El segundo hierro cayó con precisión sobre el abdomen de Ulises, generando un nuevo grito que hizo eco por los muros de piedra. Su cuerpo entero se arqueó en la silla, atado, atrapado en ese dolor abrasador. La piel se quemó de inmediato, dejando una marca negra que hervía como lava viva.Dante no desvió la mirada. Observaba cada reacción, cada lágrima, cada espasmo con la intensidad de un artista obsesionado con su obra. Su respiración era lenta, controlada, pero sus ojos estaban cargados de una energía oscura, casi extática.—¿Te duele? —murmuró cerca del oído de Ulises, tan bajo que sonaba casi como una caricia.Ulises intentó hablar, pero solo salió un gemido ahogado. Su garganta estaba seca, desgarrada. El sudor y la sangre se mezclaban en su rostro, y los temblores no cesaban.—Lo que sientes ahora —continuó Dante con voz pausada—. No es ni la décima parte de lo que sentía Aurora cuando la tenías. Cuando lloraba, cuando gritaba... cuando rogaba.Levantó el hierro nuevamente, ya
Ulises colgaba como un trapo empapado en sangre, jadeando. Su piel era un mosaico de quemaduras, cortes, marcas imposibles de borrar. El olor a carne chamuscada impregnaba el aire denso del sótano. Apenas podía mantener los ojos abiertos, pero una parte de él, la más obstinada, seguía despierta. Una chispa miserable de resistencia.Dante, de pie frente a él, se limpiaba las manos con un trapo mientras lo observaba.—¿Te lo imaginas? —le dijo en voz baja, con una calma espeluznante. —Ella dormida sobre mi pecho… sonriendo. Sintiendo paz. Mientras tú... estás aquí. Mientras yo... te hago pagar.Ulises intentó escupir, pero solo logró toser sangre. Su garganta estaba en carne viva.—Aurora... nunca te va a perdonar esto… —gimió, con esfuerzo.Dante rió. Una carcajada seca, sin humor.—¿Perdonar? Ulises, tú no entiendes nada. —Se inclinó, hablándole casi al oído—. Ella estará más que feliz que haya acabado con el imbécil que intentó hacerle daño… Aunque todavía me falta uno.Se giró hac
Aurora despertó con la calidez del sol colándose entre las cortinas de la habitación. La sábana blanca apenas cubría su cuerpo, y el aire era fresco, suave, casi como una caricia. Abrió lentamente los ojos, parpadeando mientras sus pupilas se acostumbraban a la luz. Por un instante, no supo en dónde estaba. Pero entonces lo recordó, la noche anterior, el pecho de Dante, sus labios, la forma en que él le acariciaba las mejillas con ternura, su voz grave susurrando…"Hola, bonita. Solo sigue durmiendo… debo trabajar un poco".Una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Se acurrucó un poco más entre las sábanas, aspirando el perfume tenue que él había dejado en la almohada. Olía a madera, a whisky, a seguridad. A Dante.Sus dedos recorrieron la tela, recordando la forma en que él la había tocado, tan distinto a todo lo que había vivido. Allí no había miedo, no había dolor. Solo calor, ternura… y algo más que no se atrevía aún a nombrar.Se sentó lentamente, llevando una mano a su cabel
Aurora bajó la mirada.Sus manos temblaban, su mente era un torbellino. Pero sus ojos... sus ojos se fueron endureciendo. Lentamente. Como si algo dentro de ella se rompiera, o más bien, se reacomodara para siempre.Miró de nuevo a Dante. A sus manos ensangrentadas. A Ulises, colgado como una carcasa, apenas humano. A todo ese infierno que ardía bajo la mansión mientras arriba la luz del sol acariciaba sábanas blancas.—No voy a meterme —dijo, con voz baja, pero firme.Dante la observó en silencio, sus cejas ligeramente alzadas, sorprendido.—¿Qué dijiste?Aurora respiró hondo. Dio un paso hacia atrás, recuperando la distancia. Su expresión era serena, casi ausente.—Haz lo que tengas que hacer con él. No me importa.Sus palabras cayeron como una losa de granito.Ulises alzó la cabeza con esfuerzo, la voz rota por la incredulidad.—A-Aurora… tú… no puedes…Ella lo miró, y sus ojos eran fríos como el acero.—Tú me tuviste encerrada, sola, muerta de miedo —dijo—. Me maltrataste, casi ab
El sol apenas lograba filtrarse entre las nubes de ceniza cuando Vittorio descendió del vehículo. El ambiente era espeso, con un olor penetrante a carne quemada, madera podrida y pólvora. La antigua mansión de Antonio se alzaba frente a él como un monumento al desastre, paredes ennegrecidas, techos derrumbados, esculturas partidas por la mitad. —Esto es un cementerio —murmuró uno de los hombres a su lado, mientras cubría su rostro con una mascarilla.Vittorio avanzó sin inmutarse. Su abrigo oscuro contrastaba con el suelo cubierto de cenizas, y sus pasos resonaban sobre las baldosas partidas con un ritmo firme, inquebrantable. A su alrededor, agentes y oficiales de su confianza revisaban los restos del lugar, levantando lonas negras sobre cuerpos irreconocibles, marcando puntos con sangre seca, tomando fotografías.—Quiero un informe completo antes del mediodía —ordenó Vittorio sin alzar la voz, pero con la fuerza de quien está acostumbrado a ser obedecido. —Causa del incendio, tr
De pie, junto a una mesa sucia, con la mirada fija en alguien más. No había miedo en su expresión. No había sorpresa. Solo una calma feroz, una especie de tregua interior.Junto a ella, de espaldas, estaba un hombre. Alto. De hombros amplios. El cabello despeinado, la camisa rasgada. Sostenía un vaso con líquido ámbar en una mano.Fiorella no se movió. No gritó, solo alzó una ceja, como si lo hubiese estado esperando.El hombre, al escuchar el sonido del metal arrastrado, giró lentamente.Y el mundo de Vittorio se detuvo.“Antonio”. ERa él, era Antonio, al que estaba buscando con anterioridad. Vivo, y ahora frente a él, no podía creerlo después de buscarlo él mismo había decidido ir con el.Sus ojos se abrieron de par en par bajo la máscara de lobo. No podía creer lo que veían.Antonio lo miró sin miedo. Sus ojos tenían la misma intensidad de siempre, pero también algo más… un cansancio, un rencor antiguo, una chispa peligrosa.—Hola, Vittorio —dijo Antonio, con voz grave, como quien
El sudor de su frente bajaba lentamente por su rostro, era como si el tiempo se hubiese detenido en ese mismo momento.Su cuerpo dolía como nunca, los golpes en sus costillas hacían que Dante se retorciera de dolor, aún así su mandíbula seguía tensa, y con la firme intención de salir de ahí con vida. Dante alzó su mirada, y vio una vez más el azul celeste de los ojos de sus amada cerrarse por última vez, la mujer de su vida, maldijo internamente, porque el día que se suponía que iba hacer el más feliz de sus vidas… se había convertido en un completo infierno.—¡Jamás pensé tener tanta suerte en esta vida!, y vaya que siempre he sido un hombre con mucha suerte!, ¿Acaso no lo crees primito? —exclamó Antonio tomando fuertemente la mandíbula de Dante, él tenía su mirada fija en Eva, quien yacía inerte a un lado de sus pies.Dante apretó un poco sus manos, la impotencia era evidente, solo quería soltarse y correr a los brazos de su amada, poder salvarla, poder estar ahí para ella.—Disfru
Aurora pegó un brinco, aún así hizo lo que aquel hombre mal herido le pedía, se inclinó aún más y ayudó al hombre a subir a su auto.—¿Qué esperas? ¡maldita sea!, ¡Arranca! —exclamó Dante.—Señor, no puedo conducir, al menos no hasta que detenga el sangrado o de lo contrario puede morir, en realidad no quiero cargar con un muerto en mi auto —exclamó Aurora mirando por el retrovisor.Los ojos de Dante rodaron, al mismo tiempo que maldecía por dentro, sabía que era cuestión de minutos para que Antonio llegará a ese lugar y cumpliera con su cometido, acabar con él, quitarle la vida sin pensarlo. —¡Está bien! Haga lo que se le dé la maldita gana, eso sí, si intenta hacer algo en mi contra no dudaré en meterle un tiro en la cabeza —vociferó Dante, se inclinó aún más en el asiento trasero del auto y abrió su camisa y así la mujer pudiera ayudarlo.Aurora respiró profundo, caminó hasta el baúl del auto y sacó su maletín, no creía que lo utilizaría, mucho menos en sus vacaciones, aún así cam