hijo!—¡Que no mamá! ¡Olvídalo!—Pues no esperes encontrarme cuando llegues h
Fenicio era el jefe de seguridad del señor López, tanto en la empresa como en su vida personal. Era un hombre de mediana edad, con una apariencia seria y decidida. Con una complexión fuerte y atlética, lo que indicaba que se cuidaba físicamente y se mantenía en forma. Su cabello lo llevaba corto y era oscuro, como su barba bien recortada. Sus ojos eran de un color marrón, lo que le daba una mirada penetrante y decidida. Entró decidido en el despacho del señor López, con una expresión preocupada en su rostro. Se sentó frente a él y suspiró antes de hablar.—Lo siento, López. No he encontrado ninguna pista sólida todavía. Pero sigo trabajando en ello y espero tener noticias pronto —dijo, con un tono de frustración. Fenicio y el señor López se habían conocido en una reunión de negocios en la que estaba trabajando como agente de seguridad. Durante la reunión, Fenicio pudo demostrar su habilidad para anticiparse a los peligros y tomar medidas preventivas, lo que impresionó al señor L
Sofía lo miró con agonía, no quería hablar de su vida privada con su jefe. Pero tampoco quería que él se pusiera a investigar por su cuenta y descubriera su pequeño y gran secreto, por lo que caminó hasta detenerse frente a su buró. Tomó aire y dijo:—Sí, señor. Hay algo más como veo que sospecha. Si ellos se enteran de que trabajo aquí y gano tanto dinero, me harán darles todo mi salario como pago por mi estancia en el orfanato como antes.—¿Antes?—Sí, ellos me ubicaban en los lugares a trabajar y cobraban mi salario, solo me daban una mesada. Además, me harán pedirle dinero a usted y hacerles favores constantemente. No descansarán hasta que me despida y me vea obligada a volver allí —explicó, con un tono triste. El señor López la miró desconfiado, sin saber si creerle o no. Esa no era la imagen que tenía de esos centros que se llamaban orfanatos. Para él recogían y cuidaban a los bebés abandonados y hacían todo lo posible por darles una vida decente. Ignorando que a veces en ello
El señor López decidió viajar a una conferencia en una ciudad distante, con el objetivo de expandir su red de contactos y explorar nuevas oportunidades de negocios. Sofía lo acompañó como su asistente ejecutiva, encargada de organizar todos los detalles del viaje. La señora Lucrecia se había quedado con su bebé, y aseguró que no debía preocuparse. Sin embargo, ella contrató a una niñera para que la ayudara todo el fin de semana que faltaría. Se encontraban en la mañana en una lujosa sala de conferencias del hotel en que se habían hospedado la noche anterior a su llegada. Habían viajado para reunirse con posibles inversores interesados en que invirtieran en sus empresas. —Señor, nunca lo había visto tan nervioso —dijo Sofía alcanzándole un vaso de agua— tome un poco. Además, si no quiere hacerlo, ¿para qué vinimos?—Solo exploramos las opciones —contestó Lopez bebiendo el agua y se quedó con el vaso suspendido mirando fijo. Sofía giró su cabeza y vio entrar a una elegante pareja.
El señor López no podía controlar sus emociones. Jamás pensó que volver a encontrarse con Delia y Carlos causaría tantos estragos en él. A medida que avanzaban las conferencias que les interesaban, López se sentía cada vez más agobiado al terminar. Por lo que se despidieron y cada cual se fue para su habitación en la noche. Pues su avión salía al otro día bien temprano. Sofía estaba hablando con la señora Lucrecia, por video y vio que su niño estaba feliz dormido en su cuna.—Ya terminamos, mañana regresamos —le decía a la señora Lucrecia.—Está bien, no te preocupes, ya viste que el niño está bien, sal a divertirte un poco.—No lo creo, fue extenuante. El vuelo es a primera hora, de seguro después del medio día estaremos allá.—Aquí estaremos. Sal un poco, aprovecha que eres joven.—No insista, hoy el día fue muy largo. Buenas noches Lucrecia y gracias —colgó y salió del baño lista a acostarse cuando la puerta sonó. Al abrir, en ella se encontraban el señor López con Fenicio.—Sofí
Sofía se había quedado sin saber que hacer, por inercia y porque todavía su cabeza estaba nublada por el alcohol y el dolor, sin percatarse de lo que hacía, ante los ojos desorbitados del señor López, levantó su vestido para mirar si eran suyas.—¡Cielos! —gritó al darse cuenta de lo que había hecho, no solo el señor López tenía su braga en la mano, ¡ella había acabado de levantar su vestido delante de él enseñándole todo! El señor López en la misma situación o peor que ella, la miraba estupefacto por medio de su resaca. Sin poder creer que ella hubiese levantado su vestido, y mucho menos que él tuviera sus bragas en la mano. Sin pensarlo dos veces, Sofía se las arrebató apenada y corrió hacia el baño, sintiéndose completamente desconcertada. ¿Que rayos sucedió en esa cama? Se preguntaba sin poder recordar nada.― ¡Fenicio! —Vociferó el señor López sin comprender en su mente entumecida por el alcohol lo que sucedía. Pues tampoco recordaba nada. —¿Qué demonios está pasando aquí? ¿
Sofía, con su rostro serio y ojos fijos en la salida, apenas prestaba atención a las palabras del señor López. Su mente estaba en otro lugar, un lugar lleno de pensamientos y preocupaciones que parecían nublar su percepción del presente. Se movía con una velocidad y determinación que evidenciaban su urgencia. El señor López, pacientemente seguía a Sofía con la maleta de ella en sus manos. A pesar de la indiferencia de la joven, él intentaba hacer conversación, preguntándole cómo se sentía, si se acordaba de algo, cualquier cosa que pudiera romper el muro de silencio que ella había erigido. Pero Sofía respondía con monosílabos, su tono era cortante, casi rudo. No porque no le quisiera contestar al señor López, sino porque su mente estaba en otro lugar, consumida por una urgencia que la desesperaba. Debía encontrar rápido una farmacia y comprar la pastilla salvadora. Finalmente, alcanzaron la salida del aeropuerto. Sofía se detuvo brevemente, inspirando profundamente como si intenta
El señor López se quedó en silencio, mirando por la ventana. Su mente estaba llena de pensamientos conflictivos. Por un lado, no podía soportar la idea de haber herido a Sofía, que siempre había sido eficiente e inocente. Por otro lado, la idea de casarse de nuevo le producía un miedo profundo.Había pasado por un matrimonio desastroso. Delia lo había traicionado de la peor manera posible, dejándolo con cicatrices emocionales profundas y un miedo persistente al compromiso. No quería volver a pasar por eso. No quería volver a sentir ese dolor.Pero también sabía que tenía una responsabilidad hacia Sofía si resultaba que se había propasado con ella. No podía simplemente ignorar sus acciones y seguir adelante como si nada hubiera pasado. Tenía que hacer lo correcto, incluso si eso significaba enfrentarse a sus miedos más profundos.¿Y si me equivoco de nuevo? Pensó. ¿Y si resulta que Sofía no es quien creo que es? ¿Y si termino herido de nuevo? Pero luego recordó a Sofía, su sonrisa amab