Capítulo 2

―Siéntese, por favor ―pidió el dueño del colegio, estaba el Director, también se encontraba allí la Inspectora general y la Orientadora. Obedeció y se sentó. El Director se puso detrás de ella y colocó sus manos en los hombros femeninos. Ella se echó hacia adelante, no le gustaba que ese hombre le pusiera las manos encima.  

―Usted dirá ―le pidió a Baltazar, quería salir pronto de allí.

―Estuvimos revisando sus tarjetas de ingreso y salida del establecimiento ―dijo de un modo demasiado formal y algo molesto.

―¿Hay algún problema?

―Claro que sí.

La chica se puso blanca, roja y morada, en ese orden; él sonrió y ella se avergonzó más todavía.

―Lo que pasa es que hoy llegué más temprano y usted ya estaba aquí, sin embargo, en su tarjeta aparece la hora normal,

Respiré tranquila.

―Ah, bueno, lo que pasa es que yo llego temprano por mi propia voluntad y timbro a la hora que corresponde.

―Usted me dijo que lo hacía por ese niño… Joaquín, ¿verdad?

―Sí, sí, pero yo lo hago por voluntad propia, porque sus padres no pueden quedarse a esperar a que entre y no me parece que un niño tan pequeño quede solo, a veces hace frío y él tiene que quedarse sentado en una banca, solito, es casi un bebé.

―Ellos no le pagan por hacerlo.

―Por supuesto que no.

―Y tampoco cobra horas extras.

―Ya le dije que lo hago por voluntad, no por el dinero.

―Es educadora de vocación.

―Siempre quise ser educadora de párvulos, señor, ese fue siempre mi sueño y no me arrepiento.

―De hoy en adelante, timbre a la hora que llega y a la que se va, sobre todo si es por cuidar uno de los pequeños. Nuestra misión es cuidar de nuestros niños y si eso implica que debamos pagarle un poco más para mantener a uno de ellos a salvo, pues se debe hacer. Otra cosa, mañana llegará otra auxiliar de párvulos para que la apoye, siento que la señora Gutiérrez no haya vuelto al aula, pero no puedo permitir que una persona que no trate bien a los pequeños esté con ellos. Habrá muchos cambios, señorita Ximénez.

Diana no supo qué decir, si despidió a Marta por lo que vio, si dijera todo lo que había hecho, la metería presa.

―¿Está de acuerdo?

―Sí, señor, la verdad es que Marta no me hizo falta, los niños y yo estuvimos muy bien el resto de la jornada, ellos se portan muy bien. Espero que la persona que llegue tenga un poco más de vocación. ―Lo dijo. No pudo callar, al menos, pensó, no se había ido de lengua, pues tenía muchas cosas que decir, pero se cortaría a la mitad del personal. James, el director, presionó sus hombros a modo de advertencia. Ella intentaba resarcirse de las manos del tipo.

―Así será, no se preocupe por ello.

La miró como si buscara dentro de ella, como si supiera que tenía algo más que decir y no se atreviera, pero ya lo averiguaría.

―¿Puedo irme? ―preguntó nerviosa.

―Por supuesto. Hasta pronto, señorita Ximénez.

―Hasta pronto ―le dijo a Baltazar ―. Buenas tardes ―se despidió de los demás.

―Nos vemos mañana, Dianita ―se despidió James.

Diana salió de allí, temblaba como una hoja. Agradeció en su interior de que él no dijera nada de sus impasses con ella. Seguro sería el foco de bromas con mayor razón. No le gustaba el ambiente en ese colegio, si no fuera porque pagaban bien y ella tenía muchas deudas, habría renunciado hacía tiempo.

Estacionó en el hospital cinco para las cuatro, respiró tranquila, llegó a la hora, creyó que no lo lograría, con la reunión en la Dirección se había retrasado.

Corrió hasta la habitación de su abuelo.

―¿Cómo está? ―le preguntó a la enfermera que se encontraba con el paciente.

―Estable. No ha dado muestras de mejoría.

―¿No ha despertado?

―No, señorita, el médico quiere hablar con usted.

―Está bien. ¿Puedo saludarlo primero?  ―Le indicó al anciano.

―Claro, el doctor está hablando con unos familiares de otros pacientes. La espera al término de la visita.  

 ―Gracias.

Se acercó a la cama, tomó su mano y le dio un beso en la frente.

Su abuelo, por parte materna, fue quien la crio. Su mamá estaba metida en la droga y su papá se había ido con otra mujer. Su abuela materna la fue a buscar cuando se dio cuenta de que la madre la golpeaba, hasta antes de eso, pensaba que su mamá, pese a todo, era buena madre. Diana recibía golpizas casi a diario. Por eso, a los ocho años, se fue a vivir con sus abuelos. Su abuela había fallecido hacía tres años y su abuelo no se pudo reponer de esa pérdida. Poco a poco empezó a olvidar cosas, a actuar errático, a protestar porque le había robado… Olvidó que su mujer se había muerto. Al final, hacía dos años, tuvo que internarlo. Diana trabajaba y no lo podía cuidar, el hombre se escapaba y ella temía que un día le pasara algo malo por andar en la calle solo. Todo fue de mal en peor, aunque ella lo visitaba cada tarde en el hogar y los fines de semana lo llevaba a su casa, él empeoraba en vez de mejorar. Diana pensaba que solo era el duelo, pero no repuntaba.

En uno de sus días lúcidos, o no tanto según la percepción de Diana, el hombre le enseñó un folleto de ese hospital, en el que estaban probando un nuevo tratamiento para personas con demencia senil y alzhéimer. Él le pidió que lo llevara, estaba todo cubierto si él se ofrecía para ser uno de sus pacientes. Él sabía que el Hogar al que lo había llevado su nieta era muy caro y estaba teniendo dificultades económicas, él no quería ser una carga para ella, además, estaba la posibilidad de sanar su mente, la que él sabía estaba quebrada.

 ―Yo ya no quiero seguir viviendo ―le explicó él―, pero si es por ayudar a otros enfermos y a sus familias, yo quiero ir. Llévame allí.

―Abuelo, yo no quiero que experimenten contigo.

―Es mejor que experimenten conmigo y terminen con esta estúpida enfermedad. ¿Qué saco con seguir viviendo aquí, donde no quiero estar? Soy una carga para ti, hija, ¿cómo crees que me siento con esto?

―Abuelo, sabes que jamás serás una carga para mí.

―No estoy hablando de sentimientos, hija, estoy hablando de dinero. Sé que este lugar es caro, es cosa de verlo, y tú tienes otras cosas que atender. Tu casita. Yo siento tanto no haber tenido los medios para comprar una casa y habértela dejado, tú fuiste más inteligente que nosotros, te aseguraste con tu casa, pero si sigo aquí, no vas a poder pagar los dividendos, mi pensión es tan poca, se va en mis remedios y mis útiles, y yo creo que ni para eso alcanza. Ese hospital es nuestra salvación, para los dos. Yo estaré bien cuidado allá y tú no tendrás que preocuparte por el dinero.

―Abuelo…

―Es mi última voluntad, por favor.

―Bueno, voy a ver cómo es el sistema ―aceptó la chica con tristeza.

Si resultaba, sería genial, tendría a su abuelo de nuevo, pero si no, entonces, todo habría servido para nada y lo perdería. El problema fue que las cosas no marcharon como se esperaban y, en poco más de seis meses, había empeorado, según le dijeron, él no quería poner de su parte, él solo quería morir, de haber permanecido en el Hogar, se habría muerto en tres meses. Y ella lo creía, cada vez estaba más demacrado, sin ganas. Solo por ella se mantenía vivo.

Diana se fue a la oficina del doctor Meneses.

―Señorita Ximénez, que bueno que pudo venir.

―Vengo a diario, doctor ―replicó ella.  

―Sí, sí, lo sé, me refería a hablar conmigo.

―¿Cómo está mi abuelo? ¿Va a recuperar la conciencia alguna vez?

―De eso quería hablarle.

―¿Qué pasa?

―El tratamiento, en el caso de su abuelo, no rindió sus frutos, lo que resultó en su coma. Él no está presentando mejoría, es más, hoy no ha dado muestras de actividad cerebral.

―¿Eso qué significa?

―Si no hay señarles de actividad cerebral, mucho me temo que su abuelo está muerto.

―No ―lloró con desconsuelo―, eso no puede ser, ustedes dijeron…

―Dijimos que era experimental, no dijimos que iba a dar resultado. Además, como le hemos explicado, su abuelo no quería vivir, poco quiso cooperar con nosotros.

―Pero no dijo que se moriría.

―Eso es parte de su enfermedad, ¿cuánto más cree que habría durado allá afuera? En estos seis meses hemos hecho lo posible para ayudar a su abuelo.

―Lo sé, es solo que…

―La entiendo, señorita Ximénez, esperaremos hasta el lunes para asegurarnos de que no haya actividad cerebral, después de eso, tendremos que pensar en desconectar.

No contestó, sus lágrimas fueron una mejor respuesta.

―Yo de verdad lo lamento mucho.

―¿Y después de eso puedo llevarme a mi abuelo?

―No, según el contrato firmado, su cuerpo será entregado a la ciencia para investigación.

―¿Y si no quiero? ¿Y si quisiera llevármelo a casa?

―Tendría que cancelar todos los gastos médicos en los que se ha incurrido hasta ahora.

―Pero ¡ustedes lo mataron!

―Él habría muerto de igual modo, señorita, nosotros hicimos lo posible por salvarlo ―le explicó el doctor con calma.

―Lo sé ―admitió ella, sabía que no podía culparlos de algo de lo que no eran responsables.

Diana tenía sentimientos encontrados; por un lado, ellos habían experimentado con su abuelo y no consiguieron nada, pero por otro lado, hicieron lo posible por salvarlo; era su abuelo el que no quería vivir. Eso ella lo sabía de antes, sabía que si él se iba a ese hospital, no era porque quería una mejoría, era porque sabía que allí su nieta no tendría nada que cancelar y podría morir tranquilo de que ni siquiera tendría que pagar un funeral, su cuerpo sería donado a la ciencia.

―Señorita, debe pensar bien en lo que hará, si se lo lleva, se quedará con una deuda millonaria.

―No creo que me lo lleve ―aceptó con pesar.

―Bien. Como le dije, esto no será hoy, deben pasar unos días para tomar la decisión.

―Decisión que no pasa por mí.

―Lamentablemente no.

―Está bien. ¿Eso es todo?

―Sí, señorita.

―Buenas tardes, doctor.

La joven se levantó, le dio la mano al médico y se fue. Llegó al estacionamiento llorando. Se apoyó en el portamaletas, quería calmarse antes de subirse al automóvil, no quería manejar así. Tener un accidente no estaba en sus planes y ya ese día había tenido un casi choque por pensar en sus problemas, en un segundo accidente, tal vez no tuviera tanta suerte.

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