De camino a la villa Alba no me dirigió la palabra y en este momento me gustaría saber que más le preocupa. Si, su abuela está grave, pero ya me he ofrecido a ayudarle, aunque está aliviada, tiene cara como si ha hecho una especie de pacto con el diablo. Estaciono el vehículo frente a la casa y Alba se baja con la bolsa de comida que hemos pedido para llevar para su abuela. Yo también me bajo y la sigo, entramos a la casa y Lucía se encontraba cocinando con ayuda de ese tal Camilo. —Abuela, deja eso, el señor Suárez le ha comprado algo. Alba se acerca a ella y Lucía se detiene. —¿Viene con postre? —pregunta tan animada que me saca una sonrisa. —Por supuesto, soy muy atento a los detalles —comente—, de haber sabido que es tan dulcera, le comprará una tienda entera. —Oh vaya… y si usted sigue así, no habrá nadie me que detenga a comerle el dulce —dice pícara y me hace reír. Es una señora encantadora, me agrada mucho. —Ustedes dos, vayan a un hotel —se entrom
La mañana siguiente era hora de partir, Lucía y Camilo se encontraban afuera despidiendo a Alba y a Leandro. Alba abraza a su abuela y casi que se aferra a ella, luego la suelta y se despide de Camilo, quien le deja un beso en beso en la mejilla, casi cerca de los labios. Ella se separa de él un tanto sorprendida y tocándose la comisura de su labio, sintió algo por ese semi-beso. Leandro lo ha visto todo y no le ha caído bien, sin embargo, se despide de Lucía como se debe y luego estrecha la mano de Camilo como despedida. —Cuídela bien —dice el señor Suárez severo. —Si cuidarla bien se refiere a cocinarle, pues ya vio que no se morirá de hambre. —A menos que no le de la comida a tiempo, ¿No creyó que era muy tarde para comer? —Hago lo mejor que puedo. —Si así fuera, no la dejara sola. —Tengo otras responsabilidades, así como usted, o sino, ¿Por qué no se queda? Si tanto le preocupa que no esté bien en mis manos. Alba y Lucía no comprendía aquella discusión en
El lunes, desde muy temprano, Leandro llega a la empresa, ha tenido poca comunicación con su asistente desde que la dejó en su piso. Mas, no deja de pensar en que debe contactar al médico que puede salvarle la vida a la abuela. Había sentido una conexión algo especial con aquella anciana. Realmente estaba preocupado por Lucía. Aunque en su mente, emplea argumentos racionales a su inusual comportamiento. “Tengo que tratar que Alba esté bien y solo se enfoque en nuestro plan, no puedo permitir que otros asuntos, la preocupen excepto seducir a Enrique Fuenmayor” cavila en ese punto. “Además de esa manera se sentirá más comprometida conmigo y hará lo que yo le pida” piensa y repentinamente una sonrisa algo perversa se dibuja en su rostro. Presiona el botón y llama por el interlocutor a la asistente principal. —Srta Roso, por favor venga a mi oficina. —la rubia teñida, se desconcierta ante tanto formalismo, no sólo la llamaba por su apellido sino que últimamente estaba algo aris
Martina desorbita los ojos al escuchar tal conversación, casi que se traga su chicle y comienza a toser. Alba la ve extrañada y tapa con su mano el micrófono del teléfono. —¿Se encuentra bien? —le pregunta a su compañera de trabajo. No sé merecía su amabilidad, pero tampoco iba a desearle que se ahogara. —Si-si, solo que el tipo este de Superman va a tener un hijo —se excusa Martina. Alba rueda sus ojos, jamás ha sido amante a las redes sociales, considera que son una distracción, además de que considera tonto que Martina casi se ahogue con su chicle por una noticia de un hombre que ni conoce. —Tal vez deba darme un momento —Martina se levanta de la silla. —Claro, ¿Por qué sientes que has perdido tu oportunidad, no? —Puede ser, aunque un niño no amarra a hombre, ¿Sabes? —le guiña el ojo. “¿Ni siquiera por qué se los trague?” piensa Alba. Martina se va al baño y Alba la ignora para seguir con su conversación. En cuanto llega y revisa que se encuentra sola, llama a E
Leandro observa la hora en su Rolex y comienza a organizar sus papeles para recoger su oficina, está acostumbrado a irse tarde, pero desde ahora comenzará a irse temprano, ¿La razón? Su plan no puede retrasarse. Su puerta es tocada y después de un “pase”, la persona del otro lado, entra. —Señor Suárez, ya me voy, pero paso por aquí para saber si necesita algo de mí… Martina tenía la intención de que su jefe le diera una buena despedida. —Mmm —Él la ve y se lo piensa—, no, gracias, puedes irte. Baja su mirada y a Martina casi le sale humo por las orejas. —Está bien, señor, con permiso. Ella se retira y cierra la puerta, aunque se extraña de que su jefe esté recogiendo a esa hora. No obstante, no le pregunta la razón para no fastidiarlo, sabe que así no se ganará de nuevo a su jefe. En cuanto Leandro termina, sale de la oficina y encuentra a Alba aún en su escritorio, camina con pasos cortos y se detiene en su escritorio. —¿Por qué aún está trabajando? Ya es su
El comentario de Leandro resultó bastante desagradable para Alba, no era el simple hecho de que bromeara con su ropa íntima sino que además de sentirse avergonzada, sintió que se burlaba de Lucía y eso sí le produjo mucho enfado. Leandro se retiró luego de aquella primera noche de clase. Le dio varios tips sobre su apariencia personal, sobre el lenguaje corporal y sobre su postura. La asistente prestó atención a cada uno de los consejos e intentó ponerlos en práctica la mañana siguiente. A ratos, mientras intentaba dormirse, algún pensamiento o imagen de Leandro venía a su mente. Eso la perturbaba ¿Por qué tenía que pensar en él? Leandro Suárez era su jefe, sólo eso. Estaba comprometido y ella no debía siquiera pensar en él. No, si no quería sufrir como una tonta. A pesar de ello, no lograba sacarlo de su cabeza. Finalmente se quedó dormida. Despertó cuando la alarma de su móvil sonó, haciéndola dar un brinco. Se incorporó rápidamente, fue hasta el baño para asearse y luego
Llegó la hora de salir de la empresa y al igual, que el día anterior, Leandro esperó por su asistente. Él salió primero de su oficina y al pasar junto a ella, le murmuró: —La estaré esperando en mi coche. No tarde por favor. —¡Sí, señor! —contestó ella, mientras apagaba el computador de su escritorio. Él fue hasta el estacionamiento subterráneo y minutos después subió al coche. Leandro condujo hasta el apartamento de la chica. Durante el trayecto conversaron muy poco. Finalmente el coche se detuvo frente al edificio, ambos descendieron del vehículo y luego subieron hasta el pequeño apartamento. —Siéntese, ya regreso —dijo ella adentrándose en su habitación. Leandro se sentó en el sofá de dos puestos y escaneó visualmente el lugar. A diferencia del día anterior todo estaba pulcro y ordenado. A pesar de ser un lugar sin lujos podía sentirse cómodo al igual que en la casa de Lucía. Aquello le provocaba ciertos recuerdos de su pasado que deseaba no recordar, pues teniendo
Gracias a los consejos de Leandro, Alba ha comenzado a cuidarse, tanto que ha empezado a hacer ejercicio antes de irse al trabajo. Ata sus cordones y sale de su piso, apenas cruza la calle comienza a trotar. Llega al parque y decide darle una vuelta a este para luego regresar a casa. Una chica que venía en dirección contraria de Alba se detiene en frente para mirarla y antes de que Alba la esquive, la chica la llama. —¡Alba! —saluda la chica. —¡¿Alejandra?! —pregunta dudosa. No la recordaba. —Así es, soy yo. —Se dispone a abrazarla con mucho cariño—. ¿No me digas que ya te olvidaste de mí? La separa del abrazo y comienzan a trotar juntas. —La verdad es que no, pero no creí que fueras tú pues se supone que deberías estar en Francia, ¿no? Alejandra es una amiga de Alba de la universidad, pero a mitad de la carrera se transfirió a Francia. —Pero he vuelto. —¿Hace cuánto? —Unos meses, después de graduarme volví. —¿Y por qué no me escribiste? —Cambié de t