Mate del alfa negro

Las manos de Kara comenzaron a sudar. Seguía sin entender por qué la ira de ese hombre iba dirigida hacia ella. ¿Le había molestado que no quisiera su ayuda? ¿El alfa lo iba a castigar si no lograba complacerla? Kara se estrujó las manos con nerviosismo y en el estómago se le creó un nudo por el miedo que le generó la incertidumbre de haber actuado mal. Aunque no conocía las costumbres de la manada, le dio ansiedad que por su culpa otra persona fuera dañada.

—No sé qué te enviaron a hacer por mí, pero si es importante para ti, te doy permiso para que lo hagas —le dijo ella, con palabras atropelladas.

El hombre, de piel atezada, la miró con desdén, se rio con condescendencia y luego su rostro volvió a una expresión pétrea.

La preocupación de Kara aumentó, se preguntó si había malinterpretado al beta pensando que la estaban cuidando hasta que se recuperara. ¿Las intenciones del alfa con ella eran otras y por eso envió al hombre cruel que ahora la miraba con ojos fríos?

«¿Por qué no puedo apartar la mirada de sus ojos?» Se preguntaba Kara. Su instinto le pedía que huyera, pero su cuerpo no cooperaba. «Son hermosos y desprenden poder, pero no te invitan a perderte en ellos, te lo ordenan».

Kara no llegaba a entender cómo un empleado podía desprender esa aura poderosa. Si alguien de tan baja jerarquía daba esa impresión, ¿cómo sería estar frente al alfa? ¿A qué tipo de manada había llegado?

Ella estaba tan perdida en sus pensamientos que cuando el hombre comenzó a acercarse a ella, saltó sobre sus pies y dio un grito ahogado.

—¿Quieres ser servida o no? —La voz del hombre era tan amenazante como sus ojos.

—Y-yo… —Kara tartamudeó mientras daba su respuesta—, cumple las órdenes que te dieron y no hagas caso de mis palabras.

—¿Por qué crees que soy un empleado? —El hombre intimidante se detuvo y frunció el ceño mientras esperaba una respuesta. Su expresión amenazante cambió ligeramente a una de sorpresa.

—Eehh, porque… —Kara no quería ofenderlo con su respuesta. No quería parecer prejuiciosa como los miembros de su manada que la habían depreciado por verse diferente. 

—Ya veo —dijo él con sorna—, crees que solo sirvo para servir porque mi color de piel, ¿verdad?

—¡No! No he dicho eso.  —Las mejillas de Kara enrojecieron. Se sentía mortificada por hablar sin pensar antes lo que iba a decir.

—Pero lo pensaste —afirmó él, con tono severo.

—Tu alfa me trajo aquí y yo estaba inconsciente, no puedes culparme, no conozco nada de tu manada —Kara trató de defenderse a pesar de la vergüenza que sentía.

—¡Soy el alfa! —Bramó él.

La mente de Kara se quedó en blanco por unos segundos y cuando asimiló las palabras que acababa de escuchar, tragó en seco. No había herido el orgullo de cualquier miembro de la manada; resultaba que el ofendido era el mismísimo alfa. Cerró los ojos con fuerza, esperando que cuando los abriera, todo hubiera sido producto de la confusión con cada pérdida de consciencia que tuvo. Sin embargo, cuando los abrió, los dos hombres continuaban observándola: el beta con el rostro pálido por la escena que acababa de presenciar y el alfa con una postura cerrada y los dientes apretados, como si quisiera contener la ira que guardaba su cuerpo. Con miedo y para que vieran que estaba arrepentida de sus palabras, Kara quiso disculparse.

—Lo siento, no esperaba…

—¿No esperabas que el dueño del lobo blanco tuviera la piel oscura?

—Nunca…

El alfa no la dejó terminar de hablar.

—¿Nunca habías visto uno y por eso asumiste que era un simple sirviente? —inquirió él.

Ella no sabía qué decirle. Pensó que cualquier palabra que saliera de su boca sería malinterpretada.

—Nunca había visto uno —dijo Kara sin agregar más.

—¿Te molesta que alguien con mi tono de piel sea un alfa? —Inquirió Darius sin dejar pasar el insulto.

—No, no me molesta. Mi mente no está clara, sabes que estuve inconsciente.

—Pero… estuviste lo suficiente clara para llegar a pensar que era un sirviente.

—Alfa, ella… —el beta intentó interceder en su defensa, en los ojos de la mujer se notaba que el arrepentimiento y que las disculpas eran sinceras. Además, el olor del miedo que sentía podía olerlo desde donde estaba, pero tampoco lo dejaron terminar de hablar.

El alfa levantó una mano en una orden silenciosa. Luego una sonrisa maliciosa apareció en sus labios y cuando dejó escapar una risa maquiavélica que los hizo temblar.

Pero si Kara pensaba que lo había visto y escuchado todo, se equivocaba, porque las siguientes palabras del alfa la hicieron estremecer aún más.

—Entonces, te pondremos a prueba, veamos cómo reaccionas al color de nuestro cachorro.

—¿Cachorro? —preguntó Kara sin comprender.

—Sí, nuestro cachorro — respondió Darius—. Eres mi mate, ¿no lo sientes?

Kara no lo podía creer, su compañero era Rohan, ¿cómo podía ser verdad lo que este alfa le decía? Sentía el poder que emanaba de él, pero ¿una conexión especial como era ser compañeros destinados por la Diosa? Negó con la cabeza como respuesta.

—Lo sientes, como mismo lo siento yo. —Aseguró él.

—¿Por qué estás tan seguro? —inquirió ella.

—Como te dije, lo siento, tal vez no lo sientes tan fuerte como yo porque estás desorientada, pero te aseguro que eres mi mate —respondió el alfa.

Kara inclinó la cabeza y se quedó mirando el piso mientras se preguntaba qué iba a suceder a partir de ese momento. Se dio cuenta de que expresó su inquietud en voz alta cuando el alfa le respondió.

—Tendremos una ceremonia para sellar el vínculo. Después de eso, tu primera tarea será darme un heredero. —le informó Darius.

La boca de Kara cayó abierta y sus ojos se abrieron por el asombro. La sorpresa la dejó estupefacta por unos segundos, dejándola sin poder formular una palabra coherente. Luego sus mejillas se colorearon de rubor.

A Darius le pareció gracioso ver todas las emociones que pasaron por el rostro de la mujer. Ella se veía débil y avergonzada. Y cuando ella comenzó a abrir y a cerrar la boca sin emitir sonidos, habló antes de que ella lo hiciera.

—Tú también puedes pensar en lo que quieres conseguir de mí.

—¿Lo que yo quiero? —A Kara no le gustaba sentirse como una persona poco perspicaz, pero frente a este alfa estaba todo el tiempo desconcertada y abrumada.

—Sí, los dos podemos sacar provecho de este trato. No me parece justo que sea yo el único beneficiado. —le contestó él.

El sonrojo de Kara aumento, atrayendo al alfa que se acercó a ella y le acarició la mejilla con un dedo.

—Te aseguro que vas a disfrutar mientras practiquemos la reproducción de mi heredero.

Aunque parecía imposible, las mejillas de Kara enrojecieron aún más. Las palabras crudas del alfa la avergonzaron. Nadie, ni siquiera Rohan había sido tan directo con ella en el terreno sexual.

Una risa fuerte y satisfecha brotó de los labios de Darius. Cada reacción que lograba sacarle a la mujer le gustaba más y más. Casi podía asegurar que iba a convertirse en un adicto a ellas. Con una sonrisa que reflejaba aceptación, se alejó de ella y comenzó a caminar hacia la puerta. Con una actitud como si todo estuviera bajo su control, la abrió de par en par y se alejó sin mirar atrás.

Kara se quedó observando cómo se alejaba con una sensación de que había perdido el control total de su vida. Cuando el alfa se perdió de su vista, cerró los ojos con fuerza, pensando que todo era una pesadilla, pero cuando los abrió y seguía de pie dentro de una habitación desconocida, tonó una decisión.

«Lo que quiero es… la cabeza de un lobo poderoso».

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