Un roce, uno solo
Llegó la hora de salir de la empresa y al igual, que el día anterior, Leandro esperó por su asistente. Él salió primero de su oficina y al pasar junto a ella, le murmuró:

—La estaré esperando en mi coche. No tarde por favor.

—¡Sí, señor! —contestó ella, mientras apagaba el computador de su escritorio.

Él fue hasta el estacionamiento subterráneo y minutos después subió al coche. Leandro condujo hasta el apartamento de la chica. Durante el trayecto conversaron muy poco. Finalmente el coche se detuvo frente al edificio, ambos descendieron del vehículo y luego subieron hasta el pequeño apartamento.

—Siéntese, ya regreso —dijo ella adentrándose en su habitación.

Leandro se sentó en el sofá de dos puestos y escaneó visualmente el lugar. A diferencia del día anterior todo estaba pulcro y ordenado. A pesar de ser un lugar sin lujos podía sentirse cómodo al igual que en la casa de Lucía.

Aquello le provocaba ciertos recuerdos de su pasado que deseaba no recordar, pues teniendo
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