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Capítulo 3. Ahogando las penas

Narra Alondra Ferreyra Pérez

Mi tío, Axel y mi hermana, que fue la última en entrar al taller, me miraban con una cara de desaprobación y me atrevería a decir, que no solo era de eso, también era de horror. Yo no me había visto en dos días, pero debía parecer un guiñapo y una piltrafa humana, pues así me sentía totalmente. Me dolía mucho la cabeza y veía incluso algo borroso.

–Alondra, ¿Desde cuándo estabas aquí? – Preguntó mi tío – Me has dado un susto de muerte, pensé que algún ratero se había metido al taller.

No tenía ni la menor idea de lo que había pasado conmigo, ni me acordaba muy bien a qué hora había llegado al taller, solo que era el único sitio donde podía tomar a gusto, sin que nadie me molestara.

–No lo sé tío – Admití desanimada – Solo sé que vine a ahogarme en el alcohol, aquí.

Era lo único que me importaba, ahogar mis penas en el licor, entumecer tanto mi mente, que no pudiera recordar nada de lo que me había pasado y de lo que me estaba pasando.

–Esto es el colmo – Dijo mi hermana Anastasia – Me preocupé mucho, cuando Carmen, me ha llamado buscándote. Por cierto, siento mucho lo de David y tú.

Cada vez que lo nombraban, era como si una daga atravesara mi pecho, ese dolor nunca iba a dejar de doler, pero era mejor adormecer ese dolor, el alcohol me iba a ayudar a lograrlo, solo así puedo cerrar los ojos y no sentir.

–Cariño, debes tener frío – Axel se quitó el saco y me lo puso a mí – Tranquila Alondra, vas a estar bien. Te lo prometo.

–Gracias, pero a partir de ahora, no tengo a dónde ir. No tengo sueños, no tengo ilusiones y no tengo ganas de vivir, que es lo peor de todo.

Los tres me miraban con compasión y se podría decir, que hasta con lástima. Yo era una estúpida, por haber perdido el amor de David, el único hombre al que amaba y el que me había amado a mí, tanto que prefirió dejarme, que seguir conmigo para no hacernos más daño, por nuestras diferentes maneras de pensar. Me sentía mal, sin fuerzas, muy desilusionada, resentida, dolida, herida y lastimada. No sabía qué hacer con mi vida, yo no podía, ni quería vivir sin David. Así, nada tenía sentido, no quería saber de nada, ni de mí misma. Axel me tomó en sus brazos y me desahogué llorando desconsolada.

–Cariño, todo tiene solución. Ya no llores por favor – Axel, me consolaba – Vamos, para que te des un baño, comas algo y descanses cómo es debido.

No entendían que nada me iba a consolar, era lo peor que me había pasado, por primera vez me enamoraba de alguien, lo ponía por encima de todo y al final yo era la que había acabado en el piso, arrastrándome, pidiendo un poco de amor.

–Sí, Alondra, ve con Axel y con Anastasia – Me animó mi tío – Además, te he dado vacaciones, aquí en el taller.

–Gracias tío, pero da igual que tenga vacaciones si no tengo con quién pasarlas – Dije desconsolada – Mi novio, mi güero me ha dejado.

–Lo siento mucho – Mi tío se solidarizó conmigo – Pero, date tiempo tienes apenas 19 años y a esa edad todo parece una tragedia, tienes mucho por vivir y más chicos por conocer.

–Tío muchas gracias, por avisarnos que aquí estaba Alondra – Dijo Anastasia – Nos la vamos a llevar y te avisaré como sigue. Saludos a mi tía.

–Gracias Anastasia, vayan con cuidado.

–Hasta luego y gracias – Dijo Axel.

Salimos caminando los tres y yo, sentí que el piso se movía, tuve un mareo muy fuerte y Axel se dio cuenta de eso, él me llevó en sus brazos y me subió a su auto en la parte de atrás y después él y mi hermana Anastasia, se subieron en la parte de adelante. Axel encendió el auto y no me molesté, ni en preguntar a dónde íbamos, lo lógico era que iríamos a casa de Anastasia y así ocurrió. No supe ni cuánto tiempo hicimos, no vi nada en la calle, para mí todo era oscuridad. Axel me bajó en brazos nuevamente, en casa de mi hermana y me sentó en la sala.

–Alondra, yo creo que desayunamos y vamos al doctor – Dijo mi hermana – Te ves fatal y no quiero que te vayas a enfermar.

¿Para qué ir al doctor?, si él no me iba a curar el corazón, no iba a unir los millones de pedazos en que estaba roto, era una muñeca rota sin compostura, nada ni nadie podía curarme solo David y él ya no me quería ver en su vida, yo ya no era su consentida, yo estaba más muerta que la propia Lola, porque ella ya no podía sentir, pero yo sí y eso era morir en vida.

–Háganme un favor – Les dije a ambos – Déjenme morir en paz. No quiero desayunar, no quiero bañarme, no quiero ir al doctor, solo quiero una cosa y es a David, solo a él y si no lo puedo tener, que me cargue lo que me tenga que cargar.

Lloré desconsolada, hecha una furia, quería hacer pedazos todo lo que encontrara a mi paso, quería que apareciera alguien de la familia de esa estúpida, para desquitarme y para decirle, que, gracias a la imbécil de la muerta de Lola, mi vida se había ido al fondo de un pozo, pero no podía. Mi hermana quiso regañarme, lo pude leer en su mirada, pero Axel impidió que lo hiciera y se sentó a mi lado, para abrazarme nuevamente.

–Alondra, de amor no te vas a morir, cariño – Me dijo Axel – Sé que ahora mismo, te sientes demasiado mal y no te impediré que te desahogues. Por favor, saca todo ese dolor que llevas dentro, sabes que somos amigos y estoy para escucharte.

Pero él no era, el que estaba sintiendo este dolor, nadie sabía lo que me estaba pasando en realidad, mi vida se había acabado desde el momento mismo que David, se fue de mi lado, para que seguir viviendo si no lo iba a tener a él, para muchos era fácil decir, que esto se me iba a pasar, o que me desahogara, pero yo era la que llevaba este sufrir.

–Alondra, yo no he sabido ser tu hermana del todo – Dijo Anastasia – Pero, no me gusta verte así, ¿Quieres contarnos a Axel y a mí lo que pasó? Cuando Carmen me dijo, que David y tú, ya habían terminado, yo no lo podía creer.

Algo que ya no tiene solución, algo de lo que ya no quería hablar, porque me regresaba a ese día, el primer día que lo vi partir, y del que ya no hubo retorno, solo para decirme que era un final definitivo, para terminar de arrancarme el corazón y partirlo en millones de pedazos.

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