Giovanni estaba ansioso y apenas lograba controlarse. Había estado en situaciones peligrosas, pero en ninguna de ellas había sentido ni la mitad de lo que sentía en ese momento.
Farina le había dicho que Mia estaba lista y que bajaría pronto. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde entonces; bien podrían haber sido segundos, pero se sentía como décadas.
La idea de ir en busca de Mia y traerla sobre el hombro hasta el altar, pasó por su mente. Era probable que su futura esposa se lo tomara con bastante humor, pero no creía lo mismo de su futura suegra ni de su propia madre. Aunque tal vez se lo merecían, después de todo en parte era su culpa que estuviera así.
Las dos mujeres habían insistido en que durmieran separados. Era la primera vez en mucho tiempo que no dormían juntos y un día antes de casarse había sido el pe
Mia no hubiera podido dejar de sonreír incluso si lo habría intentado. Nunca se había sentido más feliz que en ese momento y sabía que le esperaban muchos días como esos en el futuro. Su esposo. Esa palabra se repetía en su mente una y otra vez haciéndole sonreír más, si acaso eso era posible. —¿Estás cansada? —preguntó Giovanni sacándola de sus cavilaciones. Estaban en medio de la pista de baile balanceando sus cuerpos al ritmo de la melodía que sonaba de fondo. Mia levantó la mirada y se encontró con la de él. Sus ojos brillaban de alegría, de la misma manera que estaba segura hacían los suyos. —No —mintió. Sus pies comenzaban a sentirse agotados. Habían tenido su primer baile como esposos hace un buen rato, después se separaron para bailar con sus padres y padrinos. Luego fue el mismo Giovanni quién la tomó de brazos de Luka ante su mirada burlona. Giovanni le hizo un gesto que le dejó claro que no le creyó ni por un
Mia se despertó con unas ganas incontrolables de comer un poco de papás con sirope de chocolate. Se imaginó las papás crujientes y calientes bañadas en el dulce y, a la misma vez amargo, chocolate. Su boca se llenó de saliva ante la imagen y decidió que iría a buscarlo. Se incorporó con sumo cuidado y sacó sus piernas hacia el borde de la cama. —¿Qué sucede? —preguntó Giovanni antes de que terminara de ponerse sus pantuflas. Él encendió las luces de la lámpara de su lado iluminando toda la habitación y se sentó mirándola. No entendía como siempre terminaba despertándolo sin importar cuan silenciosa fuera. —Comienzo a creer que no duermes durante las noches. —¿Qué es lo que te molesta? —insistió él ignorando su comentario. —No es nada importante. —Yo creo que sí lo es, caso contrario no te arriesgarías a caminar en medio de la oscuridad. Podrías tropezar con algo y caerte. —Tengo antojos —musitó con un puchero. —
Giovanni miró a su hija en brazos. Era tan pequeña y muy hermosa. La enfermera la había traído unos cuantos minutos atrás en una cuna y luego le había ayudado a sostenerla, lo cual fue algo bueno. Él todavía tenía miedo de sujetarla con demasiada fuerza, se veía tan frágil y tenía miedo de romperla.El trabajo de parto había durado alrededor de diez horas y casi había perdido la cabeza cada vez que Mia lanzaba un grito, pero se había mantenido impasible repitiendo en su mente una y otra vez que todo estaría bien.Cuando su hija por fin vino a este mundo, lanzando un grito que no dejó dudas de la fortaleza de sus pulmones, por fin se había sentido capaz de respirar tranquilo. Luego había sostenido a su hija y ella la había tomado de un dedo con más fuerza de la que hubiera esperado para alguien tan pequeña.Una
Mia era de esas personas a las que les encantaba dejarse llevar por sus impulsos. Había terminado en más de un problema a causa de eso, pero la mayoría de veces las consecuencias fueron inofensivas: Un corte de cabello nada favorecedor, un brazo fracturado o un ridículo video en las redes que casi la lleva a la fama. Nada fuera de lo común.Sus padres siempre le decían que tuviera más cuidado o un día de esos acabaría en un problema realmente grave. Mia soltó un suspiro, al parecer ese día había llegado. ¿Por qué tenían que tener razón en todo?Se suponía que la misión de rescate debía ser más que simple. Solo tenía que seguir tres simples pasos: Entrar, encontrar y escapar. Llamó a su plan “La triple E”, por razones obvias; no es que fuera muy dada a los planes. Su plan había estado m
Mia llegó a su departamento después de un agotador día de trabajo. Arrojó su bolso al sofá y casi se abalanzó ella misma sobre él. Tan solo ver las cajas aun embaladas y apiladas en un rincón estuvo a punto de eliminar la energía que le restaba.Se había mudado apenas cerca de una semana atrás y no había tenido tiempo para encargarse de desempacar todo lo que había traído con ella. Solo a ella se le ocurría mudarse cuando había tantas cosas que hacer en el trabajo.No era tan tarde, tal vez podía avanzar algo ese día mientras preparaba la comida. Fue hasta su habitación y se cambió de ropa. Con su estado de ánimo mejorando a cada instante se dirigió a la cocina y se alistó para empezar a cocinar. Se detuvo, extrañada, al momento de sacar una olla. El familiar maullido de su pequeña gata no se escuchaba por ningún lado. Lulú solía desparecer durante el día en algún rincón de la casa para tomar alguna de sus prolongadas siestas, pero venía a saludarla cuando llegaba a casa
—¿Quién eres tú? —volvió a preguntar Giovanni irritado cuando no recibió la respuesta que esperaba. Aún estaba considerando si la mujer representaba una amenaza, no es que lo pareciera, pero si algo había aprendido por experiencia es que las apariencias engañaban.La mujer era de contextura delgada, o eso parecía detrás de la sudadera y los pantalones holgados que llevaba puesto. Su cabello estaba atado en una cola de caballo de la que algunos mechones escapaban. No llevaba nada de maquillaje sobre el rostro y sus ojos brillaban con culpabilidad.La evaluó en busca de algún arma. Su mirada se detuvo más tiempo del debido en sus pies. Ella estaba usando unas pantuflas rosas con forma de conejo. Si estaba allí para robarle, había elegido el peor atuendo. Solo por eso no estiró su mano en busca de su arma.Un maullido interrumpió sus pensamientos. Cierto, ¿cómo se había podido olvidar de la bola de pelusa en sus brazos? Era poco probable que ese animal fuera un arma m
El corazón de Mia, casi una hora después de su encuentro con su vecino, aún seguía acelerado. Esa sí que había sido una aventura. Lo bueno es que había sobrevivido. —¿Crees que sea uno de esos hombres que se ganan la vida matando personas? —le preguntó a Lulú mientras llenaba su plato—. Porque tiene la apariencia. Lulú estaba más interesada en devorar sus croquetas que en escuchar su monólogo. Podía mostrarse un poco más agradecida con ella por haberla rescatado, pero ella no era ese tipo de mascota. —Es bueno que no me asesinara, pero debería mantenerme fuera de su camino solo en caso se arrepienta. Se sentó a cenar con la música proveniente de sus parlantes de fondo. No era fan del silencio y todavía se estaba haciendo a la idea de no comer en medio de un debate intenso con su padre sobre cualquier tema. Después de la cena se dirigió a su cuarto y se alistó para dormir. No fue hasta que estuvo frente al espejo, mientras se cepillaba los dientes, que reparó en su atuendo. Se habí
Giovanni no dejó su departamento en todo el día más que para su usual carrera matutina. Estaba acostumbrado a la actividad y era difícil quedarse sin hacer nada; pero no se había sentido con ánimos de ir a su empresa y mucho menos de ver ningún rostro conocido, en su lugar había optado por quedarse en casa. Su compañía de guardaespaldas podría sobrevivir sin él por unos días más. Además, había dejado a su amigo a cargo por si algo sucedía. Después de todo, desde hace unos meses su único trabajo era ir y supervisar que la compañía siguiera en pie. No era precisamente de su agrado, lo suyo estaba en el campo de acción y, aunque seguir personas de un lado para otro no era igual de emocionante, al menos era mejor que estar sentado detrás de un escritorio. Su celular vibró en la mesa y se acercó para tomarlo. Era un mensaje de Luka, su mejor amigo. >, decía el mensaje. Un esbozo de sonrisa apareció en su rostro. Luka siempre se preocupaba por el resto. Los dos se habían co