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Capítulo 2: Una asquerosa y repulsiva costumbre. 

Tocó tres veces la puerta de Erik, de manera pausada. La escuela ya había terminado y Morgan no planeaba quedarse a la graduación. Había comprado ya su boleto de avión, y estaba lista para largarse del país y comenzar desde cero, pero aún tenía algo que hacer, un último intento por salvar la vida que tenía y no abandonar todo. 

La puerta se abrió lentamente y cuando estaba dispuesta a comenzar a suplicar, el estómago se le retorció. Era Mía quien había abierto, usando solo la camisa de Erik y ofreciéndole una sonrisa amplia. 

—¿Qué haces aquí, Turner? —preguntó divertida y se recargó en el marco de la puerta—. ¿No ves que estamos festejando? ¡Oh! ¡Déjame adivinar! ¡Vienes a suplicar su perdón! ¡Mírame y dime si crees que aún tienes posibilidad!

—¿Quién es? —preguntó Erik con el torso desnudo y sosteniendo la sábana a la altura de su cintura, confirmando que había tenido intimidad con Mía—. Vuelve a la cama, no me hagas ir por… ti.

Se detuvo sorprendido al ver a Morgan en la puerta, con los ojos llenos de lágrimas y ese aspecto vulnerable. 

—Muy tarde, Morgan… Él ya te superó. Encontró a alguien mejor —agregó Mía con intenciones de cerrarle la puerta en la cara. 

—¿Morgan? —preguntó Erik, pero cuando quiso alcanzarla, ella ya había dado media vuelta y partido de ahí.

***

Morgan llegó al aeropuerto y esperó paciente la hora de abordaje, cuando estaba a punto de entregar su boleto, alguien la llamó a lo lejos, deteniéndola. Se trataba de Theo, que, trotando desde la entrada, levantaba su mano intentando llamar su atención. 

Furiosa por su presencia, se dio prisa para abordar antes de que este la alcanzara, pero cuando la azafata iba a tomar el boleto, Theo logró tomarla de la muñeca y desviar su mano. 

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —exclamó iracunda y lo empujó.

—Morgan… No puedes irte así… —La culpabilidad le pesaba. 

—Puedo y lo haré… —agregó con desprecio.

—Todo fue un error… Yo no creí que esto terminará así. Mía me prometió que después de lo ocurrido podría haber algo entre tú y yo… pero…

—¿Algo entre tú y yo? ¡Me llevaste a la cama por medio de engaños! Aún no entiendo cómo es que no pude reconocerte —dijo Morgan torturada, hacer memoria provocaba que le doliera la cabeza.

—Fue por el vino —admitió Theo apenado—. Mía le echó algo, dijo que eso ayudaría a que no te dieras cuenta y funcionó. Creí que esto… solo sería una broma pesada, pero… no pude controlarme, me gustas tanto que… 

—¿Broma pesada? No… esa no fue una broma pesada, eso fue ser unos grandísimos hijos de puta… —dijo entre dientes y conteniendo las ganas de llorar—. Mía me quería lejos de Erik y tú la ayudaste… ¡Felicidades! Sí esperabas que después de esa noche naciera en mí una clase de cariño hacia ti por el simple hecho de que me abusaste… No, ¡lamento decirte que no funciona así la maldit@ vida! ¡No puedes tomar lo que quieres solo porque se te da la maldit@ gana! ¡Me destrozaron! No puedo andar por la calle sin sentir las miradas de todos encima de mí, ni siquiera sé si esas fotos y videos me seguirán lejos de esta m*****a ciudad. ¡Arruinaron mi vida!

—Tal vez haya una forma de solucionarlo… —Theo era un poco ingenuo y muy manipulable. Mía no había gastado mucha energía ni inteligencia en convencerlo, pero si algo tenía de positivo ese «cabeza hueca» es que aún era capaz de sentir remordimiento.

—Buena suerte con eso… En este punto, ya no importa —agregó destrozada y avanzó hacia la azafata, dispuesta a tomar ese vuelo y alejarse de sus problemas. Retomaría todos esos proyectos que planeaba abandonar por compartir su vida con Erik. 

***

Esa noche, Ivar Haugen, intentaba sobrevivir a esa fastidiosa fiesta. Al ser el CEO de la empresa Artika, destinada a ropa de moda y joyería fina, siempre era invitado a reuniones con gente influyente a la cual no soportaba oír. La mayoría habían recibido lo que tenían gracias a sus padres y no conocían el valor del trabajo. 

—Señor Haugen, su bebida —dijo su secretaria, que solo le servía para causar vergüenza. 

Debbie era joven y hermosa, eso nadie lo podía negar. Tenía un cuerpo curvilíneo que se veía casi bien con todo, pero lamentablemente, su comportamiento vulgar y poco agradable le quitaban todo el encanto. 

Era ambiciosa y la única motivación para solicitar el puesto como la secretaria del CEO de hierro, como solían llamar a Ivar, era la posibilidad de seducirlo. No necesitaba casarse con él, su objetivo era más simple, tener un hijo. Eso le aseguraría una buena vida sin tener que trabajar, pero lamentablemente ese hombre era más frío que un témpano y no caía en provocaciones. Sus escotes y minifaldas no llamaban ni siquiera su mirada. 

Así que, aprovechando la fiesta, Debbie decidió que, si no conseguiría un hijo de Ivar, siempre podía encontrar a otro CEO incauto y borracho al cual seducir y chantajear después. 

—Lo único bueno de esa chica es su atractivo —dijo uno de los CEOs que acompañaban a Ivar—. ¿Ya la tuviste en tu cama?

—Esa asquerosa y repulsiva costumbre de enredarse con las secretarias —respondió Ivar torciendo los ojos. 

El único motivo por el cual conservaba a Debbie a su lado, era por lo difícil que resultaba encontrar una secretaria que tolerara sus malos tratos. Todas huían en cuanto tenían que escuchar sus demandas. Él exigía perfección y no se conformaba con menos. 

—Bueno, si no la llevarás a tu cama, eso significa que, ¿yo sí puedo? —preguntó otro de los hombres mientras buscaba en el recinto a la castaña curvilínea con vestido de lentejuelas, escote vulgar y labial rojo en el diente. 

Antes de que Ivar pudiera responder a ese agravio, buscó a Debbie, pero sus ojos no la encontraron en ese mar de gente. Ya que su vulgaridad era proporcionalmente directa a su estupidez, temió que estuviera en problemas y, por ende, que lo metiera a él también en problemas. 

Avanzó entre la gente y algunos reporteros se le acercaron con el fin de entrevistarlo. Era un hombre tan ocupado que cualquier oportunidad para hacerle un par de preguntas era ganancia. 

Ivar llegó hasta el armario donde guardaban los abrigos, se escuchaban ruidos extraños que presagiaban lo peor. Cuando giró el pomo y encendió la luz, se encontró con Debbie, con el vestido hasta la cintura y sus bragas colgando de su tobillo mientras un hombre por lo menos treinta años mayor que ella disfrutaba entre sus piernas, emitiendo gemidos desagradables que le revolvieron el estómago a Ivar. 

Las fotos no tardaron en llover, era una noticia relevante para los periodistas y sus columnas de espectáculos, la secretaria del temido CEO de Artika follando con un millonario viejo y lujurioso. 

Ivar tomó por el brazo a Debbie que apenas había logrado colocarse las bragas en su lugar, y la sacó de ahí casi arrastrando. En silencio, conteniendo su rabia y escuchando los lloriqueos de Debbie entremezclados con las preguntas de los periodistas, llegaron hasta el estacionamiento, subieron al auto e Ivar dio la fiesta por terminada.

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