La noche se había calmado, pero el aire aún estaba cargado de cenizas y humo. La mansión de Dante, ubicada al otro extremo de la ciudad, estaba en completo silencio. No había gritos, ni disparos, ni fuego. Solo quedaban el eco de los pasos, el crujido del mármol bajo las botas y las emociones tensas flotando como un veneno invisible.Dante bajó de la camioneta con Aurora entre sus brazos. No la había soltado ni un segundo desde que la rescató. Sus brazos la rodeaban con fuerza, como si temiera que alguien pudiera arrebatársela otra vez. Ella no se quejaba. Su rostro descansaba contra el pecho de él, los ojos medio cerrados, el cuerpo débil, pero su alma empezaba a despertar de aquella pesadilla.Alonzo los esperaba en la entrada de la mansión. Cuando los vio, bajó la cabeza, y una sonrisa tímida, contenida, casi culpable, apareció en sus labios. No dijo nada de inmediato. Solo los observó con los ojos heridos, como un hombre que quería estar en el lugar de otro, pero sabía que no te
Aurora sonrió, se giró y caminó hacia la biblioteca, en donde Dante esperaba por ella.La biblioteca estaba en penumbra, iluminada apenas por la lámpara, Dante había entrado primero, con paso lento, casi pesado, como si cada palabra que iba a decirle a Aurora le costara parte del alma. Ella lo siguió, cerrando la puerta tras de sí con suavidad.Por unos segundos, solo hubo silencio. Aurora se detuvo frente a uno de los estantes y pasó los dedos por los lomos polvorientos de los libros, como buscando algo que la anclara a la realidad. Dante la observaba desde el centro de la sala, con las manos en los bolsillos y los ojos oscuros, llenos de tormenta.—Dante… —susurró ella, sin mirarlo aún —¿Qué fue lo que pasó entre tú y Fiorella? quiero la verdad.Él apretó la mandíbula. Dio un paso hacia ella. Luego otro. Hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para rozarle la espalda con el aliento.—Fue un error —dijo, con la voz ronca—. Fui un estúpido, Aurora. Un maldito imbécil por dejarm
La habitación estaba en penumbra, iluminada tenuemente por la luz que se filtraba entre las cortinas. El cuerpo desnudo de Aurora yacía sobre el pecho de Dante, su respiración tranquila, serena, como si por fin hubiera encontrado un rincón seguro donde descansar. Dante la miraba en silencio, embelesado por la quietud de ese instante, por la calidez de su piel contra la suya. Sus dedos se deslizaron con suavidad por sus mejillas, acariciándola con ternura, como si no quisiera romper el hechizo.Sonrió con una dulzura que contrastaba con la oscuridad que solía habitar en su mirada. Se inclinó levemente, dejando un beso cálido en los labios entreabiertos de Aurora. Ella se estremeció apenas, como si ese simple gesto hubiera tocado algo en su inconsciente. Sus ojos se abrieron despacio, y al verlo, esbozó una sonrisa pequeña, frágil, pero genuina.—Hola, bonita —susurró Dante, acariciándole otra vez la mejilla—. Solo sigue durmiendo... debo trabajar un poco.Aurora asintió con los párp
El segundo hierro cayó con precisión sobre el abdomen de Ulises, generando un nuevo grito que hizo eco por los muros de piedra. Su cuerpo entero se arqueó en la silla, atado, atrapado en ese dolor abrasador. La piel se quemó de inmediato, dejando una marca negra que hervía como lava viva.Dante no desvió la mirada. Observaba cada reacción, cada lágrima, cada espasmo con la intensidad de un artista obsesionado con su obra. Su respiración era lenta, controlada, pero sus ojos estaban cargados de una energía oscura, casi extática.—¿Te duele? —murmuró cerca del oído de Ulises, tan bajo que sonaba casi como una caricia.Ulises intentó hablar, pero solo salió un gemido ahogado. Su garganta estaba seca, desgarrada. El sudor y la sangre se mezclaban en su rostro, y los temblores no cesaban.—Lo que sientes ahora —continuó Dante con voz pausada—. No es ni la décima parte de lo que sentía Aurora cuando la tenías. Cuando lloraba, cuando gritaba... cuando rogaba.Levantó el hierro nuevamente, ya
Ulises colgaba como un trapo empapado en sangre, jadeando. Su piel era un mosaico de quemaduras, cortes, marcas imposibles de borrar. El olor a carne chamuscada impregnaba el aire denso del sótano. Apenas podía mantener los ojos abiertos, pero una parte de él, la más obstinada, seguía despierta. Una chispa miserable de resistencia.Dante, de pie frente a él, se limpiaba las manos con un trapo mientras lo observaba.—¿Te lo imaginas? —le dijo en voz baja, con una calma espeluznante. —Ella dormida sobre mi pecho… sonriendo. Sintiendo paz. Mientras tú... estás aquí. Mientras yo... te hago pagar.Ulises intentó escupir, pero solo logró toser sangre. Su garganta estaba en carne viva.—Aurora... nunca te va a perdonar esto… —gimió, con esfuerzo.Dante rió. Una carcajada seca, sin humor.—¿Perdonar? Ulises, tú no entiendes nada. —Se inclinó, hablándole casi al oído—. Ella estará más que feliz que haya acabado con el imbécil que intentó hacerle daño… Aunque todavía me falta uno.Se giró hac
Aurora despertó con la calidez del sol colándose entre las cortinas de la habitación. La sábana blanca apenas cubría su cuerpo, y el aire era fresco, suave, casi como una caricia. Abrió lentamente los ojos, parpadeando mientras sus pupilas se acostumbraban a la luz. Por un instante, no supo en dónde estaba. Pero entonces lo recordó, la noche anterior, el pecho de Dante, sus labios, la forma en que él le acariciaba las mejillas con ternura, su voz grave susurrando…"Hola, bonita. Solo sigue durmiendo… debo trabajar un poco".Una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Se acurrucó un poco más entre las sábanas, aspirando el perfume tenue que él había dejado en la almohada. Olía a madera, a whisky, a seguridad. A Dante.Sus dedos recorrieron la tela, recordando la forma en que él la había tocado, tan distinto a todo lo que había vivido. Allí no había miedo, no había dolor. Solo calor, ternura… y algo más que no se atrevía aún a nombrar.Se sentó lentamente, llevando una mano a su cabel
Aurora bajó la mirada.Sus manos temblaban, su mente era un torbellino. Pero sus ojos... sus ojos se fueron endureciendo. Lentamente. Como si algo dentro de ella se rompiera, o más bien, se reacomodara para siempre.Miró de nuevo a Dante. A sus manos ensangrentadas. A Ulises, colgado como una carcasa, apenas humano. A todo ese infierno que ardía bajo la mansión mientras arriba la luz del sol acariciaba sábanas blancas.—No voy a meterme —dijo, con voz baja, pero firme.Dante la observó en silencio, sus cejas ligeramente alzadas, sorprendido.—¿Qué dijiste?Aurora respiró hondo. Dio un paso hacia atrás, recuperando la distancia. Su expresión era serena, casi ausente.—Haz lo que tengas que hacer con él. No me importa.Sus palabras cayeron como una losa de granito.Ulises alzó la cabeza con esfuerzo, la voz rota por la incredulidad.—A-Aurora… tú… no puedes…Ella lo miró, y sus ojos eran fríos como el acero.—Tú me tuviste encerrada, sola, muerta de miedo —dijo—. Me maltrataste, casi ab
El sol apenas lograba filtrarse entre las nubes de ceniza cuando Vittorio descendió del vehículo. El ambiente era espeso, con un olor penetrante a carne quemada, madera podrida y pólvora. La antigua mansión de Antonio se alzaba frente a él como un monumento al desastre, paredes ennegrecidas, techos derrumbados, esculturas partidas por la mitad. —Esto es un cementerio —murmuró uno de los hombres a su lado, mientras cubría su rostro con una mascarilla.Vittorio avanzó sin inmutarse. Su abrigo oscuro contrastaba con el suelo cubierto de cenizas, y sus pasos resonaban sobre las baldosas partidas con un ritmo firme, inquebrantable. A su alrededor, agentes y oficiales de su confianza revisaban los restos del lugar, levantando lonas negras sobre cuerpos irreconocibles, marcando puntos con sangre seca, tomando fotografías.—Quiero un informe completo antes del mediodía —ordenó Vittorio sin alzar la voz, pero con la fuerza de quien está acostumbrado a ser obedecido. —Causa del incendio, tr