~2~ Tristeza.

"La soledad es el silencio del alma, donde se escuchan los ecos más profundos de nuestro ser."

Alberth 

Veo el cielo oscuro por la prominente lluvia. Estamos en el cementerio, el sepulcro de Edwards se está llevando a cabo y los únicos presentes son sus empleados, la nana de Valeria, ella, Jovanny y yo. Me siento mal por ella; verla llorar es tremendamente triste. Jovanny se le acerca y la abraza, reconfortando su dolor.

Pienso en lo último que Edwards me dijo antes de morir. ¿Quiénes serán sus enemigos? ¿Por qué razón lo querían muerto? Dejo de lado esos pensamientos al ver a una señora de pie cerca de un árbol. Ella llora a mares, me pregunto de quién se tratará.

—Alberth, creo que lo mejor será llevar a la chica a la mansión. Se nota débil. Acompáñala con su nana, mientras yo me quedo hasta el final —me dice Jovanny.

—Está bien, hermano —respondo.

Me acerco a la nana de Valeria y le digo que la ayude a llevarla al coche. La amable señora se acerca a la joven, quien reniega al principio, pero luego acepta llorando en los brazos de su nana.

—Vamos —le digo, ayudándola. Prendo mi camioneta y la ayudo a subir.

Manejo en dirección a la mansión de Edwards. Lo único que escucho es el llanto lastimero de Valeria, mientras su nana intenta reconfortarla.

—Mi niña, me duele el alma verte destrozada. Te acompaño en tu dolor, no te me derrumbes estoy contigo.

—Nana, quiero a mi papito de vuelta, lo necesito. Sin él no quiero vivir.

—No digas eso, cariño. Me matas a mí también.

Suelto un suspiro lastimero al escuchar esas palabras de tristeza.

Pasó más de una hora cuando llegamos a la villa de mi amigo. Aparqué la camioneta y ayudé a Valeria a bajar, pero antes de ponerse de pie, se desmayó. Rápidamente la levanté en mis brazos.

—Mi niña, Dios, dale fuerzas  —susurra la señora Martha, indicándome la entrada de la mansión.

—Muéstrame la habitación y prepárale un té.

—Sí, enseguida.

Entré a la habitación de la chica y la recosté sobre su cama. Le tomé el pulso, que era débil, y luego toqué su frente, pero no tenía fiebre.

—Papá —susurra débilmente. Intento levantarme, pero sus manos me detienen—. No me dejes, papá; te necesito.

Está en una pesadilla. Me recuesto sobre el borde de la cama y acaricio su cabello. Ella sonríe entre sueños. Pobre, me pregunto qué pasará con ella ahora que su padre no está. Me imagino que su familia materna o su tío, hermano único de Edwards, se harán cargo de ella.

—Señor, aquí está el té —dijo Martha al entrar. Me levanto de la cama y le indico que le dé el té en pequeños sorbos.

—Debo irme. Cualquier cosa, no dude en llamarme.

—Está bien, señor. ¿Me pasa su contacto?

Asiento y le pido el móvil. Guardo mi número y luego marco al mío para que ella guarde el suyo.

—Gracias por todo —agradece, acercándose a Valeria.

Salgo de la mansión de mi amigo, sintiendo un sabor amargo y una profunda tristeza. Espero que la joven Valeria pueda superar esta irremediable pérdida, aunque lo dudo. La pérdida de un ser querido jamás se olvida, ni aun cuando pasen los años.

Al llegar a mi casa, me tiro sobre el sofá, cierro los ojos por el cansancio y aún mi cabeza está procesando la muerte repentina de Edwards. Los recuerdos de la noche anterior me invaden, la escena en la que todos estaban tan atónitos, incapaces de comprender cómo algo tan trágico podía haber ocurrido de manera tan súbita. La imagen de Valeria, con el rostro desencajado y los ojos hinchados de tanto llorar, me persigue.

—Alberth vas a querer que pida que te preparen el almuerzo—. La voz de mi tía Gloria me saca de mis pensamientos. Ella se acerca y se sienta a mi lado.

—Tía, gracias, pero no tengo apetito. Solo necesito un café bien cargado.

—Está bien. Lamento mucho la muerte de Edwards, quién lo diría. Que Dios consuele a sus familiares. —Asiento mirándola fijamente. Lo que no entiendo es por qué no hubo ningún familiar en el velorio, ni siquiera en el entierro.

—¿Todo bien, hijo? —cuestiona mi tía, sacándome de mis pensamientos.

—Sí, tía, todo bien. Iré a mi despacho.

—Está bien, te llevaré tu café...

Asiento, levantándome del sofá y caminando hacia mi biblioteca. Entro y cierro la puerta detrás de mí. Observo todo a mi alrededor, los libros ordenados en los estantes, el escritorio impecable. La soledad se siente más palpable que nunca. Esa chica se sentirá sola de por vida, así como lo estoy yo desde que mis padres murieron en ese crucero.

Me acerco a los cuadros en la pared, la imagen de mis padres en aquellos tiempos más felices. Me entristece profundamente. Es lamentable no tener a nuestros padres cerca. A veces, me pregunto cómo sería la vida si todavía estuvieran aquí. 

*****

Entro a mi despacho y dejo caer en el sillón de cuero,  perdido en mis pensamientos. La muerte de Edwards ha reabierto viejas heridas que creía cicatrizadas. Suspiro profundamente, intentando aliviar el peso en mi pecho. La soledad se cierne sobre mí como una sombra constante.

—Aquí tienes tu café — articulo mi tía, entrando con una bandeja y dejándola sobre el escritorio. Me ofrece una sonrisa compasiva.

—Gracias, tía —respondo, tomando la taza entre mis manos. El calor del café es reconfortante, aunque no mitiga del todo el frío que siento por dentro.

Ella se queda un momento en silencio, luego acaricia mi hombro con ternura antes de salir del despacho, dejándome a solas con mis pensamientos.

Miro por la ventana, observando cómo las sombras de los árboles se alargan con el atardecer. La vida sigue su curso, implacable, indiferente a nuestras penas. Pero hoy, el mundo parece un lugar un poco más oscuro sin mis padres ahora sin mi mejor amigo Edwards y sus constantes bromas. Mañana será otro día, y de alguna manera, tenemos que seguir adelante. 

Con un último suspiro, me obligo a concentrarme en los documentos esparcidos sobre el escritorio. Tal vez el trabajo pueda ser una distracción, aunque sea temporalmente, de esta tristeza que parece no tener fin.

                 *****

Había transcurrido una semana de intenso trabajo, incluso el hospital me tenía agotado. A veces hacía turnos extra para seguir en lo que me gusta, pero ser empresario y médico me estaba sacando canas anaranjadas. Amaba ser médico; mi especialidad era la medicina general. Sin embargo, al morir mis padres tuve que hacerme cargo de las empresas y ahora ni siquiera tengo descanso. Estoy considerando darme unas buenas vacaciones. 

Joselyn aún no había regresado de su viaje y casi no teníamos mucha comunicación. Su trabajo de modelo la tenía muy ocupada. Dejando ese tema a un lado, por otro lado, no sabía mucho sobre la joven Valeria. Jovanny me comentó que al parecer habían aparecido sus tíos maternos y el hermano de su padre, pero la chica no estaba conforme con sus visitas. Podría ser que no eran tan cercanos. Hablando del rey de Roma y él que se asoma, desde la hora que según nos encontraríamos.

—Pensé que el café se pondría frío de tanto esperarte —comenté irónico cuando Jovanny se sentó.

—Pensé que eras aburrido, pero veo que no, hasta sarcástico te has puesto —rodé los ojos ante su broma.

—Eh, un poco. Quizás el trabajo no ayuda. Necesito un respiro.

—¿Y qué esperas? Eres joven, tienes dinero, empresas, barcos e incluso una novia famosa. Ve, tómate tu tiempo. Tu tía puede reemplazarte —sugirió, palpándome la espalda.

—Vaya, eres un gran consejero. Gracias —dije sinceramente. Jovanny sorbió su café negando con la cabeza. Quería preguntarle sobre Valeria, así que sin pensar lo hice.

—¿Cómo está tu ahijada?

Jovanny bajó la taza de café y me miró fijamente.

—Tengo entendido que planean llevarla fuera del país —mencionó Jovanny, volviendo a sorber su café.

—¿Por qué? —negó dudoso—. ¿Será que ella desea eso?

—Lo dudo. Tengo entendido que nunca se llevaba bien con su familia materna. Por esa razón, si se la llevan, será a la fuerza.

—¿Es eso posible?

—No lo creo. Mañana se dictará el testamento y debo estar allí, espero que Valeria cumpla rápido sus dieciocho.

Asiento, soltando el aire estancado

Después de despedirme de Jovanny debido a una urgente reunión, llegué a la empresa a terminar de leer los contratos, pasé medio día ahi, salí de la empresa llegué cansado a casa. Mi novia me llamó y hablamos brevemente antes de que me quedara dormido. Al día siguiente, me desperté y me vestí como siempre: ropa formal impecable y mi luego me coloqué mi reloj Rolex. Estaba listo para salir al trabajo cuando recibí una llamada. 

Contesté el teléfono y, al escuchar la voz desesperada de Jovanny, fruncí el ceño.

—Alberth, el abogado de Edwards, solicita tu presencia o no se hará el dictamen del testamento. Incluso hay dos videos, y son para ti —dijo Jovanny, su tono lleno de urgencia.

—¿Qué? No estoy entendiendo. No soy parte de la familia. ¿Por qué solicitan mi presencia? —replicó, bufando de frustración.

—Alberth, trae tu trasero aqui, o iré a tu empresa y te traeré de las greñas —advirtió Jovanny, con un tono serio que dejaba claro que no estaba bromeando.

—Dios, dame paciencia, por favor... ya voy.

Dicho eso, colgué la llamada y me dirigí sin más demora a la mansión de Edwards. Ahora de que se trata.

           

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