El sol del amanecer se alzaba sobre los jardines colgantes de la Torre del Alba, un paraíso suspendido en el último piso de la torre de Elyra Meraki, Alfa del Noreste. Las fuentes de agua danzaban en sincronía mágica, rodeadas de flores azules que solo florecían al borde de la luz del día. Todo allí parecía perfecto.Aleckey, caminaba por el sendero de piedra blanca flanqueado por estatuas de guerreros antiguos. Sus pasos eran seguros, poderosos. Llevaba una túnica negra abierta por el pecho, su cabello rojo recogido en una trenza que rozaba su espalda. Las cicatrices de batalla resaltaban como emblemas sobre su piel, pero no había dureza en su rostro, solo vigilancia.Elyra lo esperaba apoyada en los barandales de su torre mirando todo su territorio desde lo alto, con una copa de vino oscuro en una mano. Su vestido negro entallado dejaba al descubierto su espalda y el tatuaje de un cuervo en vuelo, símbolo de su linaje. Sus ojos celestes brillaban con inteligencia calculadora.—Llega
—¿Qué ocurre, Aleckey? —preguntó Darren, siempre directo, cruzándose de brazos mientras se apoyaba en la pared.La sala privada donde Aleckey se reunía con sus betas en el último piso de la torre de Elyra estaba hecha de piedra oscura y cristal reforzado, una combinación antigua y moderna que representaba bien el estilo de esa manada. Nadie más que ellos tenía acceso allí. Nadie más que ellos estaba lo suficientemente cerca del rey como para escuchar lo que diría a continuación.Asher fue el último en entrar, cerrando la puerta tras él con un clic seco.El rey alfa estaba de pie junto a una mesa de madera tallada con símbolos antiguos de la realeza. Tenía la mandíbula tensa, la mirada encendida con esa luz dorada que solo brillaba cuando algo lo enfurecía.—Elyra me hizo una propuesta —dijo finalmente, sin rodeos—. A cambio de su lealtad oficial ante las demás manadas… quiere acostarse conmigo.Un silencio sepulcral cayó sobre la habitación. Las respiraciones se contuvieron. Alastair
El cuerpo desnudo del rey permanecía justo al lado de su luna, cálido y sereno. Calia tenía su cabeza recostada en el pecho firme de Aleckey, que se elevaba y descendía con cada respiración pausada, rítmica, como si su alma, por fin, hubiera hallado descanso.La caricia familiar de una mano grande sobre su cintura la sacó del sopor. Sus pestañas parpadearon con lentitud, aún aferradas al último fragmento del sueño. Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fue a Aleckey, mirándola con devoción. Su cabello rojo, suelto y revuelto, caía como una llama apagada sobre su hombro desnudo. Sus ojos verdes, intensos como los bosques más antiguos, brillaban con esa ferocidad que solo se suavizaba para ella.—Buenos días, mi luna —murmuró con voz rasposa por el sueño.Calia sonrió débilmente, extendiendo una mano para acariciar su mandíbula donde la barba ya comenzaba a crecer de nuevo.—¿Dormiste bien? —cuestionó ella con una pequeña sonrisa.—Bastante — Aleckey bajó la vista a su vientre y des
Minutos antes de Calia despertar.Estaba en un campo bañado por una luz plateada imposible, como si la luna lo iluminara desde dentro de la tierra misma. A su alrededor, altos girasoles blancos se mecían sin viento, y el cielo era de un gris azulado, profundo y calmo. El aire olía a lavanda y tierra húmeda, y allí, entre las flores, estaba ella.Aurora.Su madre.Vestía de blanco, un vestido que parecía hecho de niebla, y su largo cabello blanco brillaba como el hielo bajo el sol. Sus ojos azules idénticos a los de Calia que reflejaban una mezcla de nostalgia, ternura... y algo más profundo, como pena.Calia se paralizó. El corazón se le encogió al verla.—Mamá...Aurora sonrió, una sonrisa cálida que parecía abrazarla desde la distancia. Caminó hacia ella, descalza, sin hacer ruido alguno sobre la hierba suave. Cuando estuvo lo bastante cerca, alzó una mano y acarició la mejilla de Calia.—Has crecido tanto... y llevas más peso del que mereces —dijo con voz tranquila, como si no hubi
—Alfa Elyra Meraki —inició Aleckey, su voz retumbando con la fuerza de un decreto ancestral—, has sido acusada y hallada culpable de traición directa a la luna del rey, intento de asesinato, y manipulación de tu pueblo con fines egoístas. Has roto la confianza del trono, y lo que es peor, has atentado contra el corazón de esta alianza.Elyra se encontraba de rodillas en el centro, con cadenas de plata adornando sus muñecas y tobillos. Ya no vestía sus ropas de gala. Una túnica sencilla cubría su cuerpo, y la mirada altiva de antaño se había marchitado, dejando solo la sombra de lo que fue.Aleckey avanzó con paso firme hasta situarse frente a ella. A su lado estaban sus betas: Darren, Andras, Alastair y Asher. Calia permanecía en la parte alta del salón, sentada entre los líderes, su vientre acariciado por su propia mano, su mirada inquebrantable. El fuego de su sangre aún latía bajo su piel, poderoso y latente.Uno de los consejeros de Elyra, un anciano de ojos grises y mirada severa
—¡Esta noche no fallaremos! —rugió Alfa Aleckey, su voz resonando como un trueno en la oscuridad del bosque. Sus ojos dorados brillaban con una ferocidad que helaba la sangre—. No volveremos con las manos vacías.—¡Sí, mi alfa! —respondieron los lobos a su alrededor, sus aullidos rompiendo el silencio de la noche. Solo un instante, las sombras de sus cuerpos se movían en sincronía, una danza letal de depredadores al acecho.A la cabeza de la manada, un lobo de pelaje rojizo lideraba la cacería. Su cuerpo era imponente, músculos poderosos se flexionaban bajo su grueso pelaje mientras se deslizaba con una velocidad imposible entre los árboles. Era Aleckey Strong, el rey alfa, el lobo más poderoso del reino. Los acompañantes de Aleckey, guerreros leales, lo seguían con disciplina. Sus cuerpos se movían en sincronía, una danza de sombras y fuerza que hacía temblar a cualquier criatura del bosque. La sangre de la cacería hervía en sus venas, pero esta noche no buscaban carne. No, es
Calia despertó con el cuerpo entumecido, un dolor punzante en el cuello y un calor sofocante envolviéndola. Parpadeó varias veces hasta que su visión borrosa comenzó a aclararse. Estaba tumbada sobre algo blando y cálido, cubierta por gruesas pieles de oso que desprendían un fuerte aroma a bosque y sangre. Su respiración se aceleró al recordar lo último que había sucedido.El ataque.El hombre de cabello rojo.Los colmillos hundiéndose en su piel.La marca ardiente que ahora latía en su cuello como una herida fresca.Calia se incorporó de golpe, soltando un quejido cuando el dolor la atravesó como un cuchillo. Se llevó una mano temblorosa a la zona afectada y sintió la carne sensible, el leve relieve de los colmillos grabados en su piel. Su corazón martilló con más fuerza contra su pecho.—No… no… —susurró, mirando a su alrededor.El campamento era rudimentario: una fogata central crepitaba, desprendiendo un aroma a leña y carne asada, y varias pieles estaban dispuestas en el suelo. A
El trayecto fue largo y agotador. La velocidad de los lobos era sobrehumana, saltando entre árboles y cruzando arroyos sin esfuerzo alguno. Calia sintió que el aire helado cortaba su piel mientras las sombras del bosque parecían alargarse a su alrededor. Nunca en su vida había estado tan lejos del convento y la incertidumbre comenzaba a devorarla por dentro.Después de varias horas de viaje, la manada se detuvo en un claro donde la luz del sol se filtraba entre los árboles. Aleckey se inclinó levemente para que ella pudiera bajar, pero Calia se quedó inmóvil. No confiaba en él ni en los otros lobos que la rodeaban.—Baja, monjita —ordenó Aleckey en su forma de lobo, su voz resonando en su mente como un vil demonio.—¡No soy tuya, demonio impío! —respondió ella con furia.En un movimiento rápido, Aleckey volvió a su forma humana, sus manos firmes sosteniéndola por la cintura. Sus cuerpos quedaron peligrosamente cerca. Calia sintió el calor que irradiaba su piel desnuda y su corazón se