★ Aria
No recordaba la mayoría de las cosas que hice la noche anterior. Mi mente estaba nublada por el alcohol y la confusión, y el dolor que sentía en la cabeza era tan intenso que deseaba poder desvanecerme en la oscuridad. Al abrir los ojos, me encontré en una cama ajena, y la figura del hombre a mi lado parecía una silueta borrosa en medio de la oscuridad. La cabeza me daba vueltas y el ardor en mi hombro me hacía sentir que había sido herida, pero no podía entender por qué no había marcas visibles. Me incorporé lentamente, tratando de no hacer ruido para no despertar al hombre que yacía a mi lado. El susurro de la tela y el roce de mis movimientos parecían ensordecedores en la tranquilidad del lugar. Sentía un dolor punzante en el hombro, una sensación que no podía relacionar con algo específico. La mordida que había sentido antes no dejaba de atormentarme, una sensación animal y salvaje, casi como el mordisco de Tobirama. Mi mente trataba de reconstruir la noche, pero los recuerdos permanecían en sombras, imprecisos y aterradores. —Debo irme —murmuré para mí misma, tratando de no hacer ruido. Miré alrededor, tratando de localizar mis prendas. No recordaba en qué momento me las había quitado o dónde las había dejado. Sentí una oleada de vergüenza y angustia. ¿Qué demonios había hecho? Finalmente encontré mi ropa esparcida por la habitación. Me vestí apresuradamente, mi cuerpo estaba dolorido por la falta de sueño y el cansancio. La sensación de haber estado con un completo desconocido me llenó de repulsión. Me sentía como si hubiese cometido un grave error, y la idea de haber entregado mi virginidad de esa manera me hacía sentir aún más miserable. Me preguntaba si el hombre que estaba a mi lado pensaría que era una estúpida ofrecida. No podía soportar la idea de que alguien pensara mal de mí, especialmente después de lo que había sucedido. Salí de la habitación con la mayor discreción posible. El sol ya estaba asomando en el horizonte, y la luz de la mañana me golpeó con una intensidad dolorosa. Mi piel parecía arder bajo el calor del sol, y mi temperatura corporal parecía elevarse aún más. Cada paso que daba me hacía sentir más débil, y la culpa y la desesperación me rodeaban como una niebla. En la calle, paré un taxi con esfuerzo. El conductor me miró con curiosidad, pero no dije mucho; solo le di la dirección a casa. El viaje en taxi se sintió interminable. Mi mente estaba llena de imágenes fragmentadas de la noche anterior, mezcladas con el dolor físico y emocional que no podía ignorar. Me preguntaba si lo que había experimentado era un sueño, una fantasía que se había tornado en una pesadilla. Cuando llegué a casa, Tobi, mi hermoso perro, no me recibió como de costumbre. Solía correr hacia mí, moviendo la cola con entusiasmo, pero en esta ocasión, me observó con una especie de distancia, como si notara algo extraño en mí. Mi corazón se hundió al ver que mi fiel compañero no estaba reaccionando como siempre. —Tobi... pequeño, ven con mamá —le dije con voz suave, intentando coaccionar su afecto. Pero él se acercó lentamente, me olfateó de manera desconcertante y luego se alejó, como si yo fuera un extraño. La indiferencia de Tobi solo aumentó mi sensación de soledad. —Tobi, cariño —insistí, pero él simplemente se tumbó en su cama, apartando la mirada. La tristeza que sentía se volvía casi insoportable. Me dirigí a la ducha con una urgencia desesperada. Necesitaba el agua fría para calmar mi piel ardiente y despejar mi mente, aunque sabía que no podía borrar lo que había pasado. Mientras el agua caía sobre mí, mi mente volvía a repasar la figura de ese hombre, el roce de su piel contra la mía, la forma en que me tocaba con una intensidad salvaje, casi posesiva. Recordaba el dolor cuando rompió mi barrera virginal, un dolor que parecía inhumano y desolador. Escuché un gemido que no parecía humano, un sonido que todavía resonaba en mi mente. No podía entender por qué había sentido que me mordían, pero al examinar mi hombro, no había señales de mordidas o marcas. Con el paso de los minutos, mi fiebre se intensificó. Miré mi reflejo en el espejo después de salir de la ducha; mis mejillas estaban rojas y mi piel parecía pálida y transpirada. La fiebre y el malestar físico me hacían sentir aún más desesperada. Estaba sola en casa, sin nadie que pudiera cuidar de mí o brindar apoyo. La soledad era una carga pesada sobre mis hombros. Ni siquiera Tobi podía ofrecerme consuelo en ese momento. En un intento por buscar ayuda, decidí llamar a Gloria y Vanessa, mis amadas amigas. Necesitaba que me compraran medicamentos, algo que aliviara el dolor y la fiebre que me consumían. Pero a pesar de varias llamadas, ninguna de las dos contestó. Mi frustración creció con cada tono de llamada que resonaba en el vacío. Me preguntaba si estaban ocupadas o si había algo más, ya que ellas no solían ignorarme, no hasta ahora. —¿Por qué no responden? —murmuré para mí misma, con desesperación y cansancio. La soledad se hacía más palpable, y el dolor en mi cuerpo parecía intensificarse con cada minuto que pasaba. Me tumbé en el sofá, tratando de encontrar una posición cómoda, pero el malestar no me daba tregua. Miraba el teléfono, esperando que una de mis amigas regresara la llamada, mientras la sensación de fiebre y dolor persistía. La ansiedad crecía, y el hecho de estar sola solo agravaba mi malestar. Me sumí en pensamientos oscuros y desalentadores. La noche anterior parecía un rompecabezas incompleto, y cada pieza que intentaba encajar solo traía más confusión y angustia. Sentía que había perdido algo crucial, algo que no podía recuperar. La imagen del hombre a mi lado y las sensaciones que experimenté se mezclaban en emociones conflictivas. Finalmente, cuando la desesperación parecía alcanzar su punto máximo, un mensaje de texto llegó a mi teléfono. Era de Gloria, quien se disculpaba por no haber respondido antes. Había estado en una reunión y no pudo contestar. Me ofreció su ayuda y prometió ir a comprarme lo que necesitaba. Aliviada, le agradecí y le proporcioné una lista de medicamentos que podrían aliviar mi fiebre y dolor. Mientras esperaba su llegada, me recosté en el sofá, tratando de relajarme y dejar que el tiempo pasara. La espera fue larga, y cada minuto parecía extenderse infinitamente. Miraba el reloj y deseaba que el tiempo se moviera más rápido. Finalmente, Gloria llegó con una bolsa llena de medicamentos y una botella de agua. Su presencia era un rayo de esperanza en medio de mi desesperación. —Siento mucho que estés pasando por esto, Aria —dijo Gloria con preocupación y empatía mientras me entregaba la bolsa. —Gracias, Gloria. No sé qué habría hecho sin ti —respondí, sintiendo un leve alivio al ver a una amiga en quien podía confiar. Tomé los medicamentos con gratitud y me recosté en la cama. Gloria se quedó un rato, hablando conmigo y tratando de distraerme de mis pensamientos tormentosos. Su apoyo era reconfortante, y aunque el dolor no desaparecía por completo, sentía que estaba un poco más cerca de encontrar una solución a mi malestar. Cuando finalmente Gloria se fue, me sentí un poco más tranquila, aunque el malestar persistía. La noche se acercaba nuevamente, y me encontraba sumida en la misma confusión y dolor de la mañana. Sin embargo, había algo reconfortante en saber que no estaba completamente sola, al menos por ahora. Con el paso de las horas, me encontraba recostada tratando de encontrar algo de paz en medio del tumulto emocional y físico que experimentaba. La fiebre seguía siendo un problema. Sin embargo, mientras la noche caía, seguía preguntándome qué había ocurrido realmente y cómo podría enfrentar las consecuencias de lo que había sucedido. Finalmente, me di cuenta de que no había mucho más que pudiera hacer en ese momento. La espera para ver si las cosas mejorarían se hacía interminable. Miré el teléfono una vez más, esperando algún mensaje de Vanessa o algún signo de que las cosas podían mejorar, pero la pantalla permaneció en silencio. La fiebre me venció y me quedé dormida. En mis sueños, veía la figura de ese hombre como si me llamara, pero no podía verlo claramente. Ni siquiera me atreví a averiguar con quién había pasado la noche anterior; no quería ni imaginarlo. Sin embargo, era extraño: mi cuerpo ardía y parecía que deseaba estar cerca de ese hombre, incluso en mis sueños. Podía sentir en mi piel el calor de sus caricias y oír cómo me llamaba. «Aria», escuché mi nombre en un susurro y me desperté, pero no había nadie allí. Giré la cabeza hacia la ventana, y mi vista se perdió en una enorme luna llena y roja que brillaba en el cielo. Me quedé observándola por un momento hasta que el cansancio me venció una vez más.★Damien.Mi mundo estaba al borde del colapso, y el peso de las leyes de mi manada me oprimía. La desaparición de Aria Walker no solo era una preocupación personal, sino una amenaza a nuestra existencia. Las reglas eran claras: cualquier humano que conociera la verdad sobre los lobos debía ser eliminado o, en su defecto, convertirse en nuestra esclava si llevaba nuestra marca. Aria, con su cuerpo impregnado con mi olor, se había convertido en un enigma que debía resolver antes de que el consejo descubriera su existencia.La luna llena brillaba en el cielo, reflejándose en los cristales de mi oficina, dándole un aire gélido. Nikolai, mi mano derecha en la empresa y el único en quien confiaba fuera de mi mundo de alfa, estaba frente a mí, con una expresión de seriedad que solo él podía mostrar.—Señor —dijo Nikolai con tono formal pero cargado de preocupación—, he estado investigando a Aria Walker, pero la información es escasa.Mi paciencia se agotaba. La situación era crítica y no pod
★ Aria WalkerNo podía creer lo que había escuchado. Esa noche en la fiesta había sido una trampa. Mis mejores amigas, Vanessa y Gloria, me habían vendido. Me quedé paralizada al enterarme de la verdad, sintiendo cómo la traición me aplastaba el corazón. La rabia y el dolor se mezclaban en mi interior, formando un nudo que me ahogaba. Decidí enfrentarlas en la universidad, necesitaba saber por qué lo habían hecho.—¿Por qué me hicieron esto? —pregunté con la voz temblorosa mientras las miraba a los ojos.Vanessa se rió, una risa cruel que me hizo estremecer.—Porque fue fácil, Aria. Siempre has sido tan ingenua. Solo pensamos en divertirnos un poco.Gloria añadió con una sonrisa burlona.—¿De verdad pensaste que éramos amigas? Eras solo un peón en nuestro juego.Sentí cómo las lágrimas comenzaban a formarse, pero me negué a dejarlas caer. No les daría esa satisfacción. Miré a mi alrededor, viendo cómo los demás estudiantes comenzaban a murmurar y a señalarme. Sabía que no me quedaba o
La búsqueda de esa mujer se intensificó con una desesperación abrumadora. Mis lobos rastreadores, entrenados en el arte de seguir el rastro más débil, se desplegaron por el territorio siguiendo las indicaciones que les había dado. Sin embargo, nunca les mencioné que la mujer que buscábamos era humana, un detalle que, en mi desesperación, consideré irrelevante en ese momento. La obsesión por encontrarla se apoderaba de cada pensamiento y acción, convirtiéndose en una carga constante sobre mis hombros. La marca interna que había dejado en ella me otorgaba un sentimiento de posesión que me atormentaba y me mantenía en un estado de búsqueda incesante.Después de días de un rastreo infructuoso, los lobos regresaron con la cola entre las patas, una imagen que reflejaba mi creciente desolación. No habían encontrado ni rastro de ella. Habían buscado entre las manadas, pero sus esfuerzos resultaron en vano. Con el tiempo, la resignación comenzó a hacer mella en mí. La realidad de que tal vez
Varios años habían pasado desde aquel oscuro episodio. Ahora, me encontraba nuevamente en el epicentro del poder, reflexionando sobre los murmullos de aquellos que se debatían si mi vínculo con la luna aún persistía. A pesar del tiempo, yo seguía siendo capaz de transformarme a voluntad, sin sacrificar mi humanidad.Lo que pensaran los demás me era indiferente. La opinión del consejo, de sus mentes cerradas y temerosas, no tenía cabida en mi mundo.Estaba en mi oficina, contemplando la ciudad a través del enorme ventanal. La gente iba y venía, insignificantes en comparación con el vasto y oculto mundo mágico que coexistía a su alrededor. Un mundo donde la sangre y el poder eran la verdadera moneda, donde el más fuerte gobernaba. Y en ese reino, yo era el indiscutible rey.Cerré los ojos, inclinándome en mi asiento, permitiendo que el silencio me envolviera. Fue entonces cuando escuché la puerta abrirse. No necesitaba girar para saber quién era; su aroma me lo decía todo. Luna estaba a
Al llegar a casa, me di cuenta de que la prioridad era preparar mi currículum para enviarlo a la empresa.Mi mente estaba abrumada por las posibilidades y las dudas, pero me concentré en perfeccionar mi documento. Con la luz de la tarde filtrándose a través de la ventana, el bullicio de la ciudad parecía una melodía lejana mientras tecleaba.Al enviar el currículum, sentí un pequeño alivio, como si hubiera lanzado un anhelo al viento, esperando que llegara a un buen destino.Luego, me dirigí a la cocina para prepararme algo delicioso para comer. Mientras removía la pasta y cortaba vegetales con una precisión casi quirúrgica, me di cuenta de que, de alguna manera, cocinar era mi terapia. La cocina se convirtió en mi santuario en medio de la tormenta que estaba viviendo.—Sabes, Tobirama, si te gustara ayudarme con las tareas de la casa, tal vez estaría menos estresada —murmuré mientras le daba de comer a mi fiel perro.Tobirama era un bulldog con cara de pocos amigos, me miraba con ind
★ Damien.El consejo se había reunido en el corazón del bosque, un claro rodeado de árboles centenarios cuyas ramas se entrelazaban, filtrando la luz de la luna en haces plateados. No había tenido tiempo de asistir a mi oficina, pero no me preocupaba; sabía que mi beta, Nikolai, se encargaría de todo con eficiencia. El tema de la reunión era una preocupación que los ancianos del consejo tenían desde hacía tiempo: querían que tomara una pareja y procreara. La acalorada discusión giraba en torno a mí, era el foco de todas las miradas y comentarios.—No puedo creer que aún la diosa luna no te haya asignado una pareja y estés como si nada —murmuró uno de los ancianos, cargado de incredulidad.—Si es para que la maldición de la luna llena ya hubiera reclamado tu lobo interno, es impresionante —agregó otro, sacudiendo la cabeza.—Quizá la luna tiene compasión de su alfa —susurró una anciana con voz temblorosa, mientras se ajustaba su capa de lana.—Lo hemos decidido —intervino la anciana c
★ Aria.Me levanté por los ladridos de mi perro Tobirama, que comenzaba a rasguñar la puerta como si quisiera salir de casa. Nunca lo había visto tan desesperado.—Tobi, cariño, ¿qué te pasa? —pronuncié acercándome a él, pero no paraba de ladrar y chillar a la puerta.Tomé el pomo de la puerta y la giré. Entonces mi amado cachorrito salió corriendo en sus cuatro patas.—¡Tobi! —grité a gran voz. —¡Tobi!Salí corriendo mientras una pantufla se me caía al momento de salir. Demonios, estaba descalza y Tobi no paraba de correr.—¡Tobi!Corría como loca detrás de él. Tobi corría entre las calles hasta que terminó en un callejón oscuro y mi corazón se aceleró. No quería entrar en ese callejón; tenía miedo, estaba muy oscuro, pero tenía que rescatar a ese perro mal agradecido.—Cariño —mencioné y entré en el callejón.Mientras me adentraba, mi vista se posó en la figura de un hombre que cargaba a mi traidor canino en sus brazos. Era extraño; Tobi ya no se iba con extraños.—Disculpe, ese es
No fue hasta el tercer día que recibí una llamada de las Empresas Volkov.—¿Sí? —respondí, tratando de ajustar el moño deshecho en mi cabeza mientras veía el último episodio de mi novela de Telesa en la pantalla del televisor. El sonido de la serie se mezclaba con mi ansiedad, y el brillo del televisor me hacía parpadear.—Señorita Walker, habla Nikolai del área administrativa de las Empresas Volkov. Le informo que ha sido seleccionada para el puesto. ¿Cuándo podría presentarse? —dijo una voz profunda y grave al otro lado de la línea, que transmitía un tono de formalidad intransigente.Me tambaleé ligeramente al escuchar la noticia, sintiendo que el corazón me latía con fuerza en el pecho. Casi se me cae el teléfono de la mano.—En un mes —tartamudeé, sin darme cuenta de la incoherencia de mi respuesta.—Señorita, ¿por qué esperaría un mes para empezar? Si ya no está interesada en el puesto de asistente, por favor, hágamelo saber y hablaré con mi jefe para buscar a otra persona —dijo