Capítulo 1

Suspiró y comenzó a caminar hacia la sala de espera. Aquel médico de apellido Spencer, era conocido por ser bastante frío y cruel a la hora de dar un diagnóstico, ni siquiera se dignó a protestar la presencia de todo aquel gentío, sino que los ignoro hasta que llego a la sala de espera. Solo cuando él hizo acto de presencia, el esposo de la joven madre, alzó la vista hacia él. Emily no pudo contemplar el rostro del doctor, pero sí logro notar la expresión del joven padre.

—¿Sucede algo, doctor?— cuestiono el hombre con una voz bastante gruesa y varonil, justo el tono indicado para derretir las bragas de una mujer con un susurro.

El médico asintió con la cabeza, algo decepcionado, pero Emily no pudo ver si lo hacía por haber perdido a la paciente o simplemente por ser él, quien le diera la mala noticia de su esposa, era lo más obvio.

—Su esposa tenía un mal congénito— intentó explicar el médico cirujano— creemos que ella no sabia nada al respecto sobre su condición ya qué, nunca menciono que tuviese alguna complicación médica, aunque hicimos algunas pruebas de rutina, estas pruebas no demuestran con exactitud cuál era su problema.

—¿Era?— cuestiono el joven padre dándose cuenta del cómo se referían a su esposa— ¿Dónde esta ella? ¿Se encuentra bien? ¿Y el bebé?

El doctor volvió a ladear la cabeza.

—Señor Lennox, lamento informarle que su esposa ha fallecido por complicaciones cardiacas de nacimiento— respondió el médico mostrándose, casi genuinamente abrumado y después de darle aquella noticia a un hombre tan extravagante y seguramente importante, no era para menos, comúnmente no llegaban a ese hospital personas tan importantes o influyentes como ese hombre parecía serlo— mis condolencias y pronta resignación para su familia.

El doctor se alejó del hombro por protocolo, era bastante alto, tal vez media un metro con ochenta centímetros o entre el metro con setenta y cinco, Emily no estaba del todo segura, pero la reacción no fue la que todo el mundo esperaba.

El joven padre había desviado la mirada y luego había dejado escapar un suspiro doloroso, para después volver a su asiento como si nada hubiese pasado, como si su esposa no fuese más que un pedazo de carne con el que podía jugar. Emily sintió rabia al imaginar que aquella mujer que tenía el mismo rostro que ella, había sufrido a manos de ese menudo idiota que no se preocupaba por la mujer que había dado su vida para darle la oportunidad a su hijo, era un mal agradecido.

El doctor se volvió y camino de vuelta, solo entonces, Emily y sus compañeras, tuvieron que dispersarse para no llamar su atención y ser regañadas, aunque claramente Emily no iba a salvarse no solo de un regaño sino también de un buen castigo.

Emily le echo de nuevo un vistazo al hombre que había quedado viudo, esta vez se había acercado un poco más. El maldito bastardo sin corazón era muy atractivo. De espalda ancha y cintura delgada, se notaba que hacía bastante ejercicio, cabello bien peinado y claro un rostro casi tallado por los mismos ángeles o debería decir, demonios.

El hombre parecía ligeramente afectado, pero no es que estuviera llorando o estuviese sufriendo interiormente, sino que parecía que estaba enfadado que su esposa hubiese fallecido. Aquello era sumamente extraño.

Emily estaba molesta por lo que sus ojos contemplaban, pero también sentía mucha curiosidad de saber quién era esa chica y porque compartían el mismo rostro. No podía ser una coincidencia, A menos que ambas compartieran algún pariente, quizás algún abuelo, eso fue lo que pensó, que tal vez alguno de sus abuelos había tenido una vida sexual muy activa como para dejar semillas en otros sitios, eso podía explicarlo, aunque incluso la idea le parecía extraña.

En vez de quitarse el uniforme quirúrgico, decidió ir a averiguar en ese momento quién era aquella joven. Llego a la estación de enfermeras donde estaba su mejor amiga Hilda, una enfermera muy experimentada y quien le había dado muchos consejos desde su primer día como residente del aquel hospital.

—¡Hilda!— la tomo de la mano sin previo aviso y se la llevo lejos, justo a un pasillo oscuro donde no estaba transitando nadie.

—¿Qué sucede contigo?— le recrimino su amiga, pues no era propio de ella, Emily no solía actuar así por muy alterada que estuviera.

—Necesito el expediente de un paciente—dijo Emily acorralándola sobre la pared. Hilda frunció el ceño y enseguida negó con la cabeza.

—¿Acaso te volviste loca?—protesto en un murmullo para que los demás empleados no se volvieran hacia ellas por mera curiosidad— sabes que no puedo dártelos a menos que estés autorizada.

—Lo sé, lo sé, lo sé, pero esto en realidad es una emergencia— le suplico e incluso junto a sus manos como muestra de ello.

—¿Para qué lo necesitas?—cuestiono Hilda ahora más interesada en saber qué haría con él, su amiga se notaba claramente desesperada.

—No me lo vas a creer— comenzó Emily tratando de explicar qué había sucedido— la paciente que llego por una cesárea de emergencia acaba de fallecer.

Hilda negó con la cabeza e incluso se santiguó al recibir aquella fatal noticia, pero no era algo que no hubiese visto o escuchado antes, en el hospital eran muy común recibir ese tipo de noticias.

—Esas cosas suelen pasar— respondió Hilda aceptando la muerte prematura de aquella joven madre.

—¿La viste?— insistió Emily— ¿Viste su rostro?

—No— respondió Hilda haciendo memoria— la verdad es que no la vi, pero su expediente decía que tenía veintiocho años, era una mujer bastante joven.

—¿Veintiocho?— cuestiono Emily mostrándose algo desconcertada— ¿Tenemos la misma edad?

—Extraña coincidencia ¿No?— expreso Hilda rodeando a Emily aprovechando ese lapso de distracción para volver a su puesto— ¿Me vas a decir por qué necesitas ver el expediente de la paciente?

Cuando reacciono, Hilda ya se encontraba a dos metros de ella, ya no podía traerla de nuevo, porque habían llegado más personas al puesto de enfermeras, así que Emily camino hasta el puesto de Hilda y se sentó a su lado.

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