El vehículo se detuvo con suavidad. Vittorio se bajó de un salto, dejando la puerta abierta tras de sí. Caminó rápido hacia la figura tambaleante, y a medida que se acercaba, la oscuridad se disipó lo suficiente para revelar el rostro de Dante.Los ojos de Vittorio se abrieron con incredulidad. Dante estaba en un estado deplorable, la ropa ensangrentada, el rostro cubierto de una herida en la ceja. Su respiración era pesada, pero sus ojos seguían encendidos de furia. Solo una cosa llegó como ráfaga de viento a la mente de Vittorio, “Aurora”.Él solo podía pensar en una cosa, en ella... Aurora era lo único que venía a su mente, pensar que posiblemente ella estuviera mal era algo que lo hacia volver realmente loco. —¿Dónde diablos está Aurora? —exclamó Vittorio mientras lo tomaba por el cuello de la camisa con desesperación—. Responde de una buena vez, ¿En dónde está ella?Dante lo miró con furia. Su mandíbula apretada y los ojos encendidos como carbones ardientes. Él tensó todo su cue
Mientras tanto, Antonio cerró la puerta de su apartamento con un suspiro pesado, había decidido irse a su apartamento, desde ahí esperaría cualquier información de Ulises sobre Aurora. Las cosas saldrían tal y como las tiene planeadas.El silencio del lugar era reconfortante, aunque también lo abrumaba en ciertos momentos. Caminó directo hacia el pequeño bar que tenía en el salón.Sus manos, aunque firmes, dejaban ver un leve temblor cuando tomó la botella de whisky escocés y la destapó con parsimonia. Vertió el líquido dorado en un vaso ancho, sin hielo, y lo observó unos segundos antes de llevarlo a sus labios. El alcohol le quemó la garganta, pero no hizo gesto alguno. Se sentó en el sillón de cuero negro, dejando que el peso del mundo se deslizara momentáneamente por sus hombros, amaba Aurora, de eso no cabia la menor duda, solo que ella había decidió burlarse de él, y lo peor en sus propias narices.Si bien él había estado con Eva, la novia de Dante, él había decidió buscar el
Mientras tanto, en una cabaña aislada en medio del bosque, la escena era muy distinta. El lugar estaba maltrecho, con las paredes cubiertas de humedad, el techo con agujeros por donde se colaba el frío. El viento se colocaba entre las rendijas, y un olor rancio impregnaba cada rincón.Aurora estaba atada de pies y manos sobre un viejo colchón en el centro del cuarto. Su cabello revuelto caía sobre su rostro, su respiración era agitada. No apartaba los ojos de Ulises, que se encontraba sentado justo enfrente de ella, en una silla coja, observándola con una calma aterradora.Él no decía nada. Solo la miraba, como si intentara grabar cada expresión de su rostro. Había una mezcla de deseo, ira y algo aún más oscuro en sus ojos. Aurora tragó saliva con dificultad, intentando mantener la compostura, aunque por dentro sentía cómo el pánico crecía con cada segundo.Ulises se levantó lentamente. Su sombra se proyectó sobre Aurora, quien empezó a forcejear con las ataduras sin éxito. Su cuerpo
Vittorio se levantó de la silla con una rigidez que solo la tensión podía esculpir. Su mirada recorrió el salón como una advertencia silenciosa antes de detenerse en Dante.—Es mejor que nos separemos —dijo con una firmeza que no admitía discusión. —Así podremos encontrar a Aurora más rápido.Dante lo observó un par de segundos antes de incorporarse también. No había duda en su rostro, solo resignación y determinación, entre los dos buscarían a Aurora.—Está bien —respondió Dante con voz grave.Fiorella frunció los labios. La mueca de desagrado fue instantánea, como una reacción visceral que no pudo ni quiso esconder. No le gustaba la idea, y menos aún el tono de mando en la voz de Vittorio.Pero antes de que pudiera articular palabra, Vittorio caminó hacia ella con pasos decididos. La tomó del brazo con firmeza, pero sin violencia, y se inclinó hacia su oído.—Tú vienes conmigo —susurró Vittorio en voz baja, como una orden camuflada de petición.Fiorella apenas alcanzó a balbucear u
Ulises comenzó a besar a Aurora, jadeante, sobre la piel del cuello, como un animal que huele su presa.—Suéltame —dijo ella, con voz firme a pesar del temblor.Ulises levantó la cabeza, aún con la sonrisa torcida en los labios.—Lo siento, muñeca… pero mi amiguito quiere empezar a divertirse un rato —dijo Ulises restregando su polla contra la pelvis de Aurora.Entonces Ulises la jaló del cabello con fuerza. Aurora soltó un grito ahogado, pero no por el dolor… sino por la oportunidad.En un movimiento tan rápido como desesperado, su mano se alzó y colocó la navaja en el cuello de Ulises. El filo se apoyó contra su piel con precisión quirúrgica. Su rostro cambió de inmediato, mientras la sonrisa de Ulises desapareció.Los ojos se abrieron, primero por sorpresa, luego por miedo real.Aurora no dudó, estaba firme, decidida a dar su vida si fuese necesario, pero no dejaría que ese hombre colocará en dedo encima de ella.—Te dije que me soltaras… o sería tú quien muriera, se muy bien que
La luz menguante del ocaso dibujaba sombras alargadas en el sendero, mientras la mente de Antonio se impregnaba de inquietud por lo que podría encontrar al llegar.Al alcanzar la cabaña, las puertas entreabiertas dejaban entrever un ambiente caótico y desolado. Con cautela, Antonio empujó la madera desvencijada y se internó en el interior oscuro. Pronto, su mirada se posó en una figura tendida en el suelo, Ulises, notablemente herido, yacía con una pálida sombra de lo que había sido su arrogancia. El rostro de Ulises estaba marcado por la sorpresa y el dolor, mientras una fina capa de sudor mezclada con sangre adornaba su cuello.Sin perder un instante, Antonio se adelantó y con voz áspera, interrogó.—¿Qué pasó aquí? ¿Dónde está Aurora? —preguntó Antonio caminando fijamente hacia Ulises.Ulises, con dificultad para mover la cabeza, levantó la mirada buscando en el rostro de Antonio una respuesta que le permitiera comprender el caos reciente. Con tono entrecortado y cargado de pesa
El viento cortaba la noche con una violencia inusitada, levantando papeles, bolsas vacías y el polvo reseco que cubría la acera frente al edificio de apartamentos donde vivía Antonio. Las farolas parpadeaban, como si intuyeran la presencia de algo oscuro aproximándose. La figura imponente de Vittorio se materializó desde las sombras, flaqueado por tres hombres vestidos de negro, sus rostros duros y atentos, los ojos escaneando la calle en busca de amenazas invisibles.Vittorio levantó la vista hacia el edificio. Su mandíbula marcada se tensó.—Entren. Revisen todo, busquen a Aurora. No regresen sin una respuesta —ordenó Vittorio con la voz grave como un trueno contenido.Los hombres no dijeron nada. Solo asintieron y cruzaron la puerta principal, forzando la cerradura sin pestañear. Vittorio se quedó en la entrada, las manos a la espalda, observando con desprecio el mundo que lo rodeaba. Mientras sus hombres revisaban cada rincón del lugar destrozado casi todo a su pasó, Vittorio ex
Antonio bajó de la camioneta con un movimiento lento, pero firme. El viento helado de la tarde le revolvió el cabello y le hizo entrecerrar los ojos. Se detuvo un segundo, como para asegurarse de que todo a su alrededor seguía en orden. Luego, con pasos decididos, rodeó el vehículo hasta llegar al asiento del copiloto. Abrió la puerta con suavidad, como si temiera que cualquier gesto brusco pudiera romper algo frágil.Aurora estaba sentada con las manos entrelazadas sobre su regazo. Su rostro estaba pálido, y los ojos, enrojecidos por el llanto, se negaban a mirar al hombre que se inclinaba ahora hacia ella.—Ven —le dijo Antonio, extendiendo una mano—. Ya estás a salvo, Aurora. Todo terminó. Muy pronto tendremos tiempo para hablar de todo… incluso de lo que pasó con Dante.Su voz tenía una calidez cuidadosamente medida, como si cada palabra fuera elegida con delicadeza. Aurora alzó la vista solo un instante, dudando. Luego, casi con resignación, colocó su mano temblorosa en la de él.