―¿Le pasó algo, señorita? ¿Alguien la lastimó? ―Un hombre de unos cincuenta y cinco años se acercó a ella con cautela, no sabía lo que le había ocurrido, pensó que la habían asaltado o algo así, aunque era un hospital, por lo general los familiares de un enfermo nunca estaban solos.
―No, no. Estoy… Solo estoy triste.
―¿Perdió a algún ser querido? ―Se acercó con más confianza.
―Estoy a punto.
―Lo siento.
―Gracias.
―De nada. ¿No tiene familia con quien compartir este momento?
―No, solo somos mi abuelo y yo. Cometí un error y ahora lo estoy pagando.
―¿Un error?
―Perdón, no debería estarle contando esto.
―No se preocupe, quiero saber. Debe desahogarse.
―Es que lo traje para un experimento, él tenía demencia senil y alzhéimer y le iban a hacer un tratamiento experimental, pero no funcionó y en unos días lo van a desconectar de las máquinas.
―Lo siento, debe ser muy doloroso para usted, sobre todo si es la única familia que le queda.
―Lo peor es que ni siquiera lo voy a poder enterrar. El acuerdo era que su cuerpo después fuera entregado a la ciencia para investigación. Haría lo que fuera por sacarlo de allí y tener un lugar para visitarlo, darle cristiana sepultura, ¿podrá descansar en paz si siguen experimentando con su cuerpo? El problema es que firmé un contrato que decía que, si lo quería sacar de aquí, tendría que pagar el tratamiento completo y son muchos millones.
―Millones que no tiene.
―No, creo que ni siquiera tendría dinero para sepultarlo.
―Asumo que no es casada.
―No, ¿por qué?
―Tengo un trato para hacerle, creo que ambos nos podríamos ayudar.
―¿Un trato? ¿Cómo?
―¿Quiere un café? ¿Tiene tiempo?
―Sí.
Ella sabía que no debía irse con desconocidos, pero estaba desesperada y no pensaba bien.
―Aquí en la esquina hay una cafetería muy buena, vamos, yo la invito.
―Pero usted debe venir a ver a un familiar, no quisiera quitar su tiempo.
―No, también me iba.
―Está bien, la verdad es que necesito ese café.
La cafetería era muy bonita y elegante, ella había pasado un par de veces por allí, pero estaba fuera de su presupuesto. Entraron y Hamilton, así se llamaba el hombre, escogió una mesa bastante apartada de todo.
―Bueno, le explico, yo soy uno de los socios de la clínica donde está su abuelo. Yo soy el socio mayoritario, es el legado de mi padre, que ya se retiró, y sigo yo con su labor. Mis abuelos murieron con demencia senil y mi padre quería encontrar la forma de curar esa enfermedad que tanto daño causa a las familias. ―Ella lo miraba atenta, pues no estaba entendiendo nada―. Bueno, resulta que tenemos un problema familiar. Mi padre falleció hace un año y en su testamento dejó estipulado que mi hijo solo recibiría su parte de la herencia si se casaba antes de dos años y ya pasó uno, si no lo hace, perdería gran parte de este hospital y de otras empresas familiares. Mi hijo, debo decir, no es un hombre que busque o siquiera desee el matrimonio, por lo que debo buscarle una novia.
―¿Y qué le hace pensar que yo puedo ser una buena esposa para su hijo?
―Una mujer que llora porque su abuelo morirá y más, que haría lo que fuera por darle un descanso eterno y cristiana sepultura, es mejor que otra que se alegró de la muerte de su padre porque así podía quedarse con todo, y si voy un poco más lejos, creería que ella fue la causante de su muerte.
―¿Esa es la otra candidata?
―Sí, es la hija de un amigo, se suponía que nuestros hijos se enamorarían y se casarían, cosa que no pasó por parte de mi hijo y ahora yo no quiero que se case con esa mujer.
―Por lo de su papá.
―Exacto.
―Y quiere que yo me case con su hijo.
―Así es.
―¿Y cree que él quiera casarse conmigo?
―Me da lo mismo lo que él quiera o no, es lo que tiene que hacer.
―¿Y por qué cree que yo aceptaría algo así?
―Porque necesita el dinero para sacar a su abuelo del hospital y dijo que estaría dispuesta a cualquier cosa.
―Pero ¡no a casarme con un desconocido!
―Por favor, Diana, será solo un matrimonio de papel, mi hijo no la tocará.
―¿Cómo puedo estar segura?
―Porque mi hijo es gay, por eso no se enamoró de Francesca.
―Eso es distinto. Si él es gay, no corro peligro.
―Jamás la pondría en peligro, Diana.
―No lo conozco, no puedo estar segura de eso.
―Es cierto, niña, solo tiene mi palabra. ¿Qué dice?
―No lo sé, jamás me había imaginado que estas cosas seguían pasando en este siglo.
―Tiene unos días para decidir, si está de acuerdo, el sábado puede ir a almorzar a mi casa y conversamos los acuerdos.
―¿Y si no?
―No podrá llevarse a su abuelo de aquí.
―¿Cómo me contacto con usted?
―Aquí está mi teléfono. ―Me entregó su tarjeta.
―Está bien.
Me levanté. El hombre dejó unos billetes en la mesa y se levantó.
―Vamos, la acompaño, también dejé mi automóvil en el hospital.
Recorrieron el camino en silencio hasta que bajaron las escaleras hacia el estacionamiento. Él la dejó en su automóvil.
―Diana, piénselo, por favor, nos ayudaríamos mutuamente.
―Lo pensaré, aunque no le aseguro que acepte.
―Gracias, con eso me basta.
Se despidieron y ella se fue a su coche. ¿Qué debería hacer? No sabía qué decisión tomar. Llegó a su casa y se metió a la ducha, necesitaba pensar, aclarar sus ideas. El lunes desconectarían a su abuelo y tenía hasta el viernes, a más tardar el sábado en la mañana, para dar su respuesta a Hamilton.
Por inercia tomó las cartas que había recogido del buzón y entre ellas, una de cobranza judicial por los dividendos atrasados. Debía ponerse al día lo antes posible, de otro modo, la desalojarían de su casa. Eso sin contar con la deuda que quedó del funeral de su abuela, también le habían mandado una carta, a su abuela la sacarían de su nicho si no pagaba. Por suerte, había entrado a trabajar al jardín de Baltazar Walsh, aun a, no le alcanzaba para cubrir sus deudas, estaba muy atrasada.
Eso era en lo económico, en lo emocional, estaba sola, no tenía familia, tampoco amigos. Su vida había sido estudiar, trabajar y cuidar de sus abuelos. Cuando su abuela falleció y su abuelo cayó enfermo, apenas tenía tiempo, a veces, no podía dormir porque él se escapaba y debía salir a buscarlo, por eso prefirió internarlo, con el dolor de su corazón, porque sabía que en ese lugar estaría más protegido. Incluso en ese tiempo, del trabajo pasaba al Hogar para visitarlo. Así fue como su vida personal quedó relegada a un segundo plano. Y quedó sin nada.
Y allí estaba. Sola, endeudada y trabajando en un lugar que no le gustaba nada. Pese a ser una escuela de alta gama, los trabajadores no entregaban nada de sí por los niños, al contrario, en lo que pudieran aprovecharse, lo hacían y por eso no la querían, no quiso entrar en el “negocio” de los robos y los abusos. Casi no hablaba con nadie. No podía confiar en esa gente.
La oferta de Hamilton era muy tentadora, pero no sabía si podía casarse por dinero con un hombre al que ni siquiera conocía.
Miró la tarjeta. Hamilton Walsh, ¿sería pariente de Baltazar Walsh? Seguramente. Todos los ricos eran familia entre sí.
Decidió dormir. Quizá, con la mente despejada pudiese pensar mejor.
Al día siguiente, Joaquín no llegó. En cierto modo, lo agradeció, tendría algunos minutos para pensar y relajarse antes de que llegaran los niños.―Buenos días, señorita Ximénez ―la saludó Baltazar .―Buenos días, señor, ¿tan temprano por acá? ―Ella se sorprendió y también se frustró, no podría ordenar sus ideas. ―Sí, llegué un poco después de usted, no quería correr el riesgo de que me abollara mi coche, dudo que tenga el dinero para pagar por el arreglo ―le dijo con algo de diversión.―Su patente vale lo que mi auto, así que sí, dudo que pudiera pagar ―contestó ella muy seria, él arrugó el ceño. ―Su niño no llegó. ―Miró la sala en derredor.―No, voy a llamar a la madre más tarde para s
El sábado, después de mucha indecisión, salió a casa de Hamilton Walsh, quedaba en el sector más exclusivo de la ciudad. En el portón la recibió un guardia quien le pidió sus documentos y le hizo un escaneo a la cara.―Puede pasar, debe seguir el camino de la derecha, no se desvíe ―le advirtió con seriedad.―Gracias.Avanzó despacio, no quería equivocarse de camino. Llegó a salvo a la casona, era una enorme mansión muy lujosa y moderna, con enormes ventanales y decorados pilares.Hamilton la esperaba con una gran sonrisa, estaba solo. Diana no sabía si él tenía esposa, no la mencionó en su conversación. Quizá, ella no estaba de acuerdo en casar a su hijo con una total desconocida. Diana pensó que, si era así, le haría un gran favor, ya se estaba arrepintiendo.―Hola, querida,
Diana abrió los ojos y la blanca luz la encandiló, lo que la obligó a cerrar los ojos otra vez. Escuchó que alguien le habló a lo lejos, pero no pudo responder. Volvió a negro.―Se volvió a dormir ―dijo el enfermero.―Menos mal, no debía despertar todavía.―¿Falta mucho?―No, unas cuantas puntadas más y estamos listos. Aquí me faltan dos puntos y ver la herida del brazo, que serán unos cinco.El enfermero miró a la chica que habían llevado, tenía múltiples heridas porque los vidrios del automóvil se incrustaron en su cuerpo y cara; tuvo un esguince en el tobillo y muñeca derechos, nada de gravedad, y una contusión en la cabeza, tendrían que hacerle unas imágenes para asegurarse de que no hubiera daño neurológico.Lo peor no era el cómo estaba física
Baltazar entró a la habitación y vio a Diana sentada, había terminado de comer.―Hola ―lo saludó ella con una sonrisa.―Hola ―respondió él algo confundido por su reacción―. Te ves mejor.―Eso creo. Parece que me faltaba dormir.―Así parece. ¿Has podido recordar?―No. La enfermera me dijo que tú eras mi novio.―Algo así.―¿Algo así? ¿Somos andantes?―Nos vamos a casar.―¡A casar!―Sí.―Perdón que no lo recuerde.―Te acuerdas del día en el que nos conocimos.―Y eso fue hace…―Tres días.―¡Tres! ¿Y en tres días decidimos casarnos?―Es algo un poco más complicado, pero tú no te preocupes, ya tendremos tiempo para hablar cuando estés mejor.―¿Tú sabes qué me p
Baltazar y Hamilton llegaron a la casa en completo silencio, cada uno embebido en sus propios pensamientos.―¿Estás dispuesto a casarte con ella? ―preguntó el padre tras servirse unos tragos mientras esperaban la comida.―Sí.―¿Por qué te enojaste tanto cuando la viste aquí?―Porque creí que era una cazafortunas más.―Pero ya la conocías y sabías que ella no era así.―Sí, pero sabes que uno nunca puede estar seguro.―¿Y ahora sí lo estás?―No, pero no la dejaré sola. La quisieron matar, ¿te das cuenta? Aunque se vaya del colegio, puede estar en riesgo; aunque yo despida a todos el lunes, será peor. Prefiero tenerla cerca y protegida. Además, no tiene a nadie más en el mundo. ¿Te imaginas nosotros no hubiésemos estado allí? Habría vivido todo
A las doce salieron de la clínica. Hamilton la llevó a su casa, pues Baltazar tenía una reunión y saldría a las dos.Entraron a la sala, ella recordó la discusión con Baltazar, la forma en que la trató. Hamilton se dio cuenta y la acercó más a su cuerpo, le estaba ayudando a caminar por la bota que debía usar.―Tranquila, todo estará bien.―Lo sé, tiene que ir mejor, ¿verdad?―Claro que sí, niña, tiene que ir mejor. Lo mereces.Ella se detuvo y lo miró.―¿De verdad que Baltazar ya no está enojado conmigo?―Por supuesto que no, él está muy arrepentido por haberse enojado contigo y haberte tratado tan mal.―Él tenía sus razones, creyó que yo quería su dinero.―Ya aclaré ese punto con él y lo entendió, tú no te
Hamilton llamó a Eliana para que acompañara a Diana a su habitación.―Ella será tu dama de compañía, Diana, todo lo que necesites, se lo pides a ella ―le explicó―, Eliana se quedará a tu lado todo el tiempo, siempre que quieras, de todas maneras, estará al pendiente de ti.―Gracias.Baltazar sonrió burlesco.―Está bien ―corrigió la chica.―Bueno, ahora debemos ir a trabajar. Nos vemos más tarde.Los dos hombres se despidieron de la chica con un beso en la mejilla y esperaron a que ella se fuera a su dormitorio.―¿Qué haremos con Francesca? Ella es capaz de cualquier cosa y estaba muy enojada ―le preguntó Baltazar a su padre.―Mientras esté aquí en la casa, estará segura, los guardaespaldas velarán por ella y, cuando tenga que salir, le pondremos un par de escoltas; no es la &u
Al día siguiente, Baltazar fue citado a la comisaría, tenían cosas importantes que hablar con él. En cuanto llegó, lo hicieron entrar a la oficina del comisario Randall, quien estaba a cargo del caso.―Revisamos las cámaras de seguridad del estacionamiento ―le informó el detective―, el video está cortado, alguien lo intervino. En el video del día que le reventaron los neumáticos a la señorita Ximénez, no aparece nada en el lapso anterior a la llegada de ustedes. Solo se ve a tres personas antes del corte: James Morgan, Trizia Bonn y Frank Holand. El último en pasar fue el señor Morgan.―Voy a averiguar quién tuvo acceso a estos videos antes de traerlos. ¿Saben quién se los hizo llegar?―En eso estamos. Las cámaras debieron ser entregadas intactas, esto es un delito también, por lo que será tomado en cuent