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4. ¿CASTIGO O SALVACIÓN?

 El lunes llegó y con él la obligación para Sofía de salir de su casa. Desde que regresara en la madrugada del sábado, se había dedicado a dormir, bañarse y llorar. El señor López sólo le había enviado un mensaje diciendo que hablarían por video desde la empresa.

Cuando sonó la alarma, Sofía se despertó casi congelada. Se había quedado dormida llorando dentro de la bañera. Temblando, se levantó y se preparó un café bien cargado. Necesitaba espabilarse y enfrentar este día con la mayor normalidad posible.

Se vistió con su usual traje sastre gris y se miró al espejo. Sus ojos aún estaban hinchados, pero había logrado cubrir las ojeras con maquillaje. Peinó su cabello en un moño apretado y se colocó los lentes. Lucía como la eficiente y competente Sofía de siempre.

Salió rumbo a la oficina, caminando rápidamente con la mirada al frente, evitando cruzarse con cualquier persona. Al llegar, se encerró en su despacho y se concentró en su trabajo. Respondió diligentemente los emails y las llamadas, coordinó las reuniones y citas de su jefe a realizarse ahora por video. Era lo mejor, mantener la mente ocupada.

A la hora del almuerzo, Sofía fue a la cafetería de siempre y pidió su sándwich vegetariano. Se sentó en una mesa apartada, comiendo en silencio, atenta a que nadie se le acercara. De regreso en su escritorio, continuó trabajando sin levantar la mirada. Así transcurrió toda la jornada, sumida en la más estricta rutina, su escudo protector.

Al salir de la oficina, Sofía se dirigió directo a su casa. Una vez allí, se preparó una cena ligera y después de comer se metió en la cama. Mañana sería otro día igual, y el siguiente también. La rutina se había convertido en su única salvación.

Y así transcurrieron los días para ella, más de un mes había pasado desde que sucediera el hecho y de que se marchara el señor López, con el que hablaba cada día varias veces, por video. Él se encargaba de dirigir todo el trabajo, y estaba más que satisfecho con el trabajo eficiente de su asistente ejecutiva. Era mejor de lo que jamás había imaginado, sólo le preocupaban las grandes ojeras que le veía.

—Sofía, debes de descansar —le decía en la última videollamada que le realizaba—, tienes grandes ojeras. ¿No te estás alimentando bien? No puedes enfermarte ahora, eres la única en quien confío.

—Estoy bien señor, solo que no se me queda nada en el estómago, debe ser el nerviosismo de hacer todo esto a lo que no estoy acostumbrada.

—Vamos a hacer una cosa Sofía, ve a la empresa en las mañanas, y vete a trabajar desde tu casa en las tardes. ¿De acuerdo? Al final podemos hacerlo, descansa y mantente saludable. Esto todavía puede ser para largo, mi padre sigue muy mal y mi madre no se queda atrás, soy su único hijo, si pudieran viajar me los llevaría, pero no pueden. Por favor, cuídate.

—No se preocupe señor, es solo una mala digestión, se me va a pasar.

 Sofía colgó la videollamada y suspiró profundamente. Se sentía agotada pero no podía decírselo a su jefe. Tenía que ser fuerte y seguir adelante. Aunque por dentro se estaba desmoronando, luchando contra los recuerdos de aquella noche infernal que no la dejaban dormir.

 Sabía que debía comer más y reponer fuerzas, pero la angustia le cerraba el estómago. Las ojeras eran cada día más notorias, el insomnio y las pesadillas estaban pasándole factura. Pero no podía flaquear, el señor López confiaba en ella y no iba a defraudarlo.

 Sofía se prometió cuidarse más, alimentarse mejor e intentar dormir lo necesario. No podía permitir que aquel horrible suceso arruinará también su trabajo, lo único seguro que le quedaba. Tenía que ser fuerte y salir adelante, mantener la rutina a toda costa. Era su tabla de salvación en medio de aquella tormenta.

 Ese día Sofía se llevó a su casa todo lo que iba a necesitar, tenía razón el señor López, lo que hacía en la oficina, lo podía hacer desde su casa. Al llegar a la entrada del edificio saludó a su vecina la señora Lucrecia, que la observó con el ceño fruncido.

 —Sofía hija, ¿estás enferma?

—No es nada serio señora, solo malestar de estómago.

—¿Malestar de estómago? —preguntó y se le acercó sin dejar de observarla detenidamente y casi le susurró para que nadie más escuchara. — ¿Tienes novio, hija? ¿No estarás embarazada? Tienes todos los síntomas.

 ¡Embarazada! Se quedó paralizada, con la boca abierta y los ojos desorbitados. Balbuceó unas palabras de despedida a la señora y subió corriendo las escaleras hacia su apartamento. Una vez dentro, se apoyó contra la puerta, respirando agitadamente. ¡No! ¡No podía ser cierto! Debía ser una pesadilla. Pero luego recordó aquella horrible noche, el hombre sobre ella... Las náuseas, el cansancio, los mareos que había estado sintiendo últimamente.

 Sofía se dejó caer al suelo y rompió en llanto. Esto no podía estar pasándole a ella. ¡Embarazada de un violador desconocido! Su vida estaba arruinada. ¿Cómo iba a salir adelante ahora? El pánico se apoderó de ella. Tenía que hacerse una prueba urgente y confirmarlo. Rogaba con todas sus fuerzas que no fuera cierto, que solo fuera una confusión. Pero en el fondo sabía que su vecina probablemente tuviera razón.

 Sofía tiró todo sobre la mesa y salió corriendo a la farmacia para comprar varias pruebas de embarazo. Regresó rápidamente a su casa y se encerró en el baño haciéndose todas las pruebas. Una tras otra, las pruebas fueron marcando dos rayas inequívocas. Sofía se dejó caer de rodillas, negando con la cabeza, esta pesadilla no podía estar sucediéndole a ella. Estaba embarazada producto de una violación por parte de un desconocido.

 Golpeó el suelo con los puños, llorando desconsoladamente. ¿Cómo iba a salir adelante ahora? ¿Cómo iba a cuidar a un bebé ella sola? Apenas podía cuidar de sí misma después de lo ocurrido. ¿Y su trabajo?, el señor López confiaba en ella, esto iba a arruinarlo todo.

 Desesperada, Sofía evaluó sus opciones. Podría abortar, pero no tenía el dinero y hacerlo de forma clandestina era muy peligroso. Darlo en adopción era otra posibilidad, pero no sabía si tendría fuerzas para gestarlo y luego entregarlo.

 Quizás su única salida era huir, irse lejos y empezar de cero criando a ese bebé no deseado. Pero eso significaba abandonar su vida entera, su empleo, su apartamento. Nada volvería a ser igual.

 Sofía se sentía acorralada, atrapada en un callejón sin salida. Ese embarazo producto de la violación que sufrió era como la condena final a su desdicha. No veía ninguna luz al final del túnel, solo una infinita oscuridad.

 De pronto, se miró al espejo en medio de todos esos pensamientos atormentadores. Una chispa se encendió en sus ojos. ¡No! No importaba cómo fue gestado este bebé, ¡era su hijo! Y no dejaría que sufriera como ella lo había hecho por ser huérfana y no deseada.

 Se las arreglaría sola para sacar esto adelante. Escondería el embarazo de todos, especialmente de su jefe, que tenía esa estúpida ley de no permitir madres trabajadoras en su empresa. Pero ella era inteligente y fuerte, podría hacerlo.

 Sofía respiró profundo y se secó las lágrimas. De ahora en adelante su pequeño sería su motor y motivación para seguir luchando. Trabajaría el doble para ganar lo suficiente y darle una vida digna. Buscaría un médico discreto y se haría chequeos a escondidas. Reduciría gastos al máximo para ahorrar para después del parto. Y cuando naciera su bebé, fingiría que era un sobrino huérfano que había adoptado. Nadie sospecharía nada viendo su dedicación y amor de madre.

 Eres mi pequeño gran secreto, dijo y acarició su aún plano vientre. Sí, este sería su más preciado secreto y tesoro. La luz al final del túnel de horror que había vivido. Su pequeño rayo de esperanza nacido de la adversidad. Y haría lo imposible por ser la mejor madre y verlo crecer sano y feliz. Sofía se sentía renacer después de tomar la decisión de tener a su bebé. Por primera vez desde esa noche fatídica, vislumbraba un futuro esperanzador. 

 Empezó a informarse todo lo que pudo sobre embarazos, partos, cuidados del recién nacido. Leyó vorazmente libros y artículos en internet, aprendiendo todo lo necesario para estar lista cuando llegara el momento. También buscó un ginecólogo discreto al que acudiría con otra identidad para sus controles prenatales. Necesitaba asegurarse de que su bebé se desarrollara sano después de la terrible concepción.

  Para esconder su embarazo en el trabajo, Sofía recurrió a ropa holgada y a insertar almohadillas en su sostén que simularan su vientre creciente. Se maquillaba para ocultar el brillo del embarazo y evitaba comer frente a sus compañeros. En su casa, acariciaba y le hablaba cada noche a su pancita, soñando con cómo sería sostener a su bebé en brazos. Fantaseaba con diferentes nombres, decorando un rincón como cuarto infantil. Estaba decidida a darle todo el amor del mundo. ¡Nunca más estaría sola y sin familia!

 Sofía abrió una cuenta de ahorros secreta y depositaba allí cada centavo que podía. También buscó información sobre guarderías económicas, planeando regresar al trabajo lo antes posible.

Los meses pasaron rápidamente entre controles médicos clandestinos, trabajo extenuante y preparativos en secreto. Sofía sobrellevó las molestias del embarazo con entereza, enfocada en su pequeño milagro. Nada la hacía más feliz que sentir esas pataditas en su vientre.

 Sofía siguió trabajando para el señor López, quien aceptó que ella laborara completamente desde casa sin saber el motivo por el que se lo pedía, su enorme barriga. Incluso hizo que le redirigieran el correo del trabajo a su apartamento. También, le ofreció un enorme aumento de sueldo por todo el esfuerzo extra que realizaba. Su jefe en verdad se sentía realmente agradecido con el eficiente trabajo que hacía su asistente ejecutiva.

 La vecina Lucrecia resultó ser un gran apoyo, aunque nunca le preguntó directamente sobre el padre del bebé. Cuando llegó el momento, Sofía tuvo la suerte de tener un parto natural sin complicaciones, dando a luz a un hermoso y saludable niño que nombró Javier.

 Lucrecia se ofreció gustosa a cuidar al pequeño cuando el señor López finalmente regresó, luego de dar sepultura a su padre. Todo volvió a la normalidad en la empresa. Sofía retomó sus labores con la misma dedicación de siempre, solo que ahora tenía a su pequeño gran secreto y tesoro, aguardándola en casa. Lo que su jefe, se había vuelto más huraño que nunca sin saber por qué, y por rato se le quedaba mirando fijo con los ojos entrecerrados.

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