—¿Quién eres tú? —volvió a preguntar Giovanni irritado cuando no recibió la respuesta que esperaba. Aún estaba considerando si la mujer representaba una amenaza, no es que lo pareciera, pero si algo había aprendido por experiencia es que las apariencias engañaban.
La mujer era de contextura delgada, o eso parecía detrás de la sudadera y los pantalones holgados que llevaba puesto. Su cabello estaba atado en una cola de caballo de la que algunos mechones escapaban. No llevaba nada de maquillaje sobre el rostro y sus ojos brillaban con culpabilidad.
La evaluó en busca de algún arma. Su mirada se detuvo más tiempo del debido en sus pies. Ella estaba usando unas pantuflas rosas con forma de conejo. Si estaba allí para robarle, había elegido el peor atuendo. Solo por eso no estiró su mano en busca de su arma.
Un maullido interrumpió sus pensamientos. Cierto, ¿cómo se había podido olvidar de la bola de pelusa en sus brazos? Era poco probable que ese animal fuera un arma mortal. Menos por la forma como se acurrucaba contra su dueña mientras parecía indiferente a todo. Giovanni era una persona de perros, al menos ellos podían protegerte ante situaciones de peligro, no como ese insulso animal que parecía más un accesorio.
—Oh, lo siento —habló la mujer por fin—. Soy Mia y esta es Lulú. —Su voz era dulce, muy acorde a su inocente apariencia—. Ella es un poco traviesa y de alguna manera se las arregló para entrar a tu departamento. Cuando la escuché maullar desde aquí, yo…
—¿Cómo entraste? —preguntó cruzándose de brazos y enderezando la espalda aún más.
Se sintió satisfecho cuando Mia tragó de saliva. No le había pasado desapercibido como sus ojos lo habían observado antes; cual fuera la conclusión a la que llegó, un brillo de miedo se había posado por un instante sobre su mirada. Ella hacía muy bien en temer, así se mantendría lejos la próxima vez.
—¿La puerta estaba abierta?
Admiró su capacidad para continuar sonriendo, aun cuando parecía querer salir huyendo. No es que pudiera hacerlo, tendría que derribarlo para llegar a la puerta y esa pequeña mujer tenía muy pocas, casi nulas, probabilidades de hacerlo.
—Llamaré a la policía —amenazó sin inmutarse ante la expresión de pánico de ella.
Ella no sabía que no había manera de que dejara que alguien más metiera sus narices en sus asuntos, menos cuando él podía hacerse cargo.
—Está bien… —Ella dejó el espacio para que le dijera su nombre, pero cuando vio que no iba a hablar continuó—. Yo quizás forcé la cerradura —la miró incrédulo—. Bueno, bueno. Yo la forcé. —Eso fue demasiado fácil, pensó. Muchas personas aguantaban un poco más antes de confesar la verdad. Le sorprendió que ella hubiera logrado entrar a su departamento, no tenía la apariencia de alguien que supiera forzar cerraduras. Debía revisarlo para asegurarse de que estaba funcionando bien—. No sabía que nadie viviera aquí. Me mudé en frente hace poco y nunca vi a nadie entrar en este departamento. Obviamente estaba equivocada y lo siento por eso. —Mía no dejaba de parlotear a una velocidad increíble.
Alzó una mano al aire para silenciarla y ella lo miró extrañada.
>>¿Estás callándome? Porque si es así, déjame decirte que el gesto que acabas de hacer es muy grosero. No te costaba nada pedirlo.
—Para alguien en tu posición, tienes demasiadas agallas —dijo dando un par de pasos hacia adelante. Como esperaba que lo hiciera, Mia retrocedió.
—Lo siento por entrar, no volverá a suceder.
—Por supuesto que no lo hará —dijo con la amenaza implícita en su voz.
—¿Eso quiere decir que me puedo ir o que me vas a matar y tirarme al acantilado más cercano?
Si alguien iba terminar muerto, sería él, gracias al incesante parloteo de Mia. Había tres cosas que apreciaba en esta vida: El silencio, el orden y la tranquilidad. Ella parecía la antítesis de todo eso. La necesitaba fuera de su departamento cuanto antes para volver a su rutina. Por esta vez iba a creer su versión y dejarla ir, no sin antes asegurarse de que entendía que no podía volver.
Se arremangó la chaqueta hasta los codos. Ella miró con atención los tatuajes que adornaban sus brazos, luego su atención se desvió más abajo. Sabía lo que estaba viendo. Sus nudillos estaban algo dañados por su reciente entrenamiento. Jamás sería capaz de pegar a una mujer, había visto bastante de esa b****a cuando era niño; pero ella podía pensar lo que se le apeteciera.
—Si vuelves a entrar a mi departamento me inclinaré por la segunda opción —musitó antes de empezar a caminar. Ella se tensó como si esperara que la fuera a atacar. Pasó por su costado, pero se detuvo cerca del pasadizo que daba a las habitaciones—. Cierra la puerta al salir.
Escuchó sus pasos alejarse, demasiados lentos para su gusto. No se movió hasta que el seguro de la puerta sonó. Sacudió la cabeza y una sonrisa se formó en su boca, eso había sido extraño.
Había escuchado que alguien se había mudado, pero no había conocido a su nueva vecina hasta ese momento, no le habría importado no hacerlo por un largo tiempo… o quizás nunca. Ella parecía una mujer demasiado tonta para sentir el peligro y demasiado impulsiva. Nadie en su sano juicio se infiltraba en un departamento que no era el suyo, incluso si estaba vacío. Él lo había hecho, pero solo en las ocasiones que su trabajo lo requería.
Estiró los brazos, sus músculos estaban tensos después de la sesión de entrenamiento intenso al que se había sometido. Había pasados los últimos días bajo mucho estrés y no había encontrado mejor manera para que golpear un saco de box para relajarse. Le había ayudado a despejar la mente, pero su cuerpo estaba pagando las consecuencias.
Entró al baño y encendió la ducha. Se desvistió mientras el agua calentaba y luego se metió debajo del agua. Se sintió como un calmante que alivio un poco su dolor. Pero con demasiado tiempo para pensar recordó lo que lo había llevado a ese estado para comenzar. Su progenitor había muerto días atrás y no había habido nadie más para encargarse de arreglar su entierro y saldar su deuda con el hospital. Podía haberse hecho el desentendido, pero quería creer que era mucho mejor que eso. Los dos nunca habían sido cercanos, pero su muerte había traído viejos recuerdos que estaban atosigándolo.
Apagó la ducha antes de que siguiera por el carril de los recuerdos y sintiera la necesidad de descargarse otra vez. Salió del baño y sacó del armario un pantalón de franela. Después caminó rumbo cocina para preparase algo de comer. Estaba pasando por la sala cuando algo llamó su atención.
Retrocedió un par de pasos hasta quedar a lado de su mesa alta. El jarrón inglés –lo de inglés no tenía que ver con su lugar de procedencia– no estaba allí. Miró hacia la pared que daba al pasillo, como si pudiera ver a través de ella y de la de su vecina. Ella era la única que podía haberla tomado, pero no había manera de que pudiera haberla sacado sin que lo notara, a menos que su ropa hubiera sido más grande de lo que parecía.
Se sintió tentado de ir a recuperarlo, pero no estaba de humor para un enfrentamiento verbal con esa mujer. Una vez había bastado para un periodo muy largo. De todas formas, ese jarrón ni siquiera le gustaba. Solo lo había tenido por muestra de cortesía con la persona que se lo regaló. Mia le había hecho un favor al llevárselo. Podía decir que alguien lo había robado y no estaría mintiendo… aunque que pésimo gusto el de su vecina.
Mientras preparaba su cena, no pudo evitar pensar en Mia y su engañosa sonrisa. Había conocido muchas personas a lo largo de su vida, pero la mujer de en frente era diferente a la mayoría de ellas. Una sola mirada había bastado para identificar que ella vivía en su propio mundo, con sus propias reglas, indiferente a lo peligrosa que era la vida allí afuera. Él, por otro lado, había visto las partes más crueles del ser humano. Había conocido la traición y el dolor.
Sacudió su cabeza y se concentró en lo que estaba haciendo. Cuando terminó fue hasta la sala y encendió la televisión. Escogió un canal al azar, estaba dando un documental sobre leones.
Cogió su plató y cenó en tranquilidad. Dejó el incidente en el olvido y su tranquilidad volvió.
El corazón de Mia, casi una hora después de su encuentro con su vecino, aún seguía acelerado. Esa sí que había sido una aventura. Lo bueno es que había sobrevivido. —¿Crees que sea uno de esos hombres que se ganan la vida matando personas? —le preguntó a Lulú mientras llenaba su plato—. Porque tiene la apariencia. Lulú estaba más interesada en devorar sus croquetas que en escuchar su monólogo. Podía mostrarse un poco más agradecida con ella por haberla rescatado, pero ella no era ese tipo de mascota. —Es bueno que no me asesinara, pero debería mantenerme fuera de su camino solo en caso se arrepienta. Se sentó a cenar con la música proveniente de sus parlantes de fondo. No era fan del silencio y todavía se estaba haciendo a la idea de no comer en medio de un debate intenso con su padre sobre cualquier tema. Después de la cena se dirigió a su cuarto y se alistó para dormir. No fue hasta que estuvo frente al espejo, mientras se cepillaba los dientes, que reparó en su atuendo. Se habí
Giovanni no dejó su departamento en todo el día más que para su usual carrera matutina. Estaba acostumbrado a la actividad y era difícil quedarse sin hacer nada; pero no se había sentido con ánimos de ir a su empresa y mucho menos de ver ningún rostro conocido, en su lugar había optado por quedarse en casa. Su compañía de guardaespaldas podría sobrevivir sin él por unos días más. Además, había dejado a su amigo a cargo por si algo sucedía. Después de todo, desde hace unos meses su único trabajo era ir y supervisar que la compañía siguiera en pie. No era precisamente de su agrado, lo suyo estaba en el campo de acción y, aunque seguir personas de un lado para otro no era igual de emocionante, al menos era mejor que estar sentado detrás de un escritorio. Su celular vibró en la mesa y se acercó para tomarlo. Era un mensaje de Luka, su mejor amigo. >, decía el mensaje. Un esbozo de sonrisa apareció en su rostro. Luka siempre se preocupaba por el resto. Los dos se habían co
Como era viernes por la noche y al día siguiente no tenía que trabajar, Mia estaba aprovechando para terminar de desempacar. No quería seguirlo postergando más. Pero le estaba tomando más tiempo del debido, no solo porque se distraía con los recuerdos que algunos de sus objetos le traían, sino también porque quería encontrar el lugar perfecto para cada uno de ellos. No se había traído todas sus cosas con ella, solo las necesarias para hacer de ese lugar su hogar.Estaba colocando algunas fotos en los estantes de su sala cuando la luz se fue. La habitación quedó apenas iluminada por el brillo de la pantalla de su celular que estaba reproduciendo un video. Cuando hacía algo le gustaba bastante escuchar alguna música y a veces se entretenía bailando. Caminó hasta él y lo tomó, vio que ya no le quedaba mucha batería y con su ayuda fue hasta s
—No, mamá, no necesitas venir, todo está bien —dijo Mia esperando que su mamá le hiciera caso—. Los visitaré el siguiente fin de semana.—Está bien, cariño. Cualquier cosa no dudes en llamarnos y si te arrepientes, puedes volver en cualquier momento.—No lo haré, mamá. —Pero era bueno saber que siempre tenía un lugar al que volver si es que las cosas salían mal. No es que lo fuera a hacer, parte de crecer era lidiar sola con los problemas que podían surgir.Su madre era la que peor la había pasado con su mudanza y todavía parecía tener la esperanza de que se animara a regresar a casa con ellos. Su padre, por otro lado, aunque no había estado muy contento con la idea de que viviera por su cuenta, no había presentado mucha discusión. Tenía veinticuatro años, cerca de los veinticinco, pero al parece
Giovanni notó el pánico en los ojos de Mia, era demasiado trasparente con sus emociones. Ella lo miraba como si fuera un auto que la atropellaría en breve; sin embargo, no se movía. Solo con intención de prolongar su sufrimiento, se tomó su tiempo para bajar el frasco. Era su manera de vengarse. Le había advertido que se mantuviera lejos de su departamento, pero ella había decidido ignorarlo deliberadamente.Cuando terminó de retirar el frasco, el rostro de Mia reflejo confusión, para luego pasar al entendimiento. Ella le dio una mirada amenazante, o al menos su versión de una. Había visto una infinidad de cosas que daban más miedo que ella.Para alguien culpable era muy buena para mostrarse ofendida. Si alguien era culpable de algo allí, era ella; pero por la forma en que lo estaba mirando parecía que fuera todo lo contrario.—Mi mamá hace las m
—Muchas gracias por invitarme —dijo Mia mirando a Luka.Su amigo estaba levantando todos los servicios para llevarlos a lavar. Mia se había ofrecido a hacerlo, pero ambos hombres se habían negado. A diferencia de Luka, sus motivos habían tenido que ver muy poco con cortesía y, por la mirada que se ganó, podía decir que Mia lo sabía. —De nada —dijo sonriendo Luka—. Déjame acompañarte hasta la puerta.—Lo haré yo —se ofreció.Mia lo analizó con la mirada como si sospechara de sus motivos, pero pareció llegar a la conclusión de que estaba a salvo porque se puso de pie y recogió su cartera.—Nos vemos en otra ocasión —dijo ella acercándose a Luka y le dio un beso en la mejilla.—Eso me gustaría —dijo él.Mientras que no usaran como luga
Giovanni revisó los documentos que tenía en mano. De los diez candidatos que se habían presentado para llenar el par de puestos que estaban disponibles, solo cinco cumplían con todos los requisitos. Presionó teléfono para comunicarse con su secretaria. —Haz pasar al primero, por favor —pidió. —Sí señor. El primer hombre entró poco después y dio comienzo a la entrevista. Esperaba no tardar demasiado, pero apresuraría las cosas. Les hizo las preguntas de rutina. La mayoría de ellas, no eran demasiado relevantes. El propósito de las entrevistas era tener el tiempo de conocer a cada uno de los candidatos. Ellos podían dar respuestas falsas a sus preguntas; pero sus actitudes y reacciones mientras lo hacían, no era algo que pudieran cambiar. Giovanni estaba en busca de personas en las que pudiera confiar la seguridad de sus clientes, ellos eran muy importantes y tenía que asegurarse de que cada hombre y mujer que contrataba para cuidarlos podía hacer lo necesario para protegerlos. No
Mia caminó hacia la salida con Zinerva a su lado. Ella no dejaba de hablarle de Vico… o era Rocco. Un nombre que terminaba algo así. La verdad había dejado de prestarle atención en cuanto dijo que era un amigo de su novio. Gente como él no podía tener buenos amigos.—¿Entonces qué dices?—¿De qué? —preguntó.—No estabas escuchando. —Su amiga tenía una sonrisa divertida—. ¿Saldrás con él?—Oh, eso. —Zinerva le había dicho por la mañana que tenía un conocido al que le gustaría presentarle. Se habría agarrado a la excusa del trabajo sino fuera porque su amiga le había dicho que sería el sábado—. No estoy segura, el trabajo…—Eso es lo que te estaba diciendo, que lo vieras el viernes así no tendrías problemas con lo de levantarte temprano al día siguiente. Te prometo que es un buen tipo.Teniendo en cuenta el criterio de su amiga para juzgar a algunas personas, era comprensible que tuviera dudas sobre su definición de “buen tipo”. Sin embargo, n