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Rachel comparte la buena noticia

Rachel salió de las oficinas de recursos humanos con el pecho lleno de felicidad y contento, aunque no dejaba de sentirse un poco aprensiva con respecto a su jefe, por el trabajo no se preocupaba, sabía que era una mujer muy inteligente y capaz, también conocía sus habilidades y lo firme que era en sus resoluciones y lo fácil que se le hacía organizar el trabajo sin importar el tipo de presión que tuviera sobre ella.

La secretaria la despidió con una sonrisa en la cara, y el asistente, que entraba en esos momentos también le dispensó una sonrisa junto con el saludo. Al menos era una buena señal para ella, aunque las otras impresiones no se le habían olvidado, algunas de las caras que había puesto le indicaban claramente que el trabajo que había ganado no iba a ser nada fácil.

Se preguntó cómo sería realmente su jefe, Patrick Hamilton, esperaba que no fuera ni la mitad de amargado de lo que se veía el ejecutivo con el que se tropezó entrando en la empresa, ¡ese sí que tenía cara de intratable! Aún recordaba su cara, aún le ponía la piel de gallina recordarlo.

Salió de las oficinas pasadas las seis de la tarde, en verdad pensó que estaba de muy buena suerte como para haber conseguido ese empleo, el salario era astronómico comparado con los sueldos que normalmente se le pagaban a una secretaria convencional, aún en J.P. Morgan no pagaban una suma tan espléndida, se sentía tan afortunada! 

Cuando llegó a su casa eran un poco más de las siete y media, su hermano Erick, que estaba sentado en la sala se levantó de inmediato con cara de pocos amigos, se veía que tenía ganas de reclamarle que hubiera salido con rumbo desconocido para la familia, y en especial que no le hubiera dicho a él. Pero Rachel le dirigió una mirada de pocos amigos y Erick se mordió la lengua antes de hablar.

—¿Por qué no me esperaste, Rachel? —le dijo tratando de moderar su voz.

—Primero, Erick —dijo poniendo los brazos en jarra y volteandose para encararse con él— Porque no eres mi guardaespaldas personal (Y encima ni siquiera puedes ganarme a mi, peleando) y segundo porque en las oficinas de la empresa a la que fui no me iban a esperar a que tú aparecieras para acompañarme. ¿Te parece suficiente o quieres que agregue algo más?

Erick volvió a sentarse con cara de frustración, lo que decía ella era malditamente cierto, en especial eso de que no podía ganarle en una pelea, hacía ya más de un par de años cuando e´l perdió la paciencia con ella y quiso darle unas nalgadas como cuando era niña. Lo malo es que Rachel ya no era una niña sino una mujer y encima era cinturón negro tercer Dan en Kung Fu y Cinturón Negro primer Dan en Aikido.

El resultado fue que Erick terminó con un par de costillas rotas, la mandíbula dislocada y el orgullo abatido al nivel del suelo. Y uno de sus amigotes de esa época quiso golpear a Rachel también, pero terminó con una pierna fracturada y la cara tan inflamada que estuvo hospitalizado por un par de semanas. Más nunca se le ocurrió siquiera levantarle la voz a su hermana, ya había aprendido la lección.

Su abuelo, quien estaba leyendo el periódico en la mesa del comedor, apenas si levantó la vista para mirar a Rachel, pero al escucharla, una sonrisa de orgullo se dibujó en su rostro, sin embargo se aclaró la garganta para saludar a su nieta.

—Llegas tarde, mi conejita (era la manera de llamarla, porque desde niña había dicho que parecía un conejito) ¿Tanto te detuvieron en esa empresa?

—Sí, abue —ella siempre utilizaba ese diminutivo con su abuelo, menos cuando se enojaba, entonces le decía “abuelo” a secas— La entrevista fue imprevista porque necesitaban a alguien para mañana mismo y no pudieron encontrar a alguién temprano.

—¡Bah! esos consorcios tan estirados, no tienen consideración con las familias. —Esa era la eterna queja del abuelo, decía que la familia siempre debería estar de primero, pero la modernidad se había llevado eso por delante.

—No te preocupes, abue, imagino que no será así todos los días.

—Mas les vale —dijo como si fuera un ultimátum, y luego siguió leyendo el periódico como si nada.

Al parecer a nadie le importaba si la habían contratado, o daban por sentado de que así había sido, como ella casi siempre lograba lo que quería…

—Pero cuéntanos, hija —le dijo su abuela— ¿Te dieron el empleo?

—Sí, abuelita! —le dijo llena de entusiasmo— Y mi salario cuadruplica lo que me pagaban en J.P. Morgan, yo sabía que Diosito no me iba a desamparar por haber perdido ese trabajo, ahora tengo uno diez veces mejor.

—Así es, hija, Dios no nos desampara —le dijo la abuela con una gran sonrisa en la cara— ¿Y para cuando comienzas?

—Pues, mañana mismo, abuela.

Todos voltearon a mirarla con la sorpresa reflejada en el rostro, su hermano movía la cabeza de un lado al otro como si no pudiera creerlo, su abuelo la miraba por encima de las gafas con las cejas levantadas hasta lo más alto que podía y su abuela tenía la boca abierta y los ojos también.

—Imagino que estaban muy necesitados, y debe ser un puesto bastante importante para que anden con esas prisas —dijo su abuelo.

—Soy Asistente a la Presidencia —dijo con algo de orgullo en la voz, se sentía muy satisfecha por sus logros.

—Eso también quiere decir que deben haber habido muchos solicitantes del puesto —dijo la abuela con la sorpresa aún reflejada en la voz— Te deseo la mejor de las suertes mi niña.

—Gracias, abuela. Ahora me voy a mi cuarto, quiero preparar todas mis cosas para mañana —se detuvo unos segundos al ver el gesto de su hermano— Y no tienes que acompañarme al trabajo Erick, yo me sé cuidar sola.

Dando la media vuelta se dirigió a su cuarto para hacer lo que pensaba y para descansar, había comido temprano y en un rato iría a buscar unas galletas y un vaso de leche para comer algo antes de dormir.

Mañana sería un día espectacular, o al menos así quería creerlo, sabía que el trabajo no iba a ser fácil, el señor Robertson se lo había dicho bastante claro, su jefe era alguien que parecía no tener sentimientos. Pero Rachel estaba dispuesta a ganarse el respeto de su jefe o morir en el intento, con una gran sonrisa mordió la galleta mientras leía un libro en su teléfono.

Zafir Murano

Rachel inicia una nueva aventura en su vida, pero no será fácil el camino que le tocará recorrer

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