Capítulo 4

El rugido de un motor rompió el silencio gélido de la noche. Una camioneta negra, blindada y lujosa, se detuvo frente a la entrada principal de la villa Bellandi. La propiedad se alzaba como una fortaleza imponente, en medio de las 50 hectáreas que componían ese reino oculto, un santuario de secretos y traiciones. Invisible a los ojos de la policía, protegido por pactos secretos y lealtades compradas, era el corazón de la Ndrangheta, la mafia italiana.

Dos hombres salieron primero del vehículo, con abrigos gruesos y armas visibles, observando todo con la atención de quien sabe que cualquier sombra puede ser una amenaza. Detrás de ellos, otros dos hombres flanqueaban a una mujer que temblaba de pies a cabeza. Svetlana, con las manos atadas, apenas llevaba ropa que le protegiera del invierno feroz. Su rostro, marcado por una mezcla de miedo y confusión, giraba constantemente, tratando de entender dónde estaba y por qué.

Frente a ella, una mansión que se podía describir como un castillo
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