Mia era de esas personas a las que les encantaba dejarse llevar por sus impulsos. Había terminado en más de un problema a causa de eso, pero la mayoría de veces las consecuencias fueron inofensivas: Un corte de cabello nada favorecedor, un brazo fracturado o un ridículo video en las redes que casi la lleva a la fama. Nada fuera de lo común.
Sus padres siempre le decían que tuviera más cuidado o un día de esos acabaría en un problema realmente grave. Mia soltó un suspiro, al parecer ese día había llegado. ¿Por qué tenían que tener razón en todo?
Se suponía que la misión de rescate debía ser más que simple. Solo tenía que seguir tres simples pasos: Entrar, encontrar y escapar. Llamó a su plan “La triple E”, por razones obvias; no es que fuera muy dada a los planes.
Su plan había estado marchando a la perfección. Si, entró; sí, encontró y… no, no escapó. En su favor debía decir que había estado a punto de hacerlo cuando aquel hombre, que ahora la aniquilaba con la mirada, entró. Nadie vivía en ese departamento, estaba segura de eso; no es que alguien se lo hubiera dicho, pero a esa era la conclusión a la que había llegado después de una ardua investigación.
Miró al hombre, evaluando sus opciones de escape. Podía intentar derribarlo y salir corriendo, pero dudaba mucho que pudiera moverlo tan si quiera un centímetro; él era una masa sólida de músculo. Saltar por la ventana, por otro lado, no era una opción; no, si quería sobrevivir y no lo haría estando en el tercer piso. Era buena en muchas cosas, pero caer de pie desde esa altura, no estaba incluida en ellas.
Se distrajo admirando al hombre y se detuvo más de lo debido en algunas partes de su cuerpo. Sus ojos, más oscuros que la noche, captaron toda su atención. Eran tan escalofriantes que la temperatura del ambiente bajo un par de grados solo al verlos. Si las miradas mataran, en ese momento sus padres estarían llorando su pérdida mientras sepultaban su cadáver.
Sacudió la cabeza tratando de enfocarse en el presente, no era un buen momento para divagar en sus pensamientos.
La única solución posible para salir de allí, parecía ser hablar con el gruñón y explicarle el motivo de porque estaba allí, lo cual le llevaría a explicarle como entró y que, en algún momento, sin querer, había roto una de sus posesiones. Quizás podía omitir esa última parte, después de todo los pedazos estaban ocultos en una de las repisas de la cocina, que esperaba él no abriera hasta que ella estuviera en fuera de su alcance. Debería haber buscado un lugar mejor para ocultar aquel frágil jarrón.
—¿Quién eres tú? —preguntó el hombre irritado. No entendía a que se debía su mal humor. Sí, la había atrapado en su departamento, pero tenía una buena explicación.
—Hola. —Sonrió esperando que eso le ayudara en su causa. No lo hizo. El extraño frunció el ceño y la miró como si fuera una completa tonta.
Mia llegó a su departamento después de un agotador día de trabajo. Arrojó su bolso al sofá y casi se abalanzó ella misma sobre él. Tan solo ver las cajas aun embaladas y apiladas en un rincón estuvo a punto de eliminar la energía que le restaba.Se había mudado apenas cerca de una semana atrás y no había tenido tiempo para encargarse de desempacar todo lo que había traído con ella. Solo a ella se le ocurría mudarse cuando había tantas cosas que hacer en el trabajo.No era tan tarde, tal vez podía avanzar algo ese día mientras preparaba la comida. Fue hasta su habitación y se cambió de ropa. Con su estado de ánimo mejorando a cada instante se dirigió a la cocina y se alistó para empezar a cocinar. Se detuvo, extrañada, al momento de sacar una olla. El familiar maullido de su pequeña gata no se escuchaba por ningún lado. Lulú solía desparecer durante el día en algún rincón de la casa para tomar alguna de sus prolongadas siestas, pero venía a saludarla cuando llegaba a casa
—¿Quién eres tú? —volvió a preguntar Giovanni irritado cuando no recibió la respuesta que esperaba. Aún estaba considerando si la mujer representaba una amenaza, no es que lo pareciera, pero si algo había aprendido por experiencia es que las apariencias engañaban.La mujer era de contextura delgada, o eso parecía detrás de la sudadera y los pantalones holgados que llevaba puesto. Su cabello estaba atado en una cola de caballo de la que algunos mechones escapaban. No llevaba nada de maquillaje sobre el rostro y sus ojos brillaban con culpabilidad.La evaluó en busca de algún arma. Su mirada se detuvo más tiempo del debido en sus pies. Ella estaba usando unas pantuflas rosas con forma de conejo. Si estaba allí para robarle, había elegido el peor atuendo. Solo por eso no estiró su mano en busca de su arma.Un maullido interrumpió sus pensamientos. Cierto, ¿cómo se había podido olvidar de la bola de pelusa en sus brazos? Era poco probable que ese animal fuera un arma m
El corazón de Mia, casi una hora después de su encuentro con su vecino, aún seguía acelerado. Esa sí que había sido una aventura. Lo bueno es que había sobrevivido. —¿Crees que sea uno de esos hombres que se ganan la vida matando personas? —le preguntó a Lulú mientras llenaba su plato—. Porque tiene la apariencia. Lulú estaba más interesada en devorar sus croquetas que en escuchar su monólogo. Podía mostrarse un poco más agradecida con ella por haberla rescatado, pero ella no era ese tipo de mascota. —Es bueno que no me asesinara, pero debería mantenerme fuera de su camino solo en caso se arrepienta. Se sentó a cenar con la música proveniente de sus parlantes de fondo. No era fan del silencio y todavía se estaba haciendo a la idea de no comer en medio de un debate intenso con su padre sobre cualquier tema. Después de la cena se dirigió a su cuarto y se alistó para dormir. No fue hasta que estuvo frente al espejo, mientras se cepillaba los dientes, que reparó en su atuendo. Se habí
Giovanni no dejó su departamento en todo el día más que para su usual carrera matutina. Estaba acostumbrado a la actividad y era difícil quedarse sin hacer nada; pero no se había sentido con ánimos de ir a su empresa y mucho menos de ver ningún rostro conocido, en su lugar había optado por quedarse en casa. Su compañía de guardaespaldas podría sobrevivir sin él por unos días más. Además, había dejado a su amigo a cargo por si algo sucedía. Después de todo, desde hace unos meses su único trabajo era ir y supervisar que la compañía siguiera en pie. No era precisamente de su agrado, lo suyo estaba en el campo de acción y, aunque seguir personas de un lado para otro no era igual de emocionante, al menos era mejor que estar sentado detrás de un escritorio. Su celular vibró en la mesa y se acercó para tomarlo. Era un mensaje de Luka, su mejor amigo. >, decía el mensaje. Un esbozo de sonrisa apareció en su rostro. Luka siempre se preocupaba por el resto. Los dos se habían co
Como era viernes por la noche y al día siguiente no tenía que trabajar, Mia estaba aprovechando para terminar de desempacar. No quería seguirlo postergando más. Pero le estaba tomando más tiempo del debido, no solo porque se distraía con los recuerdos que algunos de sus objetos le traían, sino también porque quería encontrar el lugar perfecto para cada uno de ellos. No se había traído todas sus cosas con ella, solo las necesarias para hacer de ese lugar su hogar.Estaba colocando algunas fotos en los estantes de su sala cuando la luz se fue. La habitación quedó apenas iluminada por el brillo de la pantalla de su celular que estaba reproduciendo un video. Cuando hacía algo le gustaba bastante escuchar alguna música y a veces se entretenía bailando. Caminó hasta él y lo tomó, vio que ya no le quedaba mucha batería y con su ayuda fue hasta s
—No, mamá, no necesitas venir, todo está bien —dijo Mia esperando que su mamá le hiciera caso—. Los visitaré el siguiente fin de semana.—Está bien, cariño. Cualquier cosa no dudes en llamarnos y si te arrepientes, puedes volver en cualquier momento.—No lo haré, mamá. —Pero era bueno saber que siempre tenía un lugar al que volver si es que las cosas salían mal. No es que lo fuera a hacer, parte de crecer era lidiar sola con los problemas que podían surgir.Su madre era la que peor la había pasado con su mudanza y todavía parecía tener la esperanza de que se animara a regresar a casa con ellos. Su padre, por otro lado, aunque no había estado muy contento con la idea de que viviera por su cuenta, no había presentado mucha discusión. Tenía veinticuatro años, cerca de los veinticinco, pero al parece
Giovanni notó el pánico en los ojos de Mia, era demasiado trasparente con sus emociones. Ella lo miraba como si fuera un auto que la atropellaría en breve; sin embargo, no se movía. Solo con intención de prolongar su sufrimiento, se tomó su tiempo para bajar el frasco. Era su manera de vengarse. Le había advertido que se mantuviera lejos de su departamento, pero ella había decidido ignorarlo deliberadamente.Cuando terminó de retirar el frasco, el rostro de Mia reflejo confusión, para luego pasar al entendimiento. Ella le dio una mirada amenazante, o al menos su versión de una. Había visto una infinidad de cosas que daban más miedo que ella.Para alguien culpable era muy buena para mostrarse ofendida. Si alguien era culpable de algo allí, era ella; pero por la forma en que lo estaba mirando parecía que fuera todo lo contrario.—Mi mamá hace las m
—Muchas gracias por invitarme —dijo Mia mirando a Luka.Su amigo estaba levantando todos los servicios para llevarlos a lavar. Mia se había ofrecido a hacerlo, pero ambos hombres se habían negado. A diferencia de Luka, sus motivos habían tenido que ver muy poco con cortesía y, por la mirada que se ganó, podía decir que Mia lo sabía. —De nada —dijo sonriendo Luka—. Déjame acompañarte hasta la puerta.—Lo haré yo —se ofreció.Mia lo analizó con la mirada como si sospechara de sus motivos, pero pareció llegar a la conclusión de que estaba a salvo porque se puso de pie y recogió su cartera.—Nos vemos en otra ocasión —dijo ella acercándose a Luka y le dio un beso en la mejilla.—Eso me gustaría —dijo él.Mientras que no usaran como luga