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Capítulo 1: No habrá divorcio

—¡¿Debes estar bromeando?! —Isabella pasó del shock a la indignación—. No hay manera que quieras seguir casado, no eres del tipo de hom… —dejó de hablar tan pronto se dio cuenta de que había estado a punto de hablar de más.

Salvatore no tenía por qué enterarse de que lo había investigado. No es que hubiera algo de malo, solo se había tratado de simple curiosidad.

—Nunca bromearía con algo tan serio —dijo Salvatore imperturbable—. Permaneceremos casados hasta que yo decida lo contrario.

Una risa carente de humor escapó de sus labios.  

—Es seguro que en tu mundo las cosas se hacen como tú lo dices, pero yo no sigo órdenes de nadie —refutó. Su humor empeoraba a cada segundo—. Quiero el divorcio.

Salvatore metió las manos en los bolsillos, su expresión era de total serenidad. Parecía bastante confiado en que saldría con la suya al final.

—¿Por qué? Hemos estado casados durante casi un año y hemos funcionado bastante bien.

El brillo de diversión en sus ojos la irritó aún más.

—¿Acaso no te escuchas cuando hablas? No nos hemos visto en todo ese tiempo, no es lo mismo.

—Claro que lo es. Un matrimonio es un matrimonio. Incluso si no compartíamos la misma casa y cama. Es justamente eso lo que pienso solucionar a partir de ahora.

—No dormiré contigo, ni en tus mejores sueños.  

—¿Quién habló de dormir? Soy muy bueno para otras cosas, tú mejor que nadie debería saberlo.

Era bueno que no hubiera demasiada luz para que su sonrojo quedara en evidencia.

—No suenes tan presumido, no recuerdo nada de lo que sucedió. —No era una mentira, al menos no por completo. Aunque recordaba algunas cosas, muchas demasiado específicas, todavía había fragmentos borrosos sobre esa cuestión en particular. No estaba segura de sí había sido tan bueno como lo recordaba.

«¿Por qué estaba pensando en eso justo ahora?»

—Estoy más que dispuesto a recordártelo —dijo Salvatore. Era tan arrogante como se mostraba en los medios.

Discutir no la estaba llevando a ningún lado. Tal vez era mejor intentar apelar a su sentido común. No podía ser tan idiota como parecía. ¿Verdad?

—Lamento mucho que lo que hicimos aquella noche te causara tantos problemas, pero seguro que en cuanto te divorcies de mí podrás retomar tus planes con tu prometida. ­—Pensó en la pobre víctima, pero se ahorró el comentario.

—No tiene sentido, no hará ninguna diferencia.

Ese hombre tenía algo mal, quizás el balón le había golpeado en la cabeza demasiadas veces.

—Seguro que si la hay. Te ibas a casar con alguien, tú mismo lo dijiste. Supongo que si lo ibas a hacer era porque estabas enamorado.

Salvatore levantó una mano y le tocó la punta de la nariz con su dedo índice.

—Eres una ternura. —Allí estaba otra vez ese tono irritante de condescendencia—. Aquel matrimonio era una simple transacción, al igual que lo será el nuestro.

—Si seguimos casados.

—Un divorcio implica más papeleo del necesario y tiempo que no tengo —continuó él como si no la hubiera escuchado—. ¿Así que… cuando estarás lista para irte, esposa?

Eso, en definitiva, no era la respuesta que había esperado. Pero no estaba dispuesta a rendirse. No iba a dejar que el hombre con el ego más grande que de Italia le dijera qué hacer.    

—Te enviaré los papeles del divorcio en la mañana —dijo antes de darse la vuelta. Tal vez ahora que su cuerpo había comenzado a responder era hora de salir de allí. Pero como nada parecía que iba a salirle bien esa noche, se enredó con sus propios pies.

Salvatore la atrapó antes de que cayera al suelo.

—Ten cuidado —musitó él cerca de su oído. Su aliento caliente le provocó una descarga por todo el cuerpo y le echó la culpa a la copa de champaña que había bebido—. No querrás hacerte daño. —Él la giró en sus brazos.

Se quedó en silencio observando el rostro de su “esposo”. Visto desde fuera no parecía nada malo estar casada con él. Era uno de los hombres más codiciados del momento y eterno playboy. Toda mujer con dos dedos de frente estaría más que dispuesta a estar en sus zapatos… solo que no era eso lo que ella quería.

Se suponía que el día que se casara con alguien, sería con un hombre que la amaba tanto como su padre amaba a su madre. No con alguien que creía que el matrimonio era una transacción comercial.

Colocó ambas manos en el pecho de Salvatore y lo empujó, dispuesta a continuar con su retirada. Sin embargo, fue detenida por su voz.

—Supongo que tu familia estará muy emocionada de saber que estás casada. De hecho, creo que deberíamos ir a contarles la buena noticia, justo ahora. ¿No te parece?

Su corazón dejó de latir durante unos segundos mientras se imaginaba el escenario que Salvatore acababa de plantear. Sus padres podrían ser bastante comprensibles, nunca la habían juzgado por algún error y vaya que tenía una lista larga. Pero podía apostar que no les haría ninguna gracia enterarse de que se había casado en su viaje a Las Vegas.

—Ni se te ocurra —dijo cuándo recuperó la capacidad de hablar.

Miró a Salvatore con furia y apretó las manos en puños a los costados para no ahorcarlo hasta la muerte.  

—Es tu decisión. Puedo reunirme con tu padre ahora o seguimos casados.

—Esto no tiene sentido. ¿Por qué me quieres como tu esposa?

—Ya te dije que no me importa mucho de quién se trate y los motivos te los explicaré más adelante. ¿Qué decides?

Soltó un suspiró. Él había ganado, pero no iba a darle la satisfacción de que lo sintiera así.

—Lo pensaré —dijo alzando la barbilla desafiante.

—Espero tu llamada mañana a primera hora. —Él se inclinó y rozó sus labios con los de ella—. Buenas noches. —Con eso último, él se marchó.

Isabella permaneció en aquel lugar con la mirada perdida. Estaba jodida.

Despertó de su ensoñación al escuchar gritos procedentes del interior, parecía que la hora de despedir a los novios había llegado. Se preguntó cuánto tiempo llevaba allí y le sorprendió que ninguno de sus perros guardianes hubiera venido a buscarla.

Siguió el sonido de los gritos para encontrar a los novios y sus invitados. Se unió a la algarabía, intentando fingir que su mundo no acababa de ser puesto patas arriba. Cuando sus ojos se cruzaron con los de su mejor amiga Cloe, supo que ella tenía muchas preguntas, era una suerte que fuera a estar de luna de miel por las próximas semanas. Aunque no le sorprendería ni un poco que ya se hubiera confabulado con Laila para que le saque información en su ausencia.

Después de que Fabrizio y Cloe se marcharon, ella se despidió de sus padres para regresar a su departamento de dos pisos. En todo el viaje lo único en lo que pudo pensar era en Salvatore y la cosa se puso peor durante la noche. Se la pasó dando vueltas en la cama mientras trataba de encontrar una solución.

Era cerca de las cinco de la mañana cuando se dio por vencida. No quería que sus padres se enteraran de su matrimonio y tampoco quería continuar con la farsa que proponía Salvatore. Eso la dejaba igual que al principio. El cansancio la venció al fin, pero su sueño no duró mucho. El timbre de la puerta principal la despertó algunas horas después.

Estiró la mano hacia su buró para tomar su celular. Encendió la pantalla y vio que eran apenas las ocho de la mañana.

«¿Quién se levantaba a las ocho de la mañana un domingo?»

Pensó en dejar que la persona que estuviera llamando asumiera que no había nadie, pero cuando el timbre volvió a sonar se dio por vencida.

Caminó hasta la puerta arrastrando los pies. Abrió la puerta de golpe, dispuesta a mandar al diablo al responsable de obligarla a salir de la cama tan temprano. Las palabras murieron en su boca al ver de quién se trataba.

—¿Es que acaso no duermes? —preguntó soltando un bostezo.

—Traje el desayuno —dijo él pasando por un costado.

 —Acabo de levantarme de la cama.

Salvatore se dio la vuelta y la miró de pies a cabeza.

—Me doy cuenta. ¿Es así como recibes a todos tus invitados?

Isabella se miró para ver que tenía de malo y se dio cuenta de que su camisón de seda no hacía nada por disimular sus senos, por el contrario, se amoldaba a su cuerpo.

—Vuelvo en un instante —anunció y salió disparada hacia su habitación. Una vez allí, se dirigió directo hacia su armario y sacó una camiseta y unos jeans. Luego fue al baño, se detuvo frente al espejo y su reflejo en él la hizo soltar una maldición. Su cabello parecía un nido de pájaros y ojeras adornaban sus ojos.

—Genial, simplemente genial. —Se encogió de hombros—. Bueno, tal vez eso lo desanime de permanecer casado conmigo.

Sacudió la cabeza. Tenía que darse prisa, no era buena idea dejar a Salvatore solo en su casa. No lo quería explorando por allí como si fuera el dueño del lugar.

Después de una ducha rápida regresó a la cocina. Salvatore estaba mirando su celular con el ceño fruncido.

­Carraspeó para llamar su atención. Él levantó la mirada.

—Qué bueno que ya estás aquí, creí que tratarías de huir.

Optó por ignorar sus palabras. Estaba demasiado agotada como para intentar pensar en una respuesta inteligente.

Se sentó a la mesa y sin esperar invitación empezó a comer. Sabía que lo había llevado allí, pero no iba a darle una respuesta aún. Él podía esperar.

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