Jefe ogro verde.

Damián abrió los ojos lentamente, como si cada pestañeo le costara un esfuerzo titánico. Se sentía como si una máquina aplanadora le hubiera pasado por encima, dejándolo machacado y maltrecho. Todo el cuerpo le dolía, cada músculo, cada hueso, cada célula.

Por un momento, le costó enfocar su vista, todo a su alrededor estaba borroso, como una pintura acuarelada, pero poco a poco, los detalles empezaron a tomar forma. No estaba en la mansión. Reconoció el papel de pared de diseño, las lámparas de diseño moderno, el gran ventanal que da a la ciudad.

Intentó moverse, pero un dolor agudo le recorrió el brazo. Miró hacia abajo y vio una intravenosa clavada en su antebrazo derecho y su mano instintivamente fue hacia ella, dispuesta a arrancarla de un tirón.

—¡Quieto firulais! —, le ordenó Aylin, cogiéndole la mano para impedirle hacerlo.

Damián la miró con una fiereza que habría hecho retroceder a cualquier otro.

—Aylin, ¿acabas de llamarme perro?

Ella apretó los labios, luchando contra l
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