Pero, a medida que avanzaba por el pasadizo, unas luces se encendían iluminándome el sendero, exactamente como cuando escapábamos de las antiguas mansiones. Pero no, no podía hacerle eso a Danielle. No podía dejarla a merced de ese par de animales, y aunque la vida de Salvatore era todavía más importante, no podía ser esa perra traidora que la dejaba allí a su suerte mientras me salvaba sola, incluso cuando ella accedió a venir conmigo desde Rockford.Ya había avanzado unos tres metros, y el cargo de conciencia fue más fuerte que los deseos de salir de aquel maldito lugar. Entonces me devolví.Besé la frente de Hope, que, por fortuna para mí, dormía profundamente en mi pecho, envuelta por el fular, y rápidamente volví a la cocina. Cerré el pasadizo y, con todos los demonios juntos y el dolor rebosando en mi interior, abrí la puerta de la cocina.El malnacido de Kane estaba frente a Danielle. Ya la había golpeado: ella tenía la boca rota y estaba llorando. Al verla, quise desfallecer.
Danielle, aunque desconfiaba al igual que yo, a regañadientes nos subimos al auto. Yo quité el manto del fular y saqué a mi pequeña hija, colocándola en mi pecho para que se alimentara, mientras sentía cómo esos ojos nos recorrían a través del retrovisor.—Y díganme, ¿qué hacen dos mujeres como ustedes por aquí? Solas, estos terrenos son peligrosos —la pelirroja abrió la conversación, y ambas nos miramos con Danielle. Pero fui yo quien habló.—Estábamos perdidas, veníamos a visitar a un amigo, pero nos robaron y, bueno, nos perdimos —mentí para no llamar la atención. La mujer no quitaba la mirada del retrovisor, ni siquiera podía mantenerla sobre la carretera, y eso nos ponía nerviosas.—Menos mal que las encontré yo y no un traficante de órganos. En estos terrenos, las mafias son horribles —dijo con un tono de voz terrorífico, y Danielle apenas me apretó el brazo. ¿Y yo qué podía hacer? Si también le tenía miedo a todo.—Gra… gracias por recogernos —dije mientras mi voz se atoraba, t
Narrador Riviera estaba en la habitación de Salvatore, quien había dado señales de vida en la última hora y comenzaba a recuperar la conciencia, de manera extraña, tras lo ocurrido con Roxanne.Riviera movió la luz de su pequeña linterna sobre las pupilas, aún dilatadas, de Salvatore y negó con la cabeza.—Aún necesita demasiados estímulos —dijo a la enfermera que lo acompañaba—. Sin embargo, dejaremos que pasen un par de días más. Necesito encontrar la manera de localizar a Roxanne; estoy seguro de que ella podrá ayudarlo a recuperar la conciencia.Riviera no tenía la menor idea de lo que ocurría en su consultorio, hasta que la enfermera que había asistido a Roxanne llegó, justo al mismo tiempo que Kane. Ambos irrumpieron en la habitación de Salvatore, interrumpiendo al doctor.—Doctor, lo necesito urgente —fue la enfermera la primera en hablar, mientras Kane, con mirada malevolente, observaba a Riviera.—Doctor, ¿cómo está? Veo que el señor Salvatore aún está dormido. —Kane se aden
SALVATORE GIANLUCALos ojos de Kane se clavaron en los míos, su brutal ataque estaba a punto de caer sobre mí, pero conmigo nadie había logrado lo que quería, y mi puto hombre de confianza no sería la excepción. Al sentir la jeringa cerca de mi piel, rozando un poco antes de penetrarla, extendí mi mano con las últimas fuerzas que me quedaban y le di un golpe en la muñeca.La jeringa salió volando, y Kane se lanzó sobre mí.—¡¡Hijo de puta!! —gruñó con furia, sus manos rodearon mi cuello y apretaron con fuerza, intentando asfixiarme. Por desgracia, mi cuerpo estaba tan débil que no podía defenderme como quería. La sorpresa de su traición me había golpeado con tal intensidad que el aire se me escapaba de los pulmones. El dolor de la traición es implacable, ardiente y afilado como una navaja, directo al corazón. Y ese dolor lo estaba experimentando con mi hombre más cercano. ¡maldito kane!—Suéltame, Kane, te vas a arrepentir —dije con dificultad, intentando tomar sus manos, pero mi pech
Salvatore Gianluca Me quedé mirándola, tan pequeña, frágil y sublime, que mi corazón se derritió; ninguna mujer antes me había hecho sentir de esa manera. Mis manos comenzaron a temblar y las palabras no fluían de mi boca.Roxanne no dejaba de mirarme como si fuera un bicho raro. No comprendía por qué tanto rencor de su parte, si al final ella había decidido irse sola, negándome la oportunidad de estar con mi hija.Me acerqué un poco más y extendí mi mano para tocar la pequeña frente de mi hija. Al sentir su tacto, me estremecí de inmediato. ¿Cómo podía ser tan hermosa y poderosa a la vez, con ese tamaño? Porque ella ya se había robado todo mi ser, mi fuerza y mi corazón. Y eso la hacía realmente poderosa.Roxanne trató de apartarla, pero yo levanté la mirada y la sentencié con mis ojos.—Déjame tocarla, es lo justo —mi voz sonó ronca, y ella apenas resopló, airada y con un poco de enojo.—No es el momento, Salvatore. Sin embargo, me alegra que estés bien —soltó en un tono algo sarcá
Salvatore Gianluca Roxanne me retó con la mirada, sus ojos brillaban con un fuego que quemaba a la distancia. Su enojo era tan evidente que parecía querer aplastarme con él, pero no lo lograría, no ahora que las había encontrado.—¡Roxanne! —grité apurado, mientras ella apenas daba un leve sobresalto.—¡No me grites, idiota! ¿Quién te crees? —espetó con la voz entrecortada, mientras unas lágrimas se acumulaban en las comisuras de sus ojos. Su vulnerabilidad me puso nervioso, aunque no tanto como la maldita bata que llevaba puesta, que parecía tener vida propia, revelando con cada movimiento todo lo que ocultaba debajo.—Roxanne, cariño, todavía podemos hacer esto más fácil —comencé, tratando de calmar la tormenta—, pero necesito que cedas, que por una vez bajes esa maldita coraza y entiendas que lo único que quiero es que tú y mi hija estén bien. Quiero protegerlas, cuidarlas y… —mi voz también flaqueó; sentí cómo la garganta se me secaba al borde de la confesión— porque yo, Roxanne,
Roxanne MeyersEsa caótica mezcla de sentimientos estaba destruyendo mi cordura. La imagen de Salvatore caminando con Hope en brazos, colmándola de caricias y amor de padre, era una condena en sí misma.Caminé a su lado con fingida indiferencia; si lo miraba a los ojos, me rompería como una vil cobarde. Al subir al auto, observé nuestro alrededor y noté que nos escoltaban al menos cinco vehículos oscuros, seguramente repletos de hombres armados.No sentía aquella opresiva sensación desde hacía mucho tiempo, y encontrarme de nuevo en esa posición me llenaba de desprecio hacia mí misma. Debería haber huido del país, desaparecer por completo, pero estaba segura de que Salvatore me habría encontrado de todas formas.Me acomodé en el asiento trasero junto a él, mientras Danielle se sentaba adelante con Zane. Ella, en cambio, parecía hechizada. Pobre ilusa, ni siquiera imaginaba en qué infierno se estaba metiendo. No tenía la más mínima idea de lo que significaba ser la mujer de un mafioso.
SALVATORE GIANLUCA Disparaba con todas las fuerzas de mi alma, al punto de sentir las manos temblorosas por las vibraciones del arma. No lograba ver con claridad quiénes nos estaban atacando y, para colmo, mi camioneta estaba siendo hackeada. Mi hombre perdió por completo el control.—Señor, es posible que nos estrellemos… ¡Señor! —Zane gritaba desesperado, y ninguno de nuestros hombres estaba a mi disposición. No comprendía realmente quién nos atacaba. Posiblemente era Renato… ese malnacido no nos dejaría vivir en paz.Y podría ser de mi familia, pero si tenía que acabar con él para proteger a mis mujeres, lo haría. Con Hope en mi vida, todo cambiaba. Solo viviría… y, si era necesario, mataría por ella.—Zane, deja que el auto siga en automático. Al final, no vas a poder manejarlo. Sal por la ventana y dame apoyo, siento que no puedo seguir disparando.Las manos seguían temblándome, e intentaba recargar el arma otra vez, pero era casi imposible.Zane salió por la ventana y, con una