El silencio en el interior del auto era tan espeso que casi podía palparse. Nunca antes Evan se había sentido incómodo con la ausencia de palabras, pero esta vez era diferente. La tensión entre él y Hayley se había hecho insoportable. Ambos permanecían inmóviles en sus respectivos asientos, como si cualquier movimiento pudiera romper la frágil barrera que los mantenía en una tregua silenciosa. Incluso Copito, que los acompañaba, lucía intranquilo, removiéndose constantemente en el asiento trasero, incapaz de encontrar una posición cómoda.Evan había esperado el momento adecuado para hablar, pero su inseguridad lo paralizaba. Cada vez que intentaba abrir la boca, algo dentro de él lo detenía, temeroso de una respuesta fría o, peor aún, de un rechazo absoluto. La castaña no le había dirigido una sola mirada desde que habían subido al auto. Parecía refugiada en la pantalla de su móvil, aunque él sabía que probablemente no estaba prestándole verdadera atención. Era evidente que lo ignorab
Mientras tanto, abajo, Evan apenas podía concentrarse en las conversaciones que se daban alrededor de la mesa. Los Sinclar hablaban con entusiasmo sobre las actividades del fin de semana, pero él solo podía pensar en Hayley. ¿Estaría dormida? Esperaba que no y así poder retomar la conversación que había quedado a medias. Su mente volvía una y otra vez a la expresión de indiferencia con la que ella lo había tratado desde que llegaron. Esa distancia lo torturaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Finalmente, cuando todos comenzaron a prepararse para cenar, se levantó con la excusa de buscarla. Subió las escaleras con pasos deliberados, intentando contener el revoltijo de emociones que lo invadía. Cuando llegó a la puerta de la habitación, tocó pero al no recibir respuesta la abrió con cuidado, procurando no hacer ruido. Lo que vio al entrar lo dejó inmóvil.Hayley estaba allí, dormida sobre la cama. Su cabello caía en ondas desordenadas alrededor de su rostro, y su pecho subía
La cena transcurrió en calma para todos, excepto para Hayley, quien no dejaba de sentir el peso de la mirada insistente del pelinegro. Los nervios habían hecho estragos en su apetito; por más deliciosa que hubiera estado la comida preparada por Eleonor y Loren, su estómago parecía haberse cerrado. Apenas había probado pequeñas raciones de los diversos platillos en la mesa, como si cualquier bocado pudiera atragantarse con las emociones que se agitaban en su interior.¿Cómo podía actuar con normalidad después de lo que Evan le había confesado? La respuesta era simple; no podía. Aunque la joven permanecía físicamente en el comedor, sentada junto a él, sus padres y los Sinclar, su mente navegaba en un torbellino de pensamientos y emociones. Las palabras de Evan resonaban en su cabeza, una y otra vez, como un eco imposible de silenciar. Aquella confesión la había tomado completamente desprevenida, más de lo que estaba dispuesta a admitir. Pero, junto a la sorpresa, también habían sensaci
Al cabo de un rato, ambos se dirigieron a la habitación que compartirían. Fue entonces cuando Hayley, como si hasta ese instante no hubiera reparado en ello, cayó en cuenta de que tendrían que dormir en la misma cama. Su cuerpo se tensó al verlo entrar tras ella, caminando con naturalidad hacia el armario para sacar lo que parecía ser su ropa de dormir; un pantalón de chándal y nada más.La idea de que Evan pudiera dormir sin camisa la invadió de golpe, causando que un calor repentino subiera por su cuello y coloreara sus mejillas. Trató de calmarse, recordándose que aquello era algo completamente normal. "No es la primera vez que lo ves sin camisa," se reprendió mentalmente. Sin embargo, su propio razonamiento no hizo más que intensificar su nerviosismo. La verdad era que jamás había estado en una situación tan íntima con un hombre, y mucho menos con alguien como Evan.Intentaba mantener la compostura, pero su cuerpo parecía no colaborar. Cada pensamiento provocaba que su respiració
Hayley no supo en qué momento el sueño la había vencido. A pesar de la incomodidad que le provocaba compartir la cama con Evan, el agotamiento había sido más fuerte. Su cuerpo, al relajarse, había cedido a la inconsciencia. Sin embargo, el descanso no duró mucho. Un calor extraño la despertó, haciéndola removerse entre las sábanas. Abrió los ojos lentamente, buscando deshacerse de la manta que la cubría, pero pronto se dio cuenta de que no era la cobija la que provocaba esa sensación sofocante. Era algo más. O, mejor dicho, alguien.Unos brazos firmes rodeaban su cintura, inmovilizándola. Desconcertada, intentó zafarse, pero el agarre se mantuvo firme. Con esfuerzo, logró girarse y, para su sorpresa, se encontró cara a cara con Evan. Él dormía plácidamente, ajeno al torbellino de emociones que su cercanía desataba en la joven. Sus cuerpos estaban tan próximos que podía sentir el calor de su piel mezclándose con el suyo, y su respiración, pausada y tranquila, rozaba su rostro como un l
El desayuno había quedado atrás y, tras un buen rato de conversaciones animadas, los Sinclar y los padres de Evan tomaron la decisión de salir al mar en el yate privado de la familia. El plan era sencillo pero emocionante; navegar hasta encontrar delfines y disfrutar del día soleado. La propuesta fue recibida con entusiasmo por todos, excepto por Hayley, quien sabía que el constante balanceo de las olas solía provocarle mareos inevitables. A pesar de sus reservas, no quiso arruinar la diversión del grupo y optó por acompañarlos.Cuando el yate zarpó, la joven no tardó en sentir los efectos del movimiento. Mientras los demás reían y admiraban el paisaje desde la cubierta, ella permaneció dentro de la cabina, luchando contra el malestar que la invadía. Sentada en el sofá, cerró los ojos e intentó concentrarse en respirar profundamente. Su estómago revuelto parecía tener voluntad propia, y el temor de llegar a vomitar allí mismo la mantenía en un estado constante de
—Creo que la barbacoa ya está lista. Iré a buscar el vino —anunció Loren, haciendo ademán de levantarse de la tumbona. Sin embargo, Hayley se apresuró a intervenir.—No se preocupe, yo puedo ir por usted. Dígame dónde está.Loren sonrió agradecida. —Eres un encanto, querida. Está en la segunda planta, a la derecha, en la bodega —dijo, pero antes de que pudiera terminar, se percató de la presencia del pelinegro, quien se acercaba al grupo—. Oh, Evan, cariño, hemos olvidado traer las bebidas. ¿Podrías acompañar a tu esposa a buscarlas? Están en la bodega.La mirada cómplice que Loren compartió con Eleonor no pasó desapercibida para ninguno de los dos. Hayley, quien había observado el intercambio silencioso entre ambas mujeres, sospechó que tramaban algo, pero prefirió no decir nada. En cambio, se limitó a asentir y comenzó a caminar hacia la casa, notando que Evan la seguía de cerca. Antes de entrar, se colocó una camisa ligera que cubría su bañado
Encerrados en la penumbra de la bodega, Evan y Hayley no pasaron demasiado tiempo antes de que los demás notaran su ausencia. Al abrir la puerta, Eleonor y Loren los recibieron con sonrisas maliciosas y ojos llenos de diversión. Era evidente que el encierro no había sido un accidente. Evan frunció el ceño, incrédulo. ¿Desde cuándo su madre era cómplice de tales travesuras? La miró con desaprobación, mientras Eleonor, fingiendo una completa inocencia, se encogía de hombros y ayudaba a Hayley a cargar el vino hacia la mesa.Los cuatro se dirigieron hacia la alberca, donde la comida ya estaba servida. Todos tomaron sus lugares en torno a la mesa, excepto Stephen, quien se había apartado para atender una llamada. Desde su sitio, Evan lo observó de reojo. Había algo en la postura de su padre, en la rigidez de sus hombros y la manera en que giraba la cabeza para lanzar miradas furtivas hacia la mesa, que lo inquietó profundamente.“¿Sería algún cliente mol