Sofía lo miró con agonía, no quería hablar de su vida privada con su jefe. Pero tampoco quería que él se pusiera a investigar por su cuenta y descubriera su pequeño y gran secreto, por lo que caminó hasta detenerse frente a su buró. Tomó aire y dijo:—Sí, señor. Hay algo más como veo que sospecha. Si ellos se enteran de que trabajo aquí y gano tanto dinero, me harán darles todo mi salario como pago por mi estancia en el orfanato como antes.—¿Antes?—Sí, ellos me ubicaban en los lugares a trabajar y cobraban mi salario, solo me daban una mesada. Además, me harán pedirle dinero a usted y hacerles favores constantemente. No descansarán hasta que me despida y me vea obligada a volver allí —explicó, con un tono triste. El señor López la miró desconfiado, sin saber si creerle o no. Esa no era la imagen que tenía de esos centros que se llamaban orfanatos. Para él recogían y cuidaban a los bebés abandonados y hacían todo lo posible por darles una vida decente. Ignorando que a veces en ello
El señor López decidió viajar a una conferencia en una ciudad distante, con el objetivo de expandir su red de contactos y explorar nuevas oportunidades de negocios. Sofía lo acompañó como su asistente ejecutiva, encargada de organizar todos los detalles del viaje. La señora Lucrecia se había quedado con su bebé, y aseguró que no debía preocuparse. Sin embargo, ella contrató a una niñera para que la ayudara todo el fin de semana que faltaría. Se encontraban en la mañana en una lujosa sala de conferencias del hotel en que se habían hospedado la noche anterior a su llegada. Habían viajado para reunirse con posibles inversores interesados en que invirtieran en sus empresas. —Señor, nunca lo había visto tan nervioso —dijo Sofía alcanzándole un vaso de agua— tome un poco. Además, si no quiere hacerlo, ¿para qué vinimos?—Solo exploramos las opciones —contestó Lopez bebiendo el agua y se quedó con el vaso suspendido mirando fijo. Sofía giró su cabeza y vio entrar a una elegante pareja.
El señor López no podía controlar sus emociones. Jamás pensó que volver a encontrarse con Delia y Carlos causaría tantos estragos en él. A medida que avanzaban las conferencias que les interesaban, López se sentía cada vez más agobiado al terminar. Por lo que se despidieron y cada cual se fue para su habitación en la noche. Pues su avión salía al otro día bien temprano. Sofía estaba hablando con la señora Lucrecia, por video y vio que su niño estaba feliz dormido en su cuna.—Ya terminamos, mañana regresamos —le decía a la señora Lucrecia.—Está bien, no te preocupes, ya viste que el niño está bien, sal a divertirte un poco.—No lo creo, fue extenuante. El vuelo es a primera hora, de seguro después del medio día estaremos allá.—Aquí estaremos. Sal un poco, aprovecha que eres joven.—No insista, hoy el día fue muy largo. Buenas noches Lucrecia y gracias —colgó y salió del baño lista a acostarse cuando la puerta sonó. Al abrir, en ella se encontraban el señor López con Fenicio.—Sofí
Sofía se había quedado sin saber que hacer, por inercia y porque todavía su cabeza estaba nublada por el alcohol y el dolor, sin percatarse de lo que hacía, ante los ojos desorbitados del señor López, levantó su vestido para mirar si eran suyas.—¡Cielos! —gritó al darse cuenta de lo que había hecho, no solo el señor López tenía su braga en la mano, ¡ella había acabado de levantar su vestido delante de él enseñándole todo! El señor López en la misma situación o peor que ella, la miraba estupefacto por medio de su resaca. Sin poder creer que ella hubiese levantado su vestido, y mucho menos que él tuviera sus bragas en la mano. Sin pensarlo dos veces, Sofía se las arrebató apenada y corrió hacia el baño, sintiéndose completamente desconcertada. ¿Que rayos sucedió en esa cama? Se preguntaba sin poder recordar nada.― ¡Fenicio! —Vociferó el señor López sin comprender en su mente entumecida por el alcohol lo que sucedía. Pues tampoco recordaba nada. —¿Qué demonios está pasando aquí? ¿
Sofía, con su rostro serio y ojos fijos en la salida, apenas prestaba atención a las palabras del señor López. Su mente estaba en otro lugar, un lugar lleno de pensamientos y preocupaciones que parecían nublar su percepción del presente. Se movía con una velocidad y determinación que evidenciaban su urgencia. El señor López, pacientemente seguía a Sofía con la maleta de ella en sus manos. A pesar de la indiferencia de la joven, él intentaba hacer conversación, preguntándole cómo se sentía, si se acordaba de algo, cualquier cosa que pudiera romper el muro de silencio que ella había erigido. Pero Sofía respondía con monosílabos, su tono era cortante, casi rudo. No porque no le quisiera contestar al señor López, sino porque su mente estaba en otro lugar, consumida por una urgencia que la desesperaba. Debía encontrar rápido una farmacia y comprar la pastilla salvadora. Finalmente, alcanzaron la salida del aeropuerto. Sofía se detuvo brevemente, inspirando profundamente como si intenta
El señor López se quedó en silencio, mirando por la ventana. Su mente estaba llena de pensamientos conflictivos. Por un lado, no podía soportar la idea de haber herido a Sofía, que siempre había sido eficiente e inocente. Por otro lado, la idea de casarse de nuevo le producía un miedo profundo.Había pasado por un matrimonio desastroso. Delia lo había traicionado de la peor manera posible, dejándolo con cicatrices emocionales profundas y un miedo persistente al compromiso. No quería volver a pasar por eso. No quería volver a sentir ese dolor.Pero también sabía que tenía una responsabilidad hacia Sofía si resultaba que se había propasado con ella. No podía simplemente ignorar sus acciones y seguir adelante como si nada hubiera pasado. Tenía que hacer lo correcto, incluso si eso significaba enfrentarse a sus miedos más profundos.¿Y si me equivoco de nuevo? Pensó. ¿Y si resulta que Sofía no es quien creo que es? ¿Y si termino herido de nuevo? Pero luego recordó a Sofía, su sonrisa amab
Sofía, temblorosa, llamó de inmediato a Fenicio, mientras con cuidado y miedo pasaba la mano por la espalda de su jefe. Con un pañuelo, limpiaba el sudor de su frente, mirándolo con profunda preocupación. Por un instante, el señor López la observó con gratitud. —Sería una excelente esposa—, pensó, antes de que la llegada apresurada de Fenicio interrumpiera sus reflexiones y lo llevara al hospital.Fue atendido por el mismo médico que el día anterior. Sofía, aún asustada, no soltaba su mano y continuaba secando su frente con un pañuelo. Ella misma se encargó de explicar la situación al doctor, quien la observó con atención.—¿Es usted su esposa? —preguntó el doctor. Sin esperar respuesta, continuó—. Señora, no se preocupe. Solo debe asegurarse de que su esposo no coma en cualquier lugar. López, las pruebas indican que has vuelto a ingerir esa extraña sustancia. ¡Debes cuidarte! ¿Qué has comido hoy?—Solo el desayuno habitual en casa: un café y unas tostadas, y el almuerzo en el restau
El Sr. López se detuvo para mirarla, era la primera vez que ella lo saludaba por su apelativo, y lo tuteaba. ¿Qué le pasaría a su asistente hoy? Se preguntó en lo que se ponía de frente a ella. Que por algún motivo ese día, Sofía se puso a observarlo detenidamente. López era un hombre imponente, con una estatura alta y una postura recta y elegante. Llevaba el cabello corto y una barba bien recortada. Sus ojos de mirada penetrante observaron curiosamente a su asistente, notando cómo su labio inferior temblaba ligeramente, algo imperceptible para otros pero no para él. No apartó la mirada de ella, lo cual podía resultar intimidante, mientras trataba de adivinar el motivo detrás de su comportamiento inusual. Sofía lo miraba con miedo. ¿Por qué había tenido que saludarlo de esa manera, si nunca lo hacía de ese modo? Se cuestionaba mientras observaba su acercamiento lento y medido. La piel pálida, suave y perfumada de su rostro, usualmente marcada por un ceño fruncido, estaba ahora a