Madre subrogada para el Yakuza
Madre subrogada para el Yakuza
Por: Redrosess
#1:

Hiroshi Yamamoto contempló el cadáver frío e inerte de su esposa con una expresión seria y retraída. Luego desvió su mirada a la mesa próxima en la morgue, sobre la que descansaba el amante de su mujer.

Otro hombre, habría sentido una furia irrefrenable, pero no él.En su pecho no había ardor alguno y en su mente no había aflicción.

No los había matado él, sino el destino. Un accidente de tráfico los había hecho despeñarse y caer al río en el que habían muerto ahogados mientras regresaban de pasar un fin de semana juntos.

Él lo sabía. Siempre lo había sabido.

Se había casado con Mei solo por conseguir la paz entre su clan y los chinos. Desde el principio, habían acordado llevar vidas separadas y solo ponerse serios cuando fuera necesario un heredero.

Lamentablemente, Mei resultó estéril. Sin embargo, para no deshonrarla, Hiro había pospuesto el divorcio entre ellos. Mientras, barajaba la posibilidad de que pudieran tener su hijo a través de un vientre de alquiler, pero Mei había terminado muriendo antes de que pudieran siquiera tomar sus óvulos.

Hiroshi asintió. Reconociendo el cadáver de su esposa, y el forence la cubrió con una blanca y larga sábana, regresándola al congelador.

— Mis condolencias, señor Yamamoto.— Susurró él forence, pero el líder de los Yakuza no lo escuchó porque ya se marchaba de la morgue.

Dos años después:

Aiko Kimura pulsó el botón del ascensor y se frotó los ojos, mientras esperaba a que la pantalla digital cobrara vida; no lo hizo, como ocurría la mayoría de las mañanas.

Gruñendo, se volvió hacia las escaleras y bajó al primer piso de la amplia mansión a pie.

En circunstancias normales, habría pospuesto comprobar el correo si el ascensor no funcionaba, pero la situación era grave, y la noche anterior se había acostado pronto pensando que la noche pasaría más rápido y podría recoger su correo antes.

Se obligó a sonreír cuando Kai , el guapo guardaespaldas que siempre rondaba por los pasillos, le sonrió y, sin ningún tipo de reparo, la miró de arriba a abajo. Sabía que ofrecía una insólita imagen para el hombre de rostro inexpresivo ; llevaba unos pantalones muy cortos y una camiseta sin mangas.

No había previsto encontrarse con nadie tan temprano, y aquella mañana no le importaba lo más mínimo. Últimamente, siempre estaba obsesionada con el correo.

— Buen día, Kai- murmuró haciendo una reverencia y esperando resultar cortés; pero, al estar aún soñolienta, su saludo sonó más como un graznido. Por suerte, Kai no consideró importante seguirla.

Finalmente, llegó al buzón, suspirando, murmurando una rápida plegaria, lo abrió... ¡Y allí estaba!

El sobre que había estado esperando, junto con otro que en aquel momento no le importó demasiado. Se mordió el labio, pensando que todo en el mundo estaría perfecto si en él no decía: " Señorita Aiko Kimura, váyase a la m****a".

Rápidamente rasgó el lateral, con la garganta seca, y sacó unas hojas de papel. El corazón le golpeaba el pecho y le dolía la cabeza, y sus manos temblaban mientras leía las primeras líneas con la adrenalina recorriendo a toda velocidad su torrente sanguíneo.

«…Nos complace informarle… ha sido aceptada en el programa...»

—¡Oh Dios mío!—chilló, dando saltos y apretando la carta contra su pecho, sonriendo como una idiota y sintiendo que el corazón le iba a estallar de un momento a otro.

—¿Sucede algo, Aiko?

Ella se giró y palideció al instante, porque frente a sí, tenía nadaas y nada menos que Hitoshi Yamamoto. El más terrible sicario de la Yakuza.

Con cualquier otra persona, habría estado extasiada de tener a alguien (a cualquiera) con quien compartir su noticia, pero con aquel hombre que representaba a la misma muerte, no.

— Buen día, señor Yamamoto.— susurró, haciendo una reverencia y ocultando la carta a su espalda.

* * *

—¡Me han aceptado para realizar mi doctorado en Harvard!— chilló. Saltando de contento en cuanto estuvo de regreso en su habitación. Se secó una lágrima de felicidad y se dirigió al armario para buscar la ropa que se pondría.

Diez años atrás, nunca se habría imaginado que pudiese acabar allí, sosteniendo aquel papel en la mano, en aquella gigantezca mansión del corazón de Tokyo, con un porvenir brillante y prometedor.

Entonces, había sido la menor de dos hermanos, malviviendo en una casa minúscula que se estaba viniendo abajo, y hacían una comida diaria a base de alimentos robados.

Ahora, era una estudiante con un futuro prometedor, y podria hacer su maestría gracias a los Yamamoto.

Aiko tenía una insaciable sed de conocimiento, de logros, de éxitos, de todo. Cuando era pequeña, nunca había llegado a creer que fuera capaz de conseguir todo aquello. Sus padres habían sido unos rateros y estafadores de poca monta que la obligaban a ella y a su hermano a mendigar o robar en los barrios bajos y peligrosos.

Pero, por azares del destino, una noche lluviosa hacía ya diez años, su vida entera había cambiado al ser descubierta hurgando en la basura por Hiroshi Yamamoto.

Todo su cuerpo pareció arder ante la sola mensión de su nombre.

Hiroshi...

Él había sido su héroe al rescatarla de la lluvia y del hambre, llevándola a casa consigo y luego reclutando a su hermano. A su corta edad de diez, él de veinte, Hiro había sido el príncipe de brillante armadura que había compuesto su vida. Ahora que ella tenía veinte y él treinta, sus sentimientos se habían tornado mucho más carnales y menos sanos. Con decir que se le empapaban las pantys de solo verlo era suficiente.

Pero él nunca se había fijado en ella como en algo más que la huerfanita de la que su hermana no se separaba.

Se miró al espejo y parpadeó, contemplando sus enormes ojos negros que siempre le habían parecido demasiado grandes para su cara. Sus pestañas, fastidiosamente gruesas y largas, su pelo rizado era sorprendentemente dócil, su piel reluciente y clara, y tenía las mejillas rojas debido a la emoción. No era fea ni mucho menos, pero simplemente no era una mujer sufientemente exorbitante ni hermosa como para que él se fijara en ella.

—Es un día maravilloso.— Se dijo a sí misma, sonriendo, miró el otro sobre que había recogido del buzón y vio el familiar sello. También era de la Universidad de Harvard. ¡La beca!

Sintiéndose optimista, lo abrió, segura de que nada podía salir mal. Era su día. Leyó la carta, sonriendo e incapaz de entender las palabras durante unos segundos; tragó saliva.

Su teléfono sonó en ese mismo momento, y se sintió agradecida por la momentánea distracción de la desdicha y el desamparo que se filtraban en sus huesos.

— ¿Hola?

—Me alegro de que estés despierta; quería saber cómo estabas. ¿Ya ha acabado contigo la ansiedad?

Aiko rió. Su mejor amiga, Sofía, la hermana menor de su amor platónico, la estaba llamando.

—Me han aceptado en el programa.— anunció.

—Oh Dios mío, Imōto (hermana) . ¿En serio?- chilló Sofía, extasiada.

Aiko rió de nuevo, sintiéndose mejor.

—Sí, en serio. Me han aceptado, pero no me han dado la beca, lo que es un verdadero problema y …- se detuvo, con el corazón en un puño.

—Ohhh.— Sofía se quedó callada. Ambas sabían que ser aceptada en el programa era inútil a menos que ofrecieran también la beca. —No pasa nada. Todo saldrá bien. Encontraremos alguna forma. Podría pedirle el dinero a mi hermano, es para algo importante. Él te lo prestaría, siempre lo hace.

Aiko suspiró.

—Sí, pero, no quiero endeudarme más con Hiro. ¿Sabes qué? Formaré parte del programa, aunque no me pueda permitir hacerlo por mi pésima situación financiera — rió sarcásticamente – ya es todo un logro que me aceptaran allí. Trabajaré en la cafetería de la Universidad para pagar las cuotas, algo se me ocurrirá.

— ¿Estás segura? Porque Hiro...

— No. No le pidas ayuda a tu hermano, por favor.

— De acuerdo.

Tras colgar, Aiko llevó la carta de aceptación y la de denegación de la beca a la nevera y las colgó con dos imanes. Una de ellas quedaba muy bien, ofreciéndole un futuro brillante, mientras que la otra le recordaba la realidad de su pobreza y ambición al mismo tiempo.

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