—Si sigues mirándome así, con el ceño fruncido, me veré obligado a pensar que la pequeña burbuja de paz en la que hemos estado protegidos todo el día ha explotado. Y yo no sé tú, Muñequita, pero creo que yo no estoy listo para hacer frente a las cosas a las que vamos a tener que enfrentarnos cuando termine esta tregua —le dijo Hiroshi con suavidad. —Lo que dices suena tan... mimoso —repuso ella forzando la voz para que no reflejara su preocupación. —No era esa mi intención. En absoluto —le aseguró él—. Me estaba limitando a ser realista. Se le acercó y tomó su mano, jugando distraídamente con los anillos que él mismo había colocado allí. Era algo que siempre había hecho. Era casi como si la estuviera reclamando de esa forma o como si estuviera tratando al menos de recordarlo el propio Hiro. No sabía si quería saber qué estaba pensando en ese instante. Cuando la miró de nuevo, había cierta determinación en su mirada oscura y apretaba con fuerza los labios. Pero ella no estaba lista.
—Cuando te conocí, me enamoré perdidamente de ti. Creo que fue amor a primera vista.— Eso es imposible, Aiko. Tú solo eras una niña entonces...— protestó él. Ella elevó su hombro desnudo, estaban juntos en la cama y acababan de desayunar allí. —Estuve obsesionada contigo durante años susurró ella mientras negaba con la cabeza—. Estaba completamente sola en el mundo, sabes que mi hermano nunca ha sido demasiado fraternal conmigo. Yo estaba perdida, y casi muerta de hambre cuando apareciste tú y, durante los siguientes años me enfoqué en demostrarte mi gratitud de la única manera en que podía hacerlo.Él elevó las cejas, en curiosidad.— Sobresaliendo en el plano académico — Aiko se sonrojó— creí que si mis notas eran lo suficientemente buenas, tú te sentirías orgulloso de mí.—No. Lo que querías era que notara lo lista que eres y sintiera la suficiente curiosidad como para acercarme—repuso él en un tono suave y tranquilo.A él le parecía increíble que pudiera hablarle de manera tan
Lo mejor de ser rico para Hiroshi Yamamoto era que podía tener todo lo que se le antojara. Pero lo que realmente anhelaba su corazón era imposible de adquirir con dinero.Su coche se detuvo en la entrada donde vivían su madre y su hermana desde hacía varios años. La muerte de Liu, su padre, había dejado tan entristecida a su madre que solo regresar a Japón y encargarse de la crianza de su nieto había vuelto a poner una sonrisa en sus labios.Aiko estaba sonriente, besando y abrazando a Hero, despeinando sus negros rizos mientras él niño reía feliz. Su corazón se comprimió dolorosamente, al verla tan radiante y jovial con su madre y el niño, le quedó muy claro qué era lo que le pasaba.Tenía miedo. Otra vez. Temía perderla definitivamente.***— ¿Y bien, qué tal tu té con mi madre?—murmuró, aprovechando que Valery se llevaba a Hero para bañarlo. —Estos días aquí en Tokyo han sido bastante reveladores —le dijo ella, en un tono que lo gustó,sonaba burlona.Le pareció que él tono su voz
Diez años más tarde, Hiro disfrutaba de las vistas metido en la piscina de su mansión, situada en un punto estratégico, era una maravilla aprovechar esa hermosa tarde de verano para relajarse. La piscina tenía un borde invisible que hacía que pareciera infinita, extendiéndose hasta el horizonte. Sabía que se habían ganado a pulso su felicidad. Después de varios aniversarios en Fiji, Aiko y él habían pasado años comprobando la fortaleza de su relación, aprendiendo a confiar en el otro y creciendo como pareja.No había sido fácil, pero lo habían conseguido.Fortalecieron su compromiso y mejoraron su comunicación. Se dieron cuenta de que la confianza era el núcleo indispensable para salvar su matrimonio. Era algo que se construía lentamente y siempre tenía que ver con el sexo. Sonrió con picardía, porque esa parte de su relación se les seguía dando tan bien como siempre. Aiko había tenido que enfrentarse a la difícil tarea de ganarse la confianza de aquellos que nunca habían confiado en
— Un brindis, por la mujer de mi vida y la madre deis hijos... por Aiko Yamamoto, la más joven ganadora del Nobel en nuerociencia, y mi esposa— Hiro levantó su copa, proponiendo el brindis.—¡Por Aiko!— brindaron todos.Aunque se encontraba apartado en una esquina, e intentaba entretener a sus hermanas pequeñas de ocho y seis años respectivamente, Valery sabía que su nieto se sentía incómodo.Se notaba en lo tenso que se veía su cuerpo y en su expresión de pocos amigos.Al principio, había creído que su descontento se debía al anuncio de Hiro de que él su mujer esperaban otro bebé. Quizás, el joven se sentía desplazado. O quizás herido porque sus padres no habían vivido nunca con él mientras crecía, Valery sabía que ella tenía la culpa de ello. En su ciego deseo poor tener al niño a su lado y enfocarse en él en vez de en la perdida de su esposo, lo había apartado cruelmente de sus padres.Y sí, puede que muy en el fondo Herozuke se sintiera herido por el amor que notaba que sus padre
Hasta sus dieciocho años estuvo Hero repitiendo su acto de rebeldía de no quedarse en su abuela al salir de vacaciones de su internado en Suiza. Muy al contrario de lo que se esperaría, su padre no lo reprendió nunca, aunque descubrió su impertinencia. Según Hiroshi, si hijo no tenía nada en contra de sus primos y la madre de esto, solo estaba utilizando la presencia de ellos como una excusa para gamer algo de libertad y salir del férreo control que su abuela ejercía sobre él. —¿Eso crees?— lo interrogó Aiko en una ocasión. —Por supuesto. Yo tambiénn me independicé de mis padres a una temprana edad, ¿no lo recuerdas? Ella simplemente asintió, porque era la verdad. Incluso antes de que ellos se conocieran, ya él vivía apartado de sus padres. Sucedió después, que Hero se fue a estudiar administración de empresas a Estados Unidos y no regresó hasta haber cumplido los veinte años de edad. Por aquel entonces, sus padre ya habían cesado su aparentemente interminable producción de hija
Varias semanas después, se asomó a la ventana el sábado por la mañana, y vio que Lin estaba llevando un enorme pastel con otra empleada directamente a una van que esperaba. Era una tarta preciosa y muy elegante. Unas hileras de flores de caramelo unían cada piso. Recordaba a un floreciente jardín , pensó él, y se percató de que probablemente ese pastel era para la fiesta en casa de sus padres. Lin se había puesto un vestido rosa, a tono con la festividad. Y, mientras la admiraba, se lamentó de no ser él quien la acompañaba. Salió al jardín y, a través del seto, vio que los niños estaban en el arenero. Una empleada los cuidaba sentada en el banco de madera. –Hola chicos –saludó él. –Hola –saludó Liu, contento. –Hola –dijo la niña, mirándolo niñera–. ¿Quieres jugar? –La verdad es que estaba deseando hablar contigo –los interrumpió Lin, regresando de entregar la tarta. Con ese vestido se veía incluso más joven y sexy de lo que era. –¿Ah, sí? –preguntó él, sin saber qué pensar. –
Hiroshi Yamamoto contempló el cadáver frío e inerte de su esposa con una expresión seria y retraída. Luego desvió su mirada a la mesa próxima en la morgue, sobre la que descansaba el amante de su mujer.Otro hombre, habría sentido una furia irrefrenable, pero no él.En su pecho no había ardor alguno y en su mente no había aflicción. No los había matado él, sino el destino. Un accidente de tráfico los había hecho despeñarse y caer al río en el que habían muerto ahogados mientras regresaban de pasar un fin de semana juntos.Él lo sabía. Siempre lo había sabido.Se había casado con Mei solo por conseguir la paz entre su clan y los chinos. Desde el principio, habían acordado llevar vidas separadas y solo ponerse serios cuando fuera necesario un heredero.Lamentablemente, Mei resultó estéril. Sin embargo, para no deshonrarla, Hiro había pospuesto el divorcio entre ellos. Mientras, barajaba la posibilidad de que pudieran tener su hijo a través de un vientre de alquiler, pero Mei había termin