Cuando despertó la cabeza le daba vueltas. A diferencia de algunos años atrás, la resaca estaba haciendo acto de presencia, lo cual definitivamente no estaba dentro de sus planes.
Sin embargo, el sólo recordar las risas hizo que el malestar del sol en la frente no le molestara en lo absoluto.
Estaba amaneciendo.
No estaba acostumbrada a que el sol le diera la bienvenida tan temprano. Normalmente la recibía por la tarde, cuando volvía de su trabajo y se detenía a apreciar los últimos y hermosos rayos de luz que la aguardaban lo máximo que podían para despedirla desde su balcón.
Se paró frente a la ventana antes de dirigirse al baño para refrescar su rostro y así darle inicio a su día.
Sin embargo, la usual vista al parque estaba siendo saboteada por otra igual de hermosa pero contrastante. Su ventana que daba al frondoso parque de la ciudad se había reemplazado por una espectacular vista a la ciudad.
Contempló la escena con profunda admiración.
Hasta que finalmente se cruzó un pensamiento extraordinario que la hizo reaccionar con un instinto animal similar a la de los felinos cuando se muestran sorprendidos por alguna amenaza que no estaba contemplada dentro de su radar.
Miró a sus alrededores en busca de algo que le resultara mínimamente familiar.
Las cortinas. Algo era algo.
Pero el resto era totalmente diferente.
Definitivamente no era su departamento.
La pregunta era cómo había terminado ahí.
Los pelos se le crisparon de los nervios que comenzaban a hacerse cada vez más notorios.
No entendía nada. Sólo sabía que el efecto de “Borra cassette” había sido efectivo. No recordaba absolutamente nada, solo el eco de unas risas hacían fondo en su cabeza y un hormigueo de felicidad recorría su cuerpo.
De repente, olió café en el aire. Sobre la mesa descubrió que un late de Starbucks humeaba para ella. Se acercó a la mesa y vio la nota que habían dejado escrita en la taza de café.
“Por favor, cierra la puerta.”
De pronto, se maldijo así misma.
Había pasado la noche con un desconocido.
Encima durmió con uno que tuvo el descaro de ni siquiera quedarse con ella hasta que despertara.
Se sentía una prostituta. Una cualquiera. Una basura.
Iba en contra de todo lo que creía.
Ella jamás había hecho una cosa así. Se sentía horrible, desechable. Totalmente descartable.
No sabía cómo lo manejaban las demás y por esa razón jamás se atrevió a ponerlo en práctica.
Odiaba sentirse así consigo misma. Salir con alguien para cubrir el placer de un momento y al rato descartar a la persona para seguir con su vida normalmente. Hasta llegada la próxima noche y seguir cubriendo la cuota de placer que precisaban con la carne de alguna otra persona.
El solo pensarlo la hacía estremecer. Tenían tanto valor y una espontaneidad de la que ella obviamente carecía. Por un lado las admiraba pero muy en el fondo no las envidiaba en lo absoluto. Estaba en su naturaleza el ser libres. En lo que a ella respectaba, su naturaleza era más tranquila al punto de ser bastante aburrida. Pero se sentía segura y protegida. Allí nadie podría jugar con sus emociones. Las que nunca la dejaban tranquila. Vivir con esos demonios no era fácil. Quizás todos luchaban a diario con ellos y ganaban. Ella en cambio, había decidido evadirlos y quedar al resguardo siguiendo una vida serena y sin emociones complicadas con las que luchar en forma diaria e ininterrumpida. Hacía tiempo que había organizado sus prioridades y su paz mental le era más imprescindible que las necesidades carnales de su cuerpo.
Indignada por su propio comportamiento, tomó la tregua de paz con forma de café que le habían dejado y juró para sí misma que jamás volvería a hacer algo como eso. Sin embargo, no se iría del lugar sin antes devolverle el favor y con ello lograr recuperar un poco el orgullo que había dejado abandonado a causa de su borrachera.
La había despojado de su dignidad. Lo único que podía hacer para recuperar su moral era acostas de una pequeña nota retributiva que le devolviera el desprecio que le había hecho sentir al dejarla despertar sola en su casa.
Para cuando dejó la breve pero concisa nota con el mensaje que deseaba transmitirle, se puso los zapatos y dando sorbos a su café se dispuso a partir del lugar dejando todos los remordimientos atrás.
Al salir, procuró cerrar la puerta para que no quedara entreabierta y se abriera con el viento. Dio otro sorbo a su café en un intento de despabilarse. Llegó la hora de dar el primer paso, volvió la vista al frente para emprender su regreso a casa.
Para cuando evaluó el lugar donde se encontraba se tornó extremadamente familiar. El aroma a desinfectante perfumado, el piso blanco y brillante recién trapeado por Sonia que daba la vuelta al pasillo para seguir trabajando con su carrito de limpieza.
Los ventanales a los costados de los pasillos dejando entrar la luz del día para iluminar en forma natural el lugar. La brisa de la ventana entreabierta para que se acelerara el proceso de secado del piso.
Y la puerta de algarrobo con el letrero “5-329” de su departamento perfectamente lista para recibirla.
Entonces se dio cuenta que estaba frente a su propio departamento.
Extrañada por las circunstancias recordó la nota y se dio media vuelta exasperadamente. Los pelos se le crisparon al reconocer el manijón de la puerta que obviamente le iba a impedir volver a ingresar al departamento de su nuevo y misterioso vecino.
Realmente conmocionada por estas circunstancias tan poco comunes que se presentaban en su nuevo día, con aire de resignación procuró entrar a su departamento y ya no salir de allí al menos hasta su próxima vida.
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Mientras tanto, su vecino al volver a su casa encontró todo tal cual lo había dejado, salvo por la taza de café que ya no estaba. Evidentemente la había encontrado y aceptado. Lo que no entendía era la nota de despedida que le habían dejado sobre la mesa, en el lugar donde justamente había dejado el café listo para cuando ella despertara.
La nota era breve y concisa. En eso coincidían perfectamente. Pero su contenido resultó confuso para su destinatario. Era evidente el enojo de su emisor, no entendía muy bien la razón pero por alguna razón terminó causándole una pizca de gracia.
La nota tenía escrita la siguiente respuesta:
Idiota!
—“Sex on the beach”, “Mojito”, “Destornillador”, “Daikiri”, “Tequila”— enumeró los distintos tragos que recordaba haber tomado la noche anterior, lo que no recordaba eran las cantidades de cada uno.Suspiró agobiada. Se sentía fatal y abrazó su almohada hasta que liberó el estrés y largó una risita divertida.No recordaba nada, y la verdad era que tampoco le importaba.Ya estaban pasando los últimos rayos de sol sobre su ventana cuando terminó de disfrutar esa escena con un café entre las manos. Ya estaba lista para salir a dar un trote por el parque para renovar un poco el aire. Había estado descansando todo el día con un humor bastante cambiante. Hacía mucho que no se tomaba un tiempo para ella. Para justamente no hacer nada que estuviera
Aquella acción tan repentina la tomó por sorpresa. Pero no era ajena a esas situaciones, sus ojos solían generar comportamientos bastantes exagerados en las personas. Solían asombrarse por su tan característica pigmentación. No los culpaba, pero sí los odiaba profundamente cuando hacían ademanes como los de recién para poder verlos a una distancia más corta de la deseada, y eso era debido a que la dejaban expuesta a una posición bastante incómoda para nuestra protagonista. Detestaba cuando invadían su espacio personal. Lo odiaba profundamente.Pero esta vez había sido diferente. No era odio lo que sentía sino una profunda timidez.El joven era unos años mayor a ella, tenía veintiocho años. Era delgado y extremadamente encantador a los ojos de Zahra. Se sentía atraída por su belleza, parec&i
Un silencio sepulcral azotó la sala y mientras el mal trago trataba de pasar por el estómago de Zahra, el embarazoso momento fue compartido por Jonathan quien no entendía absolutamente nada de lo que sucedía.—ja ja. Hm, bueno adiós. — se despidió nuestra protagonista sin dar señales de que quisiera seguir allí con ellos por más de un segundo extra.Cuando hubo cerrado la puerta de un azote, Jonathan se dirigió a Benjamín con cara fatídica y en un reclamo al aire le dijo:—… amigo, eso fue realmente incómodo. ¿Qué mierda te pasa? — reclamó y exigió la misma franqueza en su respuesta.—Eso no te importa. Y ya no molestes a mis vecinos. ¿Quién te crees que eres? Ridículo. — contestó con la misma crudeza solicita
A veces, nuestro lenguaje corporal no va acorde a nuestra línea de pensamientos. Hay personas que pueden perderse en pensamientos de unicornios voladores y en la paz mundial, mientras que su lenguaje corporal sólo muestra una forma fría y distante de ser que resulta superficial e incluso frívola para el resto de la comunidad… a veces, no saber expresarse, resulta bastante engorroso. Más cuando no se conoce a ciencia cierta a la persona que está transmitiendo el mensaje, porque lo más seguro es que se preste a confusión y se generen conflictos totalmente innecesarios.—Bueno, yo…— comenzó por contestar Zahra pero Lizy ya estaba tan compenetrada en la conversación que no le dio tiempo a responder que ya lo había hecho por su vecina.—Zary trabaja en la librería de la universidad. Así que si precisan un libro, ya saben a qui&
—¿Soltera? Jovencita, voy a reformular tus palabras: Ahora, eres libre. Ahora de verdad sí que lo eres. No te das ni una idea de la mochila que te sacaste de encima. — reafirmó Lizy con cierto énfasis.—… — Zahra respondió con un silencio afirmativo. Muy en el fondo sabía que ella tenía razón, pero cómo dolía. Todavía era muy reciente la ruptura. Y a pesar de que él había roto su corazón al tratarla como basura, su amor propio era lo que más le dolía, porque le reclamaba a sí misma las razones por las cuales se había descuidado.—Yo también estoy soltera— les informó a los dos muchachos sacando el peso de sus miradas sobre la jovencita—. ¡Ay chicos! ¡Siempre hay que escucharse! Nunca dejen callar a esa voz que les avisa que por ahí n
A Zahra la despertó un mensaje de su ex pareja a las nueve de la mañana.La peor alarma que una persona pudiera llegarse a imaginar.Leer las líneas de aquel mensaje berreta no hizo más que propinarle una bofeteada metafórica al estómago, arrebatándole el aliento y hasta las ganas de seguir respirando normalmente.Una sensación de malestar se asentó en su interior y la resaca de la noche anterior pareció combinar perfectamente con la ocasión.Se bañó, se peinó y se cambió. Y mirando un punto fijo en el horizonte de su ventana sentada sobre su cama, se quedó esperando el momento en que escuchara el sonido del timbre de su casa anunciándole las malas noticias. Sólo deseaba que al menos el tiempo curara y, en lo posible, de forma bastante apresurada aquella situación que le partía innecesariamente el alma.<
Sus amigos en común, que ahora eran casi todos, terminaron creyendo la historia triste de él donde la dejaba como una tirana. No quiso ni siquiera oír los detalles, cuando vio que sus amigos pasaron a ser extraños, se dio cuenta de una triste verdad: las personas en las que alguna vez confió, en realidad no la conocían. Ni tampoco se merecían su respeto y admiración.Si habían sido influenciados tan fácilmente por un mentiroso y manipulador, entonces, ¿realmente merecían su amistad?Aquella filosofía y pregunta ancestral no hizo más que retumbar en sus oídos. Nadie le había preguntado a ella cómo se sintió después de la ruptura, nadie preguntó por su corazón roto. Todavía seguía juntando los pedazos. Aún había lugares que sangraban y dolían tajantem
Por alguna razón, ahí estaba, sosteniendo una taza de café prácticamente vacía sobre sus manos. Cuando sorbió la última gota, volvió la vista hacia adelante para encontrarse con la mirada conciliadora de su único oyente aplicando la escucha activa en lo que iba de esa mañana.Zahra nunca se imaginó que podría al fin hablar con alguien respecto a esa parte de su historia. Por mucho tiempo se había guardado todo ese dolor y al fin tener a alguien más de su lado hizo que por alguna extraña razón se sintiera reconfortada.Había transitado por varios sentimientos encontrados. Había perdido muchas amistades, al punto de quedarse únicamente con Eva. A quien obviamente agradecía todos los días a los cielos por tenerla a su lado. Pese a que no podían reunirse frecuentemente como cuando eran más jóve