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Un perro que espera a su amo, es lo que soy

Catherine

Habían pasado ya varias horas desde que Mathew salió, él nunca se ha quedado a dormir con sus amantes así que debería llegar en poco tiempo, observo con desesperación el reloj que cuelga en la pared de la sala, juegos con mis dedos mientras espero sentada en unos de los sofás, tenía que comentarle acerca del trabajo que se me había presentado, Mathew a pesar de ser un hombre millonario jamás quiso que gastara su dinero, para él soy todo menos una buena persona así que para no molestarlo seguí con el periodismo, aun me pregunto si a él ¿le intereso aunque sea un poco? Mientras estoy en un debate con mi conciencia escucho la puerta principal abrirse, doy un salto de mi asiento para ir a recibirlo.

-bienvenido- le sonrío con ternura.

-¿Qué haces despierta?- cuestionó sacándose el saco y aflojándose la corbata.

-esperándote- respondí mientras le ayudaba con su saco.

-¿a las 12:50? ¿Qué eres? ¿Un perro que espera a su amo?

-yo…tengo que hablarte sobre un trabajo que se me presento-ignoré su comentario para ir directo al grano.

-y ¿porque crees que me interesa tus asuntos?- caminó hacia la sala con largos pasos.

-Es importante para mí, solo quería avisarte- aseguré tratando de alcanzarlo.

De repente él pauso sus pasos.

-ahora que lo mencionas- dijo volteando hacia mí- ¿te diviertes en tu trabajo? ¿Creíste que nunca me enteraría?

-¿de qué hablas?- cuestioné retrocediendo un paso ya que se estaba acercando demasiado, comencé a sentirme acorralada.

-que estoy enterado en qué consiste esos trabajos que tanto presumes, sé qué tipo de reportes haces.

-¿de verdad?- no pude evitar pintar una sonrisa de alegría, mientras gritaba en mi interior ¡no puede ser! ¡El sí escuchaba mis anécdotas! Creí que me ignoraba todo el tiempo.

Pronto esa sonrisa fue borrada de mi estúpido rostro al ver su ceño fruncido, me tomo bruscamente del brazo llevándome  a la biblioteca, azotó la puerta detrás de mí, rebuscó en uno de los cajones del escritorio hasta dar con un sobre.

-eres una zorra Catherine y todavía tienes cara para reclamarme lo de mis amantes- lanzó las fotos que se encontraban dentro.

Tomé las fotos y en ellas se encontraba una mujer encuentra en una sábana con un hombre distinto en cada foto, era parecida a mí, pero no era yo. La sangre me hirvió por todo el cuerpo, esto solo podía ser obra de una sola persona, Camila.

-eh conocido muchas rameras pero déjame decirte que tú eres la peor que eh visto- me lanzó una mirada asesina mientras se cruzaba de brazos.

Si le dijera que es obra de su amada Camila sin duda no me creería.

-¿no tienes nada que decir?

-que tengo permitido decir, si te digo que la de la foto no soy yo, sé que no me creerás.

Chasqueó los dientes, colocó ambas manos sobre el escritorio.

-¿ese es el amor que tanto dices tenerme? No eres más que una cualquiera.

Abandonó su postura dirigiéndose hacia la salida, mi cuerpo reaccionó rápidamente así que lo tomé del brazo.

-¿Por qué? ¿Por qué no me crees? ¿Por qué no puedes amarme?

-eres lamentable- sus ojos fríos me miraban con repugnancia- solo mírate, ¿Quién puede amar a alguien como tú? – se soltó de mi agarre.

-¿tanto me odias?- pregunté con los ojos llenos de lágrimas.

-¿odiarte yo a ti? El odio es un sentimiento y yo no siento nada por ti.

Volví a tómalo del brazo, esta vez con más fuerza.

-entonces perdón, perdóname por favor- suplicaba, no sabía qué era lo que él  tenía que perdonarme pero quería que lo hiciera.

Esta vez mi insistencia lo hizo enfurecer aún más, me tomó de los hombros con sus manos fuertes y me gritó.

-¿Qué tengo que perdonarte? Quieres que te perdone por el hecho de que me hayas alejado del amor de mi vida, o tal vez por meterte a mi cama haciéndote pasar por ella, ya sé, quieres que te perdone porque mandaste a Camila a la cárcel por tus estúpidas acusaciones o por volver mi vida un infierno al estar atado a una mujer tan patética como tú.

-suéltame, me estas lastimando.

-señor Hollad, su padre le habla por teléfono- dijo el mayordomo que había presenciado toda la escena.

Meath no dijo nada y salió hecho una furia mientras yo me abrazaba.

-señora, disculpa que me entrometa pero considero que debería alejarse, se está haciendo daño- me aconsejó el mayordomo, él era una persona de confianza y era testigo de los malos tratos que recibía de parte de mi esposo.

-gracias Bruno.

-de nada- antes de retirarse me miró como si sintiera lástima por mi.

Al parecer todos sabían que eso no era sano, menos yo que me aferré a conseguir aunque sea una pizca de su amor.

Me dejé caer al piso abrazándome de mis piernas para llorar desconsoladamente, muchos sentimientos se mezclaron, por una parte sentía un dolor profundo  y por otro lado sentía coraje, coraje hacia Camila, quiere manchar mi nombre como lo ha hecho siempre pero ¿Quién me creerá si lo digo?

Ya habían pasado una hora desde que me tiré al suelo, sentía los ojos hinchados si alguien me viera sentiría tanta pena por mí.

-¿señora?- escuché la voz de Rita que se aproximaba, Rita era la ama de llaves una señora de cincuenta años, las canas del pelo se le hacían visibles, tenía unos ojos azules muy hermosos, estoy segura que de joven fue una mujer muy bella.

 -señora, lleva aquí mucho tiempo, debería ir a descansar- sonaba angustiada.

-en un rato iré- respondí poniéndome de pie secándome las lágrimas.

Rita me miró con la misma mirada de Bruno, el mayordomo.

-la ayudaré a subir a su recamara, no se ve muy bien- se acercó a mí poniéndose como apoyo.

-señora, perdona que me meta, pero debería cuidar su salud, cada día está más pálida y delgada-sugirió mientras subíamos por las escaleras.

-agradezco tu preocupación Rita, pero estoy bien- aseguré.

-entonces debe comer mejor y no mal pasarse.

-está bien- asentí.

-buena noches- dijo con una sonrisa mientras cerraba la puerta.

Mire la fría habitación en la que me encontraba, no importa cuánto tiempo pasará, seguía sintiéndose extraña, di un gran suspiro y me metí a la cama anhelando tener a mi esposo a mi lado. ¿Qué estará haciendo él en este instante? 

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