Dos semanas más tarde, Aiko se alegró de que llegara el fin de semana para quedarse en la casa nueva y organizar su habitación. Estaba arrastrando una pequeña silla cuando escuchó un grito detrás de ella. —¡¿Qué demonios estás haciendo?! Ella se echó la mano al pecho, se giró y miró boquiabierta al origen de aquel grito. —En serio, Hiroshi, me has asustado. Pero él no se rió, sino que frunció el ceño y la miró enfadado, como si ella acabara de cometer un crimen. —¿Qué estás haciendo?- repitió, y Aiko se enderezó, sintiéndose confusa. —¿Que qué estoy haciendo? —Estás arrastrando una silla de roble. Estás haciendo un esfuerzo físico innecesario cuando guste inseminada ayer.— Masculló él. Y ella comprendió lo que ocurría se golpe, aunque le sorprendió la furia que se reflejaba en sus ojos. Ahora que estaba más cerca, se dio cuenta de que no bromeaba y de que no estaba de humor para tonterías. — necesito poner unas cosas encima del armario y no alcanzo... —Pues te compro un puñeter
Desde aquel ángulo, la simetría de su rostro femenino resultaba abrumadoramente delicada y hermosa, con la pequeña nariz, los enormes ojos café y los rosados labios suplicando ser besados. El buen humor de Hiroshi se desvaneció y la observó, notando que ella evitaba su mirada. «Lo sabía » Había sentido como ella lo había acariciando con la mirada, no había imaginado su hambre desenfrenada y su curiosidad por él, pero esos eran sentimientos que no tenían cabida allí. De igual forma que su creciente atracción por ella tampoco era apropiada. Debía combatirla e ignorar lo que le estaba sucediendo. — Muñequita, lo último que quiero es hacerte sentir incómoda. Aiko abrió la boca para decir "no te estaba observando", pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta. No podía mentir, ni siquiera para salvar su orgullo. —Estaremos juntos al menos unos meses más, ¿verdad? Voy a estar en casa. Tú estarás aquí. Y pasaremos tiempo juntos. Tenía la esperanza de que hubieran problemas
Aiko apartó el vaso de jugo tan pronto como la empleada lo puso delante de ella, y se cubrió la boca, alejándose a toda prisa de la mesa del comedor en dirección al dormitorio de invitados. Hiroshi la siguió y la encontró arrodillada en el suelo del cuarto de baño y vomitando en el inodoro. Se agachó junto a ella de inmediato, sujetándole el cabello y acariciándole la espalda. — ¿Qué sucede, te has puesto enferma? Ella negó con la cabeza, poniéndose en pie para lavarse la boca. —¿Puedes abstenerte de seguirme al baño la próxima vez? Me haces sentir terriblemente tonta. —Estoy preocupado por ti. Ella se dio la vuelta, enojada, pero se detuvo al ver su expresión. Era evidente que él estaba preocupado, tenía el ceño fruncido y una vena palpitaba en su sien. —Perdona. No me gusta que me vean así. No hace falta que estés aquí. —Sí que hace falta. Eres mi husped y esta es mi casa. Tu salud es importante para mí. ¿Qué te sucede? Aiko gimió, alejándose de él. — Algo de lo que comí debió
Estaba loco por aquella mujer. Era un cínico, un asesino y un mafioso hijo de puta, pero tenía que reconocerlo. Ella le encantaba. La tenía allí, sentada sobre sus rodillas, y la deseaba con una ferocidad tormentosa. Además, sabía que ella también le deseaba a él. El beso no era un remolino de deseo oscuro y pasional , como lo hubiera querido, era una danza delicada, suave y dulce de sus labios sobre los de ella y lo estaba poniendo impaciente. Sus dedos se deslizaron lentamente por la espalda de ella, recorriéndola y acariciándola con una lentitud enloquecedora. Para su sorpresa, Aiko no se apartó. Sino que se acercó más de forma instintiva, suspirando bajo sus caricias. En un instante, ella liberó un sollozo ahogado, tomando la iniciativa y cambiando de posición, sentándose sobre él a ahorcajadas. Sus pequeñas manos aferradas a su nuca le hicieron imaginarse otros momentos, otros escenarios y posiciones que avivaron sus ganas. Tenía los femeninos senos de ella aplastados con
— Acuéstate con las piernas en alto. Aiko arrugó el entrecejo. — Perdón, no comprendo... — Para que no se derrame mi semen, acuéstate con piernas en alto.— repitió Hiroshi. Y la burbuja de placer en que se había encontrado Aiko explotó estrepitosamente. « Eres una tonta.» Se regañó internamente. Era obvio que para Hiro lo que acababa de suceder no había sido tan especial como para ella. ¿Qué hombre enamorado terminaba dentro de su mujer y le ordenaba una cosa así? «Precisamente» Se burló su subconsciente. « Él no es un hombre enamorado, solo es el hombre que te pagará por tener a su bebé» Despacio, Aiko se recostó sobre el sofá, posicionando sus piernas en alto. Hiro miró su reloj y se acomodó el cinturón de su pantalón. —Me voy arriba. Tengo que hacer unas llamadas— anunció, girándose sobre sus talones y dirigiéndose al umbral antes de desaparecer. El corazón de ella dio un vuelco. Su voz había sonado completamente fría y falta de emoción. El hecho de que hubieran tenido
Cuando regresó a la casa, específicamente a su habitación, pensó en checar algunos e-mail pendientes en su viejo y destartalado portátil, el que estaba justo donde lo había dejado, pero junto a este había un Mac. Un reluciente y precioso Mac, nuevo y con un gran lazo rojo pegado encima. —Oh, Dios mío.— Susurró, acariciándolo con los dedos. — ¿Te gusta? Escuchó que él preguntaba. Se giró y vio a Hiro a un metro de ella, sopesando la expresión de su rostro, intentando adivinar lo que estaba pasando por su cabeza.—¿ Por qué...? —¿Te gusta?— insistió él. Aiko resopló, se volvió a dar la vuelta para admirar aquella belleza que dominaba su escritorio, y volvió a girarse hacia él. —¿Es una broma? —Para nada. — Hiro… es… no puedo aceptarlo—le dijo con una suspiro, pero suplicándole con la mirada. —Claro que puedes aceptarlo. Es un regalo, uno que necesitas y que puedo hacerte. Ella abrió la boca para hablar y la volvió a cerrar. —No es justo— lo amonestó, y se recogió el cabello detr
Tres hora más tarde, Aiko estaba en la cinta de correr mientras escuchaba música en el reproductor del gimnasio, cuando lo vio llegar. Su rostro se iluminó instantáneamente. —Hola. Que pronto vuelves. Hiro cogió una toalla de la mesa que había a la entrada de su equipado gimnasio, y se dirigió a la cinta de al lado. —¿Has pasado una buena mañana? —Sí—musitó. «Por cierto, te he echado muchísimo de menos.» pensó ella. —¿Quieres salir a cenar esta noche? Aiko se mordió el labio. La última vez que le había propuesto que se quedaran en casa, habían acabado teniendo sexo en la sala de cine. Prefería morir antes que sugerir quedarse a pasar el fin de semana juntos y que él pensara que ella quería una repetición de lo sucedido aquella noche. —Me encantaría— respondió rápidamente. Hiro exploró su cuerpo con una mirada rápida, estaba enfundada en un traje deportivo ajustado, una de las cosas que la había obligado a adquirir cuando salieron de compras. Su trasero se amoldaba perfectament
Cuando llegó el lunes, Aiko comprobó que le era imposible caminar. Apoyar su tobillo inflamado le dolía horriblemente, así que llamó a su supervisor y obtuvo un permiso para trabajar desde casa. Se encerró en su habitación con su nuevo Mac porque no podía subir las escaleras hasta su oficina. Siendo completamente honesta, extrañaba los días en los que estaba obsesionada con el trabajo y nada más, y se sentía culpable por pensar que Hiroshi y lo que sentía por él era una distracción. Hiro, por su lado, estaba distraído. Su hermano lo había reprendido ya un par de veces por no estar cien por ciento alerta durante las negociaciones con los árabes. Él no lograba concentrarse, queriendo estar junto a su muñequita todo el jodido día y sientiendose frustrado por no saber nada de ella durante horas. Incluso checaba continuamente su teléfono, para comprobar si lo habían llamado alguna de las empleadas de la casa, porque por alguna razón Aiko nunca lo hacía. Tendría que apresurar sus plan