Durante todo el camino, Debbie quiso justificar su comportamiento, incluso inculpando al millonario con el que se había revolcado, pero solo lograba aumentar el odio de Ivar hacia ella.
—Por favor, no se enoje conmigo. Claramente era una trampa, le echó algo a mi bebida —decía Debbie entre sollozos cuando Ivar detuvo el auto justo frente a la entrada de su casa.
—Bájate… —pidió iracundo.
—Por favor, señor Haugen, déjeme explicarle…
—¡Qué te bajes! ¡¿No entiendes?! —exclamó perdiendo la paciencia y abrió la puerta del lado de Debbie para después arrojarla sin importarle que se lastimara—. ¡Estás despedida! ¡Ni se te ocurra regresar a la oficina! ¡¿Entendiste?!
De inmediato pisó el acelerador a fondo, dejando a esa mujer conflictiva llorando desconsolada en el asfalto.
***
Sin prestar atención a su entorno, Morgan atravesó las puertas del aeropuerto, chocando con algo más duro que su cabeza y cayendo al suelo. Cuando pudo enfocar al hombre con el que chocó, la mandíbula se le desencajó. Era un hermoso ejemplar nórdico: 1,95 m de altura, cabello rubio como el sol, ojos turquesa, rasgos afilados, barba incipiente y definida, y el ceño fruncido que acompañaba su actitud hostil. En vez de ayudarla a levantarse solo la vio con molestia.
—Fíjate… —dijo entre dientes y con desprecio, dejando sorprendida a Morgan.
—¿Perdón? —No creía que un hombre con esa apariencia tan pulcra y atractiva fuera tan desagradable. Se levantó, sacudiendo sus palmas contra sus pantalones y sosteniendo su mirada furiosa, claramente no le tenía miedo y eso desconcertó a Ivar—. Se dice: «Disculpa, ¿estás bien?».
—No fue mi culpa que salieras del aeropuerto como si fueras un a**o, sin fijarte —renegó Ivar con una sonrisa que parecía cargada de molestia.
—¿Asno? ¡¿Me llamaste: «asno»? —preguntó indignada—. Lo único que pido es educación, lo cual, aparentemente no tienes… —agregó Morgan tomando su maleta.
—Pon atención por donde caminas, niña tonta —dijo Ivar furioso. No podía creer que esa mujer no se pudiera quedar callada, era irritante—. La próxima vez no tendré tanta paciencia.
Dio media vuelta, alejándose antes de perder la cabeza y terminar peleando con esa chica tan odiosa.
***
Morgan llegó a la que alguna vez fue su casa, se veía tan diferente, habían pasado cinco años desde que no la pisaba, pero no tardó en arrepentirse cuando Enriqueta, su madrastra, la recibió con malas caras y arrogancia.
—No es el mejor momento para que vengas. No tengo dinero ni nada que ofrecerte —dijo molesta mientras Morgan la seguía por el jardín.
—No vine a pedirte nada, solo… que me dejes pasar unos días aquí mientras encuentro donde alojarme —respondió Morgan ocultando su molestia. ¿Qué no era esa su casa donde creció? Ella tenía derecho a estar ahí tanto como Enriqueta.
—¡Ay, no! ¡Ni creas! ¡Así dices ahora y después de un año seguirás viviendo aquí! ¡No, imposible! —exclamó desesperada y enojada.
—Enriqueta… Este también es mi hogar…
—«Era» tu hogar… Desde que murió tu padre, esta casa pasó a ser mía, da gracias que te abro las puertas, pero no esperes quedarte aquí ni una sola noche… ¿Entendiste? Estamos pasando por un momento complicado como para que empeores todo.
—¿Perdón? —La presión en el pecho de Morgan parecía querer asfixiarla.
—Debbie perdió su trabajo y no podemos darnos tantos lujos…
—Mi padre dejó dinero, demasiado dinero, producto de su arduo trabajo, también tuvo que quedar algo de lo que mi hermana consiguió, ¿en qué demonios te lo gastaste?
—A mí no me vengas a pedir cuentas a mi propia casa… ¿Entendiste? —dijo Enriqueta con los dientes apretados—. La miseria que tu padre dejó apenas y cubrió sus gastos funerarios. Hablando de la zorr@ de tu hermana, el dinero que le dieron se fue todo en los cuidados de tu enfermo padre y, ¿para qué sirvió, si de todas formas se murió? Solo fue un desperdicio de dinero intentar mantenerlo con vida.
Morgan abrió los ojos con sorpresa. Sabía que Enriqueta era egoísta, pero nunca la había escuchado ser tan cruel.
Antes de que ella entrara a la universidad para estudiar diseño de joyería y materiales preciosos, su padre fue diagnosticado con cáncer de páncreas. Era una enfermedad que lo consumiría hasta la muerte, pero, aun así, no lo abandonaron. Su hermana mayor, Esme, consiguió dinero, argumentando que le habían adelantado todo un año de trabajo, veinte millones cayeron a la cuenta y parecía que sería suficiente para los medicamentos paliativos de su padre, de esa manera Morgan sintió la confianza de presentar el examen de admisión para la universidad, creyendo que todo estaría en orden, pero nada salió como esperaba.
Cinco meses después de que su hermana comenzara a trabajar para ese hombre tan adinerado, murió en un accidente automovilístico tan catastrófico que ni siquiera pudieron velarla con el ataúd abierto. Cuando Morgan recibió la buena noticia de que había sido aceptada, no se sentía segura de querer seguir con sus planes y dejar a su padre solo, aunque su madrastra se hubiera comprometido a cuidarlo bien.
Cuando su padre murió, ella creyó que la tristeza de perder a Esme había sido suficiente para terminar con él, pero antes de irse, el señor Turner, se aseguró de que Morgan prometiera seguir con sus sueños y estudiar arduamente.
—Lo único que te puedo ofrecer es que duermas en el despacho de tu padre por una noche, tómalo o déjalo —agregó Enriqueta con arrogancia.
***
El despacho del señor Turner estaba en el jardín, era un taller donde creaba obras de joyería únicas, eso era lo que hacía especial su trabajo. Cuando Morgan entró al lugar se dio cuenta que sus herramientas habían desaparecido, solo quedaba esa vieja mesa de acero y la pequeña fragua. Pasó las manos por cada superficie, sabiendo que todo lo había vendido Enriqueta.
Buscó en el viejo escritorio de madera, abriendo cada cajón con desesperación. Estaba vacío. No tardó en regresar sobre sus pasos y tocar la puerta de la casa con intensidad, haciendo que el retumbar de su puño causara eco.
—¡¿Qué quieres ahora?! —exclamó Enriqueta al abrirle.
—¿Dónde están los diseños de mi padre? —preguntó Morgan angustiada.
—¿Diseños?
—¡Sí! ¡Los diseños! ¡Esos bocetos de las joyas que él hacía! —gritó desesperada.
—¿Te refieres a esos dibujos que guardaba? —La actitud de Enriqueta solo expresaba apatía y fastidio—. Vino alguien un año después de la muerte de tu padre y se los llevó. Me dio un par de billetes por ellos.
—¡¿Qué?! ¡¿Un par de billetes?! —Morgan sentía que se infartaría en ese momento—. ¡¿Estás loca?! ¡Eran diseños únicos y las instrucciones de cómo hacerlos! Cada pieza que él vendía era irrepetible en el mundo y su costo era muy elevado, y tú vendiste sus ideas, su alma, ¿por unos billetes?
—¿Sabes qué? me acabo de dar cuenta que no te quiero en mi casa… —dijo Enriqueta furiosa y tomó del brazo a Morgan, arrastrándola hacia la calle—. Ya tengo suficientes problemas como para que vengas tú y causes más.
—¡No es justo! ¡Te quedaste con la casa! ¡Vendiste sus cosas! ¡Ahora me corres como si fuera una desconocida! —exclamaba Morgan entre llanto y frustración—. Me quitaste a mi padre desde antes que él muriera y después desvalijaste todo como una m*****a bestia carroñera.
Enriqueta la aventó al asfalto, el cielo comenzaba a oscurecerse, no tardaría en llover.
—Nunca tuviste que venir aquí, te hubieras quedado en esa ciudad que te dio la oportunidad de crecer, no donde perdiste todo. Ahora… largo de mi casa, y no se te ocurra volver a cruzarte en mi camino.
Antes de cerrarle la puerta, Debbie, que estaba atenta y satisfecha con lo ocurrido, le arrojó su maleta.
Era la segunda persona en el día que la quería fuera de su camino.
Debajo de la lluvia y con su celular sonando insistentemente, Morgan visitó el cementerio, el único lugar donde nadie la agrediría. Con las pocas monedas que le quedaban en la bolsa, compró flores que repartió en la tumba de Esme y de su padre. Las lágrimas se hicieron pasar por gotas de lluvia que caían en su rostro. Por primera vez en toda su vida se sentía sola. Cuando traspasó las puertas del camposanto, revisó su celular, era Erik quien llamaba. De nuevo se sentía miserable y dudaba en contestar. Tragó saliva y acercó el teléfono a su oído.—¿Morgan? ¿Dónde estás? Theo me dijo que saliste de la ciudad… —dijo sin ocultar su preocupación. Pese a sus esfuerzos por querer olvidarla, su corazón seguía gritando su nombre—. Solo… quiero saber si estás bien. Esa sensación en el pecho, ese atisbo de esperanza, comenzó a envenenarla. Quería decirle que lo extrañaba, que lo necesitaba, que la perdonara, que Mía le había tendido una trampa, pero al pensar en esa mujer, de nuevo la visualiz
—Hola, guapa… —dijo un hombre ebrio y desagradable acercándose a la barra donde Morgan esperaba a Kyrie—. Oye… con todo respeto, eres hermosa…Morgan se mantuvo en silencio, viendo al hombre con repulsión y buscando un escape.—…¿Cómo te llamas? No seas mala… pásame tu número —insistió el borracho acercándose más a ella, pero esta se levantó del banco, alejándose—. No te asustes, no te haré nada… que tú no quieras, «suertudota».—Tus dotes como seductor son impresionantes, pero no me convencen. Déjame en paz —pidió Morgan con el ceño fruncido, pero nerviosa. —Estás bien bonita, con todo respeto, ¿tienes novio? —Sí, tengo novio y no tardará en llegar, sería bueno que te fueras porque es muy celoso —agregó Morgan creyendo que sería suficiente para alejarlo. —¿Ah sí? ¿Dónde está? ¿Te dejó solita aquí? —preguntó sospechando que Morgan mentía. —Fue al baño… Ahora, déjame en paz si no quieres que cuando regrese le pida que te de una golpiza… —¿En serio? ¿Eso hará? —Se acercó más—. No t
—¿Qué haces aquí tan noche? ¿Nadie te dijo que es peligroso? —preguntó Ivar acercándose muy a su pesar. No podía ignorar ese instinto protector cuando veía a una damisela en peligro—. En cuanto llegue mi chofer, te llevo a tu casa.—¡Ya quisieras! —exclamó Morgan—. Estoy esperando a alguien. No me interesa tu oferta.Ivar apretó los dientes y entrecerró los ojos. «¿Espera a su novio?», la idea le revolvió el estómago. «A mí, ¿qué me importa?».—¡Cómo quieras! Debe de ser muy bueno ese tipo como para esperarlo a mitad de la noche —dijo molesto.—Para tu información, estoy esperando a mi jefe, un viejecito insoportable y gruñón. —O por lo menos eso era lo que ella imaginaba. «¿Por qué le estoy dando explicaciones a este hombre?», se indignó. «¡¿Por qué tarda tanto en salir el idiota de Haugen?! ¡¿Dónde está ese señor?!». Sacó su teléfono y llamó mientras le daba la espalda a Ivar. Se rehusaba a seguir tolerándolo.De pronto el ruido de un teléfono sonando la hizo voltear lentamente, su
—No, no hay espacio —dijo Ivar rodeando el auto, dejando desconcertada a la hermosa mujer del pórtico.—¿De qué hablas? ¿Quién es ella? ¿Por qué…?—Vete en tu auto… —respondió Ivar sin darle mucha importancia y entrando al Maybach. —No funciona, parece que se ahoga cada vez que quiero echarlo a andar y huele mucho a gasolina —dijo la mujer asomándose por la ventana del piloto, haciendo a un lado a Morgan. —Ese no es mi problema, tuviste que llamar al mecánico en cuanto comenzó a fallar —dijo Ivar sin dignarse a voltear hacia ella—. Usa otro del garaje, pídele a Betty las llaves del Audi. —Ivar… —¡Morgan! ¡¿Qué carajos estás esperando?! ¡¿Qué te meta al auto de la mano?! —exclamó furioso. Morgan torció los ojos y sintió que la cabeza le punzaba. —Con su permiso —dijo apenada teniendo que quitar a la chica de la ventana para poder abrir la puerta—. Dígale a su mecánico que revise las bujías, tal vez sea necesario cambiarlas. Con una sonrisa apenada, entró al auto y salieron de la
—¡¿Qué te pasa?! —exclamó Morgan levantándose del suelo, sacudiéndose la tierra de su falda y fingiendo que no le dolía ese tobillo que se le acababa de torcer. —¡¿Qué me pasa?! ¡¿Qué te pasa a ti?! ¡¿Por qué me robaste mi lugar en la empresa?! —volvió a gritar Debbie. Su voz era igual que arrastrar las patas de una silla o rasguñar una pizarra, y le reventaba los tímpanos a Morgan.—¿De qué estás hablando? Yo no te quité nada… —agregó harta, no quería soportar los reclamos de su hermanastra, así que comenzó a andar por la acera.—Yo era la secretaria del señor Haugen… —«Eras» —interrumpió Morgan.—Cuando me dijeron que habías tomado mi lugar, confirmé que nunca me has visto como tu familia… ¡No tienes corazón!—¡Tienes razón! ¡Nunca te he visto como mi familia! ¡Solo tengo una hermana y está muerta! Si me preguntan, tú te puedes ir a la mierd@ —agregó Morgan apretando el paso—. Además, por algo te corrieron de ahí.El rumor llegó rápidamente a Morgan, aunque ella no sabía la identi
—¿Por qué no la despediste? —preguntó Cristina indignada. —Eso es algo que a ti no te importa… —contestó Ivar. Él nunca le debía explicaciones a nadie y menos a su cuñada.—¿Harás lo mismo que con esa Debbie? ¿Esperarás a que haga algo lo suficientemente grotesco para que te dé motivos para correrla? —Volteó hacia él, de brazos cruzados.—¿No tienes trabajo qué hacer? —preguntó evasivo. —Erik Lidberg regresará en unos días… La noticia tomó por sorpresa a Ivar. ¿Qué no había sido él quien habló con Erik para que se tomara la vida más en serio?—¿Cuál es el problema con eso? —preguntó absorto en los documentos frente a él. —Al parecer ha decidido casarse. ¿Sabes lo que eso significa?—¿Qué arruinará su vida? Bien dicen que el matrimonio es como un ataúd y cada hijo es un clavo… —contestó Ivar con media sonrisa. —Papá dice que su futura esposa le metió la idea en la cabeza de apoderarse de la empresa, quitarte del camino y quedarse con todo… —dijo Cristina acercándose al escritorio,
Cuando Ivar llegó a la oficina, se sorprendió de ver a Morgan, escribiendo insistente en su computadora y revisando por ratos la lista de pendientes. —¿Por qué llegaste tan temprano? —preguntó levantando una ceja.—¿Quién le dijo que llegué temprano? Tal vez ni siquiera regresé ayer a casa… —dijo Morgan sin despegar la mirada de su pantalla—. Que poca atención le presta a sus empleados, señor Haugen. —Suelo ignorar a los que son contestones y hostiles…—Es entendible… No toleramos nuestros defectos cuando están en otra persona…Ivar torció los ojos y entró a su despacho, sabía que sería una pelea que nunca acabaría. Morgan tenía la habilidad de responder a cada uno de sus comentarios con la misma carga de sarcasmo y hostilidad que él. Aun así, cuando cerraba la puerta dejando atrás a esa secretaria odiosa, no podía evitar sonreír divertido de su ingenio. Sobre el escritorio había una pila de documentos ordenados. Eran los encargos de Morgan ya resueltos y listos para ser firmados.
—¿Quieres una esposa de mentira a la que puedas abandonar cuando gustes? Ese es mi precio… Quiero los bocetos y el hermoso auto de quien se volverá mi exesposo —agregó Morgan orgullosa, dichosa de verlo molesto.—Eres abusiva, manipuladora, carroñera… —dijo Ivar en un susurro inclinándose hacia ella, pero sin lograr intimidarla. Morgan sabía que tenía el control de la situación.—¿Ivar? —preguntó Sigurd cuando estuvo lo suficientemente cerca.—Es un trato —susurró Ivar antes de voltear a hacia su padre y tomar de la mano a Morgan.—Pero qué encantadora señorita traes a tu lado —agregó Sigurd y Cristina no tardó en torcer la mirada.—Es solo la odiosa y fracasada secretaria de Ivar —dijo Cristina viendo a Morgan con desprecio. —¿Cómo dijiste? —preguntó Morgan fingiendo inocencia—. ¡Ejem!… Soy su esposa. Levantó su mano adornada con el anillo de matrimonio, dejando a Cristina sin palabras.—¿Esposa? —preguntó Sigurd con el ceño fruncido.—Nos casamos hoy en la mañana… —respondió Ivar