Cuando todos se levantaron al otro día, había un ambiente de prisas y preparaciones. La vieja mansión, con su estilo renacentista y que la señora Elvira había ido llenando de luz y color en los días anteriores, había cambiado de pronto en una sola noche. Las grandes y pesadas cortinas, que impedían que entrara la luz, estaban todas abiertas, dejando que el sol lo inundara todo y revelando los increíbles y antiguos muebles que mantenían el esplendor de su grandeza en aquella época. Cada lámpara dorada de araña que colgaba del techo estaba iluminada. Los sirvientes se movían presurosos. El mayordomo, con su impecable uniforme negro y su porte distinguido, dirigía a los sirvientes con voz firme. En la cocina, los chefs trabajaban diligentemente, preparando platos exquisitos. El olor a café recién hecho se mezclaba con el aroma de pan recién horneado. En cada rincón de la mansión, se podía sentir la anticipación y el esfuerzo por crear una experiencia memorable. A medida que avanzab
Después de disfrutar del hermoso desayuno preparado por Sir Alexander Cavendish para su familia, su felicidad era tan abrumadora que no quería separarse de sus seres queridos. Al levantarse de la mesa, decidió hacer otro anuncio.—Hoy nadie trabajará. Les mostraré toda la propiedad. Mi nieto —dirigió su mirada hacia el pequeño Javier—, ¿te gustaría tener un caballo? Vamos a elegir uno que te encante. César al escucharlo miró el susto en Sofía, se levantó rápidamente y se dirigió a su padre.—Padre, entiendo que estés feliz y nosotros también, pero ¿no crees que es demasiado arriesgado para mi pequeño hijo? —preguntó realmente preocupado, lo que no esperó la respuesta de su padre. Sir Alexander sonrió con confianza. Podía ver la preocupación y temor en la mirada de César debido a su inexperiencia en ese sector.—No te preocupes, hijo. Ven con nosotros también. Como mi heredero y Sir que eres, es imperdonable que no sepas montar a caballo. Vayan a cambiar de ropa. El mayordomo ya las
Elvira se acercó lentamente en su caballo, observando cómo Sir Alexander descendía del suyo y venía en su ayuda. Al ayudarla a desmontar, por un breve momento se quedaron abrazados, ante los ojos de su hijo, que descubrió en ese instante el gran amor que se profesaban sus padres. Sintió una profunda emoción al presenciar ese gesto de cariño, pero también una pizca de tristeza al recordar el tiempo que estuvieron separados por las manipulaciones de su difunta suegra Victoria y su falso abuelo.—¿Cómo pudieron separar a dos personas que se aman de esa manera? —se preguntó César mientras levantaba a Javier, quien cabalgaba con su madre. Hizo una señal a todos para que los dejaran a solas disfrutar de su felicidad. El resto observó con ternura la escena y, respetando el momento íntimo entre Elvira y Sir Alexander, se alejaron discretamente. Sofía, conmovida por lo que acababa de presenciar, se acercó a su esposo y le dijo comprendiendo lo que César estaba sintiendo al ver como volteaba
Fenicio reaccionó con rapidez, sacando su arma y disparando al dron. El dron cayó al suelo, inerte, y un silencio tenso se apoderó del lugar. Mía miró a Fenicio con ojos llenos de preocupación, mientras él permanecía alerta, escudriñando el horizonte en busca de cualquier señal de peligro.—¿Qué está pasando, Fenicio? —preguntó Mía. Fenicio la tomó de la mano, tratando de transmitirle tranquilidad a pesar de la incertidumbre que les rodeaba en lo que avanzaban con cuidado hacía el sitio donde el pequeño aparato aún sonaba.. —No lo sé, Mía. Pero no podemos bajar la guardia. Algo no está bien, porque no parece que sea uno de esos que poseen armas. César se acercó a ellos, llevando a su hijo en brazos, seguido de Sofía, con una expresión seria en el rostro.—¿Qué fue eso? ¿Por qué disparaste? No parecía ser dañino —dijo César.—No sé qué cosa es y me conoces, no hagas preguntas que sabes la respuesta, yo primero disparo y luego pregunto —contestó muy serio Fenicio—. Quédense aquí, i
Por su parte, Teresa Vivaldi observaba con recelo al hombre que tenía delante de ella, aparentando ser un vagabundo a simple vista. Sin embargo, algo en su forma de moverse y mantener una postura erguida revelaba que no era cualquier vagabundo. Intrigada, Teresa le invitó con un gesto de la mano a sentarse.—Buenas noches—, comenzó a hablar el hombre con un acento extranjero que Teresa no pudo identificar. —Sé que mi presencia aquí en su casa le resulta extraña.Teresa Vivaldi lo observó en silencio mientras junto a dos hombres de seguridad se acercaban y se sentaban frente al extraño. Aún continuaba mirando al hombre, quien se dejaba observar con una tranquilidad aterradora. Tal como su sirviente le había descrito, llevaba un parche en el ojo derecho y sus ropas, aunque limpias, parecían muy desgastadas. Sin embargo, un bastón reluciente parecía mantener su esplendor. Una vez satisfecha con su observación, Teresa decidió responder.—Buenas noches. Por más que trato de imaginar por
En su habitación, Fenicio miraba a Mía con admiración, reconociendo su valentía y determinación. A pesar de su deseo, se mantuvo a cierta distancia, luchando contra sus propios miedos e inseguridades.—¡Estoy lista! Ven aquí, es una orden, cadete. Fenicio sonrió levemente, manteniendo su postura firme, pero con un destello de admiración en sus ojos. De a poco en lo que avanzaba hacía ella, se fue quitando la ropa, liberando a su animal que saltó chocando contra su bien formado abdomen.—Mía, eres valiente y hermosa —comenzó a hablar Fenicio como era su costumbre, directo al punto, aunque a Mía a pesar de estar un poco mareada, no se le escapó que parecía un poco nervioso. — Pero mírame bien, debes entender que mi condición ha causado dolor en el pasado. No quiero que te sientas incómoda o que te arrepientas. Mía se acercó a Fenicio, mirándolo directamente a los ojos y sin más lo besó con verdadera pasión, lo cual él respondió de igual manera, al tiempo que recorría el hermoso cuerp
Al otro día todos los rostros en la mesa del desayuno estaban sonrientes, a simple vista se podía apreciar que las parejas habían ganado mucho en intimidad. Se complacían y estaban todo el tiempo atentos uno del otro de una manera muy natural. La señora Azucena era la única que parecía darse cuenta de eso e intercambió una mirada cómplice con el mayordomo, que lo había apreciado también.—César —se escuchó la voz de Fenicio— debemos ir a ver a Bee, no sé cuantos mensajes me ha enviado.—A mí también, además quien tu sabe, se pasó la madrugada llamándome. No sé qué le pasa, la dejé dormida y se despertó. Todas las miradas se posaron en César al decir aquello. Sobre todo la de Sofía que frunció el ceño porque ella también la habían despertado esas llamadas.—¿Quién es, quién tú sabe, César? —preguntó en lo que le limpiaba la boca al pequeño Javier sentado a su lado. César la miró, percatándose de que había hablado de alguien que no debía. Fenicio lo miraba severamente. Y levantó los
Cuando la afamada hackers Bee, despertó aquella mañana porque todas sus pantallas abrieron de pronto con un gran letrero de —Hello Bee—, su corazón saltó pensando que había sido por primera vez en la vida hackeada y corrió a su centro de operaciones Bee, siempre vestida con su característica sudadera con capucha negra y sus lentes de montura gruesa, se precipitó hacia su centro de operaciones. Su rostro se iluminó con la luz azulada de las pantallas mientras sus dedos volaban sobre el teclado, intentando rastrear la fuente del mensaje. —Hello Bee— seguía parpadeando en todas las pantallas, sin importar cuántas veces intentara cerrarlo. No había señales de un ataque malicioso o un intento de robo de datos, lo que la dejaba confundida. ¿Quién se tomaría la molestia de hackearla solo para saludarla?De repente, una nueva ventana se abrió en una de las pantallas. Un mensaje parpadeaba en letras blancas sobre un fondo negro: —No tienes que temer, Bee. Solo quiero hablar y conocernos.