23. Trae mala suerte.

Irina entró en aquel enorme probador con los tres vestidos de novia y no podía apartar la mirada de las elegantes telas, de los encajes y los detalles meticulosamente elaborados. Ni siquiera se fijó en el rostro sonrojado de la dependienta, porque no podía ver más allá de los vestidos de novia y de la propuesta que le acababa de hacer el hombre que había amado siempre, pero sobre todo cuando se arrodilló y le pidió matrimonio.

Las lágrimas comenzaron a empañar sus ojos mientras un nudo se formaba en su garganta. Incapaz de contener la oleada de emociones, Irina dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas en silencio, como testigos de la felicidad y la incredulidad que inundaban su corazón.

Amir permanecía arrodillado manteniendo su mano agarrada notando como los ojos se le llenaban de lágrimas.

― Irina, mi amor... ―susurró con dulzura por todo ese amor que sentía por ella―. No puedo esperar más para llamarte mi esposa, para compartir cada momento contigo, para amarte más de lo que
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