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Capítulo 03: La revelación

Patrick entre abre sus labios, como si fuese a decir algo, sin embargo, se queda allí perplejo por cierto tiempo, lo que deberían ser unos diez segundos, parece haber sido víctima de algún hechizo paralizador. Finalmente, dice:

—No lo sabía. No sabía que tenías un hijo.

«Por su puesto que no lo sabías, tontorrón» han pasado seis años desde la última vez que nos hablamos. Ninguno de los dos ha sabido absolutamente nada del otro. Bueno, yo sé todo de él. Las redes sociales y los programas de chismes en la televisión de han encargado de ello. Pero él de mí no ha sabido nada, yo me encargué de volverme anónima todo este tiempo. Irónicamente, ser invisible es lo opuesto a lo que buscaba cuando llegué a Los Ángeles.

—Hija— Digo, ya que él ha dicho hijo, como si fuese un niño —Tengo una hija.

—¿Cómo se llama?— Me pregunta mientras veo como una de las comisuras de sus labios de eleva en lo que parece ser una sonrisa.

—Mia— Pronuncio mientras cruzo mis brazos sobre mi estómago.

—Es un nombre muy bonito— Quiero saber si está hablando en serio o sólo está bromeando —¿Quién es el papá?

Suelto una carcajada mientras sacudo mi cabeza «vaya listo». No me puedo creer que pensara que podía colar la pregunta del padre tan rápido. Ni siquiera me ha preguntado la edad de la niña, si vive conmigo o, yo que sé. Tiene que preguntarme por el padre. El interés siempre está puesto en el padre.

—Algún tontorrón— Suelto sin más.

Es la verdad. Siete años atrás llegué a Los Ángeles con la esperanza de ser actriz. Tenía veintiún años y cursaba estudios de derecho en la Universidad de Chicago pero me di cuenta que eso no era lo que quería hacer. Lo que quería era ser actriz, protagonizar películas en Hollywood, hacerme famosa. Muy famosa. Así que abandoné la escuela de abogacía y me mudé a Los Ángeles con diez dólares en el bolsillo. Mi familia no estuvo contenta, en lo absoluto, no después de gastar la fortuna que no tenían en dos años en la escuela de derecho, para nada. Pero el plan era volverme famosa y millonaria y retribuirle el dinero que habían gastado en mí.

El problema es que, aunque conseguí un trabajo de mesera con el que pagaba las facturas y las clases de actuación, también me dejé seducir por los excesos de la ciudad de las estrellas. Después de clases, mis compañeros -entre esos Patrick - y yo salíamos de fiestas; tomábamos como si no había un mañana, puede que haya dormido con más de un compañero -entre esos Patrick. Estaba seducida por aquel estilo de vida salvaje. La estaba pasando de las mil maravillas, estaba empezando a vivir la vida que había soñado. Supongo que no pensé en las consecuencias. Aquel grupo empezó a separarse, todos tomamos rumbos diferentes. Yo salí embarazada y mi sueño de ser estrella, murió el día en que supe que otra vida latía dentro de mí.

—Camila, con más razón tienes que aceptar mi propuesta— Pongo mis ojos en blanco, incapaz de creer que él siga trayendo a colisión el fulano tema del matrimonio falso —Pretenderás ser mi esposa no por mucho tiempo, lo suficiente para que se den cuenta que he cambiado, que ahora soy un hombre correcto, los medios me dejen en paz y empiecen a buscar chismes en otro lado. Mientras tanto, tendrás todo lo que te corresponde como mi esposa...

—Espera un momento— Le interrumpo alzando una mano —¿A qué te refieres con eso de "lo que me corresponde como esposa"— Hago las comillas con mis dedos —En un hipotético caso de que acepte, yo no voy a ser la esposa llavero. A mi no me vas a cargar a todos lados para exhibirme como un trofeo.

—Es exactamente lo que quiero. Necesito que seas una esposa hogareña, que juntos pretendamos ser la perfecta familia americana...

—De los años cincuenta— Añado con amargura.

—Ve las cosas de esta forma— Me pide y se inclina hacia adelante, apoyando sus codos en la barra —No tendrás que hacer absolutamente nada, excepto sonreír y saludar cuando tengamos que hacer una aparición en público. Yo te daré todo lo que me pidas y, mientras estés conmigo, a tu hija no le faltará nada. Te lo prometo.

«Ah, mi hija. Ha pronunciado las palabras mágicas: a tu hija no le faltará nada». Eso sí me gusta, me gusta demasiado. Me gusta sobre todo después de haber amenazado a un hombre con cortarle las manos después de manosearme, me gusta después de saber que el pago a final de mes apenas me alcanzará para pagar la renta donde vivimos y comida. «Pero, Santo cielo, no. No quiero ser la esposa trofeo, aún cuando es de mentira». Ese pensamiento me arrastra a otro.

—Espera un segundo — Digo entrecerrando los ojos, pensativa —¿Sabes que hay servicios de novias falsas, no?— Patrick me mira perplejo, como si quisiera asentir para hacerme creer que sí sabe de lo que hablo pero en realidad no tiene ni idea —Cuando llegué aquí, a Los Ángeles, conseguí un trabajo donde hombres pagaban a cambio de que te hicieras pasar por su novia. Lo cierto es que sólo estuve allí un día porque pensé que era un trabajo para actrices cuando en realidad era un trabajo de damas de compañía.

—Camila...

—No, no. No hice nada — Le interrumpo —Huí del lugar en cuanto me di cuenta de lo que realmente buscaban.

—¿Si sabes que yo no te quiero como dama de compañía ¿verdad? Te quiero como mi esposa.

—Eso ya lo sé. Pero ese es el punto— Me humedezco los labios y me apoyo en la barra de la misma forma en la que él se encuentra —Tal vez, tal vez — Repito mientras hago énfasis en las palabras —aceptaría si me pagas por ello, por pretender ser tu esposa. No quisiera que me premiaras por jugar a ser la esposa sumisa perfecta. Me pagarías por pretender serlo, por actuar como tu esposa perfecta.

Patrick sonríe. Trata de no sonreír demasiado pero por un segundo no puede disimularlo.

—No podría pedir más.

—No he dicho que he aceptado— Añado y veo como su pecho se desinfla —Conformate con escuchar que lo pensaré.

—Gracias, Camila. Gracias— Suena demasiado adulante, muy salamero para mi gusto.

—Bueno, ya. Tampoco he dicho que voy a aceptar tu propuesta— Digo en tono aburrido.

—Pero lo vas a pensar, eso quiere decir que aún tengo opciones.

¿De verdad le importa tanto que acepte? ¿Por qué? Arrugo un poco mis ojos, mientras lo miro con determinación. Me impulso en la barra hasta sentarme en el borde de esta, me giro en la superficie para quedar de frente a él, con las piernas colgando hacia las sillas que están frente a la barra.

Puedo tomar un vistazo rápido de sus facciones. Y lo cierto es que no ha cambiado en casi nada. Han transcurrido seis años pero si me dicen que ha pasado solo uno desde la última vez que lo vi, me lo creería. Cuando lo veía en los anuncios publicitarios pensaba que era cuestión de retoques digitales pero no, el muy patán se conserva como los ángeles. Trae su cabellera castaño oscura perfectamente peinada, mientras que sus ojos -tan oscuros como su cabello- siguen siendo terriblemente hipnotizantes. Patrick tiene una de esas miradas que cuando la posa en ti, te hace sentir desnuda, vulnerable. Pero lo que más miradas se roba en su rostro son esos labios, son perfectos, literalmente. Incluso creo que una de esas revistas de moda le dio el premio de los mejores labios no sé cuántos años seguidos. Yo dejo escapar una risita, me parece absurdo que sus labios tengan más premios que yo.

—¿Qué te resulta gracioso?— Me cuestiona, yo sacudo la cabeza.

Me pregunto si realmente vino al bar con intenciones de pasar desapercibido, porque de ser así debería darle unas clases. Trae unos vaqueros negros y una franelilla tan blanca como la nieve y trae una chaqueta de cuero que probablemente vale más del precio neto de este local.

—Sí que eres guapo— Digo en voz alta lo que debió haber sido un pensamiento silencioso.

—Eso ya lo sé, pero gracias.

—No seas ridículo. Me refiero a que todo este tiempo pensé que retocaban tu rostro en los carteles publicitarios o algo así pero realmente eres atractivo. El tiempo no ha pasado para ti.

—Para ti tampoco— Pongo mis ojos en blanco, por enésima vez y sacudo la cabeza.

Bueno, teniendo en cuenta que salí embarazada a los veintitrés y tengo cuatro años trabajando de noche, durmiendo cuando mucho unas seis horas al día, me he conservado muy bien. Tengo buena genética, debo reconocerlo. Tampoco he cambiado mi look radicalmente, aún traigo mi cabello castaño claro, antes lo usaba a mitad de espalda, ahora apenas cae un poco más abajo de mis hombros. Nunca he querido teñirlo porque el color de mi cabello es exactamente el mismo de mis ojos, me gusta como combinan. Supongo que el escaso sueño es lo que no me deja engordar porque tampoco es que llevo la mejor dieta del mundo.

—Puedo saber por qué yo, por qué me escoges a mí para esto. No creas que no me di cuenta que no respondiste a la pregunta hace rato cuando te la hice.

—Porque no puede ser coincidencia— Pongo los ojos en blanco mientras resoplo aturdida —Estoy buscando una esposa y te apareces en mi vida después de todo este tiempo.

—Ahora me vas a decir que crees en esas cosas del destino y todas esas chorradas.

—Ahora, no. Siempre lo he hecho— Me corrige —Además, recuerdo que nos llevábamos muy bien.

Yo río de forma burlona mientras sacudo la cabeza. Creo que él recuerda las cosas de forma errónea.

—Patrick nos llevábamos muy mal. Siempre. El profesor nunca nos ponía a trabajar en pareja en la clase de improvisación porque acabábamos por los pelos. Tú te creías un erudito de la interpretación, decías que los mejores actores eran los de la época clásica. Brando, Newman, Stewart, Hepburn, Taylor, Davis. Yo decía que eras un snob y que las mejores películas las habían hecho en este siglo, cuando mucho de los setenta para acá. Pero un día nos fuimos todos de fiesta, estábamos borrachos y nos besamos. Luego nos acostamos, varias veces. Descubrimos que la única forma de estar juntos en un mismo lugar sin intentar matarnos, era si nos acostábamos. Y funcionó.

Patrick esboza una sonrisa complaciente, como si todos los recuerdos volvieran poco a poco a él. Entonces, sin más, dice:

—Si nos funcionó una vez. Podemos hacer que nos funcione dos veces.

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