Con emoción, presiona el botón rojo en la esquina interior derecha de la pantalla. Una exhalación larga y cansada pasa por sus labios luego de salir de la clase. Cierra el Zoom, internet y todo lo demás para poder apagar su computador y hacerlo a un lado. Y una vez que se ha deshecho del objeto, por fin puede descansar.
Primero se contrae, su cuerpo se pone en posición fetal y luego para soltar las tensiones, se estira, forzando sus músculos a alcanzar la mayor extensión posible. Suelta un sonido de placer gutural y sonríe, extasiada por el final de su día universitario.
Se gira en el sillón, sus ojos se dirigen al balcón, y la satisfacción la llena de nuevo. Algo tiene la vista, desde el séptimo piso del departamento, que pone a su corazón a latir más rápido. En su posición puede ver algunos edificios frente a ella y de otros tan solo ve el techo. Más allá, la ciudad se extiende, superficies de ladrillo, mezclándose con otras de concreto o madera. Balcones de fierro con ropa colgada, el cableado eléctrico, una imagen que la hace sentir tan lejos de casa, pero al mismo tiempo le recuerda lo mucho que ha logrado. Salir de su hogar, venir a una ciudad grande, donde hay en realidad vida nocturna, en donde vas al centro y las personas chocan contigo, porque no hay suficiente espacio para todos en la calle. Y el lugar huele a comida, a maní confitado, al sudor de los peatones y trabajadores. Y la calle viene acompañada del ensordecedor ruido de los autos, los vendedores ambulantes que están desesperados por hacerte comprar, ese niño haciendo una pataleta porque su mamá no le compró el dulce que quería y el artista callejero que les haría a todos un favor si se callara.
Pero ya no puede disfrutar nada de eso, tan solo el recuerdo de estar rodeada de personas y de sentir la vida urbana sin una mascarilla, guantes, y el miedo a que podría estar contagiándose con un virus mortal. Lo otro que le queda es esta vista.
Suspira, vuelve la mirada al cielo del apartamento, luego agarra el celular, pero antes de desbloquearlo, la cerradura de la puerta hace clic y es empujada desde afuera.
Estira el cuello, incluso si sabe quién es, ¿qué más tendría una llave del lugar? Con la cabeza colgando del apoya brazos del sillón observa a su compañero de piso entrar. Mascarilla, esa cosa plástica que cubre el rostro, guantes y su característica sudadera gris.
Le sonríe, pero Matteo no le está prestando atención. Concentrado en quitarse los guantes y la mascarilla, da un paso al frente.
Andrea salta del sillón y se posiciona frente a él.
—Ah, ah— lo apunta con la mano, indicándole que se quede exactamente donde está.
Va a la cocina corriendo, intentando no ser tan obvia cuando pasando una mano debajo de su busto para que evitar que este se mueva más que ella al correr. Toma el Lysoform y la botella de espray con alcohol, y se devuelve a la entrada.
Lo apunta con el desinfectante, una mirada juguetona, sus labios estirándose en una media sonrisa.
—Arriba las manos.
Matteo entorna los ojos, pero le hace caso. Levanta ambos brazos y ella lo rosea con Lysoform, luego da media vuelta y hace lo mismo. Cuando queda frente a ella levanta un pie para que ella le tire alcohol y luego el otro. Dejándolo completamente desinfectado.
Aun así, Matteo comienza a quitarse la ropa. Es parte del procedimiento de limpieza, y es su señal para dar media vuelta y salir de ahí, aunque cada vez se ha hecho más difícil salir del living y dejar de mirarlo. Sobre todo, cuando se quita la sudadera en esa manera tan masculina, agarrándola por los hombros. No tiene ni idea de cómo, pero cada vez que lo hace la bestia lujuriosa en su interior arruina un poco sus calzones. Es un poco vergonzoso y demuestra lo desesperada que está por un poco de acción.
Pero es una persona decente, así que gira sobre sus talones y se va directo a su cuarto. Aunque un par de minutos sale con la excusa de ir a la cocina, lo triste es que para ese entonces Matteo ya ha entrado a su cuarto y lo único que puede ver de él, son sus zapatillas, también grises. Así que para mantener la mentira se ve obligada a sacar algo de la cocina.
Toma una paleta de helado, la única cosa que se le antoja en el momento y vuelve a su habitación donde pasa la siguiente hora dando vueltas, intentando encontrar con que entretenerse.
Logra avanzar un poco en sus cosas para la universidad y después asoma la cabeza fuera de su cuarto. Ve la luz de la cocina prendida y puede escuchar el cucharon contra el sartén, además de oler el exquisito ahora de comida casera.
Cierra la puerta y vuelve a encerrarse en su cuarto por un poco más, hasta que escucha a Matteo entrar al baño y casi muerta de hambre entra a la cocina en busca de las sobras que dejo su compañero de cuarto.
Es tan patético como suena, pero entre su comida y la de ella, la de Matteo es mis veces mejor. Lo descubrió después de comerse una de sus sobras, sin permiso, porque es demasiado cobarde para intentar tener una conversación normal con él.
Es demasiado intimidante, toda su seriedad, su altura, esas facciones afiladas y la línea que hacen sus labios cuando la ve. No está acostumbrada a ese tipo de actitud.
Los hombres no caen a sus pies rendidos, pero tampoco la miran como si quisieran romperle el cuello al estilo The Vampire Diaries Su mejor cualidad es que es tierna, la gente no puede odiarla, es imposible que le caiga mal a alguien y aun así parece que encontró la única persona a la que no le agrada y eligió vivir con ella.
Estaba lista para irse y evitarse el estrés que significa compartir departamento con alguien que la desprecia, pero luego vino todo lo del coronavirus, la maldita pandemia y se quedó atrapada allí.
—Hay algo que se llama tenedor, ¿sabías? Y también, podrías pedirme que cocinara para ti, en vez de estar comiéndote mis sobras.
Andrea suelta el pollo como si le quemara. Pasa la mirada de su celular a las piernas de Matteo, enfundadas en sus pantalones de pijama con… ¿son esas ranitas? Aw, eso es encantador, aunque no le sorprende que el fondo también sea gris. ¿Este hombre no conoce más colores o qué?
No importa, ella continúa levantando la mirada, intentando no fijarse en cómo se marca su masculinidad —definitivamente no algo en lo que necesita pensar ahora. Se salta su torso y llega a su rostro con esa mirada juzgona; la ceja enarcada, los labios crispados en una mueca indescifrable.
Se apresura a tragar el trozo de pollo que estaba disfrutando tan a gusto antes de que la interrumpieran y luego balbucea algo ininteligible.
—¿Quién eres tú para decirme cómo comer mi pollo?
Tiene la intención de sonar juguetona, simpática, pero en vez de eso pareciera a que está a punto de saltarle encima y matarlo.
—Eso… debería haber sonado mejor— sacude la cabeza y se ríe para sí, después mira a Matteo —. Perdón, soy rara cuando estoy nerviosa.
Se mete otro poco de comida a la boca, para poder callarse y evitar decir más tonterías.
—Interesante, pensé que eran tu naturaleza ser rara.
Boquea y después tensa los labios en una línea fina y le da una mirada furibunda. Matteo le regala lo más cercano a una sonrisa que ha visto en todo el año que se conocen. Y Andrea lamenta tanto que sea en el momento incorrecto.
Entornando los ojos se pone de pie y pasa por su lado, rozando su brazo, en tacos alcanzaría su hombro, quizá.
Se va a la cocina, terminando lo que queda de su comida, o bueno, la de Matteo en realidad y lava su plato.
—Lo siento, soy un idiota cuando estoy nervioso.
Frunce el ceño y se gira hacia él, sin poder creer lo que ha escuchado.
—¿Por qué estarías nervioso? — su corazón da un brinco, entusiasmado por un montón de comedias románticas y libros cursis.
—Necesito un favor.
—Oh— vuelve la vista al plato que está lavando y sacude el hombro para crear una cortina de cabello que la proteja de la intensa mirada de Matteo. Y también que esconda la decepción obvia en su rostro.
—Sí— se acerca a ella, su cuerpo masculino, probablemente musculosos le hace sombra y la embriaga con su calor.
Andrea se presiona un poco contra el lavaplatos, intentando alejarse de él. Pero Matteo está demasiado cerca. Su aroma, esa mezcla a champú y desodorante masculino que la vuelve loca; y su presencia, Dios, no entiende de dónde proviene la obsesión por él, pero está arruinando su cabeza.
En un momento de debilidad se gira hacia él. Sus ojos recorrer su rostro; la piel morena, el cabello negro cayéndole sobre la frente, sus cejas oscuras, esos ojos almendrados, un poco más rasgados de lo normal. Al darse cuenta de lo fijo que lo está mirando, baja la vista a sus manos.
Carraspea y retrocede un paso, poniendo necesaria distancia entre ellos. Después le pregunta que quiere.
—Tengo que hacer un trabajo y necesito tu opinión.
Ladea la cabeza sin comprender a que se refiere.
Matteo es un periodista, otra cosa que descubrió por espiar sus cosas, más que por hablar con él. Pero además de eso es fotógrafo en proceso, o sea, está estudiando para sacar un magister según tiene entendido o algo así, esa parte no la ha investiga mucho, pero definitivamente está estudiando algo porque miles de veces lo ha escuchado frustrado con sus proyectos, quedándose despierto hasta altas horas de la madrugada para intentar terminarlos.
—¿Mi opinión? — frunce el ceño ligeramente. Ella ni siquiera sabe tomar fotos apropiadamente.
—Sí, mira— desaparece por la puerta de la cocina y Andrea debe seguirlo hasta su cuarto.
Entra con cuidado, sin fijarse mucho en ningún detalle, tan solo pendiente de no chocar con nada y llegar hasta el escritorio de él, quien le enseña la pantalla del computador. Apenas Andrea lo ve, sabe a lo que se refiere.
Hay algo raro con su trabajo. Los colores, las fotos, el orden de ella o el tamaño, no sabe muy bien qué, pero algo no calza y Matteo puede verlo, por como señala la pantalla con un movimiento brusco y un gruñido.
—Mmh— se inclina sobre el computador, apoya una mano en el escritorio y carga el peso de su cuerpo en una pierna —. ¿Cuál es el concepto?
Cuando Matteo se demora en responder lo mira sobre su hombro, tan solo para descubrir que no le está prestando atención. Tiene la mirada perdida detrás de ella, pero cuando Andrea se endereza sus ojos vuelven a enfocarse.
—Eh— pasa una mano por su rostro —Covid y pobreza.
Exactamente lo que había pensado, el problema es que las fotos no cooperan con lo que él está intentando decir. Porque a pesar de que no sepa tomar fotos bonitas, si tiene mucho conocimiento teórico, principalmente porque está tomando una clase de fotografía.
Vuelve a inclinarse sobre la pantalla y se centra por completo en arreglar ese molesto problema. Matteo desaparece de su mente por un segundo y en lo único en que puede pensar es en las fotos frente a ella. El interés por encontrar el cuadro perfecto que transmita con exactitud lo que se quiere decir, la hace obsesionarse con encontrar una solución.
—Ya intenté hacer eso— la advierte Matteo.
Ella hace caso omiso a sus palabras y a todos los comentarios que le siguen.
—Eso, no…
—Matteo— lo mira por sobre su hombro —, déjame trabajar.
—Okey, perdón— se retira un paso y se apoya en el escritorio.
Andrea pasa a sentarse en su silla y es ridículo como debe ponerse de puntillas para alcanzar el piso o lo pequeña que siente en esa silla de gamer. Pero es cómoda y le ayuda a sumirse en sus pensamientos de nuevo, hasta que encuentra lo que está mal.
No son las fotos, es el fondo del collage lo que le perturba. Así que luego de arreglarlo todo queda bien.
—La iluminación de esa podrías cambiarla— apunta a una de la esquina.
Se pone de pie, pega las manos a sus piernas y se balancea en sus pies esperando que Matteo le diga algo más. Mas, al mirar a su alrededor se percata que ni siquiera está con ella.
Increíble, ella le ayuda y él se desaparece.
Entorna los ojos y se reprende por creer que esto terminaría de una forma diferente. Ha visto demasiadas películas, leído demasiados fanfics y pasado demasiado tiempo lejos del mundo real.
Se gira sobre sus talones, lista para salir de ahí.
—Wou, quedo muy bueno— Matteo aparece frente a ella con un cepillo de dientes en la boca.
Andrea parpadea tomando la imagen, intentando procesarla. Nunca lo había visto haciendo nada personal, ni lo había tenido tan cerca, ahora está viviendo ambas y no tiene ni idea de cómo reaccionar. Sobre todo, cuando Matteo avanza directo a la computadora como si ella no estuviera ahí, inclinándose sobre ella para alcanzar el mouse y hacer quien sabe qué.
Lo único en que puede pensar ahora es que Matteo huele increíblemente bien, que su cabello la hace cosquillas en las mejillas y que ella probablemente es todo lo contrario a él en este momento. Sucia y apestosa después de tres días sin una ducha y probablemente con halitosis porque todavía no se lavaba los dientes.
—Mmh— el sonido retumba en su pecho y la hace estremecer —, el fondo, claro, ¿por qué no lo pensé?
Andrea se desliza un par de centímetros a la izquierda para poder escapar del encierro, pero apenas se mueve un milímetro, un brazo aparece al otro lado de su cuerpo, encerrándola por completo. Sus ojos se agrandan y mira con pánico a su compañero para intentar descubrir qué diablos está haciendo.
No tiene ni idea de que está sucediendo, de cómo se ha metido en esta situación o qué rallos está planeando Matteo. Lo peor es que lo único que puede hacer es quedarse estática en su lugar, su pecho subiendo y bajando irregularmente, su piel picando con anticipación.
Se quita el cepillo de la boca, humedece sus labios, captando toda la atención de Andrea y haciéndola notar que no hay rastro de pasta en su boca, un pequeño detalle que le da curiosidad y hace que le tiente aún más probar sus labios.
¿Será de esos psicópatas que se lavan los dientes sin pasta? Eso no tiene ningún sentido.
—Gracias— la punta de sus dedos roza su cadera y ella da un brinco en su lugar —, por ayudar. Ya no te quito más de tu tiempo.
De la nada hay un abismo entre ellos y Matteo está dentro del baño, terminando de lavarse los dientes.
Pestañea, muda y congelada en su lugar por un largo momento. Toma consciencia de que sigue en el cuarto de Matteo, el hombre con quién ha vivido por más de un año y con quién jamás compartió más de dos palabras luego de firmar el contrato de arriendo. Y cuando el agua deja de correr en el baño, se da cuenta de que se ha quedado demasiado tiempo ahí.
—Yo creo que le gustas.Andrea entorna los ojos y resopla.—No seas ridícula. Matteo ha sido un idiota conmigo desde el día uno. ¡Pensó que era un hombre!—Pelo corto y sin peinar— enfatiza Pame —, piernas de pollito, brazos de fisicoculturista en esteroides…—¡Ey! — intenta defenderse ella, pero Liv la interrumpe.—¡Oh! ¡Lo había olvidado! Creo que tengo fotos de esa época, estabas mamadisima.Puede sentir su rostro calentándose de vergüenza mientras sus amigas desvarían sobre ese año en donde iba al gimnasio con el amigo que le gustaba y hacían la misma rutina que, claramente, no era para ella.Mira su brazo, lo flexiona de diferentes maneras y se sorprende que después de años todavía puede ver músculos en ellos.—Además, Matteo dij
Su confesión la deja enmudecida. Las mejillas se le sonrojan y su corazón comienza a palpitar entusiasmado, pero ella lo obliga a calmarse.—Tú eres raro también— muerde su labio inferior antes de agregar —y bonito, y no te trato como si me repulsara tu presencia.—Aw, ¿crees que soy bonito? — se sienta y le da una mirada maliciosa.Su estómago da un vuelco, de nuevo sorprendida por sus palabras y sin saber cómo responder a eso, pregunta:—¿Ya te afecto el tequila? — lo ojea con atención, por la manera en que sus labios se estiran, ya sabe la respuesta.Su sonrisa floja, siendo la única que ha visto, le parece de lo más encantadora y la idea de acercarse a sus labios la tienta de nuevo, pero no.Puede que esté muy ebria, pero aun así sabe que besar con su compañero de cuarto es una pésima idea que
Por alguna razón, después de esa noche, además del hecho que durmieron acurrucados uno junto al lado del otro, lo que más le da vueltas en la cabeza es la idea de Matteo; crearse un Onlyfans.En un principio la considera ridícula, pero mientras lo piensa, más le tienta. Eso, hasta que decide investigar un poco y se da cuenta de que no es tan fácil ni lucrativo como lo hacen ver. La plataforma se queda con una buena parte de tu dinero y siendo ella una fulanita cualquiera, será difícil que personas accedan a pagar por su contenido, aunque su mente de comerciante le dice todo lo contrario.En un día en que su autoestima está alta, lo único en que puede pensar es en que ella sería capaz de hacerlo, tiene las habilidades para hacer que funcione, lo sabe. Siempre ha sido capaz de vender todo lo que quiere, pero es la parte de exponer su cuerpo la que la asusta un poco m&aacut
Los miércoles en la tarde eran los días que se juntaba con su hermana para ir al cine y ver lo nuevo que había en la cartelera de esa semana, pero eso era antes de que el Covid hiciera que se cerrara todo y su hermana tuviera que ir a la casa de sus suegros con su pareja a cuidarlos. Extrañaba esos días más que nada, y sobre todo porque era una manera fácil de mantener el contacto con Vicky y de hacer algo que ambas disfrutaban, juntas. Extrañaba salir, pero también a su hermana, quien ocupada con padres que no eran suyos y un niño en el camino, ya no tenía tiempo ni energía para contestar sus llamadas o charlar con ella hasta la madrugada. A sus padres también los extraña, habiendo pasado casi un año y viviendo ellos en una de las regiones con más casos de Covid, se le había hecho imposible ir a verlos. El resto de sus hermanos es un poco más difícil
Inhala profundo, sacude sus manos, da un par de brincos y abre la puerta de su cuarto justo para ver a Matteo saliendo de la cocina con un bol de cereales. Sus ojos se encuentran por unos segundos, hasta que ella cierra la puerta y se esconde en su cuarto.Después de haberlo visto desnudo no se ha atrevido ni a respirar en su misma dirección. Siendo una persona introvertida con buena memoria, se sabe muy bien su rutina, tan solo para evitarlo, como lo ha hecho desde que llego. El problema es que ahora necesita hablar con Matteo, y no tan solo, sino que también pedirle un favor.Respira profundo de nuevo, gira el picaporte y se fuerza a salir de la habitación, quedando tan solos unos metros de distancia de Matteo. La necesidad de volverse a su pequeño refugio es imperante, pero se obliga a ser fuerte e incluso da un paso a delante, aunque cuando intenta hablar las cosas no resultan tan bien.—¿Necesitas algo? &mdash
Estaba firmando el último papel, para poder salir de la clínica y justo al poner el punto en su firma, su celular se iluminó. En la pantalla apareció el nombre de Matteo y fue la curiosidad la que la hizo tomar la llamada de inmediato.—¿Alo?—Hola, oye, estoy afuera de la clínica, pero no puedo encontrar ningún estacionamiento así que iré a dar una vuelta, espérame hasta que llegué.Ni siquiera puede contestarle de vuelta, pues la llamada ya se ha cortado.Pasmada parpadea, mira la pantalla, como si eso tuviera la solución a sus problemas, luego a la secretaria, también como si ella pudiera ayudarle. Pero ninguno tiene respuestas, lo que la deja a ella de pie, en la recepción de la clínica, mirando peligrosamente desorientada.Cuando una enfermera se le acerca, Andrea debe asegurar que está bien y eso le sirve para salir de s
Al día siguiente ella es la encargada de preparar el desayuno porque es la única que no tiene resaca, pero por eso mismo es que tan solo se toman un té, acompañado de la mitad de un pan con mantequilla.Después de eso se quedan en su cuarto vagando, cada una trasteando en su celular, compartiendo memes y comentando una que otra cosa que recuerdan de la noche anterior.Cada vez que hablan de aquellas horas oscuras su corazón da un vuelco, las mejillas se le calientan y toda ella tiembla; ansiosa, avergonzada, sintiéndose ridícula por cómo se comportó frente a Matteo. De solo recordarlo le dan ganas de desaparecer del mundo. Por eso mismo es que no le ha contado a sus amigas, no quiere pensar el momento más de lo necesario y mientras menos gente sepa de su vergüenza mejor para ella.Pero no poder vocalizar todos sus pensamientos, incluyendo las crecientes preocupaciones, hacen que es
Andrea lo mira escéptica, todavía sin sentarse. Carga todo su peso en una cadera y levanta una ceja.—¿De qué quieres hablar?—No lo sé— se encoge de hombros —, ¿cómo te ha ido con las clases?—¿En serio? — resopla —¿Quieres pedirme otro favor? Tan solo dímelo.Matteo se recuesta en la silla, tuerce los labios hacia un solo lado y cruza los brazos. Luce ridículamente contemplativo. Pero luego su ceño se frunce y descruza los brazos para inclinarse sobre la mesa, demasiado cerca de ella.Andrea retrocede un poco y como el resto de las veces que debe enfrentar a Matteo, su cuerpo reacciona de esta