―Siéntese, por favor ―pidió el dueño del colegio, estaba el Director, también se encontraba allí la Inspectora general y la Orientadora. Obedeció y se sentó. El Director se puso detrás de ella y colocó sus manos en los hombros femeninos. Ella se echó hacia adelante, no le gustaba que ese hombre le pusiera las manos encima.
―Usted dirá ―le pidió a Baltazar, quería salir pronto de allí.
―Estuvimos revisando sus tarjetas de ingreso y salida del establecimiento ―dijo de un modo demasiado formal y algo molesto.
―¿Hay algún problema?
―Claro que sí.
La chica se puso blanca, roja y morada, en ese orden; él sonrió y ella se avergonzó más todavía.
―Lo que pasa es que hoy llegué más temprano y usted ya estaba aquí, sin embargo, en su tarjeta aparece la hora normal,
Respiré tranquila.
―Ah, bueno, lo que pasa es que yo llego temprano por mi propia voluntad y timbro a la hora que corresponde.
―Usted me dijo que lo hacía por ese niño… Joaquín, ¿verdad?
―Sí, sí, pero yo lo hago por voluntad propia, porque sus padres no pueden quedarse a esperar a que entre y no me parece que un niño tan pequeño quede solo, a veces hace frío y él tiene que quedarse sentado en una banca, solito, es casi un bebé.
―Ellos no le pagan por hacerlo.
―Por supuesto que no.
―Y tampoco cobra horas extras.
―Ya le dije que lo hago por voluntad, no por el dinero.
―Es educadora de vocación.
―Siempre quise ser educadora de párvulos, señor, ese fue siempre mi sueño y no me arrepiento.
―De hoy en adelante, timbre a la hora que llega y a la que se va, sobre todo si es por cuidar uno de los pequeños. Nuestra misión es cuidar de nuestros niños y si eso implica que debamos pagarle un poco más para mantener a uno de ellos a salvo, pues se debe hacer. Otra cosa, mañana llegará otra auxiliar de párvulos para que la apoye, siento que la señora Gutiérrez no haya vuelto al aula, pero no puedo permitir que una persona que no trate bien a los pequeños esté con ellos. Habrá muchos cambios, señorita Ximénez.
Diana no supo qué decir, si despidió a Marta por lo que vio, si dijera todo lo que había hecho, la metería presa.
―¿Está de acuerdo?
―Sí, señor, la verdad es que Marta no me hizo falta, los niños y yo estuvimos muy bien el resto de la jornada, ellos se portan muy bien. Espero que la persona que llegue tenga un poco más de vocación. ―Lo dijo. No pudo callar, al menos, pensó, no se había ido de lengua, pues tenía muchas cosas que decir, pero se cortaría a la mitad del personal. James, el director, presionó sus hombros a modo de advertencia. Ella intentaba resarcirse de las manos del tipo.
―Así será, no se preocupe por ello.
La miró como si buscara dentro de ella, como si supiera que tenía algo más que decir y no se atreviera, pero ya lo averiguaría.
―¿Puedo irme? ―preguntó nerviosa.
―Por supuesto. Hasta pronto, señorita Ximénez.
―Hasta pronto ―le dijo a Baltazar ―. Buenas tardes ―se despidió de los demás.
―Nos vemos mañana, Dianita ―se despidió James.
Diana salió de allí, temblaba como una hoja. Agradeció en su interior de que él no dijera nada de sus impasses con ella. Seguro sería el foco de bromas con mayor razón. No le gustaba el ambiente en ese colegio, si no fuera porque pagaban bien y ella tenía muchas deudas, habría renunciado hacía tiempo.
Estacionó en el hospital cinco para las cuatro, respiró tranquila, llegó a la hora, creyó que no lo lograría, con la reunión en la Dirección se había retrasado.
Corrió hasta la habitación de su abuelo.
―¿Cómo está? ―le preguntó a la enfermera que se encontraba con el paciente.
―Estable. No ha dado muestras de mejoría.
―¿No ha despertado?
―No, señorita, el médico quiere hablar con usted.
―Está bien. ¿Puedo saludarlo primero? ―Le indicó al anciano.
―Claro, el doctor está hablando con unos familiares de otros pacientes. La espera al término de la visita.
―Gracias.
Se acercó a la cama, tomó su mano y le dio un beso en la frente.
Su abuelo, por parte materna, fue quien la crio. Su mamá estaba metida en la droga y su papá se había ido con otra mujer. Su abuela materna la fue a buscar cuando se dio cuenta de que la madre la golpeaba, hasta antes de eso, pensaba que su mamá, pese a todo, era buena madre. Diana recibía golpizas casi a diario. Por eso, a los ocho años, se fue a vivir con sus abuelos. Su abuela había fallecido hacía tres años y su abuelo no se pudo reponer de esa pérdida. Poco a poco empezó a olvidar cosas, a actuar errático, a protestar porque le había robado… Olvidó que su mujer se había muerto. Al final, hacía dos años, tuvo que internarlo. Diana trabajaba y no lo podía cuidar, el hombre se escapaba y ella temía que un día le pasara algo malo por andar en la calle solo. Todo fue de mal en peor, aunque ella lo visitaba cada tarde en el hogar y los fines de semana lo llevaba a su casa, él empeoraba en vez de mejorar. Diana pensaba que solo era el duelo, pero no repuntaba.
En uno de sus días lúcidos, o no tanto según la percepción de Diana, el hombre le enseñó un folleto de ese hospital, en el que estaban probando un nuevo tratamiento para personas con demencia senil y alzhéimer. Él le pidió que lo llevara, estaba todo cubierto si él se ofrecía para ser uno de sus pacientes. Él sabía que el Hogar al que lo había llevado su nieta era muy caro y estaba teniendo dificultades económicas, él no quería ser una carga para ella, además, estaba la posibilidad de sanar su mente, la que él sabía estaba quebrada.
―Yo ya no quiero seguir viviendo ―le explicó él―, pero si es por ayudar a otros enfermos y a sus familias, yo quiero ir. Llévame allí.
―Abuelo, yo no quiero que experimenten contigo.
―Es mejor que experimenten conmigo y terminen con esta estúpida enfermedad. ¿Qué saco con seguir viviendo aquí, donde no quiero estar? Soy una carga para ti, hija, ¿cómo crees que me siento con esto?
―Abuelo, sabes que jamás serás una carga para mí.
―No estoy hablando de sentimientos, hija, estoy hablando de dinero. Sé que este lugar es caro, es cosa de verlo, y tú tienes otras cosas que atender. Tu casita. Yo siento tanto no haber tenido los medios para comprar una casa y habértela dejado, tú fuiste más inteligente que nosotros, te aseguraste con tu casa, pero si sigo aquí, no vas a poder pagar los dividendos, mi pensión es tan poca, se va en mis remedios y mis útiles, y yo creo que ni para eso alcanza. Ese hospital es nuestra salvación, para los dos. Yo estaré bien cuidado allá y tú no tendrás que preocuparte por el dinero.
―Abuelo…
―Es mi última voluntad, por favor.
―Bueno, voy a ver cómo es el sistema ―aceptó la chica con tristeza.
Si resultaba, sería genial, tendría a su abuelo de nuevo, pero si no, entonces, todo habría servido para nada y lo perdería. El problema fue que las cosas no marcharon como se esperaban y, en poco más de seis meses, había empeorado, según le dijeron, él no quería poner de su parte, él solo quería morir, de haber permanecido en el Hogar, se habría muerto en tres meses. Y ella lo creía, cada vez estaba más demacrado, sin ganas. Solo por ella se mantenía vivo.
Diana se fue a la oficina del doctor Meneses.
―Señorita Ximénez, que bueno que pudo venir.
―Vengo a diario, doctor ―replicó ella.
―Sí, sí, lo sé, me refería a hablar conmigo.
―¿Cómo está mi abuelo? ¿Va a recuperar la conciencia alguna vez?
―De eso quería hablarle.
―¿Qué pasa?
―El tratamiento, en el caso de su abuelo, no rindió sus frutos, lo que resultó en su coma. Él no está presentando mejoría, es más, hoy no ha dado muestras de actividad cerebral.
―¿Eso qué significa?
―Si no hay señarles de actividad cerebral, mucho me temo que su abuelo está muerto.
―No ―lloró con desconsuelo―, eso no puede ser, ustedes dijeron…
―Dijimos que era experimental, no dijimos que iba a dar resultado. Además, como le hemos explicado, su abuelo no quería vivir, poco quiso cooperar con nosotros.
―Pero no dijo que se moriría.
―Eso es parte de su enfermedad, ¿cuánto más cree que habría durado allá afuera? En estos seis meses hemos hecho lo posible para ayudar a su abuelo.
―Lo sé, es solo que…
―La entiendo, señorita Ximénez, esperaremos hasta el lunes para asegurarnos de que no haya actividad cerebral, después de eso, tendremos que pensar en desconectar.
No contestó, sus lágrimas fueron una mejor respuesta.
―Yo de verdad lo lamento mucho.
―¿Y después de eso puedo llevarme a mi abuelo?
―No, según el contrato firmado, su cuerpo será entregado a la ciencia para investigación.
―¿Y si no quiero? ¿Y si quisiera llevármelo a casa?
―Tendría que cancelar todos los gastos médicos en los que se ha incurrido hasta ahora.
―Pero ¡ustedes lo mataron!
―Él habría muerto de igual modo, señorita, nosotros hicimos lo posible por salvarlo ―le explicó el doctor con calma.
―Lo sé ―admitió ella, sabía que no podía culparlos de algo de lo que no eran responsables.
Diana tenía sentimientos encontrados; por un lado, ellos habían experimentado con su abuelo y no consiguieron nada, pero por otro lado, hicieron lo posible por salvarlo; era su abuelo el que no quería vivir. Eso ella lo sabía de antes, sabía que si él se iba a ese hospital, no era porque quería una mejoría, era porque sabía que allí su nieta no tendría nada que cancelar y podría morir tranquilo de que ni siquiera tendría que pagar un funeral, su cuerpo sería donado a la ciencia.
―Señorita, debe pensar bien en lo que hará, si se lo lleva, se quedará con una deuda millonaria.
―No creo que me lo lleve ―aceptó con pesar.
―Bien. Como le dije, esto no será hoy, deben pasar unos días para tomar la decisión.
―Decisión que no pasa por mí.
―Lamentablemente no.
―Está bien. ¿Eso es todo?
―Sí, señorita.
―Buenas tardes, doctor.
La joven se levantó, le dio la mano al médico y se fue. Llegó al estacionamiento llorando. Se apoyó en el portamaletas, quería calmarse antes de subirse al automóvil, no quería manejar así. Tener un accidente no estaba en sus planes y ya ese día había tenido un casi choque por pensar en sus problemas, en un segundo accidente, tal vez no tuviera tanta suerte.
―¿Le pasó algo, señorita? ¿Alguien la lastimó? ―Un hombre de unos cincuenta y cinco años se acercó a ella con cautela, no sabía lo que le había ocurrido, pensó que la habían asaltado o algo así, aunque era un hospital, por lo general los familiares de un enfermo nunca estaban solos.―No, no. Estoy… Solo estoy triste.―¿Perdió a algún ser querido? ―Se acercó con más confianza.―Estoy a punto.―Lo siento.―Gracias.―De nada. ¿No tiene familia con quien compartir este momento?―No, solo somos mi abuelo y yo. Cometí un error y ahora lo estoy pagando.―¿Un error?―Perdón, no debería estarle contando esto.―No se preocupe, quiero saber. Debe desahogarse.―Es que lo traje para un experimento, él tenía demencia senil y alzh
Al día siguiente, Joaquín no llegó. En cierto modo, lo agradeció, tendría algunos minutos para pensar y relajarse antes de que llegaran los niños.―Buenos días, señorita Ximénez ―la saludó Baltazar .―Buenos días, señor, ¿tan temprano por acá? ―Ella se sorprendió y también se frustró, no podría ordenar sus ideas. ―Sí, llegué un poco después de usted, no quería correr el riesgo de que me abollara mi coche, dudo que tenga el dinero para pagar por el arreglo ―le dijo con algo de diversión.―Su patente vale lo que mi auto, así que sí, dudo que pudiera pagar ―contestó ella muy seria, él arrugó el ceño. ―Su niño no llegó. ―Miró la sala en derredor.―No, voy a llamar a la madre más tarde para s
El sábado, después de mucha indecisión, salió a casa de Hamilton Walsh, quedaba en el sector más exclusivo de la ciudad. En el portón la recibió un guardia quien le pidió sus documentos y le hizo un escaneo a la cara.―Puede pasar, debe seguir el camino de la derecha, no se desvíe ―le advirtió con seriedad.―Gracias.Avanzó despacio, no quería equivocarse de camino. Llegó a salvo a la casona, era una enorme mansión muy lujosa y moderna, con enormes ventanales y decorados pilares.Hamilton la esperaba con una gran sonrisa, estaba solo. Diana no sabía si él tenía esposa, no la mencionó en su conversación. Quizá, ella no estaba de acuerdo en casar a su hijo con una total desconocida. Diana pensó que, si era así, le haría un gran favor, ya se estaba arrepintiendo.―Hola, querida,
Diana abrió los ojos y la blanca luz la encandiló, lo que la obligó a cerrar los ojos otra vez. Escuchó que alguien le habló a lo lejos, pero no pudo responder. Volvió a negro.―Se volvió a dormir ―dijo el enfermero.―Menos mal, no debía despertar todavía.―¿Falta mucho?―No, unas cuantas puntadas más y estamos listos. Aquí me faltan dos puntos y ver la herida del brazo, que serán unos cinco.El enfermero miró a la chica que habían llevado, tenía múltiples heridas porque los vidrios del automóvil se incrustaron en su cuerpo y cara; tuvo un esguince en el tobillo y muñeca derechos, nada de gravedad, y una contusión en la cabeza, tendrían que hacerle unas imágenes para asegurarse de que no hubiera daño neurológico.Lo peor no era el cómo estaba física
Baltazar entró a la habitación y vio a Diana sentada, había terminado de comer.―Hola ―lo saludó ella con una sonrisa.―Hola ―respondió él algo confundido por su reacción―. Te ves mejor.―Eso creo. Parece que me faltaba dormir.―Así parece. ¿Has podido recordar?―No. La enfermera me dijo que tú eras mi novio.―Algo así.―¿Algo así? ¿Somos andantes?―Nos vamos a casar.―¡A casar!―Sí.―Perdón que no lo recuerde.―Te acuerdas del día en el que nos conocimos.―Y eso fue hace…―Tres días.―¡Tres! ¿Y en tres días decidimos casarnos?―Es algo un poco más complicado, pero tú no te preocupes, ya tendremos tiempo para hablar cuando estés mejor.―¿Tú sabes qué me p
Baltazar y Hamilton llegaron a la casa en completo silencio, cada uno embebido en sus propios pensamientos.―¿Estás dispuesto a casarte con ella? ―preguntó el padre tras servirse unos tragos mientras esperaban la comida.―Sí.―¿Por qué te enojaste tanto cuando la viste aquí?―Porque creí que era una cazafortunas más.―Pero ya la conocías y sabías que ella no era así.―Sí, pero sabes que uno nunca puede estar seguro.―¿Y ahora sí lo estás?―No, pero no la dejaré sola. La quisieron matar, ¿te das cuenta? Aunque se vaya del colegio, puede estar en riesgo; aunque yo despida a todos el lunes, será peor. Prefiero tenerla cerca y protegida. Además, no tiene a nadie más en el mundo. ¿Te imaginas nosotros no hubiésemos estado allí? Habría vivido todo
A las doce salieron de la clínica. Hamilton la llevó a su casa, pues Baltazar tenía una reunión y saldría a las dos.Entraron a la sala, ella recordó la discusión con Baltazar, la forma en que la trató. Hamilton se dio cuenta y la acercó más a su cuerpo, le estaba ayudando a caminar por la bota que debía usar.―Tranquila, todo estará bien.―Lo sé, tiene que ir mejor, ¿verdad?―Claro que sí, niña, tiene que ir mejor. Lo mereces.Ella se detuvo y lo miró.―¿De verdad que Baltazar ya no está enojado conmigo?―Por supuesto que no, él está muy arrepentido por haberse enojado contigo y haberte tratado tan mal.―Él tenía sus razones, creyó que yo quería su dinero.―Ya aclaré ese punto con él y lo entendió, tú no te
Hamilton llamó a Eliana para que acompañara a Diana a su habitación.―Ella será tu dama de compañía, Diana, todo lo que necesites, se lo pides a ella ―le explicó―, Eliana se quedará a tu lado todo el tiempo, siempre que quieras, de todas maneras, estará al pendiente de ti.―Gracias.Baltazar sonrió burlesco.―Está bien ―corrigió la chica.―Bueno, ahora debemos ir a trabajar. Nos vemos más tarde.Los dos hombres se despidieron de la chica con un beso en la mejilla y esperaron a que ella se fuera a su dormitorio.―¿Qué haremos con Francesca? Ella es capaz de cualquier cosa y estaba muy enojada ―le preguntó Baltazar a su padre.―Mientras esté aquí en la casa, estará segura, los guardaespaldas velarán por ella y, cuando tenga que salir, le pondremos un par de escoltas; no es la &u