Malak La segunda esposa
Malak La segunda esposa
Por: La Pluma
Prólogo

—Malak, Malak… Despierta… ¡Malak!

Su cuerpo no reaccionaba, ella caía en espirales de oscuridad donde voces se conjugaban en su mente. La voz de un hombre molesto que le decía.

—Si te vas, te echo al viento, mujer.

—Prefiero al viento de marido que a usted—respondía ella molesta.

—Altanera… No te llevarás nada de aquí—dijo molesto arranchándole la maleta de las joyas.

—No quiero nada, despreocúpese…

La voz de una mujer que decía.

—Malak no puedo tener hijos—vio su asombro—es un lamentable problema para mi esposo y para mí, es por eso que… Te elegí para que seas la madre de ese niño.

No podía abrir los ojos, los sentía pesados y a su mente otra voz densa, llena de malicia que le decía al oído.

—Eres una bella tentación y voy a enseñarte algunas cosas, Malak, cosas malas y sabrosas.

Ella meneaba su cabeza y sentía que lo hacía en cámara lenta.

—Han… Hanza…

—Él no puede protegerte ahora… Estás en mi poder.

Voces que se mezclaban y la aturdían.

—No sé si una nadhl, tenga palabra.

—¡Eres una nadhl!

—¡No soy una bastarda!—gritaba ella.

—¡Nadhl!—le gritaban los niños de la escuela.

—¡No soy una bastarda!

Su corazón se agitaba y el doctor que intentaba estabilizarla les dijo a los presentes.

—Fue fuertemente drogada y posiblemente abusada.

El rostro del marido de Malak se desdibujó y a su lado, su esposa, Laila le dijo.

—No puede ser… Malak—sollozó—Malak despierta, despierta Malak ¡Malak, te ordeno que despiertes ahora!

Ella abrió los ojos y estaba en su vieja casa, donde todo comenzó.

                                                                          M  A  L  A  K

                                                                      La segunda Esposa

                                                                              Parte 1

“¡Malak!”—gritaba su madre desde la ventana “Malak, ven pronto nos están desalojando”.

—¡No, eso no puede ser!—corrió rauda.

Entonces se topó con el casero tirando junto a su hermano Ikal sus cosas a la calle.

—¡Deténgase por favor!—le quitó la mesita de noche de las manos—¿Por qué hacen esto?

Intentaba detener al señor Busy.

—El señor Busy quiere su dinero—dijo él—si Busy quiere, Busy lo recupera.

—Por favor, hoy me pagan y… Señor Busy, le voy a dar su dinero—dijo ella.

El tipo era un hombre de negocios y se movía por dinero.

—Mira Malak, he esperado dos meses por ese dinero y no llega—dijo molesto—Busy ya no espera más, no es santo para esperar milagros.

—Hoy… Hoy llegará, acabo de hacer un vestido y es muy caro y me van a  pagar se lo prometo.

El sujeto dijo entonces molesto:

—No sé si una nadhl, tenga palabra.

Dina, madre de Malak, dijo molesta:

—Mi hija no es una bastarda, es mi hija y si dice algo ello lo hará.

Busy aceptó de mala gana y Dina se tiró a llorar y mirando a su hija desesperada dijo.

—Malak, lo siento hija, lo siento tanto.

—Saldremos adelante… Es como dices, pasará algo especial y todo será diferente, tengo fe.

Ella intentó sonreír, pero las cosas iban de mal en peor. Dina siempre fue una mujer fantasiosa y soñadora, le encantaba ver novelas y creer en cuentos de hadas y cuando conoció a ese sujeto Frank Muller, sintió que todos sus sueños se volverían realidad. Se olvidó que ser una madre soltera en Fez era un delito, su familia la lanzó al viento y ella con costes tuvo a su hija, Malak.

Era bella Malak, con clase; su hija tenía porte de reina, alta, de rostro llamativo, piel blanca y una sonrisa cautivadora; pero, era una segregada de la sociedad y eso tal vez no cambiaría o… Podría suceder un milagro.

Laila no puede concebir

Las fiestas de los señores poderosos duraban días, había mucho vino, música, danzarinas para alegrar los ojos con sus sensuales movimientos. Comida en abundancia y ostentación, eran un clan muy unido y muy poderoso de los desiertos. Se podían ver las diferentes tiendas y las fogatas encendidas, se escuchaba el bullicio y la algarabía que esas reuniones solían tener.

Laila Nafel, una dama de sociedad, estaba lista para el campamento, tenían en su tienda todo lo necesario para pasarla muy bien, ella estaba recostada en medio de almohadones pensando en por qué su vientre no retenía a sus bebes, había perdido cinco y cada vez era más doloroso. Hanza, su esposo, entró muy alegre y al verla se acercó.

—Bella flor, no quiero que estés sola.

—Entonces quédate conmigo—lo jalaba a ella—podemos intentarlo otra vez.

Él se puso incómodo ante su pedido y le dijo a su bella mujer.

—Laila, no quiero más intentos.

—Hanza, inicié un nuevo tratamiento, puede ser que pronto podamos tener un hijo en nuestros brazos.

—Olvídalo Laila, no quiero verte llorar de nuevo, tú eres mi mujer, te amo y si el Creador me quiso sin descendencia, sabrá por qué.

—¿Y dejarle todo a mesa puesta a Amed, tu hermano?

—No compito contra Amed, nada más cuido de ti y de tú siques; sé que cada vez es más triste todo y para mí lo es más—se levantó molesto y le confesó—son vidas que nunca despuntarán en hombres, eso me duele y no soportaré pasar por eso de nuevo.

Ella sollozó porque era cierto. El último bebe murió a los siete meses, fue terrible para ella; sin embargo, Hanza sufrió más porque era un varón, un hijo que no pudo tener entre sus brazos y que tuvo que dejarlo ir en un doloroso luto.

Escuchó la música y las voces animadas y le dijo a su mujer.

—Vamos a disfrutar de la fiesta, celebremos estos tiempos de unión entre todos.

A regañadientes tuvo que ir y tratar de aparentar felicidad y fortaleza, veía a las bellas danzarinas hacer su trabajo moviendo sus bondades ante los ojos de todos y ella seguía pensando que Hanza debía tener un heredero, de alguna forma debía lograrlo.

Una de las empleadas de los Ansar se le acercó con un poco de vino.

—El vino alegra el alma—le servía.

—Mi alma vive de luto…—dijo triste.

—Pues aleja tu tristeza, para todo hay solución.

Laila la miró desconcertada y la mujer le explicó.

—Las leyes son claras, cuando una esposa no puede concebir, el esposo debe tomar una segunda mujer.

Los ojos de Laila se abrieron enormemente y se levantó impactada.

—¡Otra mujer para Hanza!

—Si desea que el joven Hanza sea el líder del clan reflexione en eso.

Laila no concebía compartir a su marido y Reba pareció leerle la mente y le dijo sutilmente.

—No tiene que elegirla el señor Hanza, usted puede elegirla si gusta.

—Compartir a mi esposo… Nunca—fue rotunda en sus palabras.

—Entonces el fin del clan Ansar está trazado con Amed liderándolo todo, no quedará nada. 

Laila quedó pensativa y mientras más cavilaba en esa posibilidad su corazón se contraía; sin embargo, si ella no tomaba las riendas del asunto, otros lo harían por ella y entonces sí saldría perdiendo a su marido para siempre.

Tonteando con la idea

Después de las fiestas de las Arenas.

 Laila estaba en la mansión que tenía junto a su esposo en la ciudad de las mil puertas, con una vista gloriosa hacia el desierto, ella rumiaba sus penas y de repente Reba, la empleada, entró con un servicio para ella.

—Es té de hierbas para que se tranquilice.

—No puedo estar tranquila, no con lo que me dijiste—se levantó molesta—otra esposa para Hanza, ¿eso dijiste?

Reba fue sincera, había criado a Hanza desde niño y sabía todo de él y de su madre biológica.

—Escuché a los señores poderosos hablar de ese asunto.

Laila se cogió el rostro y repetía.

—Lo sabía, lo sabía.

—Hanza necesita descendencia y otra esposa podría darle esa oportunidad.

—¿Y ellos elegirían a la esposa?

—Un hombre elige lo que ve—dijo Reba sirviendo las hiervas—y solo ve rostro, pero una mujer ve más allá…

Laila miró a la mujer y le preguntó.

—¿Qué quieres decir?

—Una mujer escoge lo mejor para su esposo, porque lo conoce bien y nadie conoce al señor Hanza mejor que usted.

Le parecía inconcebible lo que esa mujer le decía.

—¿Quieres que yo escoja la mujer para Hanza?

—Usted lo dijo, no yo.

Laila dio varias vueltas y le dijo resuelta.

—No hay una mujer en la que confíe para eso.

—Mujeres hay y muchas, cientos dispuestas hasta ser concubinas de hombres poderosos, esas muchas no las escoge la esposa, si no el esposo y lo hace por carne, no por amor.

—No existe otra mujer que ame a Hanza como yo lo amo.

—Es mejor escoger una misma y cerciorarse que otro te dé escogiendo arpías.

Tenía razón, pero la idea de compartir a su esposo se le hacía demencial. Haría un último intento por concebir un hijo de su amado esposo. Alla tenía que escucharla alguna vez en su vida.

Laila era observada por el doctor en esos momentos y este le decía.

—Lo siento Laila, el bebe murió.

Fue un golpe terrible para ella que lloró a mares y otro tanto para Hanza que le dolió perder a su hijo. Y ese era el principio de un periplo por conseguir la tan ansiada paternidad.

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