Tocó tres veces la puerta de Erik, de manera pausada. La escuela ya había terminado y Morgan no planeaba quedarse a la graduación. Había comprado ya su boleto de avión, y estaba lista para largarse del país y comenzar desde cero, pero aún tenía algo que hacer, un último intento por salvar la vida que tenía y no abandonar todo.
La puerta se abrió lentamente y cuando estaba dispuesta a comenzar a suplicar, el estómago se le retorció. Era Mía quien había abierto, usando solo la camisa de Erik y ofreciéndole una sonrisa amplia.
—¿Qué haces aquí, Turner? —preguntó divertida y se recargó en el marco de la puerta—. ¿No ves que estamos festejando? ¡Oh! ¡Déjame adivinar! ¡Vienes a suplicar su perdón! ¡Mírame y dime si crees que aún tienes posibilidad!
—¿Quién es? —preguntó Erik con el torso desnudo y sosteniendo la sábana a la altura de su cintura, confirmando que había tenido intimidad con Mía—. Vuelve a la cama, no me hagas ir por… ti.
Se detuvo sorprendido al ver a Morgan en la puerta, con los ojos llenos de lágrimas y ese aspecto vulnerable.
—Muy tarde, Morgan… Él ya te superó. Encontró a alguien mejor —agregó Mía con intenciones de cerrarle la puerta en la cara.
—¿Morgan? —preguntó Erik, pero cuando quiso alcanzarla, ella ya había dado media vuelta y partido de ahí.
***
Morgan llegó al aeropuerto y esperó paciente la hora de abordaje, cuando estaba a punto de entregar su boleto, alguien la llamó a lo lejos, deteniéndola. Se trataba de Theo, que, trotando desde la entrada, levantaba su mano intentando llamar su atención.
Furiosa por su presencia, se dio prisa para abordar antes de que este la alcanzara, pero cuando la azafata iba a tomar el boleto, Theo logró tomarla de la muñeca y desviar su mano.
—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —exclamó iracunda y lo empujó.
—Morgan… No puedes irte así… —La culpabilidad le pesaba.
—Puedo y lo haré… —agregó con desprecio.
—Todo fue un error… Yo no creí que esto terminará así. Mía me prometió que después de lo ocurrido podría haber algo entre tú y yo… pero…
—¿Algo entre tú y yo? ¡Me llevaste a la cama por medio de engaños! Aún no entiendo cómo es que no pude reconocerte —dijo Morgan torturada, hacer memoria provocaba que le doliera la cabeza.
—Fue por el vino —admitió Theo apenado—. Mía le echó algo, dijo que eso ayudaría a que no te dieras cuenta y funcionó. Creí que esto… solo sería una broma pesada, pero… no pude controlarme, me gustas tanto que…
—¿Broma pesada? No… esa no fue una broma pesada, eso fue ser unos grandísimos hijos de puta… —dijo entre dientes y conteniendo las ganas de llorar—. Mía me quería lejos de Erik y tú la ayudaste… ¡Felicidades! Sí esperabas que después de esa noche naciera en mí una clase de cariño hacia ti por el simple hecho de que me abusaste… No, ¡lamento decirte que no funciona así la maldit@ vida! ¡No puedes tomar lo que quieres solo porque se te da la maldit@ gana! ¡Me destrozaron! No puedo andar por la calle sin sentir las miradas de todos encima de mí, ni siquiera sé si esas fotos y videos me seguirán lejos de esta m*****a ciudad. ¡Arruinaron mi vida!
—Tal vez haya una forma de solucionarlo… —Theo era un poco ingenuo y muy manipulable. Mía no había gastado mucha energía ni inteligencia en convencerlo, pero si algo tenía de positivo ese «cabeza hueca» es que aún era capaz de sentir remordimiento.
—Buena suerte con eso… En este punto, ya no importa —agregó destrozada y avanzó hacia la azafata, dispuesta a tomar ese vuelo y alejarse de sus problemas. Retomaría todos esos proyectos que planeaba abandonar por compartir su vida con Erik.
***
Esa noche, Ivar Haugen, intentaba sobrevivir a esa fastidiosa fiesta. Al ser el CEO de la empresa Artika, destinada a ropa de moda y joyería fina, siempre era invitado a reuniones con gente influyente a la cual no soportaba oír. La mayoría habían recibido lo que tenían gracias a sus padres y no conocían el valor del trabajo.
—Señor Haugen, su bebida —dijo su secretaria, que solo le servía para causar vergüenza.
Debbie era joven y hermosa, eso nadie lo podía negar. Tenía un cuerpo curvilíneo que se veía casi bien con todo, pero lamentablemente, su comportamiento vulgar y poco agradable le quitaban todo el encanto.
Era ambiciosa y la única motivación para solicitar el puesto como la secretaria del CEO de hierro, como solían llamar a Ivar, era la posibilidad de seducirlo. No necesitaba casarse con él, su objetivo era más simple, tener un hijo. Eso le aseguraría una buena vida sin tener que trabajar, pero lamentablemente ese hombre era más frío que un témpano y no caía en provocaciones. Sus escotes y minifaldas no llamaban ni siquiera su mirada.
Así que, aprovechando la fiesta, Debbie decidió que, si no conseguiría un hijo de Ivar, siempre podía encontrar a otro CEO incauto y borracho al cual seducir y chantajear después.
—Lo único bueno de esa chica es su atractivo —dijo uno de los CEOs que acompañaban a Ivar—. ¿Ya la tuviste en tu cama?
—Esa asquerosa y repulsiva costumbre de enredarse con las secretarias —respondió Ivar torciendo los ojos.
El único motivo por el cual conservaba a Debbie a su lado, era por lo difícil que resultaba encontrar una secretaria que tolerara sus malos tratos. Todas huían en cuanto tenían que escuchar sus demandas. Él exigía perfección y no se conformaba con menos.
—Bueno, si no la llevarás a tu cama, eso significa que, ¿yo sí puedo? —preguntó otro de los hombres mientras buscaba en el recinto a la castaña curvilínea con vestido de lentejuelas, escote vulgar y labial rojo en el diente.
Antes de que Ivar pudiera responder a ese agravio, buscó a Debbie, pero sus ojos no la encontraron en ese mar de gente. Ya que su vulgaridad era proporcionalmente directa a su estupidez, temió que estuviera en problemas y, por ende, que lo metiera a él también en problemas.
Avanzó entre la gente y algunos reporteros se le acercaron con el fin de entrevistarlo. Era un hombre tan ocupado que cualquier oportunidad para hacerle un par de preguntas era ganancia.
Ivar llegó hasta el armario donde guardaban los abrigos, se escuchaban ruidos extraños que presagiaban lo peor. Cuando giró el pomo y encendió la luz, se encontró con Debbie, con el vestido hasta la cintura y sus bragas colgando de su tobillo mientras un hombre por lo menos treinta años mayor que ella disfrutaba entre sus piernas, emitiendo gemidos desagradables que le revolvieron el estómago a Ivar.
Las fotos no tardaron en llover, era una noticia relevante para los periodistas y sus columnas de espectáculos, la secretaria del temido CEO de Artika follando con un millonario viejo y lujurioso.
Ivar tomó por el brazo a Debbie que apenas había logrado colocarse las bragas en su lugar, y la sacó de ahí casi arrastrando. En silencio, conteniendo su rabia y escuchando los lloriqueos de Debbie entremezclados con las preguntas de los periodistas, llegaron hasta el estacionamiento, subieron al auto e Ivar dio la fiesta por terminada.
Durante todo el camino, Debbie quiso justificar su comportamiento, incluso inculpando al millonario con el que se había revolcado, pero solo lograba aumentar el odio de Ivar hacia ella. —Por favor, no se enoje conmigo. Claramente era una trampa, le echó algo a mi bebida —decía Debbie entre sollozos cuando Ivar detuvo el auto justo frente a la entrada de su casa.—Bájate… —pidió iracundo.—Por favor, señor Haugen, déjeme explicarle…—¡Qué te bajes! ¡¿No entiendes?! —exclamó perdiendo la paciencia y abrió la puerta del lado de Debbie para después arrojarla sin importarle que se lastimara—. ¡Estás despedida! ¡Ni se te ocurra regresar a la oficina! ¡¿Entendiste?!De inmediato pisó el acelerador a fondo, dejando a esa mujer conflictiva llorando desconsolada en el asfalto. ***Sin prestar atención a su entorno, Morgan atravesó las puertas del aeropuerto, chocando con algo más duro que su cabeza y cayendo al suelo. Cuando pudo enfocar al hombre con el que chocó, la mandíbula se le desencaj
Debajo de la lluvia y con su celular sonando insistentemente, Morgan visitó el cementerio, el único lugar donde nadie la agrediría. Con las pocas monedas que le quedaban en la bolsa, compró flores que repartió en la tumba de Esme y de su padre. Las lágrimas se hicieron pasar por gotas de lluvia que caían en su rostro. Por primera vez en toda su vida se sentía sola. Cuando traspasó las puertas del camposanto, revisó su celular, era Erik quien llamaba. De nuevo se sentía miserable y dudaba en contestar. Tragó saliva y acercó el teléfono a su oído.—¿Morgan? ¿Dónde estás? Theo me dijo que saliste de la ciudad… —dijo sin ocultar su preocupación. Pese a sus esfuerzos por querer olvidarla, su corazón seguía gritando su nombre—. Solo… quiero saber si estás bien. Esa sensación en el pecho, ese atisbo de esperanza, comenzó a envenenarla. Quería decirle que lo extrañaba, que lo necesitaba, que la perdonara, que Mía le había tendido una trampa, pero al pensar en esa mujer, de nuevo la visualiz
—Hola, guapa… —dijo un hombre ebrio y desagradable acercándose a la barra donde Morgan esperaba a Kyrie—. Oye… con todo respeto, eres hermosa…Morgan se mantuvo en silencio, viendo al hombre con repulsión y buscando un escape.—…¿Cómo te llamas? No seas mala… pásame tu número —insistió el borracho acercándose más a ella, pero esta se levantó del banco, alejándose—. No te asustes, no te haré nada… que tú no quieras, «suertudota».—Tus dotes como seductor son impresionantes, pero no me convencen. Déjame en paz —pidió Morgan con el ceño fruncido, pero nerviosa. —Estás bien bonita, con todo respeto, ¿tienes novio? —Sí, tengo novio y no tardará en llegar, sería bueno que te fueras porque es muy celoso —agregó Morgan creyendo que sería suficiente para alejarlo. —¿Ah sí? ¿Dónde está? ¿Te dejó solita aquí? —preguntó sospechando que Morgan mentía. —Fue al baño… Ahora, déjame en paz si no quieres que cuando regrese le pida que te de una golpiza… —¿En serio? ¿Eso hará? —Se acercó más—. No t
—¿Qué haces aquí tan noche? ¿Nadie te dijo que es peligroso? —preguntó Ivar acercándose muy a su pesar. No podía ignorar ese instinto protector cuando veía a una damisela en peligro—. En cuanto llegue mi chofer, te llevo a tu casa.—¡Ya quisieras! —exclamó Morgan—. Estoy esperando a alguien. No me interesa tu oferta.Ivar apretó los dientes y entrecerró los ojos. «¿Espera a su novio?», la idea le revolvió el estómago. «A mí, ¿qué me importa?».—¡Cómo quieras! Debe de ser muy bueno ese tipo como para esperarlo a mitad de la noche —dijo molesto.—Para tu información, estoy esperando a mi jefe, un viejecito insoportable y gruñón. —O por lo menos eso era lo que ella imaginaba. «¿Por qué le estoy dando explicaciones a este hombre?», se indignó. «¡¿Por qué tarda tanto en salir el idiota de Haugen?! ¡¿Dónde está ese señor?!». Sacó su teléfono y llamó mientras le daba la espalda a Ivar. Se rehusaba a seguir tolerándolo.De pronto el ruido de un teléfono sonando la hizo voltear lentamente, su
—No, no hay espacio —dijo Ivar rodeando el auto, dejando desconcertada a la hermosa mujer del pórtico.—¿De qué hablas? ¿Quién es ella? ¿Por qué…?—Vete en tu auto… —respondió Ivar sin darle mucha importancia y entrando al Maybach. —No funciona, parece que se ahoga cada vez que quiero echarlo a andar y huele mucho a gasolina —dijo la mujer asomándose por la ventana del piloto, haciendo a un lado a Morgan. —Ese no es mi problema, tuviste que llamar al mecánico en cuanto comenzó a fallar —dijo Ivar sin dignarse a voltear hacia ella—. Usa otro del garaje, pídele a Betty las llaves del Audi. —Ivar… —¡Morgan! ¡¿Qué carajos estás esperando?! ¡¿Qué te meta al auto de la mano?! —exclamó furioso. Morgan torció los ojos y sintió que la cabeza le punzaba. —Con su permiso —dijo apenada teniendo que quitar a la chica de la ventana para poder abrir la puerta—. Dígale a su mecánico que revise las bujías, tal vez sea necesario cambiarlas. Con una sonrisa apenada, entró al auto y salieron de la
—¡¿Qué te pasa?! —exclamó Morgan levantándose del suelo, sacudiéndose la tierra de su falda y fingiendo que no le dolía ese tobillo que se le acababa de torcer. —¡¿Qué me pasa?! ¡¿Qué te pasa a ti?! ¡¿Por qué me robaste mi lugar en la empresa?! —volvió a gritar Debbie. Su voz era igual que arrastrar las patas de una silla o rasguñar una pizarra, y le reventaba los tímpanos a Morgan.—¿De qué estás hablando? Yo no te quité nada… —agregó harta, no quería soportar los reclamos de su hermanastra, así que comenzó a andar por la acera.—Yo era la secretaria del señor Haugen… —«Eras» —interrumpió Morgan.—Cuando me dijeron que habías tomado mi lugar, confirmé que nunca me has visto como tu familia… ¡No tienes corazón!—¡Tienes razón! ¡Nunca te he visto como mi familia! ¡Solo tengo una hermana y está muerta! Si me preguntan, tú te puedes ir a la mierd@ —agregó Morgan apretando el paso—. Además, por algo te corrieron de ahí.El rumor llegó rápidamente a Morgan, aunque ella no sabía la identi
—¿Por qué no la despediste? —preguntó Cristina indignada. —Eso es algo que a ti no te importa… —contestó Ivar. Él nunca le debía explicaciones a nadie y menos a su cuñada.—¿Harás lo mismo que con esa Debbie? ¿Esperarás a que haga algo lo suficientemente grotesco para que te dé motivos para correrla? —Volteó hacia él, de brazos cruzados.—¿No tienes trabajo qué hacer? —preguntó evasivo. —Erik Lidberg regresará en unos días… La noticia tomó por sorpresa a Ivar. ¿Qué no había sido él quien habló con Erik para que se tomara la vida más en serio?—¿Cuál es el problema con eso? —preguntó absorto en los documentos frente a él. —Al parecer ha decidido casarse. ¿Sabes lo que eso significa?—¿Qué arruinará su vida? Bien dicen que el matrimonio es como un ataúd y cada hijo es un clavo… —contestó Ivar con media sonrisa. —Papá dice que su futura esposa le metió la idea en la cabeza de apoderarse de la empresa, quitarte del camino y quedarse con todo… —dijo Cristina acercándose al escritorio,
Cuando Ivar llegó a la oficina, se sorprendió de ver a Morgan, escribiendo insistente en su computadora y revisando por ratos la lista de pendientes. —¿Por qué llegaste tan temprano? —preguntó levantando una ceja.—¿Quién le dijo que llegué temprano? Tal vez ni siquiera regresé ayer a casa… —dijo Morgan sin despegar la mirada de su pantalla—. Que poca atención le presta a sus empleados, señor Haugen. —Suelo ignorar a los que son contestones y hostiles…—Es entendible… No toleramos nuestros defectos cuando están en otra persona…Ivar torció los ojos y entró a su despacho, sabía que sería una pelea que nunca acabaría. Morgan tenía la habilidad de responder a cada uno de sus comentarios con la misma carga de sarcasmo y hostilidad que él. Aun así, cuando cerraba la puerta dejando atrás a esa secretaria odiosa, no podía evitar sonreír divertido de su ingenio. Sobre el escritorio había una pila de documentos ordenados. Eran los encargos de Morgan ya resueltos y listos para ser firmados.