Mia llegó a su departamento después de un agotador día de trabajo. Arrojó su bolso al sofá y casi se abalanzó ella misma sobre él. Tan solo ver las cajas aun embaladas y apiladas en un rincón estuvo a punto de eliminar la energía que le restaba.
Se había mudado apenas cerca de una semana atrás y no había tenido tiempo para encargarse de desempacar todo lo que había traído con ella. Solo a ella se le ocurría mudarse cuando había tantas cosas que hacer en el trabajo.
No era tan tarde, tal vez podía avanzar algo ese día mientras preparaba la comida. Fue hasta su habitación y se cambió de ropa. Con su estado de ánimo mejorando a cada instante se dirigió a la cocina y se alistó para empezar a cocinar. Se detuvo, extrañada, al momento de sacar una olla. El familiar maullido de su pequeña gata no se escuchaba por ningún lado. Lulú solía desparecer durante el día en algún rincón de la casa para tomar alguna de sus prolongadas siestas, pero venía a saludarla cuando llegaba a casa o a más tardar cuando la escuchaba en la cocina.
—Lulú —llamó dejando la olla a un lado—. Pst, pst, pst —intentó otra vez.
Se llenó de preocupación. Lulú era una reina del drama y ya debía de haber respondido. Recorrió su departamento abriendo y cerrando puertas llamando una y otra vez a su gata, pero el silencio fue su única respuesta. Muchas posibilidades pasaron por su cabeza, ninguna era grata.
Guardó sus llaves y su celular en el bolsillo, luego se aventuró al pasillo con la esperanza de encontrar allí a Lulú. Quizás ella se había salido sin que se diera cuenta cuando abrió la puerta al salir esa mañana. Con suerte estaba oculta en algún lado.
Buscó detrás de los maceteros sin ningún resultado. La llamó un par de veces y después de un tiempo, por fin escuchó un maullido apenas audible. No pudo detectar de donde venía el ruido. La llamó una vez más y guardó silencio. Afinó el oído y oyó el maullido otra vez. El ruido venía del departamento frente al suyo. ¿Cómo había entrado Lulú allí?
Tendría que buscar al conserje para que le facilitara las llaves porque nadie vivía en ese departamento. En todo el tiempo que llevaba allí, nunca había visto a nadie entrar o salir de ese lugar. Había llamado un par de veces para presentarse, pero nadie la había recibido.
—Volveré en un rato, pequeña.
Bajó al primer piso en busca del conserje. Él no estaba en su lugar habitual y no se le ocurría a donde podía haber ido. Esperó por un par de minutos antes de comenzar a impacientarse. Pronto se cansó y regresó a su piso. Se encargaría por su cuenta.
Entró a su departamento y rebuscó en un par de cajas antes de dar con su kit especial, tenía muchas cosas útiles e interesantes dentro. Mia era alguien demasiado curiosa, nunca estaba tranquila y siempre estaba aprendiendo cosas innecesarias, abrir cerrojos era una esas habilidades y ahora no parecía tan inútil.
Esperaba funcionara tan bien como las últimas cuatro veces que lo hizo. El edificio en el que vivía estaba en una zona segura y todo estaba en orden y limpio. Pero como la mayoría de edificios que tenía una historia, conservaba muchas cosas de su estilo original; es decir que las puertas aún tenían de esos seguros pasados de moda y no sistemas electrónicos, como otros edificios.
De vuelta en el pasillo, regresó al primer piso solo para ver si podía encontrar al conserje, pero él todavía estaba desaparecido. Resignada y, por que no admitirlo, un poco emocionada también, volvió hasta su piso. Solo había dos departamentos allí, uno el suyo y el otro, el vacío, eso quería decir que nadie aparecería y la atraparía mientras cometía un crimen.
—No es un crimen, nadie vive nadie allí. Solo entraré y saldré —se dijo. Su gatita maulló al escuchar su voz—. Shhh, Lulú.
Cogió el pequeño estuche y sacó sus cosas. Tomó un profundo respiro y se puso manos a la obra. Le tomó un tiempo abrir la cerradura, era más difícil que abrir las puertas de las habitaciones de su casa, pero el esfuerzo valió la pena cuando un “click” sonó. Se puso a dar saltitos celebrando su pequeño triunfo. Se detuvo tan pronto recordó que debía ser silenciosa.
Buscó su celular en el bolsillo de su sudadera. Lo sacó y prendió la linterna para no tropezarse con nada. Estaba dentro. Solo tenía que encontrar a Lulú y sacarla de allí para considerarlo un completo éxito. Cerró la puerta, pero sin asegurarla y continuó caminando al interior.
Se sentía como un espía en una misión secreta. En su mente empezó a tararear la canción de “Misión imposible” mientras empezaba con su búsqueda.
—¿Lulú? ¿Gatita? —llamó antes de hacer el sonido que siempre captaba la atención de su adorable mascota. Escuchó su maullido, pero siguió sin verla. Era como jugar a las escondidas y le habría parecido divertido si el tiempo no estuviera contra ella. Si el conserje se enteraba que estaba allí quién sabe cómo reaccionaría.
Recorrió con la mirada el interior del departamento buscando a la pequeña peluda. Unos sillones estaban en la sala y una mesa de café de madera en medio de ellos. Una televisión plasma estaba colocada en una de las paredes y algunos otros muebles estaban ocupaban espacios. No había ni una sola cosa fuera de su lugar. Era como esos departamentos que aparecían en las revistas.
—No me habría importado que me alquilaran este lugar, aunque no estoy segura que mi sueldo hubiera alcanzado si quiera para el deposito —murmuró.
Caminó hasta la mesa de café y se inclinó para ver debajo de ella. Lulú no estaba allí. Otro maullido le llegó desde el lado opuesto al que se encontraba y caminó hacia allí. Una mesa alta, con un jarrón de horrible diseño encima, estaba ubicado pegado a la pared a un lado del pasadizo que llevaba a los dormitorios. Se inclinó, por segunda vez, y sonrió al ver a su gata allí. La tomó con un brazo y se incorporó. No calculó su posición y se golpeó contra la esquina de la mesa. Soltó a Lulú de inmediato.
—¡Auch! —dijo llevándose la mano a la cabeza al mismo tiempo que otro sonido resonaba en la habitación.
El jarrón, que antes había estado sobre la mesa, ahora yacía en el suelo… en varios pedazos. H**o un silencio en la habitación y su corazón comenzó a latir acelerado. Ya no estaba tan emocionada. Sin perder el tiempo, se puso sobre sus rodillas, colocó el celular a un lado y recogió los pedazos dentro del pedazo más grande del jarrón.
Lulú se paseó por su costado acariciándola con su cola.
—Asegurémonos de que nadie encuentre esto —musitó tratando de conservar la calma—. Además, le hicimos un gran favor al futuro dueño de este lugar al destruir ese intento de pieza de arte.
Su gata maulló y lo tomó como un asentimiento. Terminó de recoger todos los trozos y levantó su celular. Paseó por la habitación sin saber dónde dejar los restos; el tacho de b****a, si es que había uno, no parecía la mejor opción. Llegó hasta la cocina y siguió dando vueltas. Abrió las gavetas de abajo, pero estaban llenas. Para un lugar sin dueño la cocina estaba muy bien equipada. Se puso de puntillas y alcanzo a abrir uno de los estantes.
—Perfecto —dijo al verlo vacío a excepción de un frasco. Metió los restos detrás de él, la luz no era suficiente para leer de que era y tampoco habría sido una idea inteligente.
>>Una idea inteligente habría sido esperar a que el conserje volviera —dijo imitando la voz de su mamá. Seguro eso habría sido lo que ella hubiera dicho.
Bueno, ya era muy tarde para eso. Además, a excepción del jarrón roto, todo estaba bien. Nadie nunca se enteraría de su presencia allí.
Levantó a su gata, para su suerte ella no se había alejado otra vez, y la acomodó en uno de sus brazos. Ella se acomodó contra su pecho sin ninguna preocupación. Se dispuso a salir de allí cuanto antes y se encaminó fuera de la cocina.
Estaba llegando a la puerta cuando la luz de la habitación se encendió y un hombre apareció frente a ella. Su primer pensamiento fue que se trataba de un ladrón, pero luego vio algo en una de sus manos: unas llaves. Un ladrón no usaría una llave para entrar.
Tal vez su deducción sobre que el departamento estaba vacío, había sido un error. Era una decepción como espía.
—¿Quién eres tú? —volvió a preguntar Giovanni irritado cuando no recibió la respuesta que esperaba. Aún estaba considerando si la mujer representaba una amenaza, no es que lo pareciera, pero si algo había aprendido por experiencia es que las apariencias engañaban.La mujer era de contextura delgada, o eso parecía detrás de la sudadera y los pantalones holgados que llevaba puesto. Su cabello estaba atado en una cola de caballo de la que algunos mechones escapaban. No llevaba nada de maquillaje sobre el rostro y sus ojos brillaban con culpabilidad.La evaluó en busca de algún arma. Su mirada se detuvo más tiempo del debido en sus pies. Ella estaba usando unas pantuflas rosas con forma de conejo. Si estaba allí para robarle, había elegido el peor atuendo. Solo por eso no estiró su mano en busca de su arma.Un maullido interrumpió sus pensamientos. Cierto, ¿cómo se había podido olvidar de la bola de pelusa en sus brazos? Era poco probable que ese animal fuera un arma m
El corazón de Mia, casi una hora después de su encuentro con su vecino, aún seguía acelerado. Esa sí que había sido una aventura. Lo bueno es que había sobrevivido. —¿Crees que sea uno de esos hombres que se ganan la vida matando personas? —le preguntó a Lulú mientras llenaba su plato—. Porque tiene la apariencia. Lulú estaba más interesada en devorar sus croquetas que en escuchar su monólogo. Podía mostrarse un poco más agradecida con ella por haberla rescatado, pero ella no era ese tipo de mascota. —Es bueno que no me asesinara, pero debería mantenerme fuera de su camino solo en caso se arrepienta. Se sentó a cenar con la música proveniente de sus parlantes de fondo. No era fan del silencio y todavía se estaba haciendo a la idea de no comer en medio de un debate intenso con su padre sobre cualquier tema. Después de la cena se dirigió a su cuarto y se alistó para dormir. No fue hasta que estuvo frente al espejo, mientras se cepillaba los dientes, que reparó en su atuendo. Se habí
Giovanni no dejó su departamento en todo el día más que para su usual carrera matutina. Estaba acostumbrado a la actividad y era difícil quedarse sin hacer nada; pero no se había sentido con ánimos de ir a su empresa y mucho menos de ver ningún rostro conocido, en su lugar había optado por quedarse en casa. Su compañía de guardaespaldas podría sobrevivir sin él por unos días más. Además, había dejado a su amigo a cargo por si algo sucedía. Después de todo, desde hace unos meses su único trabajo era ir y supervisar que la compañía siguiera en pie. No era precisamente de su agrado, lo suyo estaba en el campo de acción y, aunque seguir personas de un lado para otro no era igual de emocionante, al menos era mejor que estar sentado detrás de un escritorio. Su celular vibró en la mesa y se acercó para tomarlo. Era un mensaje de Luka, su mejor amigo. >, decía el mensaje. Un esbozo de sonrisa apareció en su rostro. Luka siempre se preocupaba por el resto. Los dos se habían co
Como era viernes por la noche y al día siguiente no tenía que trabajar, Mia estaba aprovechando para terminar de desempacar. No quería seguirlo postergando más. Pero le estaba tomando más tiempo del debido, no solo porque se distraía con los recuerdos que algunos de sus objetos le traían, sino también porque quería encontrar el lugar perfecto para cada uno de ellos. No se había traído todas sus cosas con ella, solo las necesarias para hacer de ese lugar su hogar.Estaba colocando algunas fotos en los estantes de su sala cuando la luz se fue. La habitación quedó apenas iluminada por el brillo de la pantalla de su celular que estaba reproduciendo un video. Cuando hacía algo le gustaba bastante escuchar alguna música y a veces se entretenía bailando. Caminó hasta él y lo tomó, vio que ya no le quedaba mucha batería y con su ayuda fue hasta s
—No, mamá, no necesitas venir, todo está bien —dijo Mia esperando que su mamá le hiciera caso—. Los visitaré el siguiente fin de semana.—Está bien, cariño. Cualquier cosa no dudes en llamarnos y si te arrepientes, puedes volver en cualquier momento.—No lo haré, mamá. —Pero era bueno saber que siempre tenía un lugar al que volver si es que las cosas salían mal. No es que lo fuera a hacer, parte de crecer era lidiar sola con los problemas que podían surgir.Su madre era la que peor la había pasado con su mudanza y todavía parecía tener la esperanza de que se animara a regresar a casa con ellos. Su padre, por otro lado, aunque no había estado muy contento con la idea de que viviera por su cuenta, no había presentado mucha discusión. Tenía veinticuatro años, cerca de los veinticinco, pero al parece
Giovanni notó el pánico en los ojos de Mia, era demasiado trasparente con sus emociones. Ella lo miraba como si fuera un auto que la atropellaría en breve; sin embargo, no se movía. Solo con intención de prolongar su sufrimiento, se tomó su tiempo para bajar el frasco. Era su manera de vengarse. Le había advertido que se mantuviera lejos de su departamento, pero ella había decidido ignorarlo deliberadamente.Cuando terminó de retirar el frasco, el rostro de Mia reflejo confusión, para luego pasar al entendimiento. Ella le dio una mirada amenazante, o al menos su versión de una. Había visto una infinidad de cosas que daban más miedo que ella.Para alguien culpable era muy buena para mostrarse ofendida. Si alguien era culpable de algo allí, era ella; pero por la forma en que lo estaba mirando parecía que fuera todo lo contrario.—Mi mamá hace las m
—Muchas gracias por invitarme —dijo Mia mirando a Luka.Su amigo estaba levantando todos los servicios para llevarlos a lavar. Mia se había ofrecido a hacerlo, pero ambos hombres se habían negado. A diferencia de Luka, sus motivos habían tenido que ver muy poco con cortesía y, por la mirada que se ganó, podía decir que Mia lo sabía. —De nada —dijo sonriendo Luka—. Déjame acompañarte hasta la puerta.—Lo haré yo —se ofreció.Mia lo analizó con la mirada como si sospechara de sus motivos, pero pareció llegar a la conclusión de que estaba a salvo porque se puso de pie y recogió su cartera.—Nos vemos en otra ocasión —dijo ella acercándose a Luka y le dio un beso en la mejilla.—Eso me gustaría —dijo él.Mientras que no usaran como luga
Giovanni revisó los documentos que tenía en mano. De los diez candidatos que se habían presentado para llenar el par de puestos que estaban disponibles, solo cinco cumplían con todos los requisitos. Presionó teléfono para comunicarse con su secretaria. —Haz pasar al primero, por favor —pidió. —Sí señor. El primer hombre entró poco después y dio comienzo a la entrevista. Esperaba no tardar demasiado, pero apresuraría las cosas. Les hizo las preguntas de rutina. La mayoría de ellas, no eran demasiado relevantes. El propósito de las entrevistas era tener el tiempo de conocer a cada uno de los candidatos. Ellos podían dar respuestas falsas a sus preguntas; pero sus actitudes y reacciones mientras lo hacían, no era algo que pudieran cambiar. Giovanni estaba en busca de personas en las que pudiera confiar la seguridad de sus clientes, ellos eran muy importantes y tenía que asegurarse de que cada hombre y mujer que contrataba para cuidarlos podía hacer lo necesario para protegerlos. No