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Matrimonio y otras mentiras
Matrimonio y otras mentiras
Por: Dorothea Dolan
Capítulo 01: La Propuesta

Espero que mi hija, algún día, me agradezca esto que estoy haciendo, pienso. Por segunda vez en lo que va de día. Y apenas son las seis de la mañana. Empieza a picarme la sien.

—Hey, guapa— Escucho al hombre gritar, otra vez, al otro lado de la barra.

Mi nombre no es Guapa, así que vuelvo a hacer caso omiso a este mientras me entretengo limpiando un vaso que sostengo entre mis manos.

—Hey, guapa— Insiste. Ni siquiera me molesto en alzar la mirada para verlo a través del espejo que tengo delante de mí. Sé que es uno de los camioneros que viene a tomarse un trago antes de empezar la jornada laboral. Por qué alguien que va a pasar todo el día delante del volante, inicia el día con un trago de licor, es una incógnita que me hago todos los días pero cuya respuesta no me interesa en lo absoluto. Ya tengo suficientes problemas en los cuales pensar —Tú, la castaña de la barra— Ya sé que es conmigo, no tiene que ser tan descriptivo —¿Acaso te escapaste de una vitrina... Muñeca?

Tomo una bocanada de aire mientras cierro los ojos. Devuelvo el vaso de vidrio a donde pertenece -junto a los demás que están limpio- y cuando voy a tomar otro para limpiarlo también, escucho otra voz. Una más familiar:

—Camila, la cuenta por favor— Dejo escapar el aire contenido en mis pulmones y está vez si atiendo al llamado de Mirtha, una de las clientes regulares.

Suelto la toalla que he estado usando para limpiar los vasos, y del bolsillo de mi delantal, sacó la pequeña libreta donde apunto los pedidos de cada cliente día tras día. Mientras busco entre los apuntes, el pedido de Mirtha, me dirijo hasta su mesa. Pero tan pronto traspaso los límites de la barra, siento como una mano se estampa sobre mi trasero.

—¡Qué buena estás, muñeca!— Exclama el señor camionero, mi insistente admirador mientras su mano rebota contra mis glúteos, tan fuerte que me causa un dolor punzante.

No tengo paciencia para él, no tengo paciencia para su sonrisa triunfante, como si tocarme el trasero sin mi consentimiento fuese toda una proeza, ni tampoco tengo tiempo para hombres abusadores. Así que cierro mi mano alrededor del bolígrafo que sostengo, como si fuese un cuchillo y apuntando a su cara, suelto:

—Vuelves a tocarme sin mi permiso, y te corto la mano. Las dos si fuese necesario— Tampoco pretendo hacerlo con el bolígrafo, pero espero que entienda el mensaje.

No me había dado cuenta lo ruidoso que pueden ser cinco clientes, cuando, al terminar de hablar, me percato que todo el lugar está en silencio. El hombre que tengo en frente me mira, frustrado, con el rostro tan rojo como un tomate, pero incapaz de decir una palabra. Mi cara debe ser un poema, pero estoy casi segura que el hombre me cree capaz de cumplir mi palabra. Y por supuesto que lo haría. De allí su silencio y su repentino cambio de postura. Ya no me mira, ahora está sentado de frente a la barra.

Empiezo a caminar hacia Mirtha, quien está de pie con la mano en la cintura, sobre su arma de trabajo.

—¿Todo bien allí?— Dice Mirtha cuando llego hasta su mesa.

—No es más que un baboso— Contesto —Pero ya sabes lo que dicen, perro que ladra no muerde— Trato de restarle importancia, entonces acoto: —Son doce dólares.

Mirtha saca su billetera, toma un billete de veinte dólares y me dice:

—Quédate con el cambio— Yo asiento, guardo el billete en el bolsillo del delantal. La escucho insistir: —¿Seguro que está todo bajo control?

—Todo bajo control. Además, ya estamos a punto de cerrar así que se tiene que ir, quiera o no.

Mirtha se despide, yo le doy las gracias por la propina antes de que termine de marcharse. Ella me concede una sonrisa y yo vuelvo hasta la barra.

—¡¿Y todavía sigues aquí?!— Digo en un tono de cansancio —Son veinte dólares y te largas.

—¡¿Veinte dólares?!— Grita sorprendido —Solo me he tomado una cerveza de tres dólares.

—Tres dólares por la cerveza y lo demás es por agravios a mi persona. Y si te niegas a pagar, llamó a la policía.

—Diré que me has cobrado de más— Dice en su defensa.

—Diré que me has tocado el trasero sin mi permiso, veamos quien lleva las de perder— Digo en mí defensa.

Cruzo mis brazos de forma retadora, aunque, honestamente, en un hipotético caso no sé quién llevaría las de perder. Si es Mirtha, quien además acaba de presenciar el altercado, probablemente yo tenga las de ganar, pero si viene otro funcionario, no estoy tan segura.

El hombre debate por unos segundos y a regañadientes saca la cartera de su bolsillo y toma un billete de veinte dólares. Lo estampa contra la madera de la barra y se pone de pie.

—Está demás decir, que eres persona no grata en este lugar— Agrego mientras tomo el billete y, junto al que me dio Mirtha, lo guardo en la caja registradora.

Me giro nuevamente hacia el mostrador que está detrás de mí y contínuo limpiando los vasos que quedan por secar. Cuando voy por el tercero, escucho que alguien suena el puño contra la barra.

—Te he dicho que te vayas, caramba— Exclamo mientras pago mi rabia contra el vaso que sostengo, me esmero para que quede reluciente.

—¿Cuándo me lo has dicho? Si apenas acabo de llegar— «Esa voz no es la del camionero... Es alguien peor».

Me giro lentamente deseando estar equivocada, paranoica, pero a la vez sé que no, que no es así, que estoy en lo correcto.

Patrick Connelly, el mismísimo actor famoso, la última gran estrella del cine está aquí. Mi ex está aquí.

Bueno, ni siquiera sé si podría llamarle ex ya que lo que hubo entre nosotros ni siquiera puede llamarse relación. Pero definitivamente hubo algo, por eso él quedó en el pasado, por eso no debería estar aquí.

—¿Mila?— Dice tan pronto estoy frente a él. Sonríe mientras mantiene una expresión de sorpresa.

—Camila— Corrijo —Para ti siempre fui Camila, no Mila.

—Después de lo que ocurrió entre nosotros ¿aún te enojas porque te llame Mila? Todo el mundo te llamaba así.

—Mis amigos me llamaban así— Apunto.

—Tienes razón, entonces. Digamos que fuimos más que amigos— Esboza una sonrisa ladina.

—No, nunca fuimos amigos. Fuimos nada. Que nos acostáramos no quiere decir que fuésemos algo más que un error en la vida del otro.

—Si te acuestas con alguien una vez, puedes llamarlo "error"— Hace la colilla con sus manos —Pero cuando lo haces varias veces, creo que ese mismo término no encaja igual.

Touché.

Honestamente, a pesar de los seis años que han transcurrido desde la última vez que lo vi, lo recordaba igual de atractivo e igual de insolente, aunque quizás un poco menos incisivo.

—¿Qué quieres?— Digo poniendo punto y aparte a la conversación, él tiene razón, no vamos a pelear por el diminutivo de mi nombre, pero espero que le haya quedado claro que para él soy Camila.

Puede parecer insignificante. Mila, Camila. Muchos dirán que es lo mismo, pero para mi no es igual. Mila me arrastra seis años en el pasado, cuando todos los días no hacía otra cosa que cometer errores, cuando fui imprudente, cuando fui una chica prometedora. Ahora, sólo estoy pagando el precio de mis equivocaciones.

—Un escocés— Dice con un tono sereno.

—No, me refiero a qué haces aquí, en este preciso lugar— Digo mientras apoyo mis manos en el mostrador de la barra, haciendo énfasis en las palabras. Aunque técnicamente es un cliente, así que me dispongo a servir el trago que ha ordenado.

—Ya te lo he dicho, quiero un trago— Se encoge de hombros, como si nada, como si la respuesta fuese muy obvia.

—Ya. Pero me refiero a qué haces aquí, a las seis mañana, en un bar como este, en este lado de la ciudad— Comento mientras sirvo el líquido color ámbar en el pequeño vaso de vidrio —Aquí recibimos muchos tipo de personas pero ninguno es una multimillonaria estrella de cine— Dejo el vaso sobre la barra, él lo toma y en un solo trago, consume toda la bebida que había en este.

—Necesitaba ir a un lugar más... privado— Me responde dejando el vaso sobre la barra, está vez vacío. Hace un gesto con la mano para que sirva de nuevo —Ya sabes, si voy a los lugares habituales, tengo la sensación de que me voy a conseguir con un montón de periodistas donde sea que vaya— Vuelve a despachar el licor que acabo de servir.

—Oh, ¿es por lo de tu divorcio, no?— Digo mientras, por órdenes de él, vuelvo a servir el tercer trago.

—Entre otras cosas, sí — Levanta el vaso y lo deja fondo blanco sobre la madera de la barra —¿Y tú cómo lo sabes?— Con un dedo apunta al vaso vacío— ¿Lo de mi divorcio?

—Tú lo has dicho, estás en todas las noticias— Pronuncio mientras lleno el vaso. Por cuarta vez.

Es la verdad. Puede que no haya visto a Patrick en persona estos seis años pero sí que he sido testigo de su ascenso a la popularidad como cualquier otro mortal que habita este mundo. Su rostro ha estado en la televisión, en el cine, en la prensa, en las redes sociales, en las bayas publicitarias, en los autobuses, y hasta en la caja de la pasta dental que uso. O usaba, porque tan pronto empezó a ser el rostro de la misma, me cambié para la competencia.

—Sí, eso ya lo sé— Pronuncia con amargura mientras deja el vaso vacío, con un gesto, me pide que le sirva otro trago —Aparentemente tengo que limpiar mi imagen o al contrario, mi carrera estará acabada.

—Oh, no. No voy a servirte otro trago— Protesto —No, al menos que me digas que aunque sea has desayunado— Su silencio me dice lo contrario, así que bajo la botella a dónde él no pueda verla —¿Exactamente qué significa eso? ¿Limpiar tu imagen?

Él hace una mueca, estoy segura que ya ha escuchado esa frase y, lo que sea que signifique, obviamente no le gusta. Pero aparentemente no tiene más remedio que ajustarse a las normas.

—Ya sabes, debo demostrar que he cambiado, que tengo una esposa, una familia por la que me preocupo, que he dejado atrás mi comportamiento irresponsable...— Deja la frase a media, entonces me observa, no de la misma forma que lo hacia hace un segundo, su mirada es más penetrante, e incluso más indescifrable —Espera ¿y si te casas conmigo?

«¿Qué acaba de decir? ¿Es una broma?»

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