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Capítulo 3: Esta ya no es tu casa. 

Durante todo el camino, Debbie quiso justificar su comportamiento, incluso inculpando al millonario con el que se había revolcado, pero solo lograba aumentar el odio de Ivar hacia ella. 

—Por favor, no se enoje conmigo. Claramente era una trampa, le echó algo a mi bebida —decía Debbie entre sollozos cuando Ivar detuvo el auto justo frente a la entrada de su casa.

—Bájate… —pidió iracundo.

—Por favor, señor Haugen, déjeme explicarle…

—¡Qué te bajes! ¡¿No entiendes?! —exclamó perdiendo la paciencia y abrió la puerta del lado de Debbie para después arrojarla sin importarle que se lastimara—. ¡Estás despedida! ¡Ni se te ocurra regresar a la oficina! ¡¿Entendiste?!

De inmediato pisó el acelerador a fondo, dejando a esa mujer conflictiva llorando desconsolada en el asfalto. 

***

Sin prestar atención a su entorno, Morgan atravesó las puertas del aeropuerto, chocando con algo más duro que su cabeza y cayendo al suelo. Cuando pudo enfocar al hombre con el que chocó, la mandíbula se le desencajó. Era un hermoso ejemplar nórdico: 1,95 m de altura, cabello rubio como el sol, ojos turquesa, rasgos afilados, barba incipiente y definida, y el ceño fruncido que acompañaba su actitud hostil. En vez de ayudarla a levantarse solo la vio con molestia.

—Fíjate… —dijo entre dientes y con desprecio, dejando sorprendida a Morgan.

—¿Perdón? —No creía que un hombre con esa apariencia tan pulcra y atractiva fuera tan desagradable. Se levantó, sacudiendo sus palmas contra sus pantalones y sosteniendo su mirada furiosa, claramente no le tenía miedo y eso desconcertó a Ivar—. Se dice: «Disculpa, ¿estás bien?».

—No fue mi culpa que salieras del aeropuerto como si fueras un a**o, sin fijarte —renegó Ivar con una sonrisa que parecía cargada de molestia.

—¿Asno? ¡¿Me llamaste: «asno»? —preguntó indignada—. Lo único que pido es educación, lo cual, aparentemente no tienes… —agregó Morgan tomando su maleta.

—Pon atención por donde caminas, niña tonta —dijo Ivar furioso. No podía creer que esa mujer no se pudiera quedar callada, era irritante—. La próxima vez no tendré tanta paciencia. 

Dio media vuelta, alejándose antes de perder la cabeza y terminar peleando con esa chica tan odiosa. 

***

Morgan llegó a la que alguna vez fue su casa, se veía tan diferente, habían pasado cinco años desde que no la pisaba, pero no tardó en arrepentirse cuando Enriqueta, su madrastra, la recibió con malas caras y arrogancia. 

—No es el mejor momento para que vengas. No tengo dinero ni nada que ofrecerte —dijo molesta mientras Morgan la seguía por el jardín. 

—No vine a pedirte nada, solo… que me dejes pasar unos días aquí mientras encuentro donde alojarme —respondió Morgan ocultando su molestia. ¿Qué no era esa su casa donde creció? Ella tenía derecho a estar ahí tanto como Enriqueta. 

—¡Ay, no! ¡Ni creas! ¡Así dices ahora y después de un año seguirás viviendo aquí! ¡No, imposible! —exclamó desesperada y enojada.

—Enriqueta… Este también es mi hogar…

—«Era» tu hogar… Desde que murió tu padre, esta casa pasó a ser mía, da gracias que te abro las puertas, pero no esperes quedarte aquí ni una sola noche… ¿Entendiste? Estamos pasando por un momento complicado como para que empeores todo.

—¿Perdón? —La presión en el pecho de Morgan parecía querer asfixiarla.

—Debbie perdió su trabajo y no podemos darnos tantos lujos…

—Mi padre dejó dinero, demasiado dinero, producto de su arduo trabajo, también tuvo que quedar algo de lo que mi hermana consiguió, ¿en qué demonios te lo gastaste? 

—A mí no me vengas a pedir cuentas a mi propia casa… ¿Entendiste? —dijo Enriqueta con los dientes apretados—. La miseria que tu padre dejó apenas y cubrió sus gastos funerarios. Hablando de la zorr@ de tu hermana, el dinero que le dieron se fue todo en los cuidados de tu enfermo padre y, ¿para qué sirvió, si de todas formas se murió? Solo fue un desperdicio de dinero intentar mantenerlo con vida. 

Morgan abrió los ojos con sorpresa. Sabía que Enriqueta era egoísta, pero nunca la había escuchado ser tan cruel. 

Antes de que ella entrara a la universidad para estudiar diseño de joyería y materiales preciosos, su padre fue diagnosticado con cáncer de páncreas. Era una enfermedad que lo consumiría hasta la muerte, pero, aun así, no lo abandonaron. Su hermana mayor, Esme, consiguió dinero, argumentando que le habían adelantado todo un año de trabajo, veinte millones cayeron a la cuenta y parecía que sería suficiente para los medicamentos paliativos de su padre, de esa manera Morgan sintió la confianza de presentar el examen de admisión para la universidad, creyendo que todo estaría en orden, pero nada salió como esperaba. 

Cinco meses después de que su hermana comenzara a trabajar para ese hombre tan adinerado, murió en un accidente automovilístico tan catastrófico que ni siquiera pudieron velarla con el ataúd abierto. Cuando Morgan recibió la buena noticia de que había sido aceptada, no se sentía segura de querer seguir con sus planes y dejar a su padre solo, aunque su madrastra se hubiera comprometido a cuidarlo bien. 

Cuando su padre murió, ella creyó que la tristeza de perder a Esme había sido suficiente para terminar con él, pero antes de irse, el señor Turner, se aseguró de que Morgan prometiera seguir con sus sueños y estudiar arduamente. 

—Lo único que te puedo ofrecer es que duermas en el despacho de tu padre por una noche, tómalo o déjalo —agregó Enriqueta con arrogancia. 

***

El despacho del señor Turner estaba en el jardín, era un taller donde creaba obras de joyería únicas, eso era lo que hacía especial su trabajo. Cuando Morgan entró al lugar se dio cuenta que sus herramientas habían desaparecido, solo quedaba esa vieja mesa de acero y la pequeña fragua. Pasó las manos por cada superficie, sabiendo que todo lo había vendido Enriqueta. 

Buscó en el viejo escritorio de madera, abriendo cada cajón con desesperación. Estaba vacío. No tardó en regresar sobre sus pasos y tocar la puerta de la casa con intensidad, haciendo que el retumbar de su puño causara eco. 

—¡¿Qué quieres ahora?! —exclamó Enriqueta al abrirle.

—¿Dónde están los diseños de mi padre? —preguntó Morgan angustiada.

—¿Diseños? 

—¡Sí! ¡Los diseños! ¡Esos bocetos de las joyas que él hacía! —gritó desesperada. 

—¿Te refieres a esos dibujos que guardaba? —La actitud de Enriqueta solo expresaba apatía y fastidio—. Vino alguien un año después de la muerte de tu padre y se los llevó. Me dio un par de billetes por ellos. 

—¡¿Qué?! ¡¿Un par de billetes?! —Morgan sentía que se infartaría en ese momento—. ¡¿Estás loca?! ¡Eran diseños únicos y las instrucciones de cómo hacerlos! Cada pieza que él vendía era irrepetible en el mundo y su costo era muy elevado, y tú vendiste sus ideas, su alma, ¿por unos billetes?

—¿Sabes qué? me acabo de dar cuenta que no te quiero en mi casa… —dijo Enriqueta furiosa y tomó del brazo a Morgan, arrastrándola hacia la calle—. Ya tengo suficientes problemas como para que vengas tú y causes más. 

—¡No es justo! ¡Te quedaste con la casa! ¡Vendiste sus cosas! ¡Ahora me corres como si fuera una desconocida! —exclamaba Morgan entre llanto y frustración—. Me quitaste a mi padre desde antes que él muriera y después desvalijaste todo como una m*****a bestia carroñera.

Enriqueta la aventó al asfalto, el cielo comenzaba a oscurecerse, no tardaría en llover.

—Nunca tuviste que venir aquí, te hubieras quedado en esa ciudad que te dio la oportunidad de crecer, no donde perdiste todo. Ahora… largo de mi casa, y no se te ocurra volver a cruzarte en mi camino.

Antes de cerrarle la puerta, Debbie, que estaba atenta y satisfecha con lo ocurrido, le arrojó su maleta. 

Era la segunda persona en el día que la quería fuera de su camino.

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