El rugido del motor del jet privado se desvaneció en la inmensidad blanca mientras descendía en la pista privada, solitaria, tallada entre las montañas heladas del norte de Islandia.El viento, afilado como cuchillas, azotaba los abrigos negros de los tres hombres que descendieron junto a Dante, quien apenas podía mantenerse erguido. El vendaje que cruzaba su pecho se teñía de rojo pálido en el borde, un recordatorio del disparo que casi lo arrojó al otro lado.
—Benvenuto, signore—dijo uno de los hombres que lo esperaba al pie del jet. Su nombre era Lorenzo, viejo leal de Vittorio Bellandi, ahora al servicio del hijo.
—¿Está todo listo? —preguntó Dante con voz áspera, aún arrastrando el cansancio de la herida.
—Sí, señor. La base está operativa. Todo el equipo llegó esta mañana.
D
La puerta se cerró tras él, dejando un vacío más helado que el invierno ruso.Svetlana se quedó en la oscuridad, abrazada a la nada, con la respiración hecha pedazos y el corazón convertido en un espectro que no sabía si latir o dejarse morir.Dante… muerto.¿Mi padre tambien?No, debía ser una mentira, un juego psicologico...Sin embargo, laspalabrascaíanuna y otra vez en su mente como una sentencia.Los únicos dos hombres que había amado en su vida, ¿estaban muertos?Eso significaba que... nadie iría a rescatarla.Con ellosse había ido todo: la esperanza, el amor, la posibilidad de salir de ese infierno.El primer día no lloró. Se quedó quieta, acurrucada junto a la pared como una niña abandonada, con la vista clavada en la nada.El segundo d&iac
El sobre era grueso, sellado con el viejo emblema de la familia Bellandi: un león rampante sobre un escudo partido.Dante sostuvo el sobre durante largos segundos antes de abrirlo.Era la primera carta que recibía desde que había llegado a ese exilio voluntario.Rasgó el papel, desplegó la hoja y comenzó a leer."Signore," —así comenzaba— "espero que este mensaje lo encuentre bien dentro de lo posible. Le escribo para informarle de los avances y la situación general desde su partida...La reconstrucción de la Villa Bellandi avanza, lenta pero firme. Hemos logrado restaurar el ala este y reforzar la seguridad en los accesos principales. Algunos hombres —los leales a su nombre y al de su padre— han regresado sin que se los pidiera. Otros, como era de esperarse, han dado la espalda, vendiendo su lealtad al mejor postor”.Dante cerró los ojos un instante. Visualizó las cicatrices en sus tierras, en su casa. Las balas todavía resonaban en los pasillos de su memoria.“El clima en Reggio Cal
El pasillo estaba sumido en un parpadeo de luces intermitentes, como si la morada de Lucifer se hubiese instalado en los cimientos de la base.El eco de disparos en la distancia le erizó la piel.Dante avanzó con sigilo, con la Glock firme en su mano y los sentidos al máximo.Sus botas pisaban sobre charcos de... ¿agua? O algo más viscoso que no quiso identificar.Una sombra se deslizó al fondo del corredor.Dante se pegó contra la pared, agazapado, respirando apenas.Dos figuras emergieron del humo.Altos. Armados.Llevaban pasamontañas negros cubriendo sus rostros.Sin pensarlo, Dante disparó.Tres tiros, secos, precisos.Uno cayó como un muñeco roto.El otro rodó hacia cobertura, gritando en un idioma que no reconoció de inmediato.Fogonazos, no sangre real.Su mente analítica captó el primer detalle.—Balas de fogueo... —murmuró, mientras avanzaba.Pero entonces, un dolor ardiente le cruzó el costado. Una bala de goma impactó justo bajo sus costillas, haciendo que gruñera de rabi
—¡ALTO AL FUEGO O LE VUELO LOS PUTOS SESOS!El mundo se detuvo.—Mi sol —susurró Dante.Ahí estaba ella. Entre humo y ruinas. Con el vestido de novia roto, manchado de barro y sangre. Con el cabello suelto, deshecho. Ella estaba temblando con los ojos abiertos, llenos de miedo... de lágrimas.Y la pistola. Negra. Fría. Apretada contra su sien.La mano de Nikolai temblaba de rabia.—No… —Dante sintió que el suelo desaparecía.Detrás de Nikolai, varios hombres apuntaban a los suyos. A su madre, a su hermano pequeño...—¡BAJEN LAS ARMAS! —bramó Nikolai—. ¡AHORA!—¡BAJENLAS! —gritó Dante, con la voz rota.Todos obedecieron y el silencio cayó, más brutal que cualquier disparo.Nikolai sonrió con la boca torcida.—Mírame, Bellandi. Jaque mate, perro italiano.Dante no respiraba. Ella. Su sol. Su todo. Tenía una pistola apuntando a su cabeza.No podía moverse. No mientras ese hijo de puta la tuviera así. Ella lo miraba. Sin hablar. Pero sus ojos gritaban por ayuda. Las lágrimas trazaron surco
Tres meses antes…Fabio detuvo el paso frente a la puerta. Su mano temblaba, apretando el llavero de bronce con tanta fuerza que los bordes le cortaban la piel. Afuera, el silencio helado de Aspromonte era como un eco constante de lo que no se decía.Respiró hondo. No por el frío, sino por lo que estaba a punto de hacer.Empujó la puerta.Dentro, la luz de una lámpara apenas dibujaba la figura dormida de Dante. El hijo del líder. El heredero. El que nunca dormía realmente, ni siquiera cuando lo intentaba. Porque en su mundo, cerrar los ojos era dejar la espalda expuesta.—Señor… —susurró Fabio.Un segundo después, el clic metálico de una Beretta lo dejó congelado. Dante apuntaba directo a su sien, con los ojos entrecerrados y el cuerpo tenso.—¿Quién carajo eres? —gruñó, ronco.—Soy yo. Fabio. No dispare.Dante no bajó el arma. Sus manos temblaban, pero su mirada era firme.—¿Qué haces aquí? ¿Qué hora es?—Me mandaron a buscarlo. Tiene que venir conmigo. Ya.El silencio fue tan tenso q
El brillo de las velas se reflejaba en los ojos de los presentes cuando Dante se giró hacia ellos. No había más tiempo para dudas, no había más espacio para la fragilidad. Estaba rodeado de hombres que, aunque al servicio de la familia Bellandi, lo observaban con la esperanza de ver en él a un líder capaz de sostener el peso de la herencia.Dante respiró hondo, sintiendo cómo la mirada de cada uno de los hombres lo atravesaba como una espada afilada, evaluando, esperando. Se acercó lentamente al ataúd, sus pasos firmes pero cargados de un peso abrumador. Al llegar frente a él, sus ojos se clavaron en el rostro inerte de su padre, y por un momento, el tiempo pareció detenerse. No estaba preparado, lo sabía, pero ya no había marcha atrás. El destino lo había alcanzado, y con él, la responsabilidad de un apellido que ni siquiera él comprendía completamente.Luego, sin apartar la vista del ataúd, su voz se alzó, firme pero cargada de la sombra de su padre. Algo en él parecía diferente, com
El jet privado descendió lentamente, cortando el aire con un rugido grave que se fue apagando al tocar tierra.Dentro del avión, el lujo contrastaba con la tensión que se respiraba. Los asientos de cuero beige brillaban bajo la luz cálida, y las superficies de madera reflejaban destellos dorados con sobriedad. Era un espacio diseñado para el confort absoluto, pero para Svetlana, que yacía inconsciente sobre uno de los sofás, no era más que una jaula elegante.El hombre más corpulento del grupo, de barba rala y mirada gastada, se acercó a ella con movimientos mecánicos, como quien carga peso muerto a diario. La levantó sin esfuerzo. Su cuerpo, tan liviano, parecía más el de una muñeca que el de una mujer viva. La llevó hasta una camioneta negra que esperaba en el borde del andén. El motor emitía un ronroneo grave que se perdía en la madrugada helada.—Ábreme la puerta de atrás —gruñó el hombre.Uno de sus compañeros obedeció sin chistar. La acomodaron en el asiento trasero, cuidando que
El rugido de un motor cortó el aire gélido de la noche, anunciando la llegada de la camioneta negra, blindada y lujosa, que se detuvo ante la entrada principal de la villa Bellandi. La propiedad, imponente y aislada, se alzaba en medio de un mar de tierra, un reino de secretos y traiciones.Más allá de las puertas, la ‘Ndrangheta respiraba en las sombras.Los primeros en salir fueron dos hombres con abrigos gruesos, armados hasta los dientes, alertas a cualquier movimiento. Tras ellos, Svetlana, rodeada por otros dos, caminaba arrastrada, las manos atadas con fuerza, su cuerpo apenas cubierto por ropas que poco hacían contra el frío cortante del invierno. Su mente aún luchaba por procesar la confusión del momento.¿Qué diablos estaba pasando? Su respiración era irregular, el miedo y la incomprensión nublaban sus pensamientos. Aquello no podía ser real, pensó. La idea de que ese enfermo, ese psicópata, la hubiera atrapado por fin, flotaba en su mente, pero algo no cuadraba. Esa gente no