Tejiendo mentiras

La tarde llegó a su fin y Mary regresó a su casa, cansada y con los nervios a flor de piel, con la esperanza de ver a Danilo, pero cuando entró y lo llamó mientra encendía la luz, no había ni rastro de él.

«Pero… ¿dónde estará metido este tonto, otra vez? Como ilusa anhelaba que estuviera aquí, esperándome para charlar conmigo, con la misma intensidad que yo esperaba hablar con él, pero veo que solo yo albergaba eso en mi alma», pensó, cabizbaja.

La joven trigueña inspeccionó su hogar y en su pecho se anidó una extraña sensación de inquietud en el ambiente. Decidió abrir las ventanas para ventilar la casa y encendió un incienso para tratar de disipar la pesadez que sentía en el aire. Algo le decía que las cosas no estaban yendo bien para Danilo, y esa preocupación comenzó a anidar en su mente.

Mientras se acercaba a la ventana, observó cómo las primeras estrellas comenzaban a asomarse en el firmamento, formando una capa de luz en el cielo nocturno. La belleza de la escena contrastaba
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