Isabella sonrió desde el umbral de la puerta al ver a su esposo echarse sobre la alfombra mientras sus dos hijos se abalanzaban sobre él. Acababa de levantarse y los gritos de sus hijos lo habían llevado hasta la habitación de Caeli. —¿Te rindes? —preguntó Caeli mirando a su padre directo a los ojos. Sería bastante intimidante si no midiera menos de la mitad de Salvatore y si no se viera tan tierna. —Aún no —desafió Salvatore. Palabras incorrectas. Caeli le dio una mirada a su hermano. —¡Ataca! El pequeño Matteo no lo pensó dos veces y se lanzó sobre su padre riendo a carcajadas. A su corto año y medio, su hijo admiraba a su hermana y hacía todo lo que ella ordenaba. Salvatore se mantuvo en el suelo fingiendo que era porque sus hijos lo mantenían allí. En días como aquellos se enamoraba un poco más de su esposo, si es que acaso aquello era todavía posible. Él no solo era un buen esposo, sino también un padre excelente, aunque eso ya lo había demostrado en el pasado con Caeli, l
«¿Casada?» La pregunta se repetía en la cabeza de Isabella una y otra vez mientras los pasos de su primo y su esposa se escucharon cada vez más lejos.Isabella miró hacia los costados a la espera de que sus tíos o primos salieran de algún lado y le dijeran que todo se trataba de una broma. Esa era la única explicación que podía encontrar para que un hombre al que no había visto en casi un año se presentara en la boda de su primo alegando estar casado con ella. Por supuesto, nadie apareció.Sus ojos se posaron en Salvatore, que parecía indiferente a todo el lío que acaba de desatar.—¿Estamos casados? —preguntó aún en shock.Su cabeza le ordenó correr al interior de la casa y esconderse, pero sus músculos habían dejado de obedecer.—Eso es lo que dije.El tono condescendiente impregnado en su voz la hubiera molestado en otras circunstancias.—Eso es imposible, jamás me habría casado con alguien como… —Se quedó en silencio antes de terminar la frase.—Y sin embargo eso es lo que los reg
—¡¿Debes estar bromeando?! —Isabella pasó del shock a la indignación—. No hay manera que quieras seguir casado, no eres del tipo de hom… —dejó de hablar tan pronto se dio cuenta de que había estado a punto de hablar de más. Salvatore no tenía por qué enterarse de que lo había investigado. No es que hubiera algo de malo, solo se había tratado de simple curiosidad. —Nunca bromearía con algo tan serio —dijo Salvatore imperturbable—. Permaneceremos casados hasta que yo decida lo contrario. Una risa carente de humor escapó de sus labios. —Es seguro que en tu mundo las cosas se hacen como tú lo dices, pero yo no sigo órdenes de nadie —refutó. Su humor empeoraba a cada segundo—. Quiero el divorcio. Salvatore metió las manos en los bolsillos, su expresión era de total serenidad. Parecía bastante confiado en que saldría con la suya al final. —¿Por qué? Hemos estado casados durante casi un año y hemos funcionado bastante bien. El brillo de diversión en sus ojos la irritó aún más. —¿Aca
Salvatore contuvo la sonrisa mientras observaba a Isabella llevarse a la boca un pedazo de omelette. Era fácil deducir que estaba tratando de ignorarlo y en otras circunstancias la habría dejado salirse con la suya, pero tenían un asunto importante del que hablar. —¿Este departamento es tuyo? —preguntó en tono casual mirando el lugar con ojos evaluativos. El toque femenino estaba por todos lados, muy similar a su propia casa. Aunque él no podía llevarse el crédito de eso. Era su hermana quién se había encargado de llenarlo de detalles hasta convertirlo un hogar digno de una familia. Entrar allí, ahora que ella ya no estaba, era doloroso; pero no estaba dispuesto a cambiar nada. Los recuerdos estaban por todos lados y querían que se mantuviera así. Isabella levantó la mirada y por un instante realmente pareció sorprendida, era como si en verdad se hubiera olvidado de su presencia allí. —Sí, mis padres me ayudaron a conseguirlo. —¿Quieres mantenerlo? —¿Por qué no habría de hacerlo?
Isabella esperó que Salvatore desapareciera antes de comenzar a caminar por la sala observando los detalles. Tal vez debería sentarse y esperar a que él volviera, pero siempre había sido alguien demasiado curiosa. Además, él no le había dicho que se quedara quieta. Se detuvo frente a una serie de fotos sobre colocadas sobre uno de los muebles. Todas eran de una mujer joven. En algunas estaba sola y en otras sostenía un bebé en brazos. No tardó en deducir que se trataba de la hermana que Salvatore había mencionado antes. Ambos compartían características en común. Levantó la última foto de la derecha y sonrió. Había algo en la hermana de Salvatore que transmitía paz y serenidad. «Muy diferente a su hermano —pensó». Era la primera vez que veía una foto de la hermana de Salvatore. Cuando estaba investigando a Salvatore pocas semanas de su regreso de Las Vegas, un par de veces había leído sobre ella en artículos de revista que hablaban el “héroe del fútbol italiano”. Eran menciones brev
—Entonces, ¿piensas decirnos ahora por qué estás aquí o cuando estén a punto de llevarme a la tumba? Isabella levantó la mirada de su plato y la posó sobre su padre. Él tenía una ceja arqueada y su típica sonrisa ladeada. —La curiosidad debe estarte carcomiendo por dentro —bromeó tratando de olvidar por un segundo que la había llevado hasta allí. Su padre soltó una carcajada mientras su madre sacudía la cabeza. —Siempre tan insolente —comentó su padre cuando se calmó lo suficiente para hablar—. Es bueno descubrir que aún eres tú. —No sé de qué hablas. —Apenas has hablado desde que llegaste y estuviste de acuerdo en unirte al convento cuando por lo general sueles fulminarme con la mirada cada vez que te sugiero la idea. ¿Debo suponer que no lo harás? Para ser honesta, no recordaba casi nada de todo lo que se había dicho durante el almuerzo. Ella había reído cuando sus padres lo hacían y asentido con la cabeza cuando creía que era indicado. —Por supuesto que no. Su padre solt
—No puedo creer que me enteré que mi mejor amiga está saliendo con Salvatore Rivera por las noticias —dijo Cloe desde el otro lado del teléfono. A Isabella le tomó un tiempo terminar de despertar. Las noticias sobre su relación con Salvatore se habían difundido en la prensa escrita y hablada. Y seguía siendo un tema de conversación, sin importar que ya había pasado casi una semana desde que los primeros reporteros aparecieron en su departamento. Apenas había estado allí una vez desde entonces para recoger sus cosas y no había sido nada fácil esquivarlos. ¿Cuánto tiempo llevan juntos? ¿Están viviendo juntos? ¿Piensan casarse? Habían sido una de las muchas preguntas que le habían hecho tratando de acercar sus micrófonos a ella. Después de eso, Salvatore había insistido que un par de hombres la acompañaran al trabajo al menos hasta que todo se calmara. Como si fuera poco tener a paparazis siguiéndola a donde sea que fuera. —¿Estás allí? —preguntó Cloe sacándola de sus divagaciones.
Salvatore estaba teniendo una mañana bastante buena hasta que Ismaele se presentó en su casa. Con los reporteros aun al acecho, no era una opción dejarlo afuera. Él habría aprovechado la oportunidad para hablar del padre devoto que era y que no le permitían ver a su hija. De hecho, le sorprendía que aún no lo hubiera hecho. Al entrar a su despacho encontró a Ismaele sentado en una de las sillas disponibles con los pies cruzados sobre el escritorio. Su mirada llena de ambición recorría el lugar con demasiado interés. Casi podía ver el signo de dinero en sus ojos. Salvatore caminó hasta su sillón de oficina y se sentó detrás de su escritorio. —¿Qué es lo que quieres? —preguntó sin rodeos. Ismaele sonrió como si encontrara algo divertido. No le habría sido nada fácil borrársela de un puñetazo. —Buenos días a ti también —dijo él con burla—. ¿Tienes algo de beber? Tengo bastante sed. Ismaele siempre le había parecido un idiota de primera, incluso la primera vez que lo conoció. Su herm