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Capítulo 4: La familia de la "novia"

—Entonces, ¿piensas decirnos ahora por qué estás aquí o cuando estén a punto de llevarme a la tumba?

Isabella levantó la mirada de su plato y la posó sobre su padre. Él tenía una ceja arqueada y su típica sonrisa ladeada. 

—La curiosidad debe estarte carcomiendo por dentro —bromeó tratando de olvidar por un segundo que la había llevado hasta allí.  

Su padre soltó una carcajada mientras su madre sacudía la cabeza.

—Siempre tan insolente —comentó su padre cuando se calmó lo suficiente para hablar—. Es bueno descubrir que aún eres tú.

—No sé de qué hablas.

—Apenas has hablado desde que llegaste y estuviste de acuerdo en unirte al convento cuando por lo general sueles fulminarme con la mirada cada vez que te sugiero la idea. ¿Debo suponer que no lo harás?

Para ser honesta, no recordaba casi nada de todo lo que se había dicho durante el almuerzo. Ella había reído cuando sus padres lo hacían y asentido con la cabeza cuando creía que era indicado.

—Por supuesto que no.

Su padre soltó un suspiro de lamento.

—Habría sido la primera vez que me hacías caso. 

—Apuesto que ella te haría caso, si dijeras cosas con un poco sentido —intervino su madre.

—Siempre digo cosas con sentido. No habría dirigido una compañía de no ser ese el caso.

—Todavía estoy tratando de descubrir el misterio detrás de eso. Mi suposición es que tus empleados fingían seguirte la corriente y luego tomaban decisiones más sabias.

Quien no conociera a sus padres podría incluso llegar a pensar que no se toleraban de lo mucho que les gustaba llevarse la contraria. Pero Isabella lo sabía mejor, ambos se amaban demasiado, tanto que podía resultar embarazoso. Tenía recuerdos vergonzosos para probarlo.

Ambos no podían quitarse las manos de encima incluso ahora que llevaban años de casados. Y para de demostrar su punto. Su padre se inclinó y besó a su madre como si no hubiera nadie más en la habitación. Había sido testigo de la misma escena innumerables veces.  

Carraspeó para llamar su atención. Los dos se alejaron y se volvieron hacia ella. Ninguno de los dos se veía culpable por sus acciones.

—¿Qué es lo que querías contarnos? —preguntó esta vez su madre.

—Yo… —dudó algunos segundos— estoy saliendo con alguien.

El semblante relajado de su padre desapareció en un chasquido.

—Eso es estupendo —dijo su madre con una sonrisa de emoción que contrastaba con la actitud de su padre—. Espero que lo traigas a casa pronto, nos gustaría conocerlo. ¿Verdad, cariño?

El aludido se limitó a asentir con la cabeza. A veces se olvidaba lo serio que podía ponerse.

—Hay algo más —musitó. Esta vez sus ojos se fijaron en su padre—. Me mudaré con él.

—¿Por qué la prisa? —preguntó su padre.

—Es solo algo que ambos queremos hacer. —Ni siquiera ella se creyó eso.

—Supongo que ahora más que nunca sería bueno conocer al hombre con el que piensas vivir, solo para asegurarme de que vale la pena.

—Lo traeré si prometes no intimidarlo.

—No vale la pena si no puede resistir algunas preguntas.

Soltó un suspiro resignado.

—Si recuerdas que soy una adulta y que puedo decidir con quién estar.

—Me lo recuerdas a menudo. Sin embargo, que seas una adulta no elimina el hecho de que quiero lo mejor para ti y no aceptaré nada menos que eso.

«Un argumento válido.»

—Está bien, lo traeré.

—No sabía que eso estaba a discusión —comentó su padre con ese tono de sabelotodo que a veces podía resultar irritante. Se parecía tanto a… Salvatore. Tal vez no se iban a llevar tan mal después de todo.

—¿Solo una cosa más?

—¿De qué se trata?

—No lo mandarás a investigar. Traeré a Salvatore y lo conocerás como un padre normal haría con el novio de su hija.

Si su padre investigaba lo suficiente podría descubrir la verdad detrás de todo.

—¿Así que ese es su nombre?

Maldijo por lo bajo al darse cuenta de que le había dado su nombre en un descuido.

—Papá, promételo.

—Está bien, lo prometo.

—Gracias.

Más tarde, tan pronto llegó a su departamento contactó a Salvatore para ponerlo al tanto.

—Ellos quieren conocerte —dijo tan pronto él respondió la llamada.

—¿Cuándo?

—No lo sé. ¿Cuándo tienes tiempo?

—Mañana en la noche.

Se sorprendió. Eso era demasiado pronto. Por un instante dejó de respirar y las paredes de su habitación se encogieron a su alrededor. ¿En qué se había metido? ¿Sería demasiado tarde para arrepentirse?

—No puedes echarte para atrás —dijo él como si supiera lo que estaba pensando.

—¿Estás seguro que no quieres el divorcio para casarte con alguien más acorde a tu estilo de vida? —intentó convencerlo una vez más.

—Mi sobrina se siente cómoda contigo, eso es suficiente para mí. No pienso malgastar mi tiempo buscando a alguien más.

Un sonido parecido a una risa escapó de sus labios. Aquel hombre no tenía ni una pizca de romance corriendo por sus venas. ¿Acaso era difícil decirle que al menos le agradaba?

—Ese sí que es buen motivo para seguir casados.

—Me alegra saber que concuerdas conmigo

O él no se había dado cuenta de la ironía en su voz, o no le importaba. Se inclinó por lo último. Era tan irritante. ¿Cómo iba hacer para soportarlo durante el próximo año si en un par de días ya se sentía con ganas de matarlo?

—Te espero mañana a las diez en la dirección que te enviaré ¿te parece bien?

—¿Espera qué? —preguntó saliendo de sus pensamientos.

—¿Has escuchado algo de lo que he dicho los últimos minutos?

«Ni un poco».

—Tenemos que pasar algo de tiempo conociéndonos antes de ir con tus padres —continuó él sin esperar una respuesta.

—Pensé lo mismo. Pero no puedo a las diez, tengo que trabajar. —No iba a hacer a un lado sus responsabilidades—. Nos reuniremos a la hora del almuerzo.

—Tengo una reunión a esa hora.

Era una lástima, no iba a ceder. Ella estaba sacrificando demasiado, él bien podía hacer algunos sacrificios también.

—Estoy segura que encontraras la manera de desocuparte para ir a almorzar con tu “dulce esposa” —musitó la última parte con burla—. Hasta mañana, amor mío —acotó en el mismo tono.

Salvatore sabía cómo encantar a las personas, era parte de su trabajo ­—la que menos le gustaba—, pero ya se había acostumbrado. Asumió que no sería muy diferente con la familia de Isabella. No tardaría en darse cuenta de su error.

—Aquí vienen —dijo Isabella a su lado al escuchar unos pasos.

Ella se levantó y él hizo lo mismo. Luego tomó su mano y entrelazó sus dedos con los de ella para dar la apariencia de una verdadera pareja.

—Relajate —lo escuchó murmurar, para él era tan fácil decirlo.

—Qué bueno que ya llegaron —saludó Lia, la reconoció de la foto que Isabella le había mostrado durante el almuerzo—. Soy la madre de Isabella, Lia. Estoy muy feliz de conocerte. —Ella sonaba bastante sincera.

Lia se veía bastante joven y las marcas que adornaban la comisura de sus labios le dijo que era alguien que reía con bastante frecuencia.

—Es un gusto —dijo dando un paso adelante para darle un beso en la mejilla.

—Si te gusta tener dos manos, deberías mantenerlas para ti —dijo Matteo, el padre de Isabella. Colocó un brazo alrededor de su esposa y la atrajo hacia él. Ni siquiera se inmutó cunado esta le dio un codazo—. Matteo De Luca —se presentó con su mano libre extendida.

—Salvatore Rivera.

Si él lo había reconocido, era difícil decirlo. Hasta el momento no había dado ninguna señal que indicara eso. 

Sostuvo su mirada y sujetó su mano. Si demostraba algo de miedo sería la cena al finalizar la noche.

Matteo le apretó la mano con más fuerza de la necesaria.

—Es un gusto, señor —dijo cuando él por fin lo soltó—. He escuchado hablar bastante de usted y su esposa. 

—Me gustaría decir lo mismo, pero mi hija no te mencionó hasta el día de ayer.

—Papá —soltó Isabella.

—¿Por qué no nos sentamos? —intervino Lia.  

Sin más, todos le hicieron caso. Salvatore se sentó a lado de Isabella sin dejar ir su mano. 

El padre de Isabella lo interrogó como si esperara que en cualquier momento fuera a decir algo que le haría caer. Las preguntas se detuvieron cuando un joven de la edad de Isabella entró a la habitación.

—Buenas noches con todos —saludó él.

No había visto una foto del hermano de Isabella, pero por el parecido que guardaba con ella, dedujo que era su mellizo, Ignazio.

El recién llegado demostró algo de asombro cuando lo vio, pero lo camufló bastante rápido. Tal vez sería más fácil ganarse a él.

—Lamento la tardanza, pero hubo un accidente de tránsito y eso nos tuvo a todo el personal bastante ocupados.

Isabella le había contado que su hermano era médico general y que estaba haciendo su especialización en pediatría.

—El jugador estrella de la década —dijo él recién llegado cuando Isabella los presentó—. Tu nombre está por todos lados, aunque es la primera vez que lo escucho decir de labios de mi hermana.

Ignazio se acercó a él y le dio la mano, luego se fue a sentar en el reposabrazos del sillón en el que estaba Matteo.

—Iré a revisar si la cena está lista —dijo Lia y se puso de pie le tendió una mano a su hija y se la llevó con ella.

Los dos hombres miraban como si tuvieran en mente deshacerse de él tan pronto como fuera posible. Era una lástima para ellos que se había enfrentado a situaciones peores y había salido ileso. Excepto aquella vez que su carrera casi se ve truncada por un golpe en la pierna.

—Al menos sabemos que no estás con Isabella por su dinero —comentó Ignazio—. Tu fortuna debe superar los doscientos millones de dólares en este punto. Por cierto, buen juego el de la semana pasada, aunque pudiste hacerlo mejor. —Él se volteó hacia su padre—. ¿Desde cuándo le gustan a Isabella los futbolistas? La última vez que le oí hablar de uno dijo que eran unos idiotas arrogantes que solo piensan cuantas mujeres pueden llevarse a la cama.  

 —Eso es lo que dijo y aun así tenemos a uno sentado en nuestra sala. ¿Es mi hija una más en tu lista?

—No, señor.

—Por tu bien, espero que estés siendo honesto. Tengo una pistola que ha estado guardada demasiado tiempo.

Nunca se tomó una amenaza tan en serio como esa. No había ni un solo atisbo de broma en los rasgos de Matteo.

—Este no está tan mal como el último. —Iganzio se levantó de su lugar y caminó hacia él. Se dejó caer en el espacio libre a su lado y pasó el brazo por sus hombros—. Recuerdas como salió corriendo. Estaba tan asustado solo porque le dije si me podía firmar una carta de renuncia a su cuerpo para poder estudiarlo cuando estuviera muerto. ¿Puedes creerlo?

Se había enfrentado a bastantes oponentes a lo largo de su carrera, gente que solo quería verlo fracasar para poder regodearse en su miseria y eso jamás lo había detenido. Aquellos hombres eran bastante extraños, pero nada con lo que no pudiera lidiar.  

—No estoy seguro de querer renunciar a mi cuerpo —dijo tono relajado—. Pero si escuchó de alguien, te lo haré saber.

Ignazio soltó una carcajada.  

—No me caes tan mal —musitó él y le dio una palmada en la espalda—. Si le haces daño a mi hermanita, eso cambiará en segundos. Espero que lo tengas claro.

—Entiendo y no me tomo a la ligera tu advertencia.   

Matteo se puso de pie y colocó las manos en los bolsillos.

—Te estaré observando —advirtió él—. Vamos a la cocina, quizás estemos a tiempo a salvar algo de la cena.

Esa fue la primera vez que notó un atisbo de sonrisa en su rostro.

Pese al inicio tenso, Matteo e Ignazio se relajaron durante el transcurrir de la cena, incluso le hicieron preguntas sobre fútbol. Al final de la noche ya no lo detestaban… demasiado.

—Tienes una familia interesante —comentó Salvatore.

La relación de Matteo y Lia era diferente a lo que habría esperado de un matrimonio de tantos años. Era como ver a un par de adolescentes enamorados. Era algo extraño para él. Había aprendido muy joven que el amor casi siempre causaba dolor. Sus padres se habían profesado su amor entre ellos y hacia sus hijos, pero no habían dudado en lastimarse y lastimarlos cada vez que tenían oportunidad.

Sacudió esos pensamientos. Mantener el pasado a raya se había vuelto una tarea difícil desde que su hermana falleció. Era como si los malditos recuerdos estuvieran allí, esperando el mínimo descuido para entrar.

Isabella soltó una carcajada.

—Ellos son únicos.

Miró por el rabillo del ojo a Isabella, una sensación extraña lo recorrió al escuchar aquel sonido tan relajado.

—¡Maldición! —musitó ella con la mirada clavada adelante.

A Salvatore le tomó algunos segundos darse cuenta lo que había llamado su atención.

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