Las luces de neón que se paseaban de un lado a otro no hacían más que generar un efecto divertido y jovial en cada recoveco del bar.
El calor abrazador del local las obligó a despojarse de cada abrigo que tenían puesto.
Eva quedó al descubierto con un hermoso vestido corto, sin mangas de alta costura color blanco. Eva era una excelente modista que dedicaba su vida al trabajo en la farándula de la moda. Imponiendo su estilo único y excelente a la vista de cualquier persona con clase.
Zahra vestía un sencillo pero elegante jean tiro alto, y lucía una camisa sin mangas que era en extremo delicada. Sus zapatos de taco de punta y cuero hacían juego con su tapado
Pronto la camarera se acercó a ellas para consultarles qué iban a beber.
Salieron dos “Sex on the beach” al instante. Pero no pasaron más de cinco minutos cuando estaban recibiendo una segunda tanda de “Mojitos”.
— De parte de los caballeros. — les informó la moza señalando con la mirada al par de pillos que planeaban hacerles llegar sus intenciones con un sutil regalo para más tarde poder acercarse a ellas de forma ligera y elegante.
Ambas tomaron la ofrenda de paz y volvieron a un viejo ritual que creían que ya jamás volverían a realizar. Se miraron dos segundos solo para confirmar su sincronización, volvieron la vista hacia aquel par de comensales y les dedicaron su más brillante sonrisa.
Ambos se derritieron tan pronto fueron víctimas de aquella arma mortal.
Y se rieron a carcajadas cuando ellas les mostraban cómo agradecían el regalo tomándolo de un solo sorbo, sin que tuvieran que realizar algún esfuerzo al lograr este cometido.
Después de reír por aquel acto de simpatía, Eva logró recobrar la compostura y volvió a lo importante.
— Bueno, ya es hora de que vos y yo hablemos. ¡Vamos! Dime, ¿cómo te fue? — Eva sabía que volvía a un terreno peligroso, pero esperaba que el alcohol lograra suavizar el impacto de la pregunta.
— Me fue horrible. Fatal. Terrible. Fue un homicidio. No. Un asesinato a sangre fría. — enfatizó la última oración, anunciando las palabras perfectas que eclipsaban la colosal sensación que todavía recorría su angustiado pecho.
— … ¿Tan mal? — quiso saber Eva con sinceridad.
— Puedo buscar más sinónimos, pero serían redundantes. Pero no lo supe hasta que mi profesor confirmó que mi trabajo final no era más que “la definición de un perfecto desastre”.
Eva supo al instante que esas habían sido las palabras textuales que habían usado con ella para tirar al borde del abismo a todas sus expectativas.
Había trabajado muy duro los últimos años.
Faltaba tan poco para que pudiera recibirse de Contadora, que le dolía muy en el alma que las esperanzas de su amiga fueran pisoteadas de una manera tan enfermiza.
Sabía que Zahra había estudiado semanas para ese final, el último de todos, el que le daría la entrega de su título más que merecido. Pero había fallado por segunda vez.
Nunca en toda su carrera se había esforzado tanto por una materia, se sentía fatal y mentalmente agobiada.
Conocía a su amiga, había sacrificado los últimos años de su vida por su carrera mientras trabajaba como una obsesionada para poder mantener su economía en equilibrio. Había realizado malabares que nadie con pleno uso de sus capacidades mentales se hubiera siquiera atrevido a pensar. Pero ella nunca se rindió y pese a que los vientos no eran favorables, se puso la capa de heroína y salió del lodo con la frente bien en alto.
Para mantenerse trabajaba a tiempo completo y con los escasos tiempos que se inventaba estudiaba con un sacrificio que de no ser porque la veía realizándolo, jamás hubiera creído que alguien pudiera hacerlo.
Eva admiraba a su amiga, no solo por la fortaleza interior que siempre tenía, su convicción y su don por mostrar una sonrisa cuando detrás de ella cargara con lastres tan pesados que no podía siquiera imaginar. Más allá de todos sus esfuerzos, la admiraba porque a pesar de todo esto, ella hacía lo imposible posible, y cada vez que Eva la necesitaba, Zahra estaba allí para ella. Ella estaba incluso cuando ni siquiera se lo pedía. Era como si tuviera un sexto sentido, y supiera exactamente cuándo Eva la necesitaba. Aparecía de la nada o le enviaba un mensaje preguntándole si estaba libre para poder llamarla.
Ella estaba siempre sin necesidad de que Eva tuviera que pedírselo.
Por esa razón, ella trataba de hacer lo mismo por su amiga. A Zahra siempre le costaba pedir ayuda, y pasaban estas cosas. Llegaba a su punto límite y se desarmaba. Eva odiaba cuando eso pasaba, porque eso solamente significaba que había descuidado a su amiga demasiado tiempo. Con ese remordimiento clavado en la garganta, hizo un fondo blanco con su segundo mojito en un intento de ahogarlo.
— ¿Sabes qué, Zari? — dijo en forma sonora, con las mejillas enrojecidas por el coraje.
— ¿Qué cosa Evi? — respondió ella observando su propio vaso vacío mientras jugaba a derretir el hielo que quedaba revolviéndolo con el sorbete.
— ¡Tú profesor es un estúpido! — rugió alcanzando el nivel de la música que reinaba en el bar.
— …— Zahra quedó perpleja al ver cómo su amiga había gritado tan abiertamente aquella verdad.
Entonces Eva volvió la vista hacia Zahra y vio algo sorprendente.
Por primera vez en varios meses veía a su amiga sonreír. No sabía bien las razones, pero su amiga no solo luchaba con una mala calificación. Lo sabía, pero no quería importunarla con más preguntas de las necesarias. Algunas veces ella solía estar así. Al principio, eran horas. A medida que pasaban los años, fueron creciendo esos ratos de tristeza que solían acosarla. Después, esos ratos habían pasado de ser días a semanas. Y con los años aprendieron a reforzarse hasta convertirse en meses. Odiaba no saber cómo ayudarla, pero cuando encontraba la forma de hacerla sonreír sentía que la reiniciaba y comenzaba a ser ella de nuevo.
Y no se equivocaba en lo absoluto.
La luz que transmitía su sonrisa trajo consigo un fabuloso premio, una botella rebosante de champaña recién abierta. Dos vasos con helado de limón fueron posados sobre la mesa donde se encontraban y recibieron la ovación de su público masculino, esta vez, cuatro muchachos un par de años mayor a ellas brindaban en el aire para asumir el gasto de aquel trago que le entregaban.
Otra vez, bastó una mirada entre ellas para saber que debían agradecer aquel gesto en forma inmediata. Con el champan bañando el helado de limón, tomaron de un solo saque aquel exquisito trago mientras dedicaban aquel sorbo a sus espectadores eufóricos al ver cómo recibían sus respetos.
El par rio a carcajadas y entonces se armó el baile dentro del bar, todos estaban sacudiendo sus cuerpos en sincronía con la música que retumbaba peligrosamente en sus tímpanos y tres rondas de tequila bastaron para que “Borro Cassette” comenzara a activarse.
Por suerte Eva tenía una tolerancia excepcional y tan pronto notó que sus sentidos flaqueaban, llamó a su querido esposo para que pasara a buscarlas.El buen hombre llegó y se encontró con su esposa cantando karaoke en medio de un espectáculo que ella y su amiga habían montado de la nada. Estaban robándole el micrófono a la banda que tenían por invitada, pero extrañamente el show era vivaz y lejos de querer sacarles el micrófono, parecían disfrutar el show que brindaban ella y su amiga.Recordó aquel dúo en su infancia, e internamente se sintió acongojado. Amaba verlas así de felices.Eva vio a través del público a su amado, y gritó un te amo que se perdió entre las notas musicales de la canción de la banda. Tomó a Zahra de la mano y luego de arrebatarle suavemen
Cuando despertó la cabeza le daba vueltas. A diferencia de algunos años atrás, la resaca estaba haciendo acto de presencia, lo cual definitivamente no estaba dentro de sus planes.Sin embargo, el sólo recordar las risas hizo que el malestar del sol en la frente no le molestara en lo absoluto.Estaba amaneciendo.No estaba acostumbrada a que el sol le diera la bienvenida tan temprano. Normalmente la recibía por la tarde, cuando volvía de su trabajo y se detenía a apreciar los últimos y hermosos rayos de luz que la aguardaban lo máximo que podían para despedirla desde su balcón.Se paró frente a la ventana antes de dirigirse al baño para refrescar su rostro y así darle inicio a su día.Sin embargo, la usual vista al parque estaba siendo saboteada por otra igual de hermosa pero contrastante. Su ventana que daba al frondoso parque de l
—“Sex on the beach”, “Mojito”, “Destornillador”, “Daikiri”, “Tequila”— enumeró los distintos tragos que recordaba haber tomado la noche anterior, lo que no recordaba eran las cantidades de cada uno.Suspiró agobiada. Se sentía fatal y abrazó su almohada hasta que liberó el estrés y largó una risita divertida.No recordaba nada, y la verdad era que tampoco le importaba.Ya estaban pasando los últimos rayos de sol sobre su ventana cuando terminó de disfrutar esa escena con un café entre las manos. Ya estaba lista para salir a dar un trote por el parque para renovar un poco el aire. Había estado descansando todo el día con un humor bastante cambiante. Hacía mucho que no se tomaba un tiempo para ella. Para justamente no hacer nada que estuviera
Aquella acción tan repentina la tomó por sorpresa. Pero no era ajena a esas situaciones, sus ojos solían generar comportamientos bastantes exagerados en las personas. Solían asombrarse por su tan característica pigmentación. No los culpaba, pero sí los odiaba profundamente cuando hacían ademanes como los de recién para poder verlos a una distancia más corta de la deseada, y eso era debido a que la dejaban expuesta a una posición bastante incómoda para nuestra protagonista. Detestaba cuando invadían su espacio personal. Lo odiaba profundamente.Pero esta vez había sido diferente. No era odio lo que sentía sino una profunda timidez.El joven era unos años mayor a ella, tenía veintiocho años. Era delgado y extremadamente encantador a los ojos de Zahra. Se sentía atraída por su belleza, parec&i
Un silencio sepulcral azotó la sala y mientras el mal trago trataba de pasar por el estómago de Zahra, el embarazoso momento fue compartido por Jonathan quien no entendía absolutamente nada de lo que sucedía.—ja ja. Hm, bueno adiós. — se despidió nuestra protagonista sin dar señales de que quisiera seguir allí con ellos por más de un segundo extra.Cuando hubo cerrado la puerta de un azote, Jonathan se dirigió a Benjamín con cara fatídica y en un reclamo al aire le dijo:—… amigo, eso fue realmente incómodo. ¿Qué mierda te pasa? — reclamó y exigió la misma franqueza en su respuesta.—Eso no te importa. Y ya no molestes a mis vecinos. ¿Quién te crees que eres? Ridículo. — contestó con la misma crudeza solicita
A veces, nuestro lenguaje corporal no va acorde a nuestra línea de pensamientos. Hay personas que pueden perderse en pensamientos de unicornios voladores y en la paz mundial, mientras que su lenguaje corporal sólo muestra una forma fría y distante de ser que resulta superficial e incluso frívola para el resto de la comunidad… a veces, no saber expresarse, resulta bastante engorroso. Más cuando no se conoce a ciencia cierta a la persona que está transmitiendo el mensaje, porque lo más seguro es que se preste a confusión y se generen conflictos totalmente innecesarios.—Bueno, yo…— comenzó por contestar Zahra pero Lizy ya estaba tan compenetrada en la conversación que no le dio tiempo a responder que ya lo había hecho por su vecina.—Zary trabaja en la librería de la universidad. Así que si precisan un libro, ya saben a qui&
—¿Soltera? Jovencita, voy a reformular tus palabras: Ahora, eres libre. Ahora de verdad sí que lo eres. No te das ni una idea de la mochila que te sacaste de encima. — reafirmó Lizy con cierto énfasis.—… — Zahra respondió con un silencio afirmativo. Muy en el fondo sabía que ella tenía razón, pero cómo dolía. Todavía era muy reciente la ruptura. Y a pesar de que él había roto su corazón al tratarla como basura, su amor propio era lo que más le dolía, porque le reclamaba a sí misma las razones por las cuales se había descuidado.—Yo también estoy soltera— les informó a los dos muchachos sacando el peso de sus miradas sobre la jovencita—. ¡Ay chicos! ¡Siempre hay que escucharse! Nunca dejen callar a esa voz que les avisa que por ahí n
A Zahra la despertó un mensaje de su ex pareja a las nueve de la mañana.La peor alarma que una persona pudiera llegarse a imaginar.Leer las líneas de aquel mensaje berreta no hizo más que propinarle una bofeteada metafórica al estómago, arrebatándole el aliento y hasta las ganas de seguir respirando normalmente.Una sensación de malestar se asentó en su interior y la resaca de la noche anterior pareció combinar perfectamente con la ocasión.Se bañó, se peinó y se cambió. Y mirando un punto fijo en el horizonte de su ventana sentada sobre su cama, se quedó esperando el momento en que escuchara el sonido del timbre de su casa anunciándole las malas noticias. Sólo deseaba que al menos el tiempo curara y, en lo posible, de forma bastante apresurada aquella situación que le partía innecesariamente el alma.<