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Mi luna, la hija de mis enemigos.
Mi luna, la hija de mis enemigos.
Por: Sunflowerfield
1. Los flechazos no existen en la vida real.

Capítulo1

Bleid Wolfang, estaba sonriendo, de pie, junto a la verja de su mansión, dónde ya lo esperaba su chófer para llevarlo al lugar que deseara.

Por fin era el día en el que no había dejado de pensar ni un solo instante, el momento en que la venganza que venía alimentando su existencia durante años, sería llevada a cabo. El principio del fin de todo para sus enemigos.

Venganza que cobraría él mismo con sus propias manos. Un brillo peligroso apareció en la mirada de Bleid al imaginar la sangre de sus enemigos manchando sus manos y bañando su cuerpo.

Pero antes de que eso ocurriera, tendría que ser paciente y disfrutar de la mascarada ancestral y anual que los imponentes Vangelis daban; celebrando la erradicación del mal, en ese pequeño, pero próspero pueblo de Florencia, muchos siglos atrás…

«Erradicación del mal. Mejor dicho, la masacre de toda mi familia. No son más que unos asesinos.»

Los ojos de Bleid, se oscurecieron aún más, justo en el momento en que las verjas de la mansión de los Vangelis se abría ante él, permitiendo el paso de la limusina en la que viajaba.

La noche, para el gusto de Bleid, estaba siendo demasiado larga y tediosa. Lo único que lo había mantenido en paz y tranquilo era que dentro de poco su venganza sería cobrada y él podría descansar por fin en paz con los suyos.

Estaba en espera del repicar de las campanas de medianoche, las cuales anunciarían el último de los bailes y dónde todos los Vangelis estarían presentes sin excepción y, eso era lo bueno, porque justo ellos se quitarían las máscaras, junto a todos los presentes, él también lo haría y les haría saber quién era, tomando sus miserables vidas.

Estaba tan absorto imaginando lo que pasaría cuando fueran conscientes de quién era, que no se percató de la joven con máscara blanca que en esos momentos caminaba a paso acelerado hacia él, sin prestar ningún tipo de atención a su alrededor.

Su reacción tras el choque con la joven fue de enfado; sin embargo, no pudo evitar rodear a la chica entre sus brazos de forma protectora y así evitar que cayera al suelo.

—¿Por qué no tiene cuidado?— se quejó él, exasperado y molesto, con ganas de hacerle pagar por atreverse a sacarlo de sus divagaciones.

No obstante, se quedó callado de golpe, justo en el momento que sus ojos y los de la joven se encontraron, eran como dos lunas plateadas embrujándolo.

Por un momento, Bleid sintió como todo a su alrededor dejaba de existir, excepto la joven entre sus brazos, a la cual apretó aún más fuerte entre sus brazos —¿Quién eres? — le preguntó casi en un susurro.

Las cadenas de odio que habían estado aprisionando a su corazón desde la traición de los Vangelis al matar a su familia, parecieron ceder, sintiendo como ese órgano inservible en su pecho empezaba a latir de nuevo, con fuerza. Hasta sincronizarse con el de la joven.

—Por favor, Necesito saber ¿Quién se esconde tras la máscara?

Bleid necesitaba saber quién era la joven tras la máscara. Conocer el rostro de su Luna, de su mate. El espíritu del lobo en su interior se lo confirmó al notar que un sentimiento protector y primitivo iba abriéndose paso a través de sus deseos de venganza.

~•~•~•~•~

— No podemos usar la fiesta anual para anunciar mi compromiso—protestó Audrey a quien le daba igual la fiesta, solo necesitaba que aquello no se hiciera oficial.

Porque en cuanto lo hiciera sería la prometida de Alfred Belucci y ya no habría vuelta atrás. Tal vez era cierto que Alfred era el chico más guapo y rico que había conocido en su adolescencia, ellos no solo eran hijos de padres, socios y amigos, sino que también, habían pasado juntos su adolescencia en un internado suizo para niños de familias privilegiadas.

Tal vez en aquella época Audrey habría soñado algo como eso, por suerte Alfred tenía tres años más que ella y allí apenas se había fijado para nada más que algún saludo por el pasillo y sonrisa en la lejanía.

Pero tras su regreso de la universidad, unos meses atrás, al terminar su carrera, todo había sido visitas y regalos, salidas a comer y al cine y todos a su alrededor, empujándola a aceptar un compromiso para el que no estaba preparada.

— ¿Pero Alfred te gusta, no?— preguntó su madre.

— Sí, mamá. Él es agradable y me gusta pasar tiempo con él, pero el compromiso no, no estoy enamorada de él.

— Oh cariño, el amor llega despacio. No te creas lo que te enseñan en las películas ni en esos libros románticos que estás acostumbrada a leer, los flechazos no existen en la vida real.

— ¿Y cómo voy a saberlo si jamás pude salir con un chico?

La madre de Audrey solo sonrió y la ayudó a abrocharse el antifaz, no podía rebatible eso, ella tampoco estaba conforme con la firmeza con la que había estado criada en cuanto a sus relaciones con chicos se trataba.

Relaciones casi inexistentes, porque eran pocos los que podían acercarse a ella y, todavía más pocos, los que podían ni siquiera soñar en tener una cita con esa mujer.

No sin la aprobación de Gregory Vangelis, el actual cabeza de familia tras la muerte de su padre cinco años atrás en un accidente de caza y, por supuesto, protector y cuidadoso hermano mayor.

Tras esa conversación entre madre e hija, solo quería escapar, estar lejos de ellos y, por supuesto, de Alfred. Tenía que evitar a toda costa que él se humillara en público para pedirle matrimonio y ella tuviera que aceptar solo para no avergonzar a ambas familias en una fiesta tan importante para ellos.

Y mientras buscaba cómo y dónde pasar desapercibida chocó contra alguien, unos fuertes brazos que solo con tocarla la hicieron estremecer y en los que quiso acurrucarse por un instante. ¿Cómo era eso posible?

Audrey levantó la mirada hasta llegar a esos ojos de un intenso verde tras una máscara negra, había visto muchos ojos verdes en su vida, pero ninguno como aquellos, esa intensidad con la que su mirada se clavó en la de ella parecía escudriñarle el alma.

— ¿Quién soy?— preguntó en voz baja como si necesitara unos segundos más para procesar la pregunta del enmascarado— un Ángel. ¿No lo ve?

Audrey se apartó de él solo para girarse y mostrarle las delicadas alas que tenía tras su vestido blanco, olvidando por un instante que estaba huyendo, como si en el momento en que chocó con ese hombre el tiempo se hubiera parado solo para que pudieran conocerse.

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